Read Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (31 page)

BOOK: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón
13.32Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Qué es esto, el Proyecto Sahara? —preguntó Hassan.

—Es el Amazonas —dijo Manjam.

—No —murmuró Tagiri—. ¿Tan mal aspecto tenía antes de que comenzara la restauración?

—No comprendéis —insistió Manjam—. Esto es el Amazonas ahora mismo. O, técnicamente hablando, hace unos quince minutos.

La imagen se movió rápidamente, kilómetro a kilómetro a lo largo del río, y nada cambió hasta que por fin, después de lo que podrían haber sido mil quinientos kilómetros, vieron las escenas familiares de los informativos: el denso bosque tropical del proyecto de restauración. Pero en sólo unos instantes atravesaron toda la jungla y volvieron al suelo rocoso donde apenas crecía nada. Y así continuó, hasta la desembocadura del río en el océano.

—¿Eso es todo? ¿Eso es el bosque tropical del Amazonas? —preguntó Hunahpu.

—Pero ese proyecto lleva en marcha cuarenta años —dijo Hassan.

—No era tan malo cuando empezaron —dijo Diko.

—¿Nos han estado mintiendo? —preguntó Tagiri.

—Veamos —dijo Manjam—. Todos habéis oído hablar de la terrible pérdida de la capa superior del suelo. Todos sabéis que, con la desaparición de los bosques, la erosión se volvió incontrolada.

—Pero estaban plantando hierba.

—Y se murió —dijo Manjam—. Están trabajando en una nueva especie que pueda vivir con la escasez de nutrientes importantes. No pongáis esa cara. La naturaleza está de nuestro lado. Dentro de diez mil años el Amazonas habrá vuelto a la normalidad.

—Eso es más tiempo que... más antiguo que la civilización.

—Un mero hipido en la historia ecológica de la Tierra. Simplemente, hace falta tiempo para que se traiga nuevo suelo de los Andes y se acumule en las riberas del río, donde las hierbas y los árboles sobrevivan y gradualmente vayan ampliándose. Al ritmo de unos seis a diez metros al año para la hierba, con suerte. También sería una gran ayuda si hubiera algunas inundaciones masivas de vez en cuando, para esparcir nuevo suelo. Un nuevo volcán en los Andes estaría bien... las cenizas serían muy útiles. Y las perspectivas de que uno entre en erupción en los próximos diez mil años son muy buenas. Y luego siempre está la tierra que cruza el Atlántico desde África, empujada por los vientos. ¿Veis? Nuestras perspectivas son buenas.

Las palabras de Manjam eran alegres, pero Diko estaba segura de que estaba siendo irónico.

—¿Buenas? Esa tierra está muerta.

—Oh, bueno, sí, por ahora.

—¿Qué hay de la restauración del Sahara? —preguntó Tagiri.

—Va muy bien. Buen progreso. Yo calculo que nos quedan unos quinientos años.

—¡Quinientos! —exclamó Tagiri.

—Eso es suponiendo que haya un gran aumento de lluvias, por supuesto. Pero nuestra predicción meteorológica va muy bien a nivel climático. Tú trabajaste en parte de ese proyecto cuando eras estudiante, Kemal.

—Hablábamos de restaurar el Sahara en cien años.

—Bueno, sí, y eso sucedería si pudiéramos continuar manteniendo tantos equipos en marcha. Pero eso no será posible dentro de otros diez años.

—¿Por qué no?

Otra vez la pantalla cambió. El océano en una tormenta, golpeando contra un dique. Lo rompió. Una pared de agua inundó.... ¿campos de grano?

—¿Dónde es eso? —demandó Diko.

—Sin duda habéis oído hablar de la rotura del dique de Carolina. En América.

—Eso fue hace cinco años.

—Cierto. Muy desafortunado. Perdimos las islas de la barrera costera hace cincuenta años, con la subida del océano. Esta sección de la costa este norteamericana dejó de producir tabaco y madera para dedicarse al grano, para así sustituir a las granjas que desaparecieron con la sequía de la pradera norteamericana. Ahora hay multitud de hectáreas bajo el agua.

—Pero estamos haciendo progresos para reducir los gases invernadero —dijo Hassan.

—Así es. Pensamos que, con seguridad, podremos reducir el efecto invernadero significativamente dentro de unos treinta años. Pero para entonces, veréis, no querremos reducirlos.

—¿Por qué no? —preguntó Diko—. Los océanos están subiendo a medida que los casquetes polares se funden. Tenemos que detener el calentamiento global.

—Nuestros estudios climáticos muestran que ese problema se corregirá solo. El calor superior y el aumento del área superficial del océano producirán una evaporación significativamente superior y diferenciales de temperatura en todo el mundo. La capa de nubes aumenta, lo que eleva el albedo de la Tierra. Pronto reflejaremos más luz solar que nunca, incluso que antes de la última edad de hielo.

—Pero los satélites climatológicos... —dijo Kemal.

—Impiden que los extremos sean insoportables en cualquier localización. ¿Cuánto piensas que pueden durar esos satélites?

—Pueden ser sustituidos cuando se agoten —dijo Kemal.

—¿De veras? —preguntó Manjam—. Ya estamos retirando a la gente de las fábricas para que trabajen en los campos. Pero eso no ayudará de verdad porque ya estamos cultivando casi el ciento por ciento de la tierra donde queda alguna capa superficial de suelo. Y como hemos estado labrando a máximo nivel desde hace algún tiempo, ya empezamos a advertir los efectos del aumento de la capa de nubes... menos cosechas por hectárea.

—¿Qué estás diciendo? —dijo Diko—. ¿Que ya es demasiado tarde para restaurar la Tierra?

Manjam no respondió. En cambio, hizo aparecer en la pantalla una gran región llena de silos de grano. Acercó la imagen y vieron el interior de todos ellos.

—Vacíos —murmuró Tagiri.

—Estamos consumiendo nuestras reservas —dijo Manjam.

—¿Pero por qué no estamos racionando?

—Porque los políticos no pueden hacer eso hasta que la gente como conjunto vea que se trata de una emergencia. Ahora mismo, no lo ve.

—¡Entonces hay que advertirla! —dijo Hunahpu.

—Oh, las advertencias están ahí. Y dentro de poco la gente empezará a pensar al respecto. Pero no hará nada, por el sencillo motivo de que no hay nada que se pueda hacer. Las cosechas continuarán menguando.

—¿Qué hay del océano? —preguntó Hassan.

—El océano tiene sus propios problemas. ¿Qué quieres que hagamos, que recolectemos todo el plancton para que también el océano muera? Pescamos todo lo que nos atrevemos. Ahora mismo estamos al máximo. Un poco más, y dentro de diez años nuestra producción se reducirá a una diminuta fracción de la actual. ¿No lo veis? El daño que causaron nuestros antepasados fue demasiado grande. No está en nuestra mano detener las fuerzas que llevan ya siglos en marcha. Si empezáramos a racionar ahora mismo, eso significaría que hambrunas devastadoras comenzarían dentro de veinte años en lugar de seis. Pero por supuesto no empezaremos a racionar hasta la primera hambruna. E incluso entonces, las zonas que están produciendo comida suficiente se volverán reacias a tener que pasar hambre para alimentar a gente que se encuentra en lugares remotos. Ahora mismo sentimos que todos los seres humanos son una tribu, de modo que no hay nadie con hambre en ninguna parte. ¿Pero cuánto tiempo creéis que durará, cuando la gente que produce alimentos oiga a sus hijos suplicar pan y los barcos se lleven el grano a otras tierras? ¿Cómo creéis que conseguirán entonces los políticos contener las fuerzas sociales que agitan el mundo?

—¿Entonces qué es lo que está haciendo tu inexistente grupo? —preguntó Hassan.

—Nada. Como decía, los procesos han llegado demasiado lejos. Nuestra proyección más favorable muestra el derrumbe del actual sistema dentro de treinta años. Eso es si no hay guerras. Simplemente no habrá comida suficiente para mantener a la población actual, ni siquiera a una diminuta fracción de ella. No se puede mantener la economía industrial sin una base agrícola que produzca mucha más comida que la necesaria para mantener a los productores de alimentos. Así que la industria empieza a derrumbarse. Ahora mismo hay menos tractores. Ahora las fábricas de fertilizantes producen menos, y menos de lo que producen puede ser distribuido porque no pueden mantenerse los transportes. La producción de alimentos cae aún más. Los satélites climatológicos se estropean y no pueden ser sustituidos. Sequía. Inundaciones. Menos tierra en producción. Más muertes. Por tanto, menos industria. Por tanto, menos producción de alimento. Hemos estudiado un millón de escenarios diferentes y no hay ninguno que no nos lleve al mismo sitio. Una población mundial de unos cinco millones antes de que nos estabilicemos. Justo a tiempo para que comience la glaciación. En ese punto la población podría iniciar un declive más lento hasta reducirse a dos millones. Eso es si no hay guerras, desde luego. Todas estas proyecciones están basadas en la suposición de una respuesta completamente dócil. Todos sabemos lo probable que es eso. Lo único que hará falta es una guerra plena en uno de los principales países productores de alimentos y la caída será mucho más grande, con la población estabilizándose a un nivel mucho más bajo.

Nadie pudo decir nada a eso. Todos sabían lo que significaba.

—No todo son malas noticias —dijo Manjam—. La raza humana sobrevivirá. Cuando termine la glaciación, nuestros hijos lejanos empezarán otra vez a construir civilizaciones. Para entonces los bosques tropicales habrán sido restaurados. Los rebaños pastarán de nuevo en las ricas tierras del Sahara y el Rub'al Khali y el Gobi. Por desgracia, todo el hierro fácil de obtener fue sacado del suelo hace años. También el estaño y el cobre. De hecho, uno no puede sino preguntarse de dónde sacarán los metales para salir de la edad de piedra. No puede sino preguntarse cuál va a ser su fuente de energía motriz, con todo el petróleo desaparecido. Hay todavía un pequeño remanente en Irlanda. Y por supuesto los bosques regresarán, así que habrá carbón hasta que quemen todos los bosques y el ciclo comience otra vez.

—¿Estás diciendo que la raza humana no puede volver a levantarse?

—Estoy diciendo que hemos agotado todos los recursos fáciles de encontrar. Los seres humanos están llenos de inventiva. Tal vez encuentren otros caminos para un futuro mejor. Tal vez imaginen cómo fabricar recolectores solares con los escombros de nuestros rascacielos.

—Vuelvo a preguntar —dijo Hassan—. ¿Qué estáis haciendo para impedir esto?

—Y yo vuelvo a contestar, nada. No se puede impedir. Las advertencias son inútiles porque no hay nada que la gente pueda hacer para cambiar su conducta y resolver este problema. La civilización que ahora mismo tenemos no puede ser mantenida ni siquiera durante otra generación. Y la gente se da cuenta. Las tasas de nacimiento caen por todo el mundo. Todos tienen sus propios motivos individuales, pero el efecto acumulativo es el mismo. La gente elige no tener hijos que compitan con ellos por los escasos recursos.

—¿Por qué nos muestras esto, entonces, si no hay nada que podamos hacer? —dijo Tagiri.

—¿Por qué buscaste en el pasado, cuando creías que no había nada que pudieras hacer? —preguntó Manjam, sonriendo sombríamente—. Además, nunca he dicho que no haya nada que vosotros podáis hacer. Sólo que nosotros no podríamos hacerlo.

—Por eso se nos ha permitido investigar el viaje en el tiempo —dijo Hunahpu—. Para que podamos volver e impedir todo esto.

—No teníamos ninguna esperanza, hasta que descubristeis la mutabilidad del pasado —prosiguió Manjam—. Hasta entonces, nuestro trabajo se dirigía a la conservación. Recolectar todo el conocimiento y la experiencia humanos y almacenarlo de alguna manera permanente que pudiera durar oculta al menos diez mil años. Hemos elaborado algunos muy buenos artilugios de almacenamiento compacto. Y algunas guías sencillas y no mecánicas que podrían durar dos o tres mil años. Nunca podríamos hacerlo mejor. Y por supuesto nunca conseguimos recopilar la suma de todo el conocimiento. Lo que tenemos ha sido reescrito como una serie de lecciones fáciles de aprender. Paso a paso a través de la sabiduría adquirida de la raza humana. Ese proyecto duró desde el álgebra a los principios básicos de la genética y luego tuvimos que renunciar a él. Durante la última década nos hemos limitado a recopilar información en los bancos de datos y duplicarla. Tendremos que dejar que nuestros nietos averigüen cómo decodificarlo y sacarle sentido a todo, cuando encuentren los silos donde hemos ocultado el material, si los encuentran. Para eso existe nuestro pequeño grupo. Para preservar la memoria de la raza humana. Hasta que os localizamos a vosotros.

Tagiri estaba llorando.

—Madre —dijo Diko—. ¿Qué ocurre?

Hassan rodeó a su esposa con los brazos y la atrajo hacia sí. Tagiri alzó el rostro manchado de lágrimas y miró a su hija.

—Oh, Diko —dijo—. Durante todos estos años he creído que vivíamos en el paraíso.

—Tagiri es una mujer de sorprendente capacidad de compasión —dijo Manjam—. Cuando la encontramos, la observamos con amor y admiración. ¿Cómo podía soportar el dolor de tantas otras personas? Nunca imaginamos que sería su compasión, y no la inteligencia de nuestros compañeros más inteligentes, lo que finalmente nos conduciría al camino que nos aparte del desastre que se extiende ante nosotros.

Se levantó y se acercó a Tagiri. Se arrodilló ante ella.

—Tagiri, tuve que mostrarte esto, porque temíamos que decidieras detener el Proyecto Colón.

—Ya lo hice. Decidirme, quiero decir.

—Se lo pregunté a los demás. Dijeron que teníamos que mostrártelo. Aunque sabíamos que no lo verías como una tierra reseca o estadísticas o algo seguro y distante y controlable. Verías cada vida perdida, cada esperanza destruida. Oirías las voces de los niños nacidos hoy, a medida que crecieran, maldiciendo la crueldad de sus padres por no haberlos matado en el vientre. Lamento el dolor. Pero tenías que comprender que si de hecho Colón es un fulcro en la historia, y detenerlo abre un camino para crear un nuevo futuro para la raza humana, entonces debemos hacerlo.

Tagiri asintió lentamente. Pero entonces se secó las lágrimas de las mejillas y se enfrentó a Manjam, hablando con furia.

—No en secreto —dijo.

Manjam sonrió débilmente.

—Sí, algunos de nosotros advertimos que pensarías así.

—La gente debe consentir en enviar a alguien atrás para deshacer nuestro mundo. Deben estar de acuerdo.

—Entonces tendremos que esperar a decírselo. Porque si lo preguntáramos hoy, dirían que no.

—¿Cuándo? —preguntó Diko.

—Sabréis cuándo —contestó Manjam—. Cuando empiece el hambre.

—¿Y si entonces soy demasiado viejo para ir? —preguntó Kemal.

BOOK: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón
13.32Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Jaxson by K. Renee
And the Sea Will Tell by Bugliosi, Vincent, Henderson, Bruce
Sims by F. Paul Wilson
Princes of War by Claude Schmid
The Fortunate Brother by Donna Morrissey