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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

Petirrojo (56 page)

BOOK: Petirrojo
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Capítulo 98

HOSPITAL DEL SECTOR NORTE, LENINGRADO

17 de Enero de 1944

«La granada de mano que lanzaron desde el avión ruso chocó contra el casco de Dale, cayó al suelo y quedó sobre el hielo dando vueltas y chisporroteando mientras nosotros intentábamos escapar a su alcance. Yo era el que más cerca me encontraba y estaba convencido de que íbamos a morir los tres: Mosken, Dale y yo. Es extraño, pero mi último pensamiento fue que el que yo acabase de salvar a Edvard Mosken de morir por un disparo del desgraciado de Hallgrim Dale era una ironía del destino, y que lo único que había conseguido era prolongar en dos minutos exactamente la vida de nuestro jefe de pelotón. Pero, por suerte, las granadas de mano que fabrican los rusos son de pésima calidad y los tres salimos de aquélla con vida. Aunque a mí me hirió en el pie y los restos de la granada atravesaron el casco y se me incrustaron en la frente.

Por una curiosa coincidencia, fui a parar a la sala de la enfermera Signe Alsaker, la prometida de Daniel. Al principio no me reconoció, pero por la tarde se me acercó y se puso a hablar conmigo en noruego. Es muy hermosa y soy consciente de que me gustaría que fuese mi prometida.

Olaf Lindvig también está ingresado aquí y en la misma sala. Tenía el abrigo blanco colgado de un gancho junto a su cama.

No sé por qué. Tal vez para que pueda volver directamente a sus obligaciones en cuanto se haya recuperado de su herida. Necesitamos hombres como él, ya oigo acercarse el fuego de la artillería rusa. Creo que una noche tuvo una pesadilla, porque gritaba en sueños y entonces vino Signe. Le puso una inyección, tal vez de morfina. Cuando Olaf volvió a dormirse, vi que le acariciaba el cabello. Estaba tan hermosa que sentí deseos de gritarle que se acercase a mi cama y de explicarle quién era yo, pero no quise asustarla.

Hoy me han comunicado que tendrán que enviarme al oeste, porque no llegan las medicinas. Nadie me lo advirtió, pero me duele el pie, los rusos se acercan y sé que es la única salvación posible.»

Capítulo 99

WIENERWALD

29 de Mayo de 1944

«En mi vida he conocido a una mujer más hermosa e inteligente. ¿Puede uno amar a dos mujeres a la vez? ¡Sí, claro que es posible!

Gudbrand ha cambiado. Por eso he adoptado el apodo de Daniel: Urías. A Helena le gusta más, dice que Gudbrand es un nombre raro.

Cuando los demás se han dormido, me dedico a escribir poemas, aunque no soy muy bueno. El corazón se me desboca tan pronto como ella asoma por la puerta, pero Daniel dice que, para conquistar el corazón de una mujer, hay que conservar una calma casi fría, porque es como cazar moscas. Hay que mantenerse completamente inmóvil y, preferentemente, mirar hacia otro lado. Y cuando la mosca empieza a confiar en ti, cuando se atreve a aterrizar sobre la mesa, delante de ti, se acerca y, por fin, casi te incita a intentar atraparla, entonces es el momento de dar el golpe, como un relámpago. Con decisión y seguridad en la propia convicción. Lo último es lo más importante. Pues no es la velocidad, sino la convicción lo que atrapa a la mosca. Tienes un único intento; y es importante tener el terreno preparado. Eso es lo que dice Daniel.»

Capítulo 100

VIENA

29 de Junio de 1944

«Dormía como un niño cuando me vi arrancado del regazo de mi amada Helena. Fuera, los bombardeos habían finalizado hacía ya rato, pero era medianoche y las calles estaban completamente desiertas. Encontré el coche donde lo habíamos aparcado, junto al restaurante Drei Husaren. La ventana trasera estaba rota y una de las piedras del muro había abierto una gran abolladura en el techo, pero, salvo este percance, el coche estaba, por suerte, intacto. Volví al hospital conduciendo tan rápido como pude.

Sabía que era demasiado tarde para hacer algo por Helena y por mí, sólo éramos dos personas atrapadas en un torbellino de sucesos que no podíamos controlar. Su apego a la familia la sentenciaba a casarse con aquel médico, Christopher Brockhard, ese ser corrupto que, en su infinito egocentrismo (¡que él llamaba amor!), mancillaba la auténtica naturaleza del amor. ¿No veía que el amor que lo movía era exactamente lo contrario del amor que la movía a ella? Así que yo tenía que sacrificar mi sueño de compartir la vida con Helena, para así darle una existencia, si no feliz, al menos decente, libre de la humillación a la que quería obligarla Brockhard.

Las ideas cruzaban mi mente igual que yo atravesaba la noche por carreteras tan sinuosas como la vida misma. Pero Daniel dirigía mis manos y mis pies.

…descubrió que yo estaba sentado en el borde de su cama y me miraba con expresión incrédula.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó.

—Christopher Brockhard, eres un traidor —le susurré—. Y por ello te condeno a muerte. ¿Estás preparado?

No creo que lo estuviese. La gente nunca está preparada para morir, creen que vivirán por siempre. Espero que alcanzase a ver el chorro de sangre que brotaba hacia el techo, espero que alcanzase a oírla estrellarse contra las sábanas cuando descendió. Pero, ante todo, espero que alcanzase a comprender que estaba muriendo

En el armario encontré un traje, un par de zapatos y una camisa que enrollé a toda prisa y me lleve bajo el brazo. Después, eche a correr hacia el coche, lo puse en marcha.

…seguía durmiendo. Estaba empapado y helado por el chubasco repentino y me acurruque a su lado, bajo las sabanas. Su cuerpo ardía como un horno y, cuando me apreté contra ella, gimió levemente en sueños. Intentaba cubrir con mi piel cada centímetro de la suya, intentaba convencerme de que aquello sería para siempre, intentaba no mirar el reloj. Tan sólo faltaban unas horas para que partiese mi tren. Tan sólo unas horas para que me declarasen un asesino perseguido en toda Austria. No sabían cuando pensaba marcharme ni que ruta iba a seguir, pero sabían adonde iría; y estarían esperándome cuando llegase a Oslo. Intente aferrarme a ella con la fuerza suficiente como para que durase toda una vida.»

Harry oyó el timbre. ¿Sería la primera vez? Encontró el portero automático y le abrió a Weber.

—Después de las retransmisiones deportivas por televisión, esto es lo que más detesto —declaró Weber furioso mientras entraba ruidosamente antes de dejar caer en el suelo una caja de herramientas tan grande como una maleta—. El Diecisiete de Mayo, el día de la embriaguez nacionalista, las calles cortadas te obligan a rodear todo el centro para llegar a cualquier sitio. ¡Dios santo! ¿Por dónde quieres que empiece?

—Seguro que encuentras una huella aceptable en la cafetera que hay en la cocina —sugirió Harry—. He estado hablando con un colega de Viena que se ha puesto manos a la obra y está buscando una huella dactilar de 1944. ¿Te has traído el ordenador y el escáner?

Weber dio una palmadita sobre la caja de herramientas.

—Perfecto. Cuando hayas terminado de escanear las huellas dactilares que encuentres, puedes conectar el ordenador a mi móvil y enviarlas a la dirección de correo electrónico de Fritz, en Viena. Está esperando poder compararlas con las suyas y nos contestará enseguida. Y eso es todo lo que hay que hacer. Yo tengo que leer unos documentos en la sala de estar.

—¿Qué es lo que…?

—Cosas del CNI —atajó Harry—. Ese tipo de cosas que deben leer sólo los que necesitan conocerlas.

—¿Ah, sí?

Weber se mordió el labio y miró inquisitivo a Harry, que le sostuvo la mirada, esperando que completase el comentario.

—¿Sabes lo que te digo, Hole? —dijo al fin—. Está bien que haya alguien que aún se comporte con profesionalidad en este organismo.

Capítulo 101

HAMBURGO

10 de Junio de 1944

«Después de escribirle la carta a Helena, abrí la cantimplora, saqué la documentación enrollada de Sindre Fauke y la sustituí por la carta. Luego, con ayuda de la bayoneta, grabé en la cantimplora el nombre y la dirección de Helena y volví a salir a la oscura noche. Tan pronto como crucé la puerta, sentí el calor. El viento parecía querer arrancarme el uniforme, el cielo que se cernía sobre mí era una bóveda de un sucio amarillo y lo único que se oía por encima del lejano rugir de las llamas era el ruido de cristales al estallar y los gritos de la gente que no tenía ya adonde huir para refugiarse. Así era exactamente como yo me imaginaba el infierno. Ya no caían bombas. Recorrí una calle que no era más que un sendero de asfalto en medio de un espacio abierto lleno de montones de ruinas. Lo único que se mantenía en pie en aquella «calle» era un árbol carbonizado que señalaba al cielo con dedos de bruja. Y una casa en llamas de la que procedían los gritos. Cuando ya estaba tan cerca que el calor me quemaba los pulmones al respirar, di la vuelta y empecé a caminar hacia el puerto. Y fue allí donde la encontré, una pequeña de aterrados ojos negros. Me tiró de la chaqueta del uniforme gritando sin cesar a mi espalda:


Meine Mutter! Meine Mutter!

Seguí caminando, pues nada podía hacer. Había visto el esqueleto de un ser humano en llamas en la última planta, atrapado con una pierna dentro y la otra fuera de la ventana. Pero la pequeña me seguía, gritando desesperada su súplica de que ayudase a su madre. Intenté apretar el paso pero, entonces, ella se aferró a mí con sus brazos infantiles, la pequeña no me soltaba y yo fui arrastrándola hacia el gran mar de llamas. Y así anduvimos caminando, una extraña procesión, dos personas enganchadas camino de la destrucción.

Y lloré, sí, lloré, pero mis lágrimas se evaporaban en cuanto brotaban de mis ojos. No sé quién de nosotros se detuvo y la llevó arriba, pero yo volví, la llevé al dormitorio y la cubrí con mi manta. Después, quité el colchón de la otra cama y me tumbé en el suelo, a su lado.

Nunca supe cómo se llamaba ni qué fue de ella, desapareció durante la noche. Pero me salvó la vida. Porque decidí conservar la esperanza.

Desperté a una ciudad moribunda. Algunos incendios continuaban con toda su fuerza, el puerto estaba totalmente destruido y los barcos que habían llegado con suministros o para evacuar a los heridos se quedaron varados en Asussenalster, sin tener dónde atracar.

Hasta la noche, los hombres no lograron despejar una zona donde los barcos pudiesen cargar y descargar, y hacia allí me dirigí. Fui de barco en barco, hasta encontrar lo que buscaba: uno que partiese hacia Noruega. La embarcación se llamaba
Anna
y llevaba cemento a Trondheim. Ese destino me convenía, puesto que contaba con que no llegaría allí la orden de búsqueda contra mí. El caos había venido a sustituir al habitual orden alemán y los cauces de transmisión de órdenes eran, cuando menos, poco claros. Por otro lado, las dos eses que llevaba en el cuello de mi guerrera eran bastante evidentes, lo que causaba cierta impresión en la gente y no tuve ningún problema para subir al barco y convencer al capitán de que la orden con el destino que le mostré significaba que debía llegar a Oslo por la vía más rápida posible y, en las circunstancias que reinaban, eso era tanto como decir que debía viajar en el
Anna
hasta Trondheim y, de allí, ir en tren a Oslo.

La travesía duró tres días; salí del barco, mostré mis papeles y me indicaron que continuase. Hasta que me encontré en el tren con destino a Oslo. El viaje duró cuatro días en total. Antes de bajar del tren en Oslo, fui a los servicios y me puse el traje que tomé del armario de Christopher Brockhard. Y ya podía decirse que estaba listo para la primera prueba. Subí por la calle Karl Johan. Lloviznaba y hacía calor. Dos muchachas jóvenes venían caminando hacia mí, cogidas del brazo, y rieron en voz alta cuando pasaron a mi lado. El infierno de Hamburgo se me antojaba a años luz de distancia. Mi corazón se alegraba. Había vuelto a mi amado país y me sentía como si hubiese vuelto a nacer.

El recepcíonista del hotel Continental examinó minuciosamente el documento de identidad que le presenté, antes de mirarme por encima de las gafas y declarar:

—Bienvenido al Continental, señor Sindre Fauke.

Y, ya tumbado en la cama de la habitación amarilla del hotel, con la mirada clavada en el techo mientras escuchaba los sonidos de la ciudad que bullía fuera, saboreé nuestro nuevo nombre. Sindre Fauke. Se me hacía raro, pero supe enseguida que podría funcionar, sí, sin duda, podría funcionar.»

Capítulo 102

NORDMARKA

12 de Julio de 1944

«… un hombre llamado Even Juul. Como los demás tipos de la Resistencia, parece haberse tragado mi historia de cabo a rabo. Pero ¿por qué no iban a hacerlo? La verdad, que soy un soldado del frente buscado por asesinato, sería más difícil de digerir que el hecho de que yo sea un desertor del frente oriental llegado a Noruega a través de Suecia. Además, lo han comprobado con sus fuentes en la oficina de reclutamiento, donde les han confirmado que una persona llamada Sindre Fauke ha sido dada por desaparecida, que probablemente se haya unido a los rusos. Los alemanes tienen sus asuntos bajo control.

Hablo un noruego estándar, resultado de mis años de juventud en Norteamérica, supongo, pero nadie reacciona ante el hecho de que me haya deshecho tan pronto del dialecto de Gudbrandsdal, de donde era Sindre Fauke. Soy de un pequeño pueblo noruego pero, aunque me encontrara con alguien a quien haya conocido en mi juventud (¡mi juventud!, ¡Dios mío!, tan sólo hace tres años y me parece toda una vida), estoy convencido de que no me reconocerían, ¡hasta tal punto me siento otra persona!

En cambio, sí temo que, de repente, aparezca alguien que haya conocido al verdadero Sindre Fauke. Por suerte, él procedía de un pueblo si cabe más apartado que el mío, pero claro, tendrá parientes que se supone que pueden identificarlo.

Y éstas eran las cuestiones sobre las que yo me dedicaba a reflexionar, de ahí el desconcierto que sentí cuando me ordenaron que liquidara a uno de mis propios hermanos de Unión Nacional (es decir, a uno de los hermanos de Fauke). Ésa será la prueba de que en verdad he cambiado de bando y que no soy un infiltrado. Daniel y yo estuvimos a punto de romper a reír; es como si la idea se nos hubiese ocurrido a nosotros mismos pues, en efecto, ¡me estaban pidiendo que quitase de en medio a todos aquellos que podían descubrirme! Ya sé que los líderes de estos soldados de pacotilla piensan que el fratricidio es ir demasiado lejos, pues no están habituados a la crueldad de la guerra aquí, en la seguridad de estos bosques. Pero yo he pensado seguir sus órdenes al pie de la letra antes de que cambien de idea. En cuanto anochezca, bajaré al pueblo y cogeré mi arma reglamentaria que, junto con el uniforme, dejé en una caja fuerte de la estación del tren, y tomaré el mismo tren nocturno con el que llegué, pero hacia el norte. Conozco el nombre del pueblo más próximo a la granja de los Fauke, de modo que no tendré más que preguntar cómo llegar hasta allí.»

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