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Authors: Alain Mabanckou

Tags: #Humor

Memorías de puercoespín (6 page)

BOOK: Memorías de puercoespín
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y había esos decesos que se multiplicaban en Mossaka, unos decesos que ya no se espaciaban, los entierros se sucedían, apenas se había terminado de derramar lágrimas por un muerto que otro esperaba su turno, el papá Kibandi no acudía a esos funerales, eso suscitó preguntas en un pueblo donde todo el mundo se conocía vio los ojos de la población posarse sobre él, a la gente cambiar de camino cuando se cruzaba con él, con su pinta de rata y además las mujeres también cuchicheaban sobre el asunto a la orilla del río, los hombres pronunciaban su nombre a cada reunión en la cabaña de las conferencias, los chiquillos lloraban, se agarraban al pareo de su mamá en cuanto el viejo estaba en las inmediaciones, por no hablar de los perros batekes que tomaban la precaución de ladrar a distancia o frente a la puerta de su dueño, todo Mossaka contaba ahora como un solo hombre que el papá Kibandi poseía
un algo
, cada detalle de su vida se diseccionó con lupa, se pasó por la criba, le reprochaban ahora no haber hecho muchos hijos, haber tenido solo uno en el momento en que la ceniza le cubría la cabeza, estaba en el punto de mira para cualquiera de esos decesos, qué pasó con su propio hermano Matapari, por ejemplo, que murió serrando un árbol en la sabana cuando era el mejor leñador de Mossaka, eh, es cierto que ese hermano había cambiado de método de trabajo, se dotó de una sierra mecánica que había que saber manejar en ese rincón donde todavía se dedicaban a la tala con hacha, acaso el papá Kibandi estaba celoso de ese instrumento de trabajo, eh, acaso envidiaba los ahorros de su hermano, que sacaba provecho de la herramienta alquilándosela a la población, eh, y además, qué pasó con la muerte de su hermana pequeña Maniogui hallada inerte, sin vida, con los ojos en blanco, en la víspera de su boda, eh, todo el mundo sabía que el papá Kibandi se oponía a esa unión por culpa de una historia de regiones, «una norteña no puede casarse con un sureño, punto redondo», decía, qué pasé también con Matoumona, esa mujer que el papá Kibandi deseaba tomar como segunda esposa, esa mujer que tenía la mitad de su edad, eh, acaso no había muerto atragantándose con gachas de maíz, y qué pasó con Mabiala el cartero, que, según sospechaba el papá Kibandi, rondaba a la mamá Kibandi, eh, y con Loubanda el fabricante de tatams al que reprochaba su éxito con las mujeres, eh, y con Senga el ladrillero que se había negado a trabajar para él, eh, y con Dikamona la corista de los velatorios que no daba los buenos días, ella que lo había tratado de viejo brujo en público, eh, y con Loupiala la primera enfermera diplomada originaria de Mossaka, esa joven que según el papá Kibandi, hablaba por hablar, esa joven que alardeaba de su diploma, eh, y con Nkele el mayor cultivador de la región, ese hombre egoísta que se negaba a cederle una parcela cerca del río, eh, qué pasó con todas esas personas que no eran de la familia, esas personas que morían una tras otra, eh, pues, mi querido Baobab, se imputaban esas desapariciones al papá Kibandi mientras éste miraba al horizonte con serenidad, como si ya no pudiera cambiar el curso de las cosas, como si estuviera por encima de lo que calificaba él mismo de «
pequeñas riñas de lagartos
» y puesto que la gente ya no le hablaba se escudó en su orgullo, prohibió a su hijo y esposa charlar con los aldeanos, darles los buenos días, él mismo escupía al suelo cada vez que se cruzaba con un habitante, echaba pestes del jefe del pueblo, lo trataba de pobre corrupto que solo vendía sus tierras a su propia familia, y luego hubo ese acontecimiento fatídico, un conflicto familiar que marcaría la memoria de las gentes del Norte, esa desavenencia con su hermana pequeña, la última, ahora bien, era conocer mal al papá Kibandi puesto que una vez más iba a embrollar las pistas, sembrar la duda en la cabeza de los aldeanos, iba a aplazar lo que sin embargo aparecía como el término de su existencia en esta tierra, sólo papá Kibandi era capaz de tamaña proeza, créeme, mi querido Baobab, y hasta ahora todavía no me explico cómo logró que esa gente de a pie comulgara con ruedas de molino

esa desgracia aconteció en Mossaka en el transcurso de la temporada seca, las aguas del Niari llegaban apenas a los tobillos de los bañistas, a la puesta de sol encontraron el cuerpo sin vida de Niangui-Boussina en la orilla derecha, al otro lado del pueblo, tenía el vientre hinchado, e1 cuello inflamado como si hubiera muerto tras la estrangulación por un criminal de gigantescas manos, esa chica no era otra que la sobrina del papá Kibandi, la hija de su hermana pequeña Etaleli, que denominaré aquí la tía Etaleli, como la llamaba mi propio dueño, la adolescente Niangui-Boussina había venido a pasar las vacaciones a Mossaka con su madre, su pueblo quedaba a unos kilómetros, la tía Etaleli pretendió que su hija no podía morir ahogada, no, jamás de los jamases, había nacido a la orilla del río más peligroso del país, el Loukoula, había pasado su niñez en el agua, de modo que era una historia que olía a chamusquina, evidentemente se evocó el nombre del papá Kibandi, la tía Etaleli amenazó con no irse de Mossaka hasta que se arrojara luz sobre el ahogamiento de su hija, y, como la tensión crecía, se marcho de la casa de su hermano, se fue a residir a casa de una de sus amigas y no se movió de allí hasta el día fijado para devolver el cuerpo de su hija a Siaki, el pueblo donde vivía la tía Etaleli con su esposo, y el papá Kibandi oía esta vez la palabra «brujo» en cuanto ponía los pies fuera de su cabaña, lo trataban de «rata apestada», no le daban ocasión de explicarse, le habría gustado discutir de ello con su hermana, demostrarle que se le podía acusar de todo menos de haberse
comido
a su sobrina y cuando digo
comido
, hay que comprender, mi querido Baobab, que se trata de acabar con los días de un individuo por unos medios imperceptibles para aquellos que niegan la existencia de un mundo paralelo, en particular esos incrédulos humanos, y entonces, por los pinches de un puercoespín, el día del entierro de Niangui-Boussina en Siaki, esperaban al papá Kibandi con azagayas envenenadas, preveían ensartarlo en público en ese pueblo donde se disponía a acudir para saludar la memoria de su sobrina, mudó de parecer en el último momento, su vieja rata que había mandado a tantear el terreno se enteró de lo que se tramaba contra él, una gran trampa urdida por la tía Etaleli con la complicidad de ciertos habitantes de Siaki y Mossaka, el caso es que una semana después de la inhumación la tía Etaleli reapareció en Mossaka por la mañana temprano con una delegación de cuatro hombres, increpó al papá Kibandi, le dijo abiertamente «fuiste tu el que se comió a Niangui-Boussina, fuiste tu el que se la comió, todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo dice, debes confesármelo cara a cara», el papá Kibandi refutó la acusación, «no me la comí, cómo podría comerme a mi propia sobrina, eh, ni siquiera sé cómo se hace eso de comerse a alguien, la pequeña murió ahogada, punto redondo», y la hermana alzó el tono «si tienes cojones, vente con nosotros a Lekana, el hechicero Tembe-Essouka te confundirá ante estos cuatro testigos que están conmigo, los elegí en cuatro pueblos diferentes, además uno de ellos es de Mossaka», y, para sorpresa general y quizá también debido al gentío que se apiñaba alrededor, el papá Kibandi no opuso resistencia, se calzó los zapatos de goma, se puso un largo bubú de algodón, dijo en señal de desafío «soy todo tuyo, vámonos, estás perdiendo el tiempo, hermana», la tía Etaleli replicó «no me vuelvas a llamar hermana, yo no soy la hermana de un come-hombres»

si los cuatro testigos venidos con la tía Etaleli estaban escogidos en cuatro pueblos diferentes era porque lo exigía la tradición en aras de la neutralidad y la autenticidad de la crónica que esas personas transmitirían en sus localidades respectivas, el pequeño grupo anduvo media jornada hasta Lekana, allí vive el célebre hechicero Tembe-Essouka, un viejo ciego de nacimiento, de piernas enjutas y cuya barba de chivo barría el suelo cada vez que movía la cabeza, al parecer los responsables de este país lo consultan, veneran su ciencia de las sombras, no se lava nunca, de lo contrario perdería sus poderes, arrastra unos pingajos rojos, hace sus necesidades al pie de su cama de bambú, es capaz de domesticar la lluvia, el viento y el sol, pide que le paguen sólo tras los resultados, y aun así, hay que pagarlo con cauris, la moneda que tenía curso en la época en que este país era todavía un reino, no confía en la moneda nacional, piensa que los tiempos no han cambiado, que la moneda oficial es un timo, que el mundo está constituido por reinos, que cada reino tiene su hechicero, que entre todos esos hechiceros, él es el mayor, y en cuanto llegas ante su cabaña erigida sobre una colina suelta una risotada que deja paralizados a sus visitantes, comienza explicándote tu pasado en detalle, te dice con exactitud tu fecha y lugar de nacimiento, los nombres de tu padre y madre, te revela después el motivo de tu visita, zarandea las máscaras aterradoras suspendidas encima de su cabeza y con las cuales comulga, ese hombre iba a arbitrar al padre y a la tía de Kibandi, los cuatro testigos habían tratado por todos los medios de reconciliar a la hermana y al hermano que no habían intercambiado una sola palabra durante toda la caminata por la sabana, el grupo llegó a las puertas de Lekana hacia el mediodía

mi querido Baobab, los habitantes de Lekana estaban acostumbrados a las idas y venidas de la gente que se orientaba hacia la colina a fin de consultar a Tembe-Essouka, y éste, al oír los pasos de los visitantes, aulló desde su cabaña al borde del derrumbamiento, «eh, ustedes, qué vienen a hacer a mi casa así, eh, Tembe-Essouka no está para asuntillos que pueden arreglar entre ustedes, no me molesten por menudencias, no necesito sus cauris, el culpable no ha hecho el desplazamiento, veo agua, si, veo agua, veo a una chica joven que se está ahogando, esta chica es la sobrina de un señor viejo al que una señora acusa, si insisten, si no me creen, entren pues por su cuenta y riesgo», puesto que la tía Etaleli estaba más determinada que nunca el grupo penetró en la cabaña, no fueron los olores pútridos los que repelieron a los seis recién llegados sino más bien las máscaras que parecían ofuscadas por la testarudez y la temeridad de esos extraños, Tembe-Essouka tenía la mirada húmeda y apagada, estaba sentado sobre una piel de leopardo, agitaba un rosario fabricado con la ayuda de huesecillos de una boa cuya cabeza reinaba en la entrada de la cabaña, los visitantes tomaron asiento en el suelo mismo, y el hechicero, pensativo, murmuró «pandilla de incrédulos, ya les advertí que el culpable no estaba entre ustedes, por qué entraron en mi cabaña, eh, acaso dudan de la palabra de Tembe-Essouka o qué, eh», la tía Etaleli se arrodilló, comenzó a sollozar a los pies del hechicero, se enjugaba las lágrimas con la ayuda de una punta de su pareo anudado alrededor de los lomos, el hechicero la rechazó «seamos claros, esta morada no es lugar para lágrimas, hay un pequeño cementerio más abajo, tendrá usted de sobra donde escoger para encontrar una osamenta a la que sus lloros darían gusto», aun así la tía Etaleli farfulló «Tembe-Essouka la muerte de mi hija no es una muerte normal, así no debe morir una persona, se lo suplico, observe bien, estoy segura de que me ayudará, su ciencia es la más temida de este país», se deshizo en lágrimas de nuevo a pesar de la irritación del hechicero, «mierda, cállese le he dicho, quiere que los expulse de aquí, eh, quiere que les lance un ejército de abejas en el culo, eh, pero habrase visto, por quién me toma, eh, todavía no ha comprendido que ese viejo aquí presente que usted acusa de esta desgracia no es el que se comió a su hija, cuántas veces tengo que decírselo, eh, y ahora si insiste en conocer la verdad, se la voy a revelar porque yo lo veo todo, yo lo sé todo, y para convencerla de la inocencia de este hombre aquí presente, pasarán todos la prueba de la pulsera de plata, peor para ustedes, les previne, les doy treinta segundos de reflexión antes de decidir si debo o no proceder a la prueba»

no te lo vas a creer, mi querido Baobab, el papá Kibandi aceptó pasar por esta prueba de la pulsera de plata mientras que los que estimaban no tener nada que reprocharse se lo pensaron dos veces antes de someterse, para empezar porque Tembe-Essouka era más ciego que un topo, luego porque el pánico podía falsear el desenlace de la prueba, el papá Kibandi no iba a echarse atrás, a la tía Etaleli se le habían secado las lágrimas de golpe, parecía exultar de antemano ante la idea de ver a su hermano confuso frente a los cuatro testigos, el fuego iluminaba la cabaña, crepitaba como esos incendios que asolan la sabana durante la temporada seca, las máscaras parecían agitar los labios belfos, susurrar al hechicero fórmulas cabalísticas a las que respondía mediante impetuosos asentimientos de cabeza, el humo enturbiaba ahora los rostros a los visitantes, tosían a cual más, un olor a rancio, luego a caucho recalcinado asfixiaba a la asistencia, y cuando el humo cesé por fin Tembe-Essouka puso al fuego una marmita llena de aceite de palma, arrojó una pulsera de plata dentro, dejó hervir ese aceite durante un buen rato antes de sumergir la mano en el recipiente sin un momento de vacilación, el aceite hirviendo le llegaba hasta el codo, recuperó la pulsera sin quemarse, la exhibió al grupo aún bajo la conmoción, lo devolvió a la marmita, «ahora, le toca a usted, señora, haga lo mismo, encuéntreme la pulsera en ese aceite hirviente», tras un instante de titubeo, la tía Etaleli sumergió la mano en la marmita, cogió la pulsera, casi cantó victoria, y los testigos, tranquilizados, hicieron lo mismo con éxito, el hechicero se volvió entonces hacia el papá Kibandi, «le toca, lo hago pasar el último porque es usted el supuesto come-hombres», el papá Kibandi hizo1o que se le pedía al instante, triunfó sobre la prueba ante la mirada atónita de la tía Etaleli mientras que los cuatro testigos, estupefactos, posaban los ojos en la acusadora, el hechicero dijo «los cuatro testigos y el hombre injustamente acusado van a salir de esta cabaña para aguardar fuera, le voy a desvelar a usted, señora, quién se comió a su hija», la tía Etaleli se quedó sola frente a las máscaras, con cara esta vez de asqueadas, y al hechicero sumido en una meditación interminable, con los ojos cerrados, y cuando éste los abrió, la tía Etaleli creyó que el hechicero no era ciego, la miró de hito en hito, soltó un ladrido a semejanza de un perro bateke, el fuego se apagó de golpe, el hechicero se puso después a contar los huesecillos del rosario, a murmurar un cantó que la tía Etaleli no comprendía, removía los ojos, esta vez sin vida, su pulgar y su índice pillaron uno de los huesecillos más gordos, lo acarició con febrilidad, interrumpió su canto, le tomó la mano derecha a la tía, le preguntó «quién es pues ese tipo al que llaman Nkouyou Matete y que no ceso de ver en mi meditación, eh», la tía Etaleli hizo el ademán de sobresaltarse, se repuso a tiempo para balbucear: «Nkouyou Matete, dijo usted Nkouyou Matete, eh», preguntó ella, «lo oyó bien, quién es el tío ese, eh, es muy poderoso, me vela su cara, aún así alcanzo a descifrar su nombre, ese tío está rodeado de varios hombres, parecen estar discutiendo, lanzándose amenazas de muerte», y la tía Etaleli, escéptica, barbulló «no es posible que sea él, es mi marido, caramba, es el padre de mi difunta hija, quiere decir usted que es él el que, ejem, bueno, no es posible, le digo que no puede comerse a su propia hija, hombre», «es él quien se comió a la muchacha, es miembro de una asociación nocturna en su pueblo Siaki, y cada año uno de los miembros da en sacrificio a la comunidad de los iniciados un ser que le es querido, esta temporada le tocaba a su marido, y como éste tiene por doble nocivo el cocodrilo, por el agua su hija pereció, atraída a la corriente por el animal de su padre, ahora diga usted la última palabra, o llamo a los cuatro testigos y a su hermano al que usted acusaba, o bien opta por el silencio y se guarda mi revelación para usted», sin tomarse el tiempo para reflexionar la tía Etaleli propuso «quiero que haga algo contra mi marido, quiero que le eche un maleficio, quiero que muera antes de que yo llegue a Siaki, es un cabrón, un crápula, un brujo», Tembe-Essouka casi recobra la vista del arrebato de rabia que le dio, «pero por quién me toma, eh, jamás le he echado un maleficio a nadie, me contento con ver, ayudar a los que tienen dificultades, para el resto vaya a consultar a los canallas y demás charlatanes de su propio pueblo, yo no soy de esa calaña, pero por quién me toma usted, eh», «se lo ruego, Tembe-Essouka, al menos no diga nada a los que esperan fuera, sobre todo no quiero que mi hermano se entere, lo acusé sin motivo por culpa sobre todo de la gente de Mossaka, dicen que tiene una rata como doble nocivo, me comprende, no, póngase en mi lugar», el hechicero se levantó, para él la sesión había terminado, y, antes de señalarle la puerta a la tía Etaleli, concluyó «es su historia, no diré nada a nadie, Tembe-Essouka ha hecho su trabajo, no olvidé cerrar la puerta detrás de usted y dejar unos cauris para los antepasados en el cesto que está en la entrada»

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