Read Misión de gravedad Online

Authors: Hal Clement

Tags: #Ciencia Ficción

Misión de gravedad (26 page)

BOOK: Misión de gravedad
6.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Soy mercader, como bien sabéis, y ante todo me interesa trocar mercancías para obtener beneficios. Reconocisteis ese hecho, ofreciéndome todo el material que se os ocurría a cambio de mi ayuda; vosotros no tenéis la culpa de que no me resulte de ninguna utilidad. Vuestras máquinas, según dijisteis, no funcionan en la gravedad y la presión de mi mundo; no puedo usar vuestros metales… y en cualquier caso no los necesitaría, pues abundan en la superficie de muchas regiones de Mesklin. Algunas gentes los utilizan de adorno; pero, por lo que he hablado con Charles, sé que no se les puede dar formas complejas sin grandes máquinas, o al menos con mas calor del que podemos producir con facilidad. En realidad, conocemos esa cosa que llamáis fuego en formas más manejables que la nube flamígera; lamento haber engañado a Charles, pero en aquel momento me parecía más conveniente.

»Volviendo al tema original, rehusé todo salvo la orientación para navegar y la información meteorológica. Pensé que eso os haría sospechar, pero vuestras palabras no indicaron nada. No obstante, acepté realizar un viaje mas largo del que se haya efectuado en toda nuestra historia documentada para ayudaros a solucionar vuestro problema. Me dijisteis que necesitabais muchísimo esos conocimientos; sin embargo, a ninguno de vosotros se le ocurrió pensar que yo podría necesitar lo mismo, aunque lo pedí una y otra vez en cada ocasión que veía una de vuestras máquinas. No respondisteis a esas preguntas, utilizando siempre la misma excusa. Decidí, pues, que cualquier modo de obtener parte de vuestros conocimientos sería legítimo. Habéis ponderado, en una u otra ocasión, lo que denomináis «ciencia», siempre dando a entender que mi gente no la poseía. No entiendo por que no puede ser beneficiosa para mi gente si lo es para la vuestra.

»Por tanto, os ofrezco un nuevo trato. Comprendo que mi falta de respeto por el trato anterior os puede inducir a no querer cerrar otro conmigo. Sería una lástima, pues parece evidente que no podéis hacer otra cosa. Ni estáis aquí ni podéis venir; y, aunque pudierais arrojar vuestros explosivos, en un arranque de furia, no lo haréis mientras estemos cerca de vuestra máquina. El acuerdo es sencillo: conocimiento a cambio de conocimiento. Podéis enseñarme a mi, o a Dondragmer, o a cualquier otro de mis tripulantes que tenga aptitud y tiempo para aprender, mientras nosotros trabajamos para desmantelar esta máquina y transmitiros el conocimiento que contiene.

—Un momento…

Lackland interrumpió el exabrupto de Rosten.

—Espere, jefe. Conozco a Barl mejor que usted. Déjeme hablar.

El y Rosten podían verse en sus respectivas pantallas, y por un instante el jefe de la expedición echó chispas por los ojos. Luego comprendió la situación y se aplacó.

—De acuerdo, Charles. Háblale.

—Barlennan, creo detectar cierto despecho cuando aludes a las excusas que hemos utilizado para no explicarte nuestras máquinas. Créeme, no intentamos engañarte. Son complejas, tan complejas que los hombres que las diseñan y construyen primero se pasan la mitad de la vida aprendiendo las leyes que les permiten operar y el arte de manufacturarlas. Tampoco pretendíamos subestimar el conocimiento de tu gente; es verdad que nosotros sabemos mas, pero es solo porque hemos tenido mas tiempo para aprender.

»Ahora, si he entendido bien, tu quieres aprender acerca de los instrumentos de ese cohete mientras lo desmantelas. Por favor, Barlennan, puedes creer que soy absolutamente sincero al decirte que yo mismo no podría hacerlo, pues no los entiendo, y que ninguno te serviría de nada aunque lograras entenderlo. Lo único que te puedo explicar es que son máquinas para medir cosas que no se han visto, oído ni saboreado…, cosas que tienes que ver operando de otras maneras durante largo tiempo antes de empezar siquiera a comprenderlas. Esto no implica un insulto; a mi me ocurre casi lo mismo, y me he criado rodeado de esas fuerzas, incluso utilizándolas. Sin embargo, no las entiendo. Ni tampoco espero entenderlas antes de morir, pues nuestra ciencia abarca tantos conocimientos que ningún individuo puede aprenderlo todo; debo contentarme con el campo que conozco… y quizá sumarle lo poco que un hombre puede añadir en su vida.

»No podemos aceptar tu trato, Barl, porque es físicamente imposible de cumplir por nuestra parte.

Barlennan no podía sonreír en el sentido humano, y se abstuvo cuidadosamente de dar su propia versión de una sonrisa. Respondió en un tono tan grave como el de Lackland.

—Puedes cumplir tu parte, Charles, aunque no lo sepas. Cuando yo inicié este viaje, todas las cosas que has dicho eran ciertas. Yo me proponía hallar este cohete con tu ayuda, y luego colocar los visores donde no pudieras ver nada y desmantelar la máquina por mí cuenta para aprender tu ciencia.

»Lentamente comprendí que lo que acabas de decir es cierto. Aprendí que no me ocultabas conocimientos cuando me enseñaste rápida y cuidadosamente las leyes y técnicas utilizadas por los fabricantes de planeadores. Tuve mayor certeza cuando ayudaste a Dondragmer a confeccionar la cabria diferencial. Pensaba que mencionarías estas cosas en tu discurso. ¿Por que no lo hiciste? Son buenos puntos a tu favor.

»Cuando nos enseñabas el funcionamiento de los planeadores, comencé a tener una cierta comprensión de lo que significaba el término «ciencia». Comprendí, antes de que finalizara aquel episodio, que ese simple artilugio que vosotros dejasteis de usar tiempo atrás requería la comprensión de mas leyes del universo de las que mi gente cree que existen. Incluso aclaraste, al disculparte por la falta de información exacta, que los planeadores de esa especie eran usados por tu gente hace mas de doscientos años. Ahora entiendo que en la actualidad, sabéis mucho mas, y al entenderlo sé que hay cosas que no puedo llegar a conocer.

»Pero, pese a ello, podéis hacer lo que deseo. Ya habéis hecho un poco, mostrándonos la cabria diferencial. Yo no lo entiendo, y tampoco Dondragmer, que le dedicó mas tiempo; pero ambos estamos seguros de que está emparentado con las palancas que hemos usado toda la vida. Queremos comenzar desde el principio, con plena conciencia de que no podremos aprender en nuestra vida todo lo que sabéis vosotros. Quiero saber por que flota el Bree y por que flotaba la canoa hasta que se hundió. Quiero saber por que se hundió la canoa. Quiero saber por que el viento sopla continuamente en la fisura… no entendí vuestra explicación. Quiero saber por que sentimos mas calor en invierno, cuando no podemos ver el sol durante mucho tiempo. Quiero saber por que resplandece el fuego y por que mata el polvo flamígero. Quiero que mis hijos, si alguna vez los tengo, o los de ellos, sepan que hace funcionar esta radio, y tu tanque, incluso este cohete. Quiero saber mucho, sin duda mas de lo que puedo aprender; pero si logro que mi gente aprenda por si misma, como habéis hecho vosotros…, bien, quizá deje de vender para obtener beneficios.

Lackland y Rosten permanecieron unos instantes en silencio. Fue Rosten quien lo rompió.

—Barl, si aprendieras lo que deseas y comenzaras a enseñar a tu gente, ¿les dirías de donde procede ese conocimiento? ¿Crees que sería bueno que otros lo supieran?

—Para algunos, si; querrían saber cosas de otros mundos y de los seres que utilizaron la misma vía hacia el conocimiento en que ellos se inician. Otros… bien, muchos prefieren que los demás realicen el esfuerzo. Si lo supieran, no se molestarían en aprender por su cuenta; simplemente pedirían conocimientos específicos… como yo hice al principio; y nunca comprenderían que vosotros no se los explicáis porque os resulta imposible. Pensarían que intentáis engañarlos. Supongo que si se lo contara a alguien, tarde o temprano acabaría por extenderse…, y bien, supongo que sería mejor dejarles creer que yo soy el genio. O Dondragmer; es más probable que lo creyeran de él.

La respuesta de Rosten fue clara y concisa.

—Trato hecho.

20 – EL VUELO DEL BREE

U
n reluciente esqueleto de metal se elevaba dos metros sobre un pedregoso montículo de tierra y rocas de cumbre plana. Un grupo de mesklinitas se afanaba con empeño en otra hilera de placas, cuyos tornillos superiores acababan de aflojar; otro empujaba la tierra y los guijarros recién removidos hasta el borde del montículo; otro trajinaba por una carretera bien marcada que conducía hacia el desierto, bien acercándose con carromatos planos repletos de provisiones, bien alejándose con los mismos carromatos vacíos. Era un hervidero de actividad; prácticamente todos parecían ocupados en algo. Ahora se veían dos radios, una en el montículo, donde un terrícola dirigía la tarea de desmantelación desde su base, y otra a cierta distancia.

Dondragmer estaba frente a la segunda radio, trabando animadas conversaciones con un ser distante a quien no veía. El sol aún continuaba trazando círculos, pero descendía cada vez mas y se hinchaba lentamente.

—Me temo —dijo el piloto— que tendremos serios problemas par verificar esos datos sobre la curvatura de la luz. Entiendo los reflejos; los espejos que fabriqué con las láminas de metal de vuestro cohete me lo aclararon. Es una lástima que el artilugio de donde extrajimos la lente se cayera; no tenemos nada parecido a vuestro cristal.

—Bastará con un trozo razonablemente grande de la lente, Dondragmer —dijo una voz a través del micrófono. No era la de Lackland. Se trataba de un experto en educación, aunque a veces cedía la palabra a un especialista—. Cualquier trozo curva la luz, e incluso crea una imagen…, pero, espera, eso viene después. Trata de descubrir que quedó de ese trozo de cristal, si tu gravedad no lo pulverizó cuando aterrizó el equipo.

Dondragmer se alejó de la radio con una frase de asentimiento y regresó cuando tuvo otra ocurrencia.

—Quizá puedas decirme de que está hecho el «cristal» y si resiste mucho calor. Tenemos buenos fuegos calientes. Además está el material que cubre el Cuenco… hielo, creo que lo llamó Charles. ¿Eso serviría?

—Si. Sé algo sobre vuestros fuegos, pero que me cuelguen si sé cómo quemáis plantas en una atmósfera de hidrógeno, aunque le arrojéis un poco de carne. En cuanto al resto, el hielo servirá, si lo encuentras. No sé de que está hecha la arena de vuestro río, pero puedes tratar de derretirla en uno de vuestros fuegos más ardientes y ver que ocurre. No garantizo nada, simplemente digo que en la Tierra y en el resto de los mundos la arena común crea una especie de vidrio que mejora muchísimo con otros ingredientes. Ahora bien, ignoro cómo describirte esos ingredientes y soy incapaz de sugerirte dónde encontrarlos.

—Gracias. Haré que alguien pruebe con el fuego. Entretanto, buscaré un trozo de lente, aunque me temo que el golpe dejó pocos fragmentos utilizables. No debimos tratar de desmantelar el aparato cerca del borde del montículo. Esa cosa que llamáis «tonel» rueda con demasiada facilidad.

Una vez mas, el piloto se alejó de la radio y se encontró con Barlennan.

—Le toca a tu grupo hacerse cargo de las placas dijo el capitán. Yo iré al río. ¿Necesitas algo para tu trabajo?

Dondragmer mencionó la sugerencia sobre la arena.

—Creo que me puedes traer lo poco que necesito, sin calentar demasiado el fuego. ¿O pensabas traer otra carga de cosas?

—No tenía planes. Era un viaje de diversión. Ahora que ha muerto el viento de primavera y tenemos brisas en las direcciones habituales, no vendrá mal practicar un poco de navegación. ¿De que sirve un capitán que no puede guiar su nave?

—De acuerdo. ¿Los Voladores te dijeron para que servía está tanda de instrumentos?

—Me explicaron bastante, pero si estuviera realmente convencido de ese asunto de la curvatura del espacio lo habría entendido mejor. Terminaron con esa vieja frase de que las palabras no bastan para describirlo. ¿Qué otra cosa puedes utilizar aparte de las palabras, en nombre de los Soles?

—Eso mismo me pregunto yo. Creo que es otro aspecto de ese código de cantidades que denominan matemática. Yo prefiero la mecánica, pues puedes aplicarla desde el principio.

Señaló uno de los carromatos y la cabria diferencial.

—Eso parece —admitió Barlennan—. Tenemos mucho que llevar a casa… y no me parece conveniente que nos apresuremos a difundir algunas cosas, —acompañó la frase con un gesto, y el piloto asintió con gravedad—. Pero nada nos impide jugar con esas cosas ahora.

El capitán siguió su camino, y Dondragmer lo miró entre serio y divertido. Lamentaba que Reejaaren no se encontrara cerca; el isleño no le era simpático, y tal vez ahora no estaría tan convencido de que la tripulación del Bree estaba integrada totalmente por embusteros.

Pero esa reflexión era una pérdida de tiempo. Tenía trabajo que hacer. Arrancar placas del monstruo de metal era menos divertido que recibir explicaciones para iniciar experimentos, pero debían cumplir con su parte del trato. Echo a andar cuesta arriba por el montículo, llamando a su grupo.

Barlennan continuó hasta el Bree. La nave ya estaba dispuesta para el viaje, con dos marineros a bordo y su fuego caliente. La gran extensión de tela brillante, casi transparente, le hacía gracia; al igual que el piloto, pensaba en Reejaaren, pero Barlennan se preguntaba cuál sería la reacción del intérprete si viera el uso que daban a su material. ¿Conque no se podía confiar en telas cosidas? La gente de Barlennan conocía un par de cosillas, sin necesidad de que se las dijeran sus amigos Voladores. Había preparado velas con retazos antes de estar a quince mil kilómetros de la isla donde había obtenido la tela, y las costuras habían resistido incluso en el valle de los vientos.

Barlennan se deslizó por la abertura de la baranda, la cerró y miró la fogata, rodeada por las láminas metálicas de un condensador que habían donado los Voladores. El cordaje estaba tenso y firme. El capitán hizo una seña a los tripulantes; uno de ellos arrojó leña al reluciente fuego sin llamas, mientras el otro soltaba amarras.

Con su vasta esfera de doce metros de tela henchida de aire caliente, el nuevo Bree se elevó suavemente de la meseta y voló hacia el río, mecido por una brisa ligera.

FIN

BOOK: Misión de gravedad
6.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Ice King by Dean, Dinah
His Desire, Her Surrender by Mallory, Malia
Stork Alert by Delores Fossen
The Interview by Weule, Eric