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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (45 page)

BOOK: Reamde
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Hasta que las balas de alta velocidad empezaron a caer a su apartamento desde arriba, Marlon no se había preocupado en pensar sobre los posibles inconvenientes de tener vecinos que compartían su actitud sobre lo que constituía una propiedad inmobiliaria adecuada. Tenía la vaga sensación de que el apartamento de encima estaba abarrotado, pero eso solía ser frecuente en edificios como este. De vez en cuando, cuando subían las escaleras para jugar al baloncesto en el tejado, veían a gente que parecían
waidiren
(tipos «que no son de por aquí», extranjeros internos), y quizás incluso
waiguoren
(no-chinos). Según soplara el viento a veces les llegaba el olor de productos químicos, pero era difícil localizar su origen.

Pero ahora esos productos químicos caían al apartamento a través de los agujeros de bala, y los goterones estaban ardiendo.

Marlon contempló fascinado un charco de acetona ardiente que se estaba formando sobre una pila de revistas. Entonces se dio cuenta de que los demás, los más jóvenes, lo miraban preguntándose qué hacer.

—Zombis —anunció, y se volvió hacia la ventana más cercana.

Las ventanas situadas a lo largo de la fachada del edificio tenían pequeños balcones que apenas se proyectaban un metro de la pared: estaban recubiertos de rejas de hierro como medida de seguridad, pero algunas de las rejas tenían ventanillas abatibles que cerraban con candados. Pero uno de los resultados de sus sesiones planificando cómo reaccionar ante un ataque zombi había sido la decisión de que las llaves de esos candados estuvieran colgando de clavos, lo bastante cerca para que pudieran encontrarse fácilmente en caso de una huida impulsada por el pánico (un poco más lógicamente, les preocupaba quedarse atrapados dentro del edificio en caso de incendio). Había tres ventanillas, tres cerraduras, y tres llaves. Marlon advirtió que un miembro del grupo ya había usado una, así que cogió a su compañero más cercano por el brazo y lo empujó hacia otra y se aseguró de que entendiera lo que tenía que hacer. Entonces Marlon buscó la tercera, que estaba en la cocina, y cogió la llave y abrió la cerradura y abrió de par en par la ventanilla.

Asomó la cabeza. La calle parecía estar muy lejos. Allí abajo había aparcada una furgoneta. ¿El vehículo de los gangsters? No importaba. En el piso de arriba estaban sucediendo cosas increíblemente malas (delante de él caían fragmentos de cristal y escayola) y su apartamento estaba ardiendo. Los da O shou más jóvenes, muchachos de los que se consideraba responsable, formaban cola tras él. Dudó si debía ser el último en marchar, como un capitán en un barco que se hunde, o si dirigirlos como un sargento que corre a la batalla. Se decidió por lo segundo. Dando la espalda a la ventanilla se echó hacia atrás, asomó la cabeza, extendió las manos, se agarró a los barrotes y se asomó al vacío. Entonces apoyó los pies en los barrotes que tenía debajo y se apartó, dejando sitio al chico siguiente.

Incluso desde el sótano, el tiroteo sonó sorprendentemente fuerte desde el inicio, pero siguió haciéndose más fuerte. Zula, relegada a sentirse furiosamente inútil por la esposa y su incapacidad para abrirla, solo pudo quedarse allí mirando, a la espera de que algo cambiara.

«Piensa, Zula.»

¿Tenían los hackers adolescentes chinos un montón de armas automáticas en sus apartamentos?

Si era sí, ¿tan hábiles eran en su uso que podían presentar semejante batalla a un grupo como el de Sokolov?

Peter se había soltado. Al verlo, Zula se volvió hacia él, esperando que su primera acción fuerza cruzar el sótano y empezar a trabajar en su esposa. Incluso giró la muñeca para ofrecerle una postura más conveniente.

Él no se acercó.

—Será mejor que vaya a ver qué pasa —dijo, después de un momento de silencio. Un momento de silencio que se había extendido demasiado. Había tenido mucho tiempo para pensar durante ese silencio.

—¿Peter? —dijo ella. Allí de pie con la muñeca torcida en lo que esperaba que fuera una pose invitadora, se sintió como una chica con su vestido de baile de promoción a quien ha dejado colgada su cita.

—Solo voy a echar un vistazo —le aseguró él.

Tenía la misma expresión, el mismo tono de voz, que la noche en que volvieron en coche desde Columbia Británica. Estaba en modo esquivador total.

—Lo que esté pasando allá arriba no tiene nada que ver con los hackers —dijo Zula—. Es algo más grande.

—Vuelvo en un segundo —replicó Peter, y se acercó a la base de las escaleras. Vaciló durante unos instantes, incapaz de mirarla a los ojos—. Allá voy —murmuró. Cuadró los hombros y empezó a subir las escaleras.

Marlon pudo ver a otros cuatro da O shou aferrándose como arañas a diversas rejas, buscando formas de bajar. Solo quedaban tres más en el apartamento.

Moverse así no era difícil. Al menos el cincuenta por ciento de las fachadas de los edificios tenían rejas como esta de la que colgaba Marlon. El único aspecto que era remotamente problemático era encontrar medios de hacer la transición de una reja a la siguiente. En muchos casos, era considerablemente más fácil gracias a los otros rasgos que habían ido uniendo al exterior del edificio: aleros, abrazaderas para los equipos de aire acondicionado, puñados de cables, tuberías, bajantes, y chorraditas arquitectónicas casi europeas, moldeadas en hormigón.

Al mirar hacia arriba, Marlon pudo ver los cables que corrían por encima de la calle hasta el edificio de enfrente. Podía distinguir claramente el cable azul de categoría 5 que sus compañeros y él habían añadido al mudarse. Si pudiera escalar hasta allí, podría cruzar hasta el edificio de enfrente. Sin embargo, eso parecía innecesariamente arriesgado, cuando podía bajar simplemente.

La ventana que tenía encima, en el quinto piso, explotó y lo roció de cristales. Marlon cerró los ojos e inclinó la cabeza y dejó que los cristales lo cubrieran. Entonces empezó a moverse de lado lo más rápido que pudo, porque la rotura de los cristales no había sido una cosa casual: alguien estaba rompiendo sistemáticamente las ventanas con un objeto duro y pesado. Arriesgándose a mirar hacia arriba, logró ver el objeto y lo reconoció como la culata de un rifle. Siguió moviéndose. Sus compañeros de piso salieron por la misma escotilla que él había empleado y miraron en su dirección: su instinto era seguir al líder. Marlon les señaló furiosamente en la otra dirección, mirando significativamente la culata del rifle, y ellos entendieron al momento lo que quería decir.

La gente gritaba abajo en la calle. Los ignoró.

Un disparo sonó encima, luego otro más, cada uno amenazando con hacerlo soltarse por su onda expansiva. Volaron trozos de metal, y Marlon comprendió que la cerradura de una ventanilla había sido volada de un tiro desde dentro. Sin saber lo que esto podía significar, empezó a moverse más rápido, más intrépidamente, y en unos instantes llegó a la esquina del edificio. Bajo él, una calle estrecha desembocaba en la más grande que corría ante la fachada del edificio. Un piso más abajo, habían construido un alero lo bastante alejado ya en el tiempo para que el metal corrugado estuviera completamente lleno de óxido y agujeros. Cosa que era buena; habría resbalado en un tejado nuevo. Este permitiría bastante fricción y numerosos asideros. Marlon usó las rejas de las ventanas para descender hasta ese nivel y luego usó la abrazadera del aire acondicionado y un bajante como asideros para rodear la esquina y llegar hasta aquel alero. Siguiéndolo en horizontal durante unos diez metros llegó a la mitad de la pared lateral del edificio, que quedaba marcada por una columna vertical de pequeñas ventanas que daban luz a una escalera interna. En paralelo había un nudo de cables en vertical, muy grueso y denso, con muchos asideros. Marlon clavó los dedos en él, se aferró con fuerza, y entonces plantó los pies contra el ladrillo y empezó a bajar por el lado del edificio como una mosca humana.

Cuando pasaba junto a la ventana del segundo piso, casi perdió su asidero. Una cara apareció brevemente en la ventana, tan cerca que casi podría haberla tocado si no hubiera habido un cristal de por medio. Era la cara de un hombre blanco, orondo, pesado, el pelo negro peinado hacia atrás, la piel enrojecida de excitación. Estuvo allí solo un segundo. Entonces desapareció mientras el hombre continuaba bajando las escaleras.

Pero incluso a través del cristal y por encima del ruido, Marlon pudo oír al hombre gritarle en inglés una sola palabra:

—¡TÚ!

La curiosidad, para Marlon, se había convertido ahora en una fuerza más poderosa que la autoconservación. Se aseguró en su avance durante unos instantes y devolvió su atención al grupo de cables, buscando su siguiente asidero. Quería llegar al nivel de abajo y ver quién era TÚ.

Pero un nuevo movimiento en la ventana distrajo su atención: otra cara, tenuemente entrevista a través de la suciedad de la ventana, bajando las escaleras, rodeando el rellano. Pero esta era distinta de varias formas. Para empezar, era una cara oscura, algo rara vez visto en estas partes. Un par de otros da O shou habían mencionado que habían visto a un negro en el pasillo superior del edificio, y Marlon se había burlado de ellos por haber visto demasiados partidos de baloncesto por televisión. Pero no se podía negar que Marlon estaba viendo ahora a un negro, y bastante alto además. Llevaba un rifle que reconoció, de los videojuegos, como un AK-47. Pero al contrario que el primer hombre, se movía con cautela, incluso furtivamente.

Tras rodear el rellano, el hombre le dio la espalda a Marlon, bajó un par de escalones, y se detuvo.

Marlon había permanecido inmóvil durante todo esto, pues no quería llamar la atención de nadie haciendo movimientos súbitos, pero ahora se permitió bajar tan rápido que perdió su asidero y se encontró colgando brevemente de una mano antes de poder recuperar la compostura y apoyar de nuevo los pies.

Al ver la ventana del primer piso, vio al primer hombre, el blanco grandullón, de espaldas a Marlon, enfrentándose a otro hombre blanco que al parecer venía subiendo las escaleras desde el sótano. Este segundo hombre era joven, más delgado, con el pelo más largo y barba sin afeitar. Sus rasgos faciales eran difíciles de distinguir, pero por su lenguaje corporal quedó claro que se hallaba en un estado de terror tan avanzado que se había vuelto físicamente incapaz. Se apoyaba contra la pared de la escalera como para conseguir esa pulgada extra de distancia del hombretón que de algún modo fuera a mejorar su situación. Había agachado la cabeza, mirando hacia un lado, y alzaba las manos ante él.

El hombretón le estaba gritando en inglés. Marlon no pudo entender una palabra de lo que decía, debido en parte a la ventana y el ruido ambiental (aunque el tiroteo parecía haber terminado) pero también, comprendió, porque el hombretón tenía un acento raro.

Y también porque el hombretón estaba completamente fuera de sí. Su ira solo parecía aumentar cuanto más gritaba y gesticulaba.

El hombretón hablaba intentando convencerse de algo.

Hablaba para convencerse de hacerle algo terrible al hombre más joven.

Marlon advirtió ahora que en la mano del hombretón había aparecido una pistola.

Cuando estuvo preparado, el hombretón apuntó con su pistola directamente al joven, quien trató de esconderse tras las blancas palmas de sus manos. Hubo tres enormes estampidos. El hombretón hizo una observación despectiva y dejó atrás al joven, que se desplomaba todavía, y continuó bajando el siguiente tramo de escaleras.

Después de unos instantes, el negro bajó tras él.

Con sentimientos encontrados, Olivia Halifax-Lin se había enterado de que Abdalá Jones se había fugado de Mindanao para aparecer en Xiamen. Pues Olivia había dedicado casi un año, y el MI6 había gastado medio millón de libras, en darle una falsa identidad china para que pudiera trabajar infiltrada dentro de las fronteras del Reino Medio. Y desde luego odiaba mucho a Abdalá Jones. Pero cazar a terroristas islámicos no era su trabajo.

Como cualquier foto de la familia Halifax-Lin demostraba, nunca se podía predecir el resultado de lo que solía llamarse mestizaje. Olivia tenía dos hermanos. El mayor parecía galés para los galeses, pero en un viaje a Portugal lo tomaron por portugués, y cuando fue a Alemania, los turcos se le acercaban por la calle y lo saludaban en turco. La hermana menor tenía rasgos mestizos clásicos. Olivia, por otro lado, podía caminar por cualquier calle de China sin llamar la atención. En una ciudad pequeña podía ser etiquetada como
waidiren
, pero en una ciudad grande nunca seria identificada como
waiguoren
.

Su padre era economista, nacido y criado en Pekín, pero fue enviado a Hong Kong poco antes de cumplir los veinte años y finalmente consiguió un puesto académico en Londres, donde se había casado con la madre de Olivia, logoterapeuta. Los niños habían crecido hablando inglés y mandarín indistintamente. Olivia había estudiado historia de Asia Oriental en Oxford. Se consideraba aconsejable escoger al menos un idioma que no supieras ya, y por eso estudió un par de años de ruso.

Prefiriendo relacionarse con gente más internacional, se pasó mucho tiempo en el bar de estudiantes de St. Antony’s College, y fue allí donde fue abordada por un miembro del claustro que sugirió de forma sesgada y amable, casi subliminal, que (ejem) el MI6 conocía su existencia. Aunque se sintió halagada, ella rechazó la propuesta (suponiendo que hubiera sido eso), mencionando que tenía planes para hacer un máster en relaciones internacionales en la Universidad de Columbia Británica, con un ojo puesto en volver a St. Antony’s para hacer el doctorado.

A estas alturas, el profesor la invitó a una copa. Después de dejar pasar unos minutos, hizo una sugerencia algo extraña. La comunidad china de Vancouver era enorme: una ciudad dentro de una ciudad, tan populosa que la aparición de una persona desconocida de aspecto chino y que actuara como tal en unos almacenes o un edificio de apartamentos no causaría ningún recelo. El recuerdo que Olivia tenía de la conversación era un poco neblinoso (era una bebedora pésima), pero estaba segura de que él había usado la expresión «espiar Disneylandia». Y cuando ella pidió una explicación, recalcó que una chica como Olivia podía ir a un sitio como la Chinatown de Vancouver y tratar de pasar por china y ver si alguien detectaba el subterfugio. Eso le proporcionaría un avance de cómo sería trabajar como agente encubierto en China, pero sería de hecho tan seguro, y tan falso, como Disneylandia.

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