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Authors: German Castro Caycedo

Objetivo 4 (10 page)

BOOK: Objetivo 4
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Así, en pocas palabras: lo capturó.

Luego, en una dependencia de la Policía, le dijeron nuevamente:

—Identifíquese, usted es Helí Mejía Mendoza, alias Martin Sombra.

—Yo no soy ese. Aquí está mi documento de identidad —respondió.

Su cédula de identificación figuraba con otro nombre. Sin embargo, hicimos la verificación de sus huellas digitales y confirmamos que él era, pero continuaba negándolo, allí, sentado frente a un joven policía que registraba una serie de diligencias. Lo cierto es que Martín miraba la pantalla de la computadora, y de pronto un policía judicial dijo a sus espaldas:

—¡Martín!

Y él volvió a mirar.

Al ver su reacción nosotros nos reímos y él empezó a temblar, pero de forma impresionante, como si le hubiera dado un infarto. Pese a todo seguía insistiendo que él no era Helí, que él no conocía al tal Martín.

Luego empezó a ofrecerles dinero a los policías:

—Les doy cinco millones de pesos si me dejan ir... No, les doy diez... Les doy veinte... —finalmente dijo—: les ofrezco mil millones de pesos. Déjenme llamar a Jorge, el Mono Jojoy, que él me hace llegar el dinero aquí, pero no me lleven a donde me van a llevar. Déjenme salir de aquí.

Partimos de allí, llegamos a Bogotá a eso de las diez de la noche y empezamos a traer guerrilleros desmovilizados, campesinos desterrados de las zonas de combate... Frank Pinchao, un policía que se había escapado de un campamento de secuestrados por las FARC en la selva amazónica, también fue a mirarlo, pero como otras personas, no lo reconoció inicialmente porque en aquella época él era más gordo y cuando lo capturamos había bajado de peso pensando en la intervención quirúrgica en su rodilla.

Martín Sombra se hallaba entonces en un sitio en el cual lo divisábamos con claridad, pero él no podía ver que estábamos observándolo desde un lugar oscuro.

Me acuerdo que teníamos allí a un señor que había estado en la Zona de Distensión, y él me dijo:

—No. Ese no es.

—¿Seguro que no es Martín Sombra?

Pero en ese momento Martín mencionó algo y cuando habló, el señor empezó a temblar. Entró como en un stock nervioso:

—Sí. Es él. Es él. Me va a ver, me va a ver.

—Tranquilo, nosotros estamos en un lugar seguro, él no nos ve.

—No. Sáqueme de aquí, me va a matar.

El miedo que le tenían los testigos se percibía en el ambiente una vez que alguien lo reconocía.

En aquel lugar estábamos también con dos guerrilleros que habían sido de la estructura de Martín y difícilmente lo reconocieron por su cambio físico. Luego, mirándolo mejor, uno de ellos lo identificó por la mirada:

—Esos ojos no los cambia nadie. Los ojos y las cejas son absolutamente particulares en él. Sí, está muy flaco pero ese es Martín Sombra —comentó.

A Frank Pinchao le dije primero:

—¿Cómo era Martín?, descríbalo. Hábleme de él, cómo era, su comportamiento —pero cuando más tarde lo vio, respondió lo mismo de aquellos:

—Ese no es Martín Sombra.

—¿Seguro que no es Martín?

—No. Él no es.

Como el hombre del Caguán se habla asustado cuando lo escuchó hablar, le dije a uno de los muchachos:

—Póngalo a hablar. Llámelo para que le de algún dato hágalo que hable en voz alta para que Frank lo escuche.

Cuando Martin habló, Frank se quedó callado, agachó la cabeza, levantó la mirada y me dijo:

—Ese es Martín Sombra.

Al día siguiente, a eso de las once de la mañana, el director de Inteligencia lo fue a entrevistar en una segunda fase y dejó ver una orden de captura con algunas fotografías suyas. Él se quedó mirando el papel mientras el coronel y otro oficial se retiraban un poco, y luego bajó la mirada, respiró profundó, y ante la evidencia, le dijo:

—Coronel, yo soy Martin Sombra.

Luego nos preguntó:

—¿Cómo me tomaron esta fotografía? ¿Cuándo la tomaron?. ¿Ustedes cómo llegaron a este documento si casi nadie sabía de esto? ¿A qué horas me la tomaron?

Es una foto en la que aparece con bigote, hecha unos años antes de la existencia de la Zona de Distensión.

Transcurrieron varios días y Martín vio que no le enviaban a un abogado, ni tampoco dinero, sintió que lo habían dejado solo, y yo le dije:

—Oiga, viejo, mire: tan bien que habla usted de la organización y ¿qué le han dado? —luego me dediqué a hacerle un recuento de su pasado porque ahora nosotros sabíamos muchas cosas suyas.

Lo cierto era que en aquel momento, a pesar de que el Mono Jojoy—aquel cabecilla de la cúpula de las FARC— estimaba mucho a Martín Sombra, también había gente que no lo quería, como el tal Efreén, quien lo despreciaba y una vez salió enfermo dejó de enviarle dinero a pesar de las órdenes de Jojoy.

En dos palabras, aquel bandido recibía dinero para enviarle a Martín, pero de un momento a otro dejó de hacerlo y ya el hombre no podía entonces estar con las mejores prostitutas, ni tenía la botella de licor a la mano, y lo que para él tenía que ser el fruto de la revolución, resultó ser su propia indigencia: ahora tenía que vivir de lo que le regalaran.

Era la historia patética, digo yo, de un hombre que debía tener mucho dinero enterrado y mucho poder, pero de un momento a otro por la mala intención de un envidioso se había quedado solo y con la preocupación de su tratamiento médico para regresar pronto a reintegrarse a la guerrilla. Pero la verdad es que él no se enteró de la envidia de Efreén sino que creyó que el abandono partía de la cúpula, es decir, de su gran amigo el Mono Jojoy.

Un tiempo después cuando fue capturado en Bogotá, aquel sujeto apodado Pitufo segundo al mando de un frente de las FARC, explicó cómo Efreén por celos y envidia había impedido que le enviaran plata, abogado y ayuda. Él contó una tarde:

—Efreén decía que ese viejo tal por cual se debía morir pronto, y luego me decía a mí: "Pitufo: si usted cuenta algo de esto, lo mando matar".

Sin embargo, Martín Sombra decía a la vez:

—Yo le había hecho un juramento a mi papá antes de morir, le juré que iba a ser revolucionario toda mi vida, pero si las FARC me traicionaron, yo me les voy a voltear a las FARC.

A partir de allí asumió ya abiertamente que él era Martín Sombra y empezó a contarnos su vida.

Contaba, por ejemplo, cómo aun siendo niño el papá un "bandolero liberal". Lo llamaban el Tigre.

Desde entonces, "los bandoleros" lo conocieron porque enfrentaba las cosas con mucha valentía y llegó a convertirse en la mascota de aquella gente. Con ellos marchaba también otro niño a quien más tarde llamaron Tirofijo: era uno de los subalternos del Tigre.

Martín se ganó su primera arma siendo un niño, luego de un combate con la Fuerza Pública. Era una carabina.

—¿Por qué lo llaman Martín Sombra?

Había un bandolero liberal, un negro, a quien le decían Sombra y le tenían miedo porque era más grande y los atropellaba a todos, y a quien reaccionaba, lo mataba. Desde luego, cada vez que veía al niño lo desafiaba, le daba golpes en la cabeza o lo empujaba.

Una mañana se repitió la escena y el pequeño le dijo:

—No me moleste.

—¿Entonces qué va a hacer? —respondió el negro.

Ese día el pequeño ya tenía un arma. Siempre la llevaba consigo entre las manos, y cuando el negro fue a tomar su revólver para matarlo, el niño levantó primero el suyo y disparó. El negro era el más malo de los malos.

—¡Este niño es más rápido que Sombra! —dijo alguien.

En ese momento nació Martín Sombra. Tenía nueve años.

Pasó el tiempo. Al Tigre lo mataron en un enfrentamiento. Entonces los bandoleros liberales habían comenzado a ser infiltrados por el Partido Comunista y el papá en su agonía le pidió al niño un juramento: que el resto de su vida viviría como un revolucionario.

Martín se aisló unos años y luego regresó al grupo. Lo recibió Tirofijo.

Con el paso del tiempo, se fue volviendo cada vez más importante dentro de las FARC y se dedicó a organizar frentes: tiene la malicia del campesino colombiano, la astucia, la iniciativa, el talento de nuestros campesinos.

Algunos guerrilleros con quienes hablaron los agentes de Inteligencia durante la búsqueda decían que Martín Sombra tenía una puntería increíble. Era un gran tirador y también por eso lo admiraban. Y también por su gran vitalidad. Realmente sí, es un hombre muy vital. Y tiene gran capacidad de liderazgo.

Y también orientación revolucionaria, porque es un hombre de ideales.

Me parecía curioso que los guerrilleros le tuvieran miedo porque decían que él había hecho un pacto con el Diablo. Entre otras cosas porque en enfrentamientos con la guerrilla, algunas veces uno se puede esconder detrás de un árbol y no lo ven. Muchas veces los guerrilleros nos han dicho después de capturarlos:

—Yo estaba en tal punto. Ustedes pasaron cerca de mí y no me vieron.

Entonces lo que los subversivos decían en su afán de fortalecer la leyenda y sostener el mito viviente era que él no se escondía en la selva sino que realmente se transformaba en cosas o en objetos, y algunos nos dijeron más de una vez:

—A mí me da mucho miedo que ustedes vayan a capturar a Martín Sombra.

—¿Por qué?

—Porque cuando lo vayan a coger se va a transformar en algún animal agresivo —el hombre lo decía absolutamente convencido y agregaba—: he hecho con él muchas operaciones y, que yo sepa, nunca lo han herido. La lesión en la pierna, pues sí, porque fue una caída. Pero no tiene heridas.

Diana, la mujer de Arauca, me decía que una tarde Martín se encontraba con doce guerrilleros y se emborrachó. Estando allí llegó el ejército abatió a once de los doce y él salió corriendo. Se salvó...

—Pero, entiéndame: en ese combate, borracho o no, Martín Sombra se transformó en un murciélago —repetía la mujer. Cuando yo hablé con él, me dijo:

—Aquel día la culpa fue mía porque me emborraché y bajé la guardia. Yo no tenía que haber hecho eso, pero dio la casualidad de que llegó el ejército, nos hizo la emboscada, pero me dejaron una brecha por la que pude escapar. Salí corriendo y cuando me di cuenta miré hacia atrás y la gente que venía conmigo había desaparecido.

De la información que recopilamos, otra parte que llamaba mucho la atención eran los métodos que tenía para conducir a los secuestrados: Ingrid Betancourt, los políticos, los policías, los soldados, los "contratistas" estadounidenses...

Obviamente él no me iba a decir que era tan rudo, pero todos los que lo habían conocido decían que era muy tosco en la disciplina. No descuidaba la seguridad, los movía mucho. Me contaron que siempre se preocupaba por mantener cubiertas, por lo menos, las necesidades básicas de los secuestrados: alimentación y la salud en la medida de las posibilidades.

Pero, por ejemplo, según contaban algunos liberados, en las oportunidades en que la Fuerza Pública estuvo tan cerca, ellos se aferraban al mundo con el cuerpo a tierra, bien pegados al piso y cubiertos con plantas, y desde allí veían pasar la tropa cerca y permanecían en absoluto silencio. Ellos sabían que si producían algún ruido serían los primeros en morir, pues le ponían a cada uno un guerrillero con el arma contra la cabeza. Martín Sombra les decía:

—Aquí nos podemos morir todos, pero yo no voy a permitir que alguno de ustedes sea liberado. Esa es la orden que tengo.

Él le decía siempre que le habían puesto aquella tarea porque era el hombre más preparado para eso. De hecho él fue quien diseñó los corrales cerrados con tramas de alambre de púas donde aprisionan a los secuestrados.

—Yo crié cerdos y construía los chiqueros en esa forma —explica.

A todo esto súmele que tiene el sentido del campesino, tan rico, tan lleno de imaginación. Dos o tres veces me contaron los guerrilleros, y el mismo Martín, que se movía fácilmente porque conocía muy bien la selva.

Me contó que hubo épocas en las que se quedaron sin comida por los movimientos de la Fuerza Pública, pero, sin embargo, él movía con éxito cuarenta, cincuenta personas entre secuestrados y guerrilleros y los sacaba del cerco del enemigo.

Me contaban también que por la lesión en su pierna había estado en una escuela de guerra de guerrillas que dependía del Frente Veintisiete con unos quinientos niños entre doce y dieciséis años. Se lo preguntamos y obviamente no lo admitió. Sin embargo, eso correspondía justamente a su concepción revolucionaria.

Yo le decía:

—Y cuando usted tenía la escuela... —pero él interrumpía:

—No, señor. Yo allí tenía gente que había ido de forma voluntaria. En una ocasión entró la Fuerza Pública, los muchachos se asustaron y salieron corriendo, y tuvimos que cerrar temporalmente mientras recogían otra vez a parte de ellos. Aquel día el tema era la formación de guerrilleros.

—Yo he formado combatientes muy buenos, pero el Mono Jojoy se los tiró. Mejor dicho: los echó a perder, como dicen ustedes.

—¿Cómo?

—Me los volvió narcotraficantes.

Mencionaba por ejemplo a Efreén, a John Cuarenta, a Zarco Aldinevar... Le alcanzó a dar instrucción al famoso narcotraficante Negro Acacio.

Uno estudia la trayectoria criminal de aquellos bandidos y encuentra que todos le han hecho mucho daño a la sociedad. Por ejemplo, Aldinevar hoy es otro narcotraficante que trabaja con las FARC.

Realmente Martín conoce a la mayoría de los cabecillas. Nosotros estructuramos una tabla con fotografías de varios de ellos y cuando se la mostramos, decía señalándolos con el dedo:

—Ese es un paquete. Este es bueno para pelear. Este es narcotraficante. Aquel es un tonto. Ese otro es muy inteligente...

Después de la captura, Martín criticaba fuertemente a John Cuarenta. Decía que se trataba de un bandido que había perdido el norte de la causa:

—¿Cómo es posible que lleve mujeres prepagos al campamento? ¿Cómo es posible que un hombre que yo formé y que es un buen combatiente, se mueva ahora como un capo pequeño? Cuando yo lo solté era un revolucionario puro. ¿Cómo es posible que el Mono Jojoy los haya corrompido?

Martín formó a aquella gente con la esperanza de obtener comandantes revolucionarios puros que pudieran cambiar al país.

Es que él tenía entonces otra forma de ver a las FARC, pero se desilusionó cuando sintió que lo habían abandonado. Sin embargo, recién capturado pensaba lo contrario.

Después analizaba el narcotráfico desde su punto de vista y no parecía caberle en la cabeza cómo se trastoca la idea revolucionaria para constituirse exclusivamente en mañosos.

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