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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Qualinost (27 page)

BOOK: Qualinost
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—No lo sé, Orador —respondió el joven con sinceridad.

—Pero tú, mejor que nadie, deberías saberlo, Tanis. —La voz de Solostaran había adoptado un tono cortante—. De mis tres hijos, es con la que has tenido más confianza y amistad. Y ahora descubro que quizá estabais más unidos de lo que imaginaba. —Sus ojos verdes centellearon.

—No, no es lo que piensas, Orador —protestó Tanis, con el corazón latiéndole desbocado—. Fue sólo un juego de chiquillos. Algo que ocurrió hace mucho tiempo. Nada más.

—¿Un juego? —repitió el Orador. Su voz era tranquila pero había en ella una dureza que heló la sangre del semielfo—. Éste es un asunto muy serio, Tanthalas. —Avanzó hacia el joven, en medio de un siseo de sedas—. La integridad de nuestra casa, la armonía de la corte, la misma paz sobre la que se funda y sostiene este reino, está en juego. ¡No es momento para chiquilladas!

Tanis, con las mejillas ardiendo, sacudió la cabeza. Intentó decir algo, cualquier cosa, pero fue incapaz de articular una sola palabra.

—Primero, Laurana se atreve a desafiarme ante toda la corte, ni más ni menos —continuó Solostaran—. Confío en que hayas aprendido algo de ello, que te hayas dado cuenta de las consecuencias que acarrea cualquier cosa que hagas. Siempre te he querido, y creía que tú me respetabas. Pero, cuando me he enterado de que, apenas unas horas después del escándalo, estabas otra vez con ella en el patio, que ella te echó los brazos al cuello y te besó como a un..., como... —Le falló la voz, pero al punto recobró el dominio de sí mismo. Sus ojos centellearon y su voz sonó dura—. Es un juego equívoco el que te traes con mi hija, Tanthalas. Eres un miembro de esta corte, y debes respetar sus decretos. Eres mi protegido. Eres su hermano.

La ira que embargaba al Orador le había desorbitado los ojos y su semblante estaba demacrado. Los hombros se le hundieron y se agarró al borde del escritorio como si buscara apoyo para no caer.

—Discúlpame, Tanis —susurró.

El joven lo ayudó a llegar hasta el sillón.

—He vivido horas de tensión durante los últimos días y los acontecimientos de ayer han sido la gota que ha colmado el vaso —explicó el Orador. Señaló un recipiente de cristal que contenía vino, y Tanis sirvió una copa y se la entregó—. Desde ayer, los cortesanos se me han echado encima, como una jauría lanzando dentelladas a los costados del ciervo acosado. ¿Qué podía decirles? ¿Que mi protegido se casaría con la muchacha que todos consideraban su hermana..., al menos en nombre, ya que no en sangre? ¿Que rompería mi promesa? —Sacudió la cabeza—. Trata de comprenderlo. No es contigo con quien estoy enfadado. Es con la corte y sus estrechas miras sobre ti, sobre tu ascendencia.

Tanis suspiró. Ansiaba desesperadamente creer al Orador, y, a decir verdad, la antigua afectividad irradiaba de nuevo de su padre adoptivo.

—Te he dicho la verdad —susurró—. Quiero a Laurana, desde luego, pero como a una hermana. Ahora ya no sé qué hacer o cómo actuar con ella. —Como si se le acabara de ocurrir, agregó:— Cuando quiere, Laurana puede ser muy testaruda.

Sus últimas palabras casi hicieron reír al Orador. Por fin, una leve sonrisa bailó en sus labios.

—Ay, debí haberlo imaginado, de veras. Su compañero de juegos de la infancia se ha convertido en un joven caballero elfo muy apuesto. No es de extrañar que se sienta atraída por ti, puesto que, aunque se os educó como si fueseis hermanos, sabe que no es verdad.

Tanis guardó silencio, sin saber qué decir. Pero, al parecer, la entrevista había terminado. Unos instantes más tarde, se encontraba de nuevo en el corredor, solo.

17

La caza

Tanis contempló la salida del sol desde la Sala del Cielo. Los pálidos rayos brillaban como cobre en la Torre del Sol y relucían como fuego en el cristal y el mármol de los edificios de la ciudad. Al alzarse sobre el horizonte, el sol alcanzó un lejano banco de nubes bajas, y en cuestión de minutos tornó su color gris opaco en un abanico de ardientes tonalidades carmesíes. Las nubes parecían más densas que la tarde anterior. Tanis regresó a palacio y se encaminó a los establos donde guardaba a
Belthar,
su corcel castaño.

Los nobles de Qualinost ya estaban reunidos frente al edificio de los establos. Tyresian, vestido con pantalones de cuero negro y peto de acero, gritaba órdenes a Ulthen desde lo alto de su semental bayo,
Primordan.
Miral estaba recostado contra la pared de las cuadras; llevaba colgado del cinturón varios saquillos de tela que sin duda contenían los ingredientes para hechizos. Había cambiado su habitual túnica larga por otra que le llegaba a las rodillas y que iba abierta por los costados, más adecuada para montar a caballo. Unos cuantos nobles, cuyos nombres no recordaba Tanis, formaban un corrillo a la izquierda de la puerta del establo y charlaban con animación. Cerca de ellos, Litanas ensillaba la montura del mago, un caballo castrado. Porthios se mantenía apartado de los demás, observándolo todo pero sin decir una palabra. Su hermano, Gilthanas, ataviado con su uniforme de la guardia, imitaba su actitud, lo que al parecer causaba desasosiego en Porthios. Tanis saludó a sus primos con un gesto mientras entraba en las cuadras en busca de su montura. Poco después, cuando sacaba el corcel por las riendas hacia el patio adoquinado de los establos, vio a Xenoth acercándose desde el palacio, y a Flint, a lomos de
Pies Ligeros,
que se aproximaba por el sur, con la espada del semielfo rebotando contra el costado y su hacha de batalla colgada del otro flanco de la mula.

—Vaya, qué pareja más notable: un enano sobre una mula, y un elfo tan viejo que sin duda conoció a Kith-Kanan —gritó Ulthen a Gilthanas, que, tras echar una fugaz mirada a su hermano, contuvo la sonrisa.

Porthios parecía enfadado. Tanis se detuvo junto al heredero del Orador, sujetando por las riendas a
Belthar y
esperando que Flint se acercara y le entregara su espada.

Lord Xenoth llegó primero a los establos; sus habituales ropajes largos, cuyo color hacía juego con las nubes tormentosas que se cernían en lo alto, ondeaban en torno a las delgadas piernas. Preguntó a Tyresian dónde podía coger prestado un caballo; por lo visto, el viejo consejero no tenía montura de su propiedad.

—¡Por los dioses, Xenoth tendrá que montar estilo amazona con esos ropajes! —musitó Porthios a Gilthanas y al semielfo—. Incluso Laurana monta a horcajadas. Ve a echarle una mano, Tanis. Que coja a
Efigie,
la yegua.

Tanis entregó las riendas de su caballo a Gilthanas y fue a ayudar a lord Xenoth. A pesar de los problemas de los últimos días, y aun sabiendo que el grupo de voluntarios iba en busca de una peligrosa bestia que ya había matado a varios elfos, estaba contento de formar parte de la partida de caza. El semielfo sintió un hormigueo de excitación que le recorría el cuerpo. Nunca lo habían invitado a cabalgar junto a Tyresian o Porthios en una de las cacerías de ciervos que organizaba el aristócrata —era una diversión reservada para los elfos de más rancio abolengo—, pero en esta ocasión Tyresian no podía impedir que los acompañara. Tanis cerró los ojos e imaginó las verdes ramas de los árboles pasando fugaces a su lado mientras galopaba en su montura por los senderos del bosque. Iba a ser algo fantástico.

En la penumbra del establo, Xenoth se asomaba cuadra tras cuadra, buscando, al parecer, un animal adecuado para él; o, tal vez, adecuado para el jinete que habría sido décadas atrás, quién sabe. Tanis se dirigió hacia la cuadra de
Efigie y
la llamó por su nombre; la cabeza de una vieja yegua pinta se asomó por encima de la media puerta de cuadra. Era un animal tranquilo y cariñoso, y lanzó un suave relincho como respuesta a la llamada. Tanis y ella habían sido amigos durante años, y el animal enderezó las orejas mientras miraba los bolsillos del semielfo en busca de manzanas o cualquier otra golosina. El joven sacó una zanahoria de la túnica, la partió en dos, y se la ofreció a la yegua sobre la palma de la mano. La observó mientras cogía un trozo de la golosina con el elástico belfo, masticaba deprisa, y olisqueaba en busca de la otra mitad.

—Lo siento, preciosa. Este trozo es para
Belthar —
dijo Tanis. Luego alzó la voz—. Lord Xenoth, aquí está tu montura.

Al otro extremo del establo, el consejero se detuvo ante la cuadra de
Pacto,
un inmenso caballo de guerra que incluso Tyresian dominaba a duras penas. Xenoth sacudió la cabeza y señaló al animal.

—Montaré en éste —declaró—. Ensíllamelo.

Pacto
se abalanzó sobre la puerta de la cuadra y estuvo a punto de enganchar con los dientes la marchita mano del elfo. Xenoth retrocedió dando un grito. Tanis sacudió la cabeza y sacó a
Efigie
de su cuadra; un caballerizo se apresuró a preparar a la yegua.

—Lleva a
Efigie —
insistió Tanis—. Es un buen animal, tranquilo y sin dobleces.

La rabia hizo enrojecer a Xenoth.

—¿Acaso insinúas que soy incapaz de dominar a este caballo? —inquirió. El consejero gesticuló otra vez, y
Pacto
se encabritó y trató de romper el bocado que el consejero agitaba frente a él. Tanis suspiró y se adelantó unos pasos.

—No. Lo que digo es que ni siquiera Kith-Kanan podría dominarlo.

El semielfo oyó pasos a su espalda y supuso que la voz irritada del consejero había atraído a alguien más. Los ojos del anciano parecían a punto de salirse de las órbitas.

—En mi juventud fui un excelente jinete, semielfo. —La voz le temblaba de ira.

—Estoy seguro de ello, lord Xenoth. —Tanis intentó mantener un tono sosegado con la esperanza de que así tranquilizaría tanto al asustado caballo como al histérico elfo—. Pero ahora ni siquiera tienes tu propia montura y ya hace tiempo que no cabalgas. ¿Por qué no empezar con un animal más... fácil?

Oyó un resoplido desdeñoso tras él; notó que el vello de la nuca se le erizaba al comprender que eran varios los que presenciaban la escena. Con el propósito de acabar cuanto antes con esta absurda situación, posó una manó en el brazo del consejero.

—¡Suéltame! —chilló Xenoth—. ¡No quiero que me manosee un...
bastardo semielfo!

Algunos de los presentes dieron un respingó y otros rompieron a reír. Tanis sintió una punzada en el pechó. Apretó los puños y dio un pasó hacia el consejero, cuyos ojos se abrieron por el temor. Detrás de Xenoth, Pacto enseñó otra vez los dientes.

—Tanis. Lord Xenoth. —Las palabras fueron pronunciadas con un tono autoritario que no admitía discusión. Tanis se dio media vuelta. Era Porthios—. Tanis, ve afuera y monta en tu caballo. Xenoth, cabalgarás en
Efigie ó
no nos acompañarás en esta expedición.

Porthios estaba erguido, como un dios vengativo, con su atuendo de caza verde y oró que recordaba la túnica oficial del Orador. La cólera brillaba en sus ojos. Los otros cortesanos retrocedieron, con una leve expresión avergonzada. Porthios aguardó hasta que el consejero se movió de la cuadra de Pacto hasta dónde se encontraba
Efigie,
ya ensillada y lista para montar. Tanis se abrió pasó entre Ulthen y Miral y se dirigió a la puerta de los establos. La voz de Porthios lo detuvo.

—Tanis, lo siento —dijo el heredero del Orador.

El semielfo esperó, sin saber si Porthios iba a añadir algo más. Luego, se encogió de hombros y fue hacia dónde aguardaba
Belthar.

* * *

Media hora más tarde, el grupo de voluntarios estaba listo. Xenoth montaba
Efigie
a horcajadas; se había recogido los largos vuelos de su vestimenta de manera que quedaban a la vista sus delgadas piernas enfundadas en unas polainas negras. El consejero, que a decir verdad demostraba ser un jinete aceptable, se mantenía cerca de la retaguardia del grupo. Tyresian, Porthios y Gilthanas se pusieron a la cabeza.

El brioso corcel de Tanis piafaba impaciente en el suelo adoquinado del patio en tanto que resoplaba arrojando nubecillas de vapor por los ollares en contraste con el frío aire de la madrugada.

—¿Seguro que no prefieres montar un caballo, Flint? —preguntó el semielfo, de pie juntó a su corcel.

—Sabes muy bien que no puedo hacerlo —replicó el iracundo enano, cuyo semblante estaba demacrado y cansado por haber dormido apenas tres horas—. Los caballos me dan mie... alergia.

Para dar más énfasis a sus palabras, Flint soltó un estornudo y después se sonó la nariz en un pañuelo, con un sonido que recordaba el toque desafinado de una trompeta. Como respuesta, la montura de Tanis relinchó.

—¡Vaya! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? —saltó furioso el enano, a la vez que miraba desafiante a
Belthar.
El corcel puso los ojos en blanco, y echó las orejas atrás mientras tiraba del bocado.

—Vosotros dos, ya está bien —intervino Tanis, en tanto propinaba un tirón a las riendas.

El caballo resopló otra vez, como diciendo que no tenía interés alguno en comprender las peculiaridades de un enano. Tanis compartía la opinión de su montura.

El semielfo observó a los otros cortesanos y jóvenes nobles montados en sus corceles, pero ninguno parecía estar interesado en él. Lo más probable es que hubiesen interpretado su discusión con Xenoth como una muestra mas de su irritable temperamento humanó, aunque en opinión de Tanis, el consejero tampoco había actuado con la flema habitual de un elfo.

En cualquier casó, Tanis se sentía muy animado. Al fin se le presentaba la oportunidad de cabalgar juntó a los demás, a despechó de los acontecimientos de los últimos días...

Recorrió con la mirada el grupo de jinetes. Tyresian, erguido y orgulloso sobre su montura, sujetaba las riendas con manó firme. Porthios se encontraba al lado del noble, sobre su corcel gris, y Gilthanas esperaba detrás de los dos, subido a un caballo de bonita estampa, un animal de finas patas y elegante cabeza.

Entonces el toque claro y musical de una trompeta resonó en el fresco aire del amanecer, y Tanis montó en su caballo y lo condujo hasta situarse cerca del grupo. La mirada de Tyresian se posó un instante sobre él, pero su expresión era indiferente; acto seguido, el noble dirigió de nuevo la atención a sus compañeros.

Tanis inspeccionó las flechas de la aljaba que colgaba de la silla, cerca de su rodilla; anoche, tras separarse de Flint, había pasado una hora colocando en los astiles las puntas de acero que el enano le había regalado. Tal vez el duro metal era lo más indicado para la piel escamosa de un tylor. A continuación, enfundó la espada que le había entregado Flint en la vaina colgada a su costado. Le resultaba algo incómoda... Una espada corta, o incluso una daga larga, eran armas más adecuadas para rematar, pongamos por caso, a un ciervo al que antes se ha abatido con una flecha. Pero hoy iban a la caza de un sanguinario reptil más grande que varios elfos juntos. ¿Quién sabe cuál sería el arma que les daría mejor resultado a los cazadores?

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