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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

Petirrojo (38 page)

BOOK: Petirrojo
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Al principio se quedó muy sorprendido, cuando al día siguiente llamó a Knut Meirik para preguntarle quién era aquel tipo alto y rubio, pero luego casi se echó a reír, porque resultó que era la misma persona que él había ascendido y colocado en el CNI. Ironías del destino, por supuesto, pero hasta el destino depende, en ciertos casos, del consejero del Real Ministerio de Asuntos Exteriores de Noruega. Cuando Brandhaug colgó el teléfono, ya estaba de mejor humor, se fue silbando por los pasillos para acudir a su próxima reunión y, en menos de setenta segundos, ya estaba en la sala.

Capítulo 61

COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA

27 de Abril de 2000

Harry estaba en la puerta de su viejo despacho observando a un hombre joven y rubio que ocupaba la silla de Ellen. El joven estaba tan concentrado en su ordenador que no se dio cuenta de la presencia de Harry hasta que no lo oyó carraspear.

—¿Así que tú eres Halvorsen? —preguntó Harry.

—Sí —contestó el joven con mirada inquisitiva.

—¿De la comisaría de Steinkjer?

—Correcto.

—Harry Hole. Yo solía sentarme donde tú estás ahora, pero en la silla de al lado.

—Está rota.

Harry sonrió.

—Siempre ha estado rota. Bjarne Møller te pidió que comprobases un par de detalles en relación con el caso de Ellen Gjelten.

—¿Un par de detalles? —dijo Halvorsen incrédulo—. Llevo tres días trabajando en ello.

Harry se sentó en su vieja silla, que había sido trasladada a la mesa de Ellen. Era la primera vez que veía el despacho desde su sitio.

—¿Y qué has encontrado, Halvorsen?

Halvorsen frunció el entrecejo.

—No te preocupes —lo tranquilizó Harry—. Fui yo quien pidió esa información, puedes preguntarle a Møller si quieres.

De pronto, Halvorsen cayó en la cuenta.

—¡Claro, tú eres Hole del CNI! Siento ser tan lento. —En su rostro se dibujó una gran sonrisa de niño grande—. Recuerdo aquel caso de Australia. ¿Cuánto hace de eso?

—Bastante. Como te decía…

—¡Sí, la lista!

Dio con los nudillos en un montón de documentos obtenidos del ordenador.

—Aquí están todos los que han sido detenidos, acusados o condenados por agresiones graves durante los últimos diez años. Hay más de mil nombres. Esa parte era sencilla, el problema consiste en averiguar quién está rapado, esa información no figuraba en ningún sitio. Se pueden tardar semanas…

Harry se retrepó en la silla.

—Entiendo. Pero el registro central de la policía tiene claves para los tipos de armas que se han utilizado. Haz una búsqueda según el tipo de arma empleada en la agresión y a ver cuántos quedan.

—A decir verdad, había pensado sugerirle lo mismo a Møller cuando vi la cantidad de nombres que había. La mayoría de los que aparecen en la lista han utilizado navajas, armas de fuego o simplemente las manos. Podría tener confeccionada una nueva lista dentro de unas horas.

Harry se levantó.

—Bien —dijo—. No recuerdo mi número interno, pero lo encontrarás en el listín de teléfonos. Y la próxima vez que tengas una buena sugerencia, no dudes en decirlo. Aquí en la capital no somos tan listos.

Halvorsen soltó una risita insegura.

Capítulo 62

CNI

2 de Mayo de 2000

La lluvia había estado azotando las calles toda la mañana hasta que, de improviso, el sol rompió con violencia la capa de nubes y, en un momento, el cielo quedó limpio. Harry estaba sentado con los pies encima de la mesa y las manos apoyadas en la nuca, fingiendo que pensaba en el rifle Märklin. Pero sus pensamientos habían huido por la ventana, hacia las calles recién lavadas por la lluvia que ahora olían a asfalto caliente y mojado, a las vías del tren, hasta lo más alto de Holmenkollen, donde todavía se veían manchas grises de nieve en las sombras del bosque de abetos y donde Rakel, Oleg y él habían saltado por los primaverales senderos embarrados, intentando evitar los charcos más profundos. Harry recordaba vagamente que él también había hecho ese tipo de excursiones domingueras cuando tenía la edad de Oleg. Cuando las excursiones eran muy largas y él y Søs se quedaban atrás, su padre iba dejando trozos de chocolate en las ramas más bajas. Søs aún creía que el chocolate Kvikklusj crecía en los árboles.

Oleg no habló mucho con Harry durante sus dos primeras visitas. Pero no importaba. Harry tampoco sabía de qué hablar con Oleg. En cualquier caso, la timidez de ambos empezó a disiparse cuando Harry descubrió que Oleg tenía el Tetris en su Gameboy. Sin piedad ni vergüenza, Harry jugó lo mejor posible y le ganó a aquel niño de seis años por más de cuarenta mil puntos. Después de aquello, Oleg empezó a preguntarle cosas, como por qué la nieve era blanca y otras cosas que ponen a cavilar a los adultos obligándolos a concentrarse tanto que olvidan su timidez. El domingo anterior, Oleg había descubierto una liebre con pelaje de invierno y echó a correr delante de ellos; entonces, Harry cogió la mano de Rakel. Estaba fría por fuera y caliente por dentro. Ella ladeó la cabeza y le sonrió mientras balanceaba el brazo hacia delante y hacía atrás, como diciendo: «estamos jugando a ir de la mano, esto no va en serio». Se dio cuenta de que, cuando alguien se acercaba, se ponía un poco tensa, de modo que la soltó. Después, merendaron chocolate en el restaurante de Frognerseteren, y Oleg preguntó por qué había primavera.

Harry invitó a Rakel a cenar. Era la segunda vez. La primera vez que lo hizo, Rakel le dijo que se lo pensaría y, poco después, llamó para rechazar la invitación. También en esta ocasión dijo que se lo pensaría, pero no le había dicho que no, de momento.

Sonó el teléfono. Era Halvorsen. Parecía adormilado y le explicó que acababa de levantarse de la cama.

—He comprobado setenta de las ciento dos personas de la lista sospechosas de haber utilizado un arma contundente en relación con una agresión grave —le explicó—. Hasta ahora he encontrado a ocho rapados.

—¿Cómo los encontraste?

—Los llamé por teléfono. Es increíble la cantidad de gente que está en su casa a las cuatro de la madrugada.

Halvorsen soltó una risita insegura, al ver que Harry no hacía el menor comentario.

—¿Los has llamado uno por uno? —preguntó Harry.

—Sí, eso es —dijo Halvorsen—. A casa o al móvil. Es increíble cuánta gente tiene…

Harry lo interrumpió:

—¿Les pediste a esos delincuentes violentos que fuesen tan amables de proporcionarle a la policía una descripción actualizada de sí mismos?

—No exactamente. Les dije que estábamos buscando a un sospechoso de cabello rojo y largo y les pregunté si se habían teñido el pelo últimamente —aclaró Halvorsen.

—No te sigo.

—A ver, si tú estuvieses rapado, ¿qué contestarías a esa pregunta?

—¡Ah! —exclamó Harry—. Ya veo que en Steinkjer sois muy listos.

Una vez más, la misma risita insegura.

—Mándame la lista por fax —le pidió Harry.

—Te la mandaré en cuanto me la devuelvan.

—¿Cuando te la devuelvan?

—Sí, uno de los oficiales de este grupo. Estaba esperándome cuando llegué y parecía que la necesitaba con urgencia.

—Yo creía que ahora sólo trabajaban en el caso Gjelten los de KRIPOS —dijo Harry.

—Parece que no.

—¿Quién era?

—Creo que se llama Vågen, o algo así —vaciló Halvorsen.

—No hay ningún Vågen en el grupo de delitos violentos. ¿No sería Waaler?

—¡Eso es! —afirmó Halvorsen antes de añadir, algo avergonzado—: ¡Son tantos nombres nuevos…!

Harry tenía ganas de echarle un rapapolvo al joven oficial por entregar material de investigación a alguien cuyo nombre ni siquiera conocía, pero pensó que no era el momento más indicado para dejarse caer con una crítica. Después de tres noches seguidas trabajando en el caso, lo más probable era que el chico estuviese a punto de desmayarse.

—Buen trabajo —dijo Harry.

Y ya iba a colgar cuando el joven exclamó:

—¡Espera! ¡Tu número de fax!

Harry miró por la ventana. Las nubes habían empezado a arracimarse de nuevo sobre la colina de Ekeberg.

—Lo encontrarás en el listín de teléfonos —le dijo.

Apenas había colgado el auricular, cuando volvió a sonar el teléfono. Era Meirik, que le pidió que acudiese a su despacho enseguida.

—¿Cómo va el informe de los neonazis? —preguntó en cuanto Harry apareció en el umbral de la puerta.

—Mal —contestó Harry sentándose en la silla. La pareja real noruega lo miraba desde la foto que había colgada por encima de la cabeza de Meirik—. La E del teclado se ha atascado —añadió Harry.

Meirik sonrió tan forzadamente como el hombre de la foto y le pidió a Harry que, de momento, se olvidase del informe.

—Te necesito para otra cosa. El jefe de información de la Organización Sindical Nacional acaba de llamarme. La mitad de la directiva ha recibido hoy amenazas de muerte por fax. Todas ellas con la firma «88», una representación críptica del saludo
«Heil Hitler».
No es la primera vez, pero ha llegado a oídos de la prensa. Y ya han empezado a llamarnos. Hemos podido seguir el rastro del remitente hasta un fax público de Klippan. De ahí que debamos tomar las amenazas en serio.

—¿Klippan?

—Un lugar a treinta kilómetros al este de Helsingborg. Dieciséis mil habitantes y el peor foco neonazi de Suecia. Allí hay familias que han sido nazis desde los años treinta. Muchos de los neonazis noruegos peregrinan hasta allí para ver y aprender. Quiero que hagas la maleta, Harry.

Harry tuvo un desagradable presentimiento.

—Te enviamos allí para observar, Harry. Debes ponerte en contacto con ellos. Te procuraremos otra ocupación, otra identidad y los demás detalles más adelante. Prepárate para permanecer allí una temporada. Nuestros colegas suecos ya te han buscado un lugar para vivir.

—¿Me enviáis allí para observar? —repitió Harry. No daba crédito a lo que oía—. No sé nada de observación y seguimiento, Meirik. Soy investigador. ¿O es que lo has olvidado?

La sonrisa de Meirik parecía ya cansina.

—Aprendes rápido, Harry, no es muy difícil. Tómalo como una experiencia interesante y útil.

—Ya. ¿Cuánto tiempo?

—Unos meses. Seis como máximo.

—¿Seis? —exclamó Harry.

—Será mejor que veas el lado positivo, Harry. No tienes familia de la que preocuparte, ningún…

—¿Quiénes son el resto del equipo?

Meirik negó con la cabeza.

—No hay equipo. Vas tú solo, así será más verosímil. Y me informas directamente a mí.

Harry se frotó el mentón.

—¿Por qué yo, Meirik? Dispones de todo un grupo de expertos en observación y en grupos de extrema derecha.

—Alguna vez tiene que ser la primera.

—¿Y qué pasa con el rifle Märklin? Le hemos seguido la pista hasta dar con un viejo nazi y ahora estas amenazas firmadas con el
«Heil Hitler»…
¿No sería mejor que siguiese trabajando en…?

—Harás lo que yo diga, Harry. —Meirik ya no tenía ganas de seguir sonriendo.

Había algo en todo aquello que no encajaba. Se lo olía, pero no entendía qué era ni cuál sería su origen. Se levantó. Meirik también.

—Te irás después del fin de semana —dijo Meirik tendiéndole la mano.

A Harry le pareció un gesto muy extraño y en el semblante de Meirik afloró una expresión de rubor, como si él también acabara de darse cuenta de lo raro que resultaba. Sin embargo, ya era demasiado tarde, la mano estaba en el aire, como desvalida, con los dedos algo separados, y Harry se la estrechó rápidamente para así acabar con aquella situación tan embarazosa lo antes posible.

Cuando Harry pasó junto a la recepción, Linda le gritó que había llegado un fax para él y que estaba en su buzón, así que Harry lo cogió al pasar. Era la lista de Halvorsen. Recorrió los nombres con la mirada mientras avanzaba por el pasillo y se esforzaba por comprender a qué parte de su ser le sería útil relacionarse con neonazis durante seis meses en un lugar insignificante del sur de Suecia. Desde luego, no a la parte que intentaba mantenerse sobria. Tampoco a la parte que estaba esperando la respuesta de Rakel a su invitación. Y decididamente, no era a la parte que quería encontrar al asesino de Ellen. En ese punto de su reflexión, y sin dejar de mirar la lista, se detuvo en seco.

Aquel último nombre…

No había razón para sorprenderse de que apareciesen viejos conocidos en la lista, pero esto era otra cosa. Aquel nombre había hecho resonar en su interior el mismo sonido que oía cuando limpiaba su Smith & Wesson 38 y volvía a juntar las piezas: ese suave clic que le decía que algo, claramente, encajaba.

Unos segundos después estaba en el despacho llamando a Halvorsen. Este tomó nota de sus preguntas y le prometió que lo llamaría en cuanto supiera algo.

Harry se echó hacia atrás en la silla. Podía oír los latidos de su corazón. Normalmente, no era su fuerte combinar pequeños fragmentos de información que, a simple vista, no tenían nada que ver entre sí. Aquello se debía sin duda a un arrebato de inspiración. Cuando Halvorsen llamó un cuarto de hora más tarde, Harry tenía la sensación de llevar horas esperando.

—Concuerda —declaró Halvorsen—. Una de las huellas de bota del escenario del crimen pertenecía a unas botas Combat del número cuarenta y cinco. Lo pudieron determinar porque la bota era prácticamente nueva.

—¿Y sabes quién utiliza botas Combat?

—Por supuesto, están aprobadas por la OTAN, muchos de los oficiales de Steinkjer las encargaron expresamente. Y he visto que muchos hinchas ingleses también las usan.

—Correcto. Cabezas rapadas.
Bootboys.
Neonazis. ¿Encontraste alguna foto?

—Cuatro. Dos del Taller de la Cultura de Aker y dos de una manifestación celebrada ante la casa Blitz, en el noventa y dos.

—¿Lleva gorro en alguna de ellas?

—Sí, en la del Taller de la Cultura de Aker.

—¿Una gorra Combat?

—Déjame ver.

Harry oyó el crujido de la respiración de Halvorsen contra el micrófono. Mientras esperaba, elevó una plegaria por que la respuesta fuese la deseada.

—Parece una Verte —dijo Halvorsen al fin.

—¿Estás seguro? —insistió Harry sin intentar ocultar su decepción.

Halvorsen creía estar seguro y Harry lanzó una maldición.

—Pero las botas nos serán de ayuda, ¿no? —le recordó Halvorsen tímidamente.

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