Saga Vanir - El libro de Jade (17 page)

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Caleb la miró consternado.

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—No, Eileen. Todo ha sido un error.

—Por supuesto que ha sido un error... Ya te lo dije, gilipollas... Hijo de la gran... —saltó del sofá

y caminó hacia él arrastrando con ella el soporte metálico. Estuvo a punto de levantarle la mano, pero el hierro se lo impidió. —Claro... No me vas a hacer nada, ¿verdad? ¿No crees que ya has hecho bastante? Devuélveme lo que es mío... —estaba roja de la ira y ligeramente mareada. Había perdido mucha sangre. —¿Por qué no estoy muerta? Preferiría estarlo a tener que verte otra vez. Caleb se tensó y sintió un sabor amargo en la boca. Que le devolviera lo que era suyo, había dicho. ¿Cómo iba a devolverle la virginidad? ¿Y a su padre? Caleb estaba más conmocionado por lo primero que por lo segundo.

—¿Qué le has quitado? —preguntó su hermana intrigada. Al ver el ligero tinte de culpabilidad en el rostro de su hermano lo comprendió. —No me digas que era... —la palabra virgen se le quedó atragantada por el asombro.

—Es un violador. Abusador. Maltratador. Todo lo malo y demencial que puede haber en el mundo... Eso eres tú y tu prole —las palabras le escocían en la boca y tenía que escupirlas. —

Devuélvemelo... —Eileen sentía que se atragantaba con las lágrimas. —Cerdo, te mataré...

—Eileen, déjame explicarte por qué no pude descubrirlo antes.

—No quiero oírte... No quiero oíros a ninguno de vosotros... Dejadme salir de aquí... —apretó

los puños hasta casi clavarse las uñas.

Caleb la observó. Tenía el pelo suelto y le llegaba por debajo de la espalda. Los ojos azules grisáceos y rasgados, rojos de dolor y de impotencia. Pero... qué bonita que era de todos modos. La ira le sonrojaba las mejillas y estaba tan arrebatadora.

—No te ofendas, pero... No puedes, chica —dijo Cahal poniendo sus manos en los bolsillos del pantalón militar negro que llevaba.

—¿No puedo? Qué no puedo... —gritó frenética.

Eileen agarró la jeringuilla que todavía tenía clavada en el brazo y la desenganchó con fuerza.

—No hagas eso —dijo Menw. —Todavía estás muy débil. La sangre...

—La sangre... —ensombreció la mirada llena de asco. —Me mordiste, maldito cabrón —dijo ella frunciendo el cejo y recordando a Caleb absorbiendo su cuello. Cogió la jeringuilla y empezó a agujerear la bolsa de plasma roja que colgaba del soporte. La arrancó. Chorreaba en sus manos. La lanzó con fuerza sobre el pecho de Caleb salpicándole la camiseta y la cara. Él la cogió

sorprendido. —Toma tu comida, animal... A vosotros os hace más falta que a mí, sanguijuelas... Quiero salir de aquí...

Caleb arrugó el ceño. No podía culparla por actuar así. Estaba histérica y no les tenía ningún
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miedo.

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—¿No bebes, monstruo? —le preguntó ella con la voz afilada y falsamente moderada.
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Cahal y Menw se echaron a reír. Daanna agachó la cabeza, avergonzada. Cahal cogió con su
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dedo una de las gotas que le habían salpicado en la cara y se la llevó a los labios.
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—Mmm... no está nada mal —sonrió burlándose de ella.

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Eileen todavía miraba a su monstruo particular, al demonio de los infiernos, a su ángel de la
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muerte.

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—Prefiero la tuya —contestó Caleb finalmente dando un paso hacia ella. —Ven aquí.
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Eileen sacudió su cabeza y lo miró horrorizada.

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—No te atrevas —dijo ella con un hilo de voz dando un paso atrás.
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—No me temas. Ya no. Ahora sé que eres inocente, no te haré daño.
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Eileen empezó a relajarse, pero reaccionó rápidamente.

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—¿No te parece que el daño ya está hecho? No te acerques a mí... Sal de mi cabeza... —se llevó

las manos a las sienes.

Miró nerviosa a todos lados y encontró el soporte de hierro del plasma como posible arma agresiva. Lo agarró con las manos y lo interpuso en posición de defensa entre Caleb y ella, como si fuera una lanza.

—¿Voy a convertirme en una de vosotros? —los miró con odio. —Me mordiste... Sois vampiros.

—No te convertirás, Eileen —le aclaró Caleb levantando la mano para apaciguarla.

—Fíjate, qué guerrera... —exclamó Cahal.

—Cállate —le dijo Caleb muy seco sin apartar la mirada de Eileen. —¿Cuánto tiempo he dormido desde...? —a ella le era difícil hablar de lo que había pasado.

—Unas seis horas —contestó Caleb.

Eileen curvó un lado de su labio hacia arriba como si tramara algo. Sentía un volcán lleno de rabia e ira en su interior.

—¿De qué te ríes, Eileen?

—Que no te metas en mi cabeza te he dicho... —le gritó. Los ojos enrojecidos abiertos como platos.

—Caleb... —dijo Daanna. Ella veía que Eileen necesitaba tranquilizarse. A lo mejor si Caleb le daba permiso para hablar con ella telepáticamente...

—No —le dijo él a su hermana.

Caleb frunció el ceño. ¿Qué no se metiera en su cabeza, le había dicho? ¿Con quién se creía que estaba hablando? Él podía hacer lo que quisiera con ella. Eileen había pasado a ser de su propiedad desde el momento en que la vio por la ventana de su casa. En otra situación, ya le hubiese demostrado quien mandaba. Bueno, ya se lo había demostrado recordó con pesar. Pero no podía volver a actuar así con ella. No después de lo que había pasado y de lo que había descubierto. Simplemente, no le salía.

—¿Qué vas a hacer con eso? ¿No creerás que queremos luchar contigo? —preguntó Cahal divertido.

—¿Luchar? —repitió Eileen agarrando con más fuerza la estructura metálica. —No, playboy en paro. No voy a luchar.

Cahal se puso tieso de golpe, y Menw y Daanna echaron la cabeza hacia atrás para arrancar a reír en sonoras carcajadas.

—Me gustarás —dijo Daanna asintiendo con la cabeza.

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Eileen la despreció con la mirada, pero Daanna la ignoró. Seguía sonriendo.
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¿Por qué actuaban todos como si no hubiese sido horrible todo lo que le habían hecho? ¿Por
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qué estaban tan tranquilos? Porque ellos tenían el poder, pero ella contaba con el factor sorpresa.
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Caleb tardó unos segundos en volver a entrar en su mente (aunque ella le había dicho que no lo
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hiciera) y en adivinar qué era lo que iba a hacer. Unos eternos segundos que no le bastaron para

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detener a Eileen mientras saltaba por el sofá, corría hacia la ventana negra y lanzaba el soporte de
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metal contra el cristal. La ventana cayó hecha añicos dejando entrar en la casa toda la luz del sol.
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Los cuatro vanirios, sorprendidos por la audacia de la joven, corrieron a esconderse tras los
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muebles de la cocina americana. Los rayos del sol no llegaban hasta allí aunque sí que iluminaban
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el amplio salón.

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La chica debió darle con mucha fuerza para que esos cristales cedieran de ese modo y había
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sido muy lista al hacer un cálculo mental de las horas que llevaba allí. Seis horas le comentó Caleb.
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Cuando llegaron, todavía no eran las cuatro de la noche. Supuso que debían de ser las once del mediodía, más o menos.

Eileen se tapó los ojos con el dorso de la mano e intentó entreabrirlos para ver dónde se encontraba. Cuando sus grandes ojos gatunos, se acostumbraron a la luz del día, apoyó las manos en la estructura de la ventana, con cuidado de no cortarse y saltó al otro lado. Estaba en un amplio jardín, podado y cuidado como pocos había visto. No había más casas alrededor. Giró sobre su eje para ver la casa en la que se encontraba. Era una casa de estructuras cubitales, de diseño. Sin embargo, los salones del interior, eran circulares. ¿Pero por qué? No pudo negar que los vanirios eran muy modernos y también unos esnobs. Miró hacia el interior del salón, en dirección a la cocina. Esperó a que alguien se levantara. Allí

no llegaban los rayos del sol, porque estaban muy alejados de la ventana. Respiraba agitadamente y las manos todavía le temblaban.

—Joder, mierda. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Menw cubriendo con su cuerpo a Daanna.

—Apártate de encima... —le pidió ella empujándole el pecho.

Menw reaccionó asombrado de lo que estaba haciendo. Se levantó al roce de sus manos.

—De nada —dijo él malhumorado.

Caleb se incorporó poco a poco y puso una mano sobre sus ojos, a modo de visera. Eileen esperaba que de los cuatro fuera él quien se levantara. Quería que viera con sus propios ojos cómo escapaba de él.

—Te dije que te aseguraras de dejarme bien desvalida, monstruo —advirtió Eileen con voz profunda y segura. —Y que si no lo hacías, y tenía la oportunidad, haría lo posible por ir a por ti y acabar contigo. No olvidaré lo que me has hecho.

—Ven a por mí, entonces —sugirió él indicándole con la mano que se acercara. —
Ven y acaba
conmigo. Pero acaba conmigo... en la cama
—le dijo mentalmente con una mirada seductora. Eileen apretó los labios con fuerza y sintió cómo los pezones se le endurecían involuntariamente. ¿La había acariciado desde allí? No podía ser.

—Ven tú —contestó ella levantando la barbilla. —Vaya, lo olvidaba, los vampiros no salen bajo la luz del sol.

—No somos vampiros, Eileen —replicó él ofendido.

—Y copito de nieve, a pesar de ser blanco, no dejó de ser un gorila —replicó ella. Eileen dio media vuelta y se dispuso a andar sin prestarle atención. Tenía que huir de ahí.

—Espera... —gritó Caleb. —Me equivoqué contigo, pero no con tu padre Mikhail. No podía
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dejarla ir. Ella debía volver...

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Eileen se detuvo. ¿Su padre? No había pensado en él desde que lo vio morir en manos de
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Samael. ¿Debería sentirse culpable?

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—Los vanirios teníamos razones para ir a por él —explicó Caleb con paciencia. —Recuerda las
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palabras de Beatha, lo que pasó con Thor y con todos los demás que han ido desapareciendo.

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Vuestra empresa está detrás, aunque tú no lo creas. Son cazadores. Nos cazan porque creen que
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somos vampiros, pero no lo somos. Están equivocados.

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—Eso no es cierto. Newscientists no procede ni investiga contra criaturas que no deberían
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existir, como tú —le espetó con rencor. —La empresa crea material quirúrgico, máquinas de
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última generación, vacunas y sustancias para un mayor éxito en las operaciones de riesgo. No
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saben nada de enfermos psicóticos como vosotros ni de vampiros ni de Drácula ni de la novia de
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Frankenstein...

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—¿Ah, sí? —gritó Menw desde la barra americana sin levantarse. —También crearon una vacuna para ti, ¿sabes? Una especial para niñas que necesitaban olvidar. No eres diabética, Eileen. Te han estado engañando, dragándote por las noches para hacerte olvidar algo que debiste vivir cuando eras pequeña... Algo que no querían que recordases.

Eileen palideció y tragó saliva. —Estás mintiendo... —gritó ella.

—No miente —Caleb caminó hacia ella y se detuvo justo entre el límite de las sombras y la luz.

—¿Cuánto hace que no sueñas?

Eileen lo observó. Allí parado entre las sombras parecía una aparición.

—¿Qué? —se había quedado algo ensimismada.

—¿Cuánto hace que no sueñas? —le repitió esta vez más lento.

Eileen empezaba a marearse. No contestó.

—Cuando venía Víctor, tu doctor... —prosiguió Caleb.

—¿Ahora es mi doctor? —preguntó ella saliendo del trance de su persuasiva voz. Según Caleb, Víctor era su amante. Sintió cómo se le hizo un nudo en la garganta y le escocían los ojos. Se había sentido tan impotente cuando estaba en sus manos.

Caleb quiso correr hacia ella y consolarla. Abrazarla y mecerla hasta que no volviera a verla llorar en la vida.

—Cuando él venía y te pinchaba, te entraba sueño enseguida. —Él me controlaba la diabetes...

—No, Eileen. Te han estado engañando.

—¿Por qué harían algo así? —la voz le temblaba por la congoja.

Le faltaba el aire, tenía que salir de ahí como fuese. Correr, olvidar, entender. No podía creer nada de lo que le estaban diciendo. Era demasiado fuerte.

—Todavía no lo sé. Si te quedas, Eileen, haré todo lo posible para que entiendas lo que nos han hecho a nosotros y para que averigües, por qué te han hecho esto a ti. Por favor, no te vayas.

¿Le estaba rogando? No podía creerlo. ¿Dónde estaba el animal abusivo de hacía unas horas?

No lo entendía. Él podía doblegarla como le diera la gana. ¿Por qué aquel repentino respeto?

—No me importa lo que os hayan hecho. No me importa lo que tú quieras de mí. Sólo quiero irme y olvidar lo todo. Hacer como si nunca hubieras entrado en mi habitación, como si nunca hubierais matado a mi padre, como si nunca... me hubieras atado a tu cama y... —apretó los ojos para no recordar y se frotó las muñecas. —No quiero volver a verte. A ninguno de vosotros. Dejadme tranquila y yo no diré nada... —eso ni de coña. Se vengaría. Se vengaría de todos ellos.

—No puedes irte sola —musitó.

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—Mírame —le desafió ella con la mirada.

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Empezó a caminar hasta que Caleb la perdió de vista. No podían salir sin morir achicharrados
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por el sol. Un único rayo tocando su piel y serían pasto de las llamas.
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—Llamad a todos los vanirios de Black Country. Que salgan a la calle al atardecer y busquen a
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Eileen —ordenó Caleb. —No podemos dejarla sola.

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—¿Ah, no? —preguntó Cahal sin entender. —Estaba muy dispuesta a olvidarlo todo...
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—No lo va a olvidar —dijo Daanna. —Yo no lo haría, os lo aseguro. Y haría lo posible por
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vengarme. Nos delatará.

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