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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos (15 page)

BOOK: Malditos
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Todavía mantenía el aroma de Orión, un olor fresco y un tanto salvaje, pero, sin duda, fiable.

Se quitó las mangas de la chaqueta con impaciencia mientras se repetía una y otra vez que no debía comportarse como una estúpida. Fue hacia el cuarto de baño para darse una ducha. No quiso dejar el teléfono en la habitación por si Orión intentaba contactar con ella. Se lavó el pelo tal y como Claire le había recomendado.

Mientras se secaba con la toalla y se cepillaba los dientes, Helena reflexionó sobre su situación. Tenía que dejar de estar a merced del Infierno. Llevaba deambulando sin rumbo fijo durante…, en fin, muchas más semanas de las que el tiempo en el mundo real reflejaba. Orión se merecía un plan mejor.

En cuanto llegó al instituto, lo primero que hizo fue localizar a Casandra.

—Tenemos que reunimos esta tarde —propuso Helena.

—De acuerdo —aceptó la pequeña de los Delos con serenidad—. ¿Ocurrió algo anoche?

—Hay algo que quiero contarle a toda la familia. Y quiero invitar a todo el mundo. Claire, Jasón, Matt, Ari —añadió Helena caminando hacia atrás por un pasillo abarrotado de estudiantes.

—No están preparados —gritó Casandra como protesta.

—Entonces, haz que estén preparados. Ya estoy harta de perder el tiempo —espetó sin darle la oportunidad de rebatir.

—¿Qué os parece un poco de la antigua Grecia esta noche? —preguntó Helena a Matt y Claire en la hora de tutoría.

—¡Me apunto! —respondió Matt, emocionado, como gran pazguato que era—. ¿Tengo que llevar algo?

—¿Claire? —insistió Helena encogiendo los hombros. En realidad, Matt quería preguntar qué necesitaban traer para el ritual de iniciación—. Tú fuiste quien encontró el pergamino.

—No tengo ni idea —admitió la jovencita—. No me leí todo el maldito texto.

No soy una suicida en activo, ¿sabes?

—Seguro que Casandra lo sabrá. Ya lo descubriremos esta noche —dijo Helena con confianza.

—¿A qué viene este cambio tan radical? —quiso saber Matt—. Si no recuerdo mal, la última vez te opusiste a que nos uniéramos al «grupo de estudio».

—Y fíjate lo bien que me ha ido —bromeó Helena—. Seamos sinceros, Matt.

Claire y tú me habéis ayudado a preparar los exámenes desde la guardería.

Anoche me di cuenta de que he intentado aprobar este examen sola y, seguramente por eso, lo único que he conseguido es suspenderlo una y otra vez.

Quería hablarle a Matt de Orión, pero reparó en la presencia de Zach, que la observaba fijamente, y decidió esperar hasta la noche para contárselo a todos. El timbre sonó y Helena dio la conversación por acabada. Se dirigió hada el aula de su primera clase preguntándose qué habría escuchado Zach y qué habría entendido.

Orión no se puso en contacto con Helena hasta después del almuerzo.

Todos los mensajes eran palabras como «zzz», «taco» y «H20». Ella entendió el significado de inmediato. No sabía cuánto tiempo habían pasado juntos en el Submundo la noche anterior; pero, como era habitual, se sentía cansada, famélica e increíblemente sedienta. Al menos, ahora había alguien en su vida capaz de entenderlo que tenía que soportar allí abajo.

Le preguntó cómo se las había apañado para salir del Infierno vivito y coleando, pero su respuesta fue: «He sufrido un tirón en el dedo pulgar».

Tras leer el mensaje, Helena asumió que o bien Orión prefería contárselo en persona, o bien quería evitar hablar del tema, así que lo dejó correr.

Esa tarde Casandra aceptó convocar a Matt, Claire, Jasón y Ariadna en el campo de batalla con Cástor, Palas, Helena y Lucas como testigos. Recitó unos pasajes en griego antiguo mientras quemaba unos troncos repletos de resina en una especie de disco de bronce que, según Jasón la había informado, se denominaba brasero. Más tarde Cástor trajo una jaula repleta de diminutos pajarillos que empezaron a piar en cuanto deslizaron el manto que cubría la jaula.

—Un momento, ¿para qué son? —cuestionó Claire con una voz que dejaba entrever que estaba al borde del pánico.

—Alégrate de que la ceremonia no exija un animal más grande como un caballo o una vaca —susurró Jasón. No estaba bromeando.

Casandra dedicó una solemne reverencia a su padre y colocó las manos con las palmas hacia arriba, como si llevara una bandeja. Cástor tomó una diminuta daga del cinturón y la posó sobre las manos de su hija menor. Al hacerlo, la pequeña empezó a resplandecer; primero emitiendo un brillo verde, después violeta, hasta al final tomarse del color azul con destellos níveos de la incalculablemente ancestral aura del oráculo. Poseída por los Tres Destinos, Casandra se volvió hacia Matt y le ofreció el puñal primero a él.

—Corta la cabeza de la ofrenda y arroja el cuerpo del animal muerto al fuego, mortal. Así sabremos si eres digno del don que te vamos a otorgar —repicaron las tres voces de armónica belleza.

Tras unos momentos de indecisión, Matt se acercó a la jaula y agarró a uno de los pajarillos con una mano mientras, con la otra, sujetaba el diminuto puñal. Bajo el resplandor del fuego, Helena advirtió la indignación que reflejaba el rostro de su amigo y, al clavar el filo en el cuello del animal, todos los presentes se fijaron en el ostensible temblor de sus manos.

Por suerte, Matt no titubeó y acabó con el sacrificio en un periquete.

Ariadna y Jasón siguieron las mismas instrucciones con eficacia como si se hubieran sometido a este ritual en ocasiones anteriores, lo cual seguramente había sucedido, asumió Helena. Claire fue la única en mostrarse reacia a realizar el sacrificio, así que Jasón no tuvo más remedio que tomarla de las manos durante todo el proceso.

Una vez que los cuatro fueron iniciados, las parcas abandonaron el cuerpo de Casandra en un abrir y cerrar de ojos, y el fuego se extinguió como si alguien hubiera arrojado un cubo de agua. La pequeña Delos se tambaleó durante unos instantes, tratando de mantener el equilibro apoyándose en Lucas, pero al fin logró permanecer firme y de pie.

Al regresar a la biblioteca, Claire no pudo reprimir las lágrimas un tanto abrumada por lo que acababa de suceder. Helena ansiaba correr hacia su amiga para consolarla, pero Jasón se le adelantó susurrándole algo al oído que, al parecer, la tranquilizó. Helena vio que Claire hundía el rostro en el pecho de Jasón, y dejó que la guiara a ciegas por el jardín.

Ante un gesto de tal ternura y cariño, Helena no pudo evitar volverse hacia Lucas, que caminaba justo al otro lado del grupo. Estaba lo más lejos de ella que podía y no había levantado la vista ni en una ocasión. La muchacha apartó la mirada. Notó una vez más el peso de la nostalgia en el pecho, pero esta vez la sensación, a la que ya estaba más que acostumbrada, iba acompañada de algo más. Frustración. Cada vez que veía a Lucas se desgarraba por dentro y el corazón se le partía en mil pedazos. Tenía que pararlo y concentrarse. Había demasiado en juego.

Cuando todos regresaron del jardín, Matt todavía no había recuperado el color en la cara. De inmediato, Helena empezó a parlotear para eludir cualquier pregunta embarazosa, por bien intencionada que fuera, sobre si estaba a punto de vomitar.

Les contó quién era Orión, sus batallas en el Submundo y la relación que mantenía con Dafne, su madre. Surgieron varias dudas sobre cómo había conseguido descender al Submundo y más de uno se mostró escéptico, ya que, supuestamente, ella era la única capaz de sobrevivir en el Infierno.

Así que Helena no tuvo más remedio que explicarles que Orión llevaba la Rama Dorada que le permitía viajar entre los distintos mundos.

—Y, sin duda alguna, no es un espíritu —dijo Helena, convencida—. Me prestó su chaqueta en el Submundo y, cuando me desperté por la mañana, todavía la llevaba puesta.

—¿Qué sabemos de ese robo en el Met? —preguntó Cástor con urgencia a su hermano en cuanto Helena mencionó la rama.

—No hay otra explicación. Lo único que sustrajeron fue una antigua pieza metálica. Una hoja de oro —respondió Palas—. La robó una desconocida que, simplemente, irrumpió en la sala, rompió el cristal de un puñetazo y abandonó el museo de rositas. Por lo visto, la mujer no se molestó en ocultar su rostro tras una máscara y no utilizó guantes, aunque no derramó ni una sola gota de sangre.

—Déjame adivinar —dijo Helena—. Mi madre, ¿verdad?

—Pero ¿por qué Dafne la robaría para después entregársela a Orión? —preguntó Jasón—. Es un objeto demasiado poderoso.

—Orión me confesó que es descendiente de Eneas, de modo que es el único que puede beneficiarse de sus poderes —aclaró Helena.

—Entonces debe ser heredero de la casta de Roma —adivinó Cástor un tanto asombrado.

—De hecho, es el patriarca de esa casta. ¿Cómo lo has sabido? —quiso saber Helena.

—Todavía no te has leído la
Eneida
, ¿verdad? —preguntó Cástor sin ánimo de reprochárselo—. Eneas fue el mejor general de Héctor en la guerra de Troya y uno de los pocos que logró sobrevivir cuando Troya quedó devastada. Fundó la ciudad de Roma y, por lo tanto, es también fundador de la casta de Roma.

—Además es hijo de Afrodita —sonrió Ariadna de modo insinuante a Helena—, así que este Orión tiene que ser más atractivo que… ¡Ouch!

Jasón le había lanzado una patada a su indiscreta hermana gemela por debajo de la mesa. Cuando la joven lo miró, él sacudió la cabeza, sugiriéndole que no continuara hablando. Helena notó una oleada de calor que le enrojeció el rostro, aunque no podía explicárselo. No había hecho nada de lo que pudiera avergonzarse.

—Hace un momento has dicho «esa casta», como si estuviera relacionado con más de una —señaló Lucas sin levantar la vista del suelo.

—Así es —espetó Helena mirando a cualquiera antes que a Lucas—. Orión es el patriarca de la casta de Roma, pero también es el heredero de la casta de Atenas.

De repente, varias conversaciones cruzadas se mezclaron en la biblioteca.

Al parecer, Orión era el primer vástago de la historia en heredar dos castas, lo cual tenía bastante sentido para Helena teniendo en cuenta que las furias se esmeraban una barbaridad en mantener las castas separadas.

Entre tanta agitación, Helena logró hilar distintos fragmentos de la conversación y comprendió que existía una especie de profecía que afectaba a Orión y que, por lo visto, no era buena.

—¡Esperad! —interrumpió Helena al escucharles hablar de Orión de un modo que le desagradaba—. ¿Alguien puede explicarme que está pasando?

—No hay mucho que explicar —dijo la pequeña de los Delos—. Antes de la devastadora guerra de Troya, Casandra de Troya pronunció una profecía.

Anticipó que habría un «heredero múltiple» y creemos que se refiere a un vástago que hereda más de una casta. Este heredero múltiple o «el cántaro donde se ha mezclado la sangre de un vástago real», para ser más exactos, forma parte de una trinidad de vástagos cuyo cometido es sustituir a los tres grandes dioses, Zeus, Poseidón y Hades. Los tres vástagos gobernarán los cielos, los océanos y el mundo de los muertos si consiguen derrocar a los dioses para arrebatarles el trono, claro está. La mera existencia de un heredero múltiple es el indicio que nos hace creer que todo está a punto de empezar. El fin de los tiempos.

—Se le conoce con el sobrenombre de Tirano —dijo Lucas en voz baja, y todas las miradas se clavaron en él—. Algunos le describen como un ser «nacido del resentimiento» y muchos asumen que es capaz de «reducir todas las ciudades mortales a escombros»

—¿Como un vástago anticristo? —murmuró Claire a Jasón.

Sin embargo, reinaba tal silencio en la biblioteca de los Delos que todos pudieron oír la pregunta desesperada.

—No, querida, no es exactamente lo mismo —dijo Palas con dulzura mientras le apretaba la mano—. Para nosotros, el fin de los tiempos es el día en que los vástagos tendremos la oportunidad de luchar por nuestra inmortalidad. No tiene nada que ver con el fin del mundo que tú conoces.

Dicho esto, si la batalla final no resulta como esperamos, la mayoría de los mortales no sobrevivirían a ella. La llegada del Tirano es una de las señales que indican que todo está a punto de empezar.

—La profecía anuncia que todas las decisiones que tome el Tirano antes de la batalla final pueden decidir los destinos de los dioses, vástagos y mortales. Eso es realmente todo lo que sabemos —añadió Cástor.

—No olvidéis que esta leyenda es solo un fragmento de una profecía larga y muy compleja. La mayor parte del texto se ha perdido —explicó Ariadna a Helena, Matt y Claire—. Y, a decir verdad, existe el debate de si los fragmentos que poseemos deben leerse al pie de la letra o, todo lo contrario, si deben interpretarse como versos de un poema como en la
Ilíada
.

—Así que esta profecía de la que habláis podría no ser más que un puñado de palabras bonitas; sin embargo, no habéis tardado ni un segundo en afirmar que Orión es el tal Tirano —dijo Helena sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Al ver que nadie abría la boca para negarlo, continuó—: Es muy injusto.

Lucas se encogió de hombros y masculló algo entre dientes, pero no despegó los ojos del suelo. El resto de los miembros del clan Delos intercambiaron miradas, pero no pronunciaron palabra. Helena miró uno a uno a los ojos y, al final, dejó caer las manos, frustrada por lo que estaba ocurriendo.

—No le conocéis —anunció en tono defensivo a todos los presentes.

—Tú tampoco —refutó Lucas con severidad.

Por primera vez en una semana, las miradas de Helena y Lucas se cruzaron. Pero la del chico era tan intensa y penetrante que Helena se quedó sin aire en los pulmones. Se produjo un momento tenso y todos se pusieron alerta, vigilando el próximo movimiento de Lucas. Al fin, el joven bajó la mirada.

—Pero él no es así —añadió Helena con un susurro apenas audible mientras negaba con la cabeza—. Orión jamás podría ser un tirano. Es una persona dulce y, en fin, muy compasiva.

—Hades también es así —intercedió Casandra, como si estuviera hablando de un amigo al que perdió hace mucho tiempo—. De todos los dioses, es el más misericordioso. Al fin y al cabo, su tarea es estar a tu lado cuando tu vida pasa como un relámpago ante tus ojos. Quizá la clemencia de Orión le convierte en el sustituto idóneo de Hades.

Helena no tenía la menor idea de cómo rebatírselo, pero en lo más profundo de su corazón sabía que Casandra se equivocaba al comparar a Orión con Hades, o al llamarle tirano. Era un chico lleno de vitalidad y optimismo, incluso había logrado hacerla reír en el mismísimo Infierno.

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