Qualinost (35 page)

Read Qualinost Online

Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

BOOK: Qualinost
5.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Que no estoy seguro de que pronunciara ninguno —respondió Miral con una sonrisa torcida. Le entregó al semielfo un paquete de hierbas y le dijo que preparara con ellas una infusión cada hora y se la administrara a Flint, aunque para ello tuviera que atar al paciente a la cama.

—Si pone muchos inconvenientes, mézclalo con cerveza —aconsejó el mago a Tanis en voz baja, cuando llegaron junto a la puerta.

—¡Juro que pondré toda clase de inconvenientes! —gritó desde la cama el enano, donde tía Ailea trataba sin éxito de convencerlo para que se durmiera.

Sin más, Miral salió del taller.

Tía Ailea intentó adormecer a Flint con una canción de cuna que, según ella, funcionaba a las mil maravillas con los pequeños que cuidaba. Él pareció no saber cómo tomar aquella sugestión, pero escuchó la cálida voz de la partera mientras entonaba la antigua canción sin interrumpirla.

—Ea, ea, pequeño elfo. Duerme en las estrellas hasta que llegue el día, pequeño elfo. Recorre todos los bosques, vuela entre los árboles, y después regresa a casa sonriente cuando llegue la mañana, pequeñin.

»
Es una canción muy antigua. Mi madre me la cantaba —explicó Ailea al terminar la nana. Entonces miró a Tanis, que estaba examinando la trampa que había lanzado las dagas—. Y os la canté a ti y a tu madre pocos minutos después de que hubieras nacido, Tanthalas.

—Apuesto a que entonces me gustó tanto como me ha gustado ahora —dijo el semielfo sonriendo.

—Zalamero. No te será difícil encontrar una hermosa joven elfa que se case contigo con ese pico de oro —comentó la anciana.

Tanis, sonrojado hasta las orejas, simuló tener toda la atención puesta en la trampa que examinaba. La desarmó con gran cuidado y empezó a desmantelarla para estudiarla con más detenimiento.

—Quienquiera que la pusiera sabía lo que se hacía, Flint —dijo Tanis—. Es compleja y estaba perfectamente apuntada. Por suerte, el mecanismo se atascó en la segunda daga; ése es el motivo de que se disparara sólo una al principio. Después, la tensión hizo saltar el mecanismo de la otra con unos segundos de retraso.

Tanis había eludido los ojos de la anciana mientras hablaba con Flint y tampoco ahora la miró al preguntar con un tono cuidadosamente inexpresivo:

—¿Y si fuera una joven humana la que encontrara, tía Ailea?

Una sombra oscureció momentáneamente los rasgos de la anciana mientras arropaba hasta la barbilla al enano.

—Ello sólo te traería dolor, Tanthalas —repuso—. Los humanos son débiles y, aun en el caso de que hallaras entre ellos a alguien a quien amar, es horrible verlos envejecer en tanto que tú te mantienes joven. Sólo un amor inmenso podría superar esa circunstancia. —Su voz sonaba abatida.

Tanis alzó la vista de la trampa. Sus ojos se encontraron y hubo un destello de comprensión entre los dos mestizos.

—Trata de recordarlo, Tanthalas —agregó con tristeza Ailea.

—Lo intentaré —respondió él con la voz algo estrangulada.

—¡Eh! ¿No es ya la hora de que me tome mi cerveza? —rezongó Flint.

Tía Ailea se sacudió la tristeza y rompió a reír a la vez que palmeaba el hombro sano del enano.

—Qué bien me caes, maestro Fireforge. —Con renovadas energías, la anciana se dirigió hacia la mesa donde Tanis había dejado el paquete de hierbas.

—Hay un balde de cerveza metido en el manantial del patio —indicó Flint con ánimo colaborador.

Tras reflexionar un instante, Ailea decidió que un poco de cerveza ayudaría al enano a dormir, y, sobre todo, lo mantendría tranquilo. En consecuencia, sacó el recipiente casi vacío del manantial y echó en una jarra la cerveza restante.

Cuando abrió el paquete de hierbas, una expresión consternada ensombreció sus finas facciones que de inmediato ocultó bajo su habitual actitud amable.

—Flint, ¿te preparó Miral alguna infusión con estas hierbas? —preguntó, como sin darle importancia.

—Sí. Con un poco de agua. Tenía un sabor horrible. Estoy seguro de que sabrá mucho mejor con un poco de cerveza. —Esbozó una sonrisa sugestiva—. Con montones de cerveza.

Tía Ailea guardó silencio mientras examinaba las hierbas; después envolvió de nuevo el paquete y se lo guardó en un bolsillo de la capa que había dejado sobre el banco al entrar en el taller. Sin que lo advirtieran Flint ni Tanis, sacó de otro bolsillo una bolsita de tela atada con una tira de cuero y separó la medida de una cuchara del polvo que contenía. A continuación, mientras Tanis comprobaba que no había más trampas en la casa, Ailea mezcló el polvo con la cerveza y se lo dio a beber al enano. Flint se lo tomó de un solo trago.

Fuera lo que fuera, no le sentó bien. Flint cayó en un profundo sopor, pero a poco se despertó para vomitar en un cubo vacío que Ailea había dejado junto al lecho. Luego la cabeza del enano cayó hacia atrás y volvió a quedarse dormido; la barba entrecana subía y bajaba con la rítmica y profunda respiración.

Tanis se unió a Ailea al lado de la cama de Flint. La menuda elfa miraba al enano con un esbozo de sonrisa que apenas disimulaba el agotamiento.

—¿Se pondrá bien? —susurró Tanis.

—Sí, mis hierbas lo curarán. Al menos, funcionan con las madres lactantes... —Al ver la expresión desconcertada del semielfo, le palmeó el brazo—. Sólo estaba bromeando, Tanthalas. No te preocupes. Se repondrá.

—¿Quieres que te acompañe a casa? —preguntó Tanis—. Me quedaré con él toda la noche. Si me dejas las hierbas de Miral, me encargaré de administrárselas.

Tía Ailea levantó la cabeza con brusquedad y dirigió una intensa mirada al semielfo.

—No conviene que esté solo esta noche. Me quedaré y así podremos turnarnos en la vigilia —dijo la anciana.

___

23

Rescate

Había vuelto al sueño. Las ásperas manos agarraron a Miral y, justo en el momento en que las mandíbulas del tylor se cerraban con un chasquido en el interior de la hendidura, unos brazos poderosos tiraron del niño hacia atrás.

—Vaya, sí que estar metido en un buen aprieto, pequeño elfo —dijo una voz profunda.

Miral, con los ojos empañados por las lágrimas, alzó la cabeza y trató de distinguir algo a través del resplandor de la cueva; esta parte de la caverna parecía estar peor iluminada que los túneles por los que había caminado. Contuvo un sollozo e intentó enfocar a su rescatador.

El pequeño vio que se trataba de un hombre, ¡pero que hombre! Los músculos se le marcaban en el torso, amplio como un barril. Sus hombros eran anchos y sobre ellos caía una mata de pelo blanco y rizado que le crecía no sólo en la cabeza, sino también en la cara. Cuando el hombre bajó la vista hacia él, Miral se encontró con unos ojos violeta en los que brillaba una expresión amable.

—Tú ser demasiado joven para andar por ahí sin madre tuya, muchachito —declaró el hombre.

En ese instante, Miral reparó en el golpeteo de unos cascos sobre la húmeda roca del suelo. El hombre, con el niño en sus brazos, llegó a una bifurcación del túnel y giró a la derecha sin detenerse. ¿Pero cómo había dirigido al caballo para que tomara esta dirección?, se preguntó el pequeño Miral, mientras miraba hacia abajo.

¡El hombre era un caballo! O el caballo era un hombre; Miral no estaba seguro. Alzó de nuevo la vista, con una sonrisa de deleite.

—¡Eres un centauro! —exclamó.

—Por supuesto —respondió el ser, acunando al pequeño en sus fuertes brazos.

El centauro debía de medir más de dos metros desde los cascos hasta lo alto de su aristocrática cabeza. Avanzaba con movimientos gráciles sobre la piedra húmeda del suelo, con la larga cola flotando tras él. En torno a los hombros de la parte equina del ser, llevaba colgada una bolsa de cuero. Miral alargó las pequeñas manos para investigar la bolsa, pero el centauro sujetó al pequeño para que no la alcanzara.

—Ser niño curioso, ¿eh? —murmuró con su voz de bajo—. Sin duda por eso llegar tan profundo en cavernas.

—Alguien me llamaba —explicó Miral, deseando más que nada gustarle a esta criatura—. Desde el túnel.

Los ojos violeta del centauro se abrieron de par en par y aflojó un poco el paso; después aceleró otra vez.

—¿Escuchar tú la Voz? En verdad, haber gran magia en tu alma, pequeño elfo. Ser pocos los que oír la llamada de la Gema Gris.

Giró en otras dos bifurcaciones. Pronto, el pequeño no tenía idea de dónde había estado ni dónde se encontraba ahora. El centauro siguió hablando para tranquilizar al pequeño.

—Tener calor, niño. Tu madre deber darte poción para fiebre. Llevar a ti directamente a casa.

Miral, mecido por el rítmico paso del centauro, empezaba a sentir sueño.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó adormilado.

—Ah, la Gema Gris tener gran tesoro, sí —respondió el centauro—. Y, en verdad, la maldita piedra hacer a mí gran mal en el pasado y yo jurar venganza. Y eso es todo cuanto pequeño elfo necesitar saber.

El centauro retomó un trote rítmico y poco después el niño se había quedado dormido en sus brazos. En un par de ocasiones Miral despertó; una vez cuando sintió que el soplo del aire le agitaba el cabello, y comprendió que avanzaban en medio de una noche sin luna por algún lugar ya fuera de las cavernas; otra vez cuando oyó el trapaleo de los cascos del centauro en los mosaicos de las calles de Qualinost.

Por fin llegaron a palacio. Miral se despertó lo bastante para ver que rodeaban el edificio hasta la zona posterior, cruzaban la cancela de los jardines —«
¿por qué no alzaban la vista los guardias?»,
se preguntó—, y a continuación entraban en el patio. Unas manos inmensas lo tumbaron sobre el césped y lo cubrieron con una tela.

—Dormir ahora, pequeño elfo —murmuró el centauro—. Por la mañana no recordar nada de esto.

Tras dar una suave palmadita en el hombro de niño, el centauro giró sobre los cuartos traseros y, en silencio, desapareció en medio de la noche.

24

Otra muerte

Durante las siguientes cuarenta y ocho horas, Tanis y Ailea se turnaron junto al lecho del enano. Flint se cansó de repetirles que no se molestaran por él.

—¡Ya tenéis bastantes preocupaciones para también tener que ocuparos de cuidar a un enano lisiado! —rezongaba Flint, pero sus palabras no surtían el menor efecto en sus custodios.

Solostaran hizo una visita al enano y pareció quedarse tranquilo al ver la actitud malhumorada de su amigo. Miral pasó dos veces por el taller para comprobar cómo se encontraba.

La tarde del segundo día, se hizo evidente que Flint estaba recobrando fuerzas, y, a juzgar por los cada vez más escasos juramentos que barbotaba cuando se movía, el dolor empezaba a remitir. Con todo, tía Ailea se empeñó en no dejar solo al enano, y permaneció con Flint mientras Tanis iba a palacio para cambiarse de ropas.

No obstante, permitió que Flint trabajara en el medallón del
Kentommen
de Porthios, aunque sin levantarse de la cama.

—Después de todo, la ceremonia da comienzo mañana —dijo la partera mientras enrollaba una tira de lino para cambiar el vendaje al enano.

—¿Mañana? —bramó Flint, a la vez que se bajaba de la cama de un brinco. Al punto se llevó la mano al hombro herido con un gesto de dolor—. ¡Creí que quedaban otros tres días!

Ailea lo frenó antes de que llegara a la puerta —si bien no estaba claro qué pretendía con salir corriendo por las calles de Qualinost sin llevar siquiera puesta una camisa y lo condujo de nuevo hacia el lecho. Sus ojos avellana brillaban divertidos.

—Cálmate —lo tranquilizó—. Aún tienes tres días para terminarlo.

Le explicó las complejidades de la ceremonia mientras cambiaba el vendaje.

—La palabra
«Kentommen», o
«mayoría de edad», hace referencia a la última de las cuatro etapas de que consta la ceremonia —comenzó, retirando entretanto el vendaje con cuidado—. Es la parte más llamativa, la que querría presenciar mucha gente. No obstante, la mayoría de los elfos denomina al conjunto de ceremonias de los tres días como el
Kentommen.

»
La primera parte es el
Kaltatha, o
«el Retiro» —explicó la partera, en tanto que limpiaba con suavidad la herida—. Esa parte comienza mañana por la mañana. En el
Kaltatha,
el joven (que puede ser varón o hembra, siempre y cuando se trate de un miembro de la nobleza) es conducido por sus padres hasta la Arboleda.

La anciana se refería al bosque situado en el centro de la ciudad. Aclaró en una palangana de agua limpia el lienzo de algodón con el que limpiaba la herida antes de proseguir.

—Cuando la posición social del joven sometido al
Kaltatha
es tan importante como la de Porthios, la mayoría de los elfos corrientes aprovechan esta ocasión como excusa para desfilar por las calles luciendo sus mejores atuendos y joyas. Bailan y cantan canciones tan antiguas como la propia ceremonia. Por eso se han hecho tantos estandartes de colores, para señalar la ruta que va de palacio a la Arboleda.

—Me gustaría verlo —dijo Flint.

Tía Ailea examinó de manera concienzuda la zona del hombro donde la daga se había clavado.

—Creo que mañana estarás en condiciones de recorrer la ruta del desfile, si te apetece.

Limpió otra vez la herida y después vació la palangana en el patio trasero de la casa.

—¿Qué hará Porthios en la Arboleda? —le preguntó Flint cuando regresó al taller.

—El Orador conducirá a su hijo hasta el centro del bosque y a continuación le dará la espalda de un modo ceremonial y se marchará. Porthios permanecerá en la Arboleda durante tres días, a solas, sin comer nada y bebiendo sólo el agua del manantial que hay en el centro del bosque. Nadie puede entrar a la Arboleda, y él tiene prohibido abandonarla antes de tiempo.

Tal como lo cuentas, da la impresión de que deberían apostar guardias —comentó el enano, que procuraba no mostrarse complacido con los atentos cuidados de la anciana.

—Oh, es justo lo que hacen —confirmó Ailea—. Los nobles elfos se relevan en la guardia, portando sus espadas ceremoniales, como la que trajo Tyresian para que la arreglaras.

—¿Es necesaria tal vigilancia? —inquirió Flint.

—Probablemente, no —admitió la anciana—. Fracasar en el
Kaltatha, o
en cualquier otra etapa del
Kentommen,
significa que el elfo en cuestión será considerado siempre como un niño, por muchos que sean los años que viva. Flint se quedo impresionado.

Other books

A Lesson in Passion by Jennifer Connors
Guilty Bastard (Grim Bastards MC #3) by Shelley Springfield, Emily Minton
Forever Sheltered by Deanna Roy
Lisette's List by Susan Vreeland
A Theft: My Con Man by Hanif Kureishi