Mundo interior Mundo exterior (8 page)

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Authors: Albert Hofmann

Tags: #Ensayo, Filosofía

BOOK: Mundo interior Mundo exterior
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Poseer

No podrás disfrutar del mundo hasta que no sientas fluir el mar por tus venas, hasta que no te vistas con el cielo y te corones con las estrellas y te consideres el heredero único del mundo entero y más que esto, pues en él viven hombres que, como tú, son los únicos herederos.

Thomas Traherne (1638 - 1674)

en «Jahrhunderte der Meditation»

Pensar en el significado originario de las palabras es divertido e instructivo. Estas han nacido de una experiencia directa de la realidad y hacen referencia a hechos y acciones de nuestra existencia. Poseen, por ello, por su propio origen una naturaleza plástica. Esta se ha ido desgastando luego por el uso a lo largo del tiempo, como la imagen de una moneda, que al final sólo es reconocible mediante una observación detenida.

Esta transformación se hace muy evidente en el ejemplo de la palabra «posesión» (
Besitz
). El verbo correspondiente en alemán, «poseer» (
besitzen
), hace referencia al proceso de «sentarse sobre algo». Poseo una silla, significa originariamente, me siento en la silla. Esta se convierte así en mi posesión. Se ha convertido en mi silla, si bien no en un sentido jurídico, pero sí en el sentido de que ella es mi silla en contraste con otras sillas en las que otras personas han tomado asiento.

En las comunidades humanas primitivas, cuando nació esta palabra, probablemente posesión no significaba más que justamente lo que se podía usar personalmente. En los pueblos que conservaban aún una existencia nómada lo que se poseía, lo que constituía la posesión, era, ante todo, el caballo, aparte de otros utensilios de la vida diaria. Desde entonces posesión y poseer han recibido un sentido mucho más amplio y, también, simbólico. Desde que existe el concepto jurídico de propiedad, como reconocimiento jurídico y protección legal de la posesión, se ha vuelto posible adquirir más propiedad de la que se puede poseer en el sentido originario, es decir, de la que se puede utilizar.

Con esta posibilidad se estableció el germen de una parte importante de la tragedia humana. Puesto que la propiedad implica facultad de disposición sobre lo poseído y, por ende, significa también poder, de la acumulación de propiedad se sigue también una acumulación de poder. Aspiración al poder; adquisición de poder, ejercicio del poder en el sentido positivo y el abuso de poder constituyen factores determinantes del destino en la existencia personal y en el acontecer político mundial.

Esta mutua relación entre propiedad y poder constituye el fundamento de la supresión de la propiedad privada en el Estado comunista. Se acrecentó así la propiedad estatal y, en consecuencia, aumentó el poder del Estado. Sin embargo, también en los países capitalistas el poder es ejercido de hecho por grupos en los que ha tenido lugar una enorme acumulación de propiedad.

El poder que descansa sobre la propiedad tiene muy poco que ver con la felicidad humana; más bien la obstaculiza. Por consiguiente, se reflexionará aquí no sobre la posesión en el sentido de propiedad, es decir, en su relación con el poder, sino más bien sobre la posesión en sentido originario, en su importancia existencial para el individuo. Posesión se define jurídicamente como el dominio real de una persona sobre una cosa, lo que significa que ésta puede hacer con este objeto lo que quiera, que puede utilizarlo a su capricho. Yo también puedo poseer algo que no sea propiedad mía; si tengo en mi taller una herramienta prestada o robada y la utilizo a mi capricho, esta herramienta se halla en mi posesión, pero no es de mi propiedad. También es posible lo contrario; puede decirse que algo es de la propiedad de uno y que no se puede poseer en absoluto, si por poseer se entiende siempre una suerte de utilización en el sentido más lato, una relación activa o receptiva con el objeto.

Así, pues, propiedad se convierte también en posesión cuando existe una relación existencial entre el propietario y la propiedad. La posesión se torna en propiedad a través de una relación abstracta, a través de la atribución jurídica.

Esta diferencia fundamental entre propiedad y posesión se manifiesta también en que para la posesión existe un verbo, para la propiedad, sin embargo, no.

Muchos esfuerzos infructuosos, muchas luchas y muchas insatisfacciones desaparecerían y podría haber más sosiego, más jovialidad y más felicidad, si, siendo consciente de esta diferencia, la gente tendiese más hacia la auténtica posesión que hacia la propiedad. Un aforismo chino expresa de la forma más sucinta, lo que esto significa: «El señor dijo: mi jardín… y se rió su jardinero».

El señor puede hablar con razón de su jardín con los amigos, pues es de su propiedad. Sin embargo, es posible que apenas se le encuentre allí. O acaso vaya ocasionalmente a pasear a allí y muestre a sus visitantes esta o aquella hermosa planta y el templete más reciente; pero no tiene una relación más profunda con su jardín. Sin embargo, para su jardinero este jardín constituye, por el contrario, su elemento vital. Vive en él y con él. Ha plantado los árboles, ha dispuesto los macizos de flores, conoce cada flor, cada planta. La cuida con amor, observa su crecimiento, su florecimiento y su caducidad. Conoce el jardín en la frescura del rocío de la mañana, pasea otra vez por los macizos de flores al caer la noche, cuando algunas flores despiden su perfume con especial intensidad, y en el calor del mediodía descabeza una siestecita en el templete. Ama de todo corazón este jardín. Él es quien «posee» el jardín desde la mañana hasta la noche; él es su verdadero poseedor. Es su jardín y por eso se ríe cuando su señor dice: «Mi jardín…»

Cuando se trata de grandes extensiones de terreno, la diferencia entre propietario y poseedor se hace aún más patente que en el ejemplo anterior, donde el propietario tiene también la posibilidad de disfrutar, de poseer, el jardín. No es preciso ser propietario de las praderas, campos y bosques que se atraviesa para poder gozar de las flores del borde del camino, del rumor de los árboles y de todo lo que tales excursiones ofrecen a la vista y al oído.

Los bosques de la zona en que tengo la dicha de vivir son propiedad, en parte, de los municipios circundantes y, en parte, de una fundación privada. En los largos paseos que doy casi a diario por el bosque me encuentro muy rara vez a una persona y jamás a los municipios o a la fundación. Experimento el bosque con los pájaros, los venados y todos los animales que lo habitan. Sin embargo, cuando ocasionalmente me cruzo con un paseante solitario, nos saludamos, y esto no suele suceder sin el intercambio de algunas frases amables, en las que vibra la simpatía entre dos seres humanos, cada uno de los cuales sabe que es el poseedor de este bosque.

En la linde del bosque, cerca de la frontera del país, existe una antigua piedra fronteriza. En una cara ostenta el escudo del vecino monasterio de Mariastein al que perteneció durante varios siglos la pradera en que se alza nuestra casa. En la otra cara, que mira hacia Francia, puede reconocerse todavía claramente en bajorrelieve el escudo de nada menos que el gran estadista francés, Jules Mazarin (1602 - 1661). Como reconocimiento de sus grandes méritos por haber logrado la llamada Paz de los Pirineos entre Francia y España recibió de Luis XIV el condado de Pfirt y otras posesiones circundantes del Sundgau. Este estadista, dominado por la codicia, que pasaba por uno de los hombres más ricos de Europa, murió sin haber pisado siquiera sus posesiones alsacianas.

Aquí se pone de manifiesto de manera ejemplar lo ilusorio de este tipo de posesión, que justamente sólo es propiedad y no auténtica posesión. En realidad, la tierra pertenecía al caminante que vagaba por esta hermosa zona, al rico hombre de París pertenecía sólo en el papel. Aquí puede argüirse que desde otro punto de vista la propiedad fundiaria alsaciana no tenía un carácter meramente ilusorio para Mazarino, sino un valor muy concreto, puesto que desde allí le fluía dinero en forma de intereses y tributos.

Esto nos lleva a reflexionar sobre la posesión de dinero. Si la verdadera posesión consiste en una relación corporal, sensible, con un objeto, el dinero no puede convertirse jamás en posesión; se quedará siempre en mero símbolo de posesión. El dinero es, en verdad, una propiedad especialísimamente querida, porque con él se puede adquirir todo tipo de cosas que se puedan necesitar, utilizar y disfrutar, es decir, auténtica posesión.

No es necesario pormenorizar todo lo que puede comprarse con dinero. La posibilidad de transformación universal del dinero en todas las formas posibles de posesión otorga al dinero un poder especialmente versátil, característico de la propiedad. Sin embargo, es útil, y también consolador para quien posea poco dinero, tener presente dónde tiene sus límites la posibilidad de transformación del dinero en posesión.

Donde se trata de una posesión cuyo valor consiste solamente en el consumo, en el disfrute, estos límites están impuestos por la capacidad de disfrute del poseedor. También el millonario puede comer solamente lo que le permita el estómago. Tiene que dejar lo que pida en exceso. Lo que se puede decir del comer, se hace más patente en el beber. Aquí hay que pagar además la transgresión de los límites, con una resaca, o con una intoxicación alcohólica.

No obstante, el rico puede configurar de forma más hedonista que el pobre la satisfacción de sus necesidades y placeres corporales; pero puede hacerlo solamente de modo limitado. Cuando se puede gastar más dinero, por ejemplo, en una comida, quizá pueda acrecentarse más el placer de comer. Pero la comida más sencilla le sabe al hambriento más exquisitamente, que la mesa más refinada a quien no tiene apetito. De forma general se cumple que el grado de disfrute en los placeres corporales viene determinado por la intensidad de la necesidad correspondiente, por el apetito en el sentido más amplio de la palabra. Sin embargo, no se puede comprar el apetito. Esto nivela muchas desigualdades sociales.

Pero la máxima nivelación consiste en que cada hombre tiene la facultad de ser poseedor. Una relación entre el poseedor y lo poseído sólo es posible en el caso de un sujeto que tenga capacidad de percepción y disfrute de un objeto, entendiendo también por objeto contenidos espirituales y entendiendo igualmente por disfrute incluso una relación de amor y placer. Puesto que el hombre, y sólo el hombre individual tiene capacidad de percibir y de amar, es el único que puede tomar posesión de los objetos del mundo exterior. Esta capacidad no sólo le permite poseer cosas concretas del mundo exterior en el sentido que se ha expuesto en las reflexiones precedentes, sino le permite también ser poseedor, en el auténtico sentido de la palabra, del mundo entero. Este es el don divino que se da a cada hombre al nacer. Sin embargo, nuestra mirada es retenida las más de las veces por cosas del entorno inmediato, los pensamientos se ocupan de intereses y preocupaciones personales, de tal suerte que no vemos la maravilla y la belleza de la creación como un todo. El cielo y la tierra, el sol y la luna, los cambios en los campos y en el bosque debidos a la alternancia de las estaciones se han convertido en evidencias que apenas se perciben. Esta es la forma en que perdemos la posesión que hemos recibido por herencia.

Ni que decir tiene que el mundo multicolor y sensual surgirá en nosotros según lo veamos y vivamos.

En el primer ensayo de estas páginas se ha tratado con detalle este acontecimiento maravilloso, es decir, la interacción que es posible entre la materia y la energía del espacio exterior, en calidad de elemento emisor, y el centro espiritual de toma de conciencia, situado en el interior de cada hombre, en tanto receptor, interacción de la que resulta la realidad.

Sólo existe un único espacio exterior, físico, que comparto con todos los seres humanos; por el contrario, yo soy el único poseedor de mi espacio interior, espiritual. Aquí, y sólo aquí, surge la imagen del mundo que denominamos nuestra realidad. Esta imagen se ha generado en mí gracias a mis sentidos. Me pertenece. Soy el único poseedor de esta imagen, la cual es idéntica al mundo, a mi mundo.

Esto es lo que Thomas Traherne quiere significar en la cita que antecede a este ensayo con la invitación a que me considere como el único heredero del mundo entero. De hecho, cada ser humano es el único poseedor del mundo entero, incluidos los demás hombres que pertenecen a este mundo, pues el mundo sólo deviene realidad en un yo, en cada yo.

Sin embargo, este saber que se deriva de los conocimientos científico-naturales, que dice que el mundo entero es mi posesión, no basta todavía para que yo pueda disfrutar de este mundo. Es preciso añadir lo que piensa Traherne cuando dice que debo sentir fluir por mis venas el mar, que debo vestirme con el cielo y coronarme con las estrellas. Al saber racional debe sumarse la vivencia emocional. No puedo permanecer separado del mar, del cielo y de las estrellas. He de sentir que la creación está en mí y yo en ella, que somos una misma cosa. Entonces me pertenecerá el mundo, como yo pertenezco a él. Sólo entonces me llegará al corazón su belleza, me sentiré inmerso en él y podré disfrutarlo.

Reflexiones desde la Botánica

Sobre la muerte de los bosques

En las numerosas discusiones que tienen lugar en la escena pública acerca de la muerte de los bosques, rara vez o nunca llegan a exponerse dos reflexiones fundamentales procedentes del campo de la Botánica, a pesar de que están casi a la vista.

Una de ellas tiene que ver con la cuestión de por qué la contaminación atmosférica hace sentir sus efectos destructivos primero en el reino vegetal, en los árboles del bosque, y no en el reino animal y en los seres humanos. Efectivamente, a los abetos y a las hayas se les consideraría, en general, más resistentes y menos sensibles que los animales y los seres humanos.

Sin embargo, se comprenderá enseguida la mayor sensibilidad de las plantas ante las sustancias tóxicas, si se tienen en cuenta la diferencia fundamental que existe en Biología entre el mundo animal y el mundo vegetal.

Nosotros necesitamos el aire «sólo» a causa del oxígeno, el cual nos sirve para quemar los alimentos y para obtener así energía para los procesos vitales. Sin embargo, la planta obtiene del aire el elemento principal de su alimentación, es decir, el carbono, que toma del aire en forma de ácido carbónico (más exactamente: anhídrido carbónico= dióxido de carbono= CO2). Puesto que el aire contiene solamente un 0,035% de anhídrido carbónico frente a un contenido de oxígeno del 21 %, la planta, para cubrir su gran demanda de anhídrido carbónico, debe entrar en contacto con una cantidad incomparablemente mayor de aire que la que ha de respirar un ser humano para obtener la cantidad, relativamente menor, de oxígeno que necesita. Para este propósito los tejidos verdes de las plantas, las hojas y las agujas, en los que se realiza el proceso de asimilación del anhídrido carbónico, están dotados de un sistema de aireación altamente desarrollado, el cual permite obtener el anhídrido carbónico que se encuentra tan diluido en el aire. El aire accede al interior de la hoja o de la aguja a través de poros finísimos, los llamados estomas, de los cuales cada hoja de roble o de haya presenta más de medio millón.

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