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Authors: Bernard Werber

Tags: #Fantasía, #Ciencia

Las hormigas (26 page)

BOOK: Las hormigas
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Se progresa mejor, y más de prisa, en los estratos de la sociedad si uno sabe seducir, reunir asesinos, desinformar, que si se tiene la capacidad de crear conceptos u objetos nuevos.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

La 4.000 y la 103.683 han vuelto a la pista olorosa que lleva a la termitera del Este. Se cruzan con escarabajos ocupados en empujar esferas de humus, hormigas exploradoras de una especie tan pequeña que apenas se las ve, y otras que son tan grandes que a las dos soldados apenas se las ve…

Y eso porque existen más de doce mil especies de hormigas, cada una de ellas con su propia morfología. Las más pequeñas no miden más que unas decenas de micras, y las más grandes pueden alcanzar los siete centímetros. Las rojas se clasifican entre las medianas. La 4.000 parece al fin orientarse. Falta aún cruzar esta mancha de musgo verde, escalar esta mata de acacia, pasar bajo los junquillos, y lo que buscan ha de estar detrás del tronco de este árbol muerto. En efecto, una vez superado el tocón, ven aparecer, entre los salicores, el río del Este y el puerto de Satei.

—Hola, hola, Bilsheim, ¿me recibe?.

—Fuerte y claro.

—¿Todo va bien?

—Sin problemas.

—La longitud de la cuerda desenrollada indica que ha recorrido usted cuatrocientos ochenta metros.

—Estupendo.

—¿Ha visto algo?

—Nada en especial. Sólo algunas inscripciones grabadas en la piedra.

—¿Qué tipo de inscripciones?

—Fórmulas esotéricas. ¿Quiere que le lea una?

—No. Confío en su palabra.

El vientre de la hembra 56 está en plena ebullición. En su interior hay tirones, empujones, gesticulaciones. Todos los habitantes de su futura ciudad se impacientan.

Entonces, no busca ya más y elige una oquedad de tierra ocre y negra y decide fundar ahí su ciudad.

El lugar no está mal situado. Por los alrededores no hay olores de enanas, ni de termitas, ni de avispas. Hay incluso algunas pistas feromonas que indican que las belokanianas ya se han aventurado por el lugar.

Prueba la tierra. El suelo es rico en oligoelementos, la humedad es suficiente y no excesiva. Incluso hay un pequeño arbusto perpendicular.

Limpia una superficie circular de trescientas cabezas de diámetro, que viene a representar la forma óptima de su ciudad.

Agotada, deglute para hacer que suba el alimento de su buche social, pero hace tiempo que éste está vacío. Ya no tiene reservas de energía. Entonces, se arranca las alas de un tirón y se come sus raíces musculosas.

Con este aporte de calorías, debería mantenerse unos días.

Luego, se entierra hasta las antenas. Nadie debe poder verla en este período en el que no es más que una presa inofensiva.

Espera. La ciudad oculta en su cuerpo despierta lentamente. ¿Cómo la llamará?

En primer lugar, ha de encontrar un nombre de reina. Entre las hormigas, tener un nombre es existir como entidad autónoma. Las obreras, las soldados, los sexuados vírgenes no se designan más que por el número correspondiente a su nacimiento. Las hembras fértiles, por el contrario, pueden adoptar un nombre.

Bien, había salido perseguida por las guerreras con olor a roca, de manera que no tiene más que llamarse «la reina perseguida». O, mejor, ya que la perseguían porque había intentado resolver el enigma del arma secreta, y eso no debe olvidarlo, eso la lleva, en realidad, a ser la «reina surgida del misterio».

Así, decide llamar a su ciudad «ciudad de la reina surgida del misterio». Lo que en el idioma oloroso de las hormigas, se olfatea así:

CHLI-PU-KAN.

Dos horas más tarde, nueva llamada.

—¿Va todo bien, Bilsheim?

—Estamos delante de una puerta. Una puerta como cualquier otra. Hay una gran inscripción. Los caracteres son antiguos.

—¿Qué dice?

—¿Quiere que esta vez se la lea?

—Sí.

El comisario orientó la linterna y se puso a leer, con voz lenta y solemne, debido a que iba descifrando el texto mientras lo leía:

«En el momento de la muerte el alma experimenta la misma sensación que los que son iniciados en los grandes Misterios.

»En primer lugar, hay carreras al azar con ingratos quiebros, viajes inquietantes y sin final a través de las tinieblas.

»Luego, antes del final, el horror llega al colmo. Estremecimientos, temblores, sudor frío, el horror predomina.

»A esta fase le sigue casi inmediatamente un ascenso hacia la luz, una brusca iluminación.

«Una luminosidad maravillosa se ofrece a los ojos, se pasa por lugares puros y praderas donde resuenan las voces y las danzas.

«Palabras sagradas inspiran el respeto religioso. El hombre perfecto e iniciado se hace libre, y celebra los Misterios».

Un policía se estremeció.

—¿Qué hay detrás de la puerta? —pregunta el walkie-talkie.

—Bien… la abro… Seguidme, muchachos.

Un prolongado silencio.

—¡Bilsheim! ¡Bilsheim! Conteste, maldita sea. ¿Qué es lo que ve ahora?

Se oyó un disparo.

Luego, otra vez silencio.

—¡Bilsheim! ¡Conteste, amigo mío!

—Aquí Bilsheim.

—¡Hable! ¿Qué es lo que pasa?

—Hay ratas. Miles de ratas. Se han lanzado contra nosotros, pero hemos conseguido hacerlas huir.

—¿Ha sido eso el disparo?

—Sí. Ahora se han puesto a cubierto.

—Describa lo que ve.

—Aquí está todo rojo. Hay trazas de rocas ferrosas en las paredes y… ¡hay sangre en el suelo! Seguimos adelante.

—¡Mantenga el contacto por radio! ¿Por qué lo corta?

—Prefiero actuar a mi manera y no de acuerdo con sus lejanos consejos, si usted me lo permite, señora.

—Pero Bilsheim…

Clic.
Cortó la comunicación.

Satei no es, hablando con propiedad, un puerto, ni tampoco un puesto avanzado. Pero es con toda seguridad el lugar privilegiado de las expediciones belokanianas que cruzan el río.

Antaño, cuando las primeras hormigas de la dinastía Ni se encontraron ante este brazo de agua, comprendieron que no sería fácil cruzarlo. Sólo que la hormiga no renuncia nunca. Si es necesario, se dará de cabeza mil veces y de quince mil maneras distintas contra el obstáculo, hasta morir o hasta que el obstáculo ceda.

Tal forma de proceder parece ilógica. Y, ciertamente, ha costado muchas vidas y tiempo a la civilización mirmeceana, pero se demostró que valía la pena. Finalmente, a costa de esfuerzos desmesurados, las hormigas siempre han conseguido superar las dificultades.

En Satei, las exploradoras habían empezado intentando la travesía sobre sus patas. La película del agua era lo bastante resistente como para soportar su peso, pero desgraciadamente no ofrecía sostén para las garras. Las hormigas evolucionaban a la orilla del río como si llevasen patines. Dos pasos adelante, tres de lado y… ¡zas! las ranas se las comían.

Tras cien intentos infructuosos y unos miles de exploradoras sacrificadas, las hormigas buscaron algo distinto. Unas obreras formaron una cadena sujetándose con patas y antenas hasta alcanzar la otra orilla. Esta experiencia hubiese podido ser un éxito si el río no hubiese sido tan amplio y no hubiese estado tan atormentado por los remolinos. Doscientas cuarenta mil muertas. Pero las hormigas no renunciaban. Por instigación de la que era entonces su reina, Biu-pa-ni, trataron de hacer un puente con hojas, luego con ramitas, luego con cadáveres de coleópteros, luego con piedrecitas… Esas cuatro experiencias les costaron la vida a más de seiscientas setenta mil obreras. Biu-pa-ni ya había matado a más súbditos en el intento de edificar su utópico puente que los que habían muerto en todas las batallas libradas bajo su reinado.

Sin embargo, no cejó. Había que pasar por los territorios del Este. Después de lo de los puentes, se le ocurrió contornear el río remontando la corriente por el norte. Ninguna de las expediciones enviadas regresó jamás. 8.000 muertos. Luego se dijo que las hormigas tenían que aprender a nadar. 15.000 muertos. Luego se dijo que las hormigas tenían que intentar domesticar a las ranas. 68.000 muertos. ¿Y utilizar las hojas para planear en ellas lanzándose desde el gran árbol? 52 muertos. ¿Y caminar sobre el agua cubriendo las patas con miel endurecida? 27 muertos, una leyenda pretende que cuando le dijeron que ya no había mas de diez obreras indemnes en la ciudad y que había que renunciar por el momento al proyecto, la reina emitió esta sentencia:

¡Lástima! Aún tenía muchas más ideas…

Las hormigas de la Federación, sin embargo, acabaron encontrando una solución satisfactoria. Trescientos mil años después, la reina Lifug-riuni propuso a sus hijas excavar un túnel bajo el río. Era algo tan sencillo que a nadie se le había ocurrido antes. Y así fue cómo a partir de Satei se puede pasar bajo el río sin ninguna dificultad.

La 103.683 y la 4.000 llevan ya muchos grados en ese túnel histórico. El lugar está húmedo, pero aún no hay vías de agua. La ciudad termita se ha construido en la otra orilla. Por otra parte, las termitas utilizan este mismo subterráneo para llevar a cabo sus incursiones en territorio federado. Hasta ahora se ha mantenido un acuerdo tácito. No se combate en el subterráneo y todo el mundo pasa por él libremente, termita u hormiga. Pero está claro que en cuanto una de las dos partes se considere dominante, la otra intentará bloquear o inundar el pasadizo.

Las dos hormigas caminan y caminan por la larga galería. El único problema es que la masa líquida que gravita sobre ellas está helada, y el subsuelo aún lo está más. El frío las entumece. Cada paso que dan se hace más difícil que el anterior. Si se quedasen dormidas ahí abajo, sería la hibernación para siempre. Y ellas lo saben. Por eso se apresuran para llegar a la salida. Toman del buche social las últimas reservas de proteínas y azúcares. Y, por fin, la salida… Al salir al aire libre, la 103.683 y la 4.000 están tan frías que se quedan adormiladas en medio del camino.

Seguir adelante de esa manera, en fila y en esa oscuridad, le hacía imaginarse cosas. Pero aquí no había nada que pensar, sólo llegar al final. Esperando que hubiese un final…

Tras él nadie hablaba. Bilsheim oía la respiración ronca de los seis policías, y se decía que él mismo era de verdad victima de una injusticia.

Ya debiera ser comisario principal, y tener una paga digna de ese nombre. Hacía bien su trabajo, sus horas de trabajo superaban la norma, ya había resuelto más de diez casos. Sólo que ahí estaba siempre la Doumeng bloqueando su ascenso.

La situación se le hizo repentinamente insoportable.

—¡Mierda!

Todos se detuvieron.

—¿Está bien, comisario?

—¡Sí, sí! ¡Seguid!

El colmo de lo vergonzoso; estaba hablando solo. Se mordió los labios, exhortándose a comportarse algo mejor. Pero no habían pasado ni cinco minutos cuando ya estaba otra vez sumido en sus problemas.

No tenía nada contra las mujeres, pero sí tenía algo contra los incompetentes. «La vieja puta apenas sabe leer y escribir, no ha dirigido ni una sola investigación, y ahí está, al frente de todo el servicio, con ciento ochenta policías. Y tiene un salario que es cuatro veces el mío. Enrolaos en la Policía, te dicen. Y ella, que la nombró su predecesor, sólo por pura cuestión de cama. Y además, no deja en paz a nadie, es un verdadero tábano. Azuza a la gente los unos contra los otros, sabotea su propio servicio haciéndose la indispensable en todas partes…»

Al hilo de su reflexión, Bilsheim recordó un documental sobre los sapos. Éstos, cuando están en período de celo, se sienten tan excitados que saltan sobre todo lo que se mueve: hembras, y también machos, e incluso piedras. Presionan el vientre de su pareja para hacer salir de él los huevos que fertilizarán. Los que aprietan a las hembras ven sus esfuerzos recompensados. Los que aprietan los vientres de los machos no consiguen nada y cambian de pareja. Los Que aprietan las piedras se hacen daño en los brazos y abandonan.

Pero existe un caso aparte: el de las pellas de tierra. La pella de tierra es tan blanda como un vientre de hembra sapo. Y entonces, los machos no dejan de apretar. Pueden pasar días y más días repitiendo este estéril comportamiento. Creen que están haciendo lo mejor que pueden hacer…

El comisario sonrió. Quizá sería suficiente explicarle a la tal Solange que eran posibles otros comportamientos, bastante más eficaces que el consistente en bloquearlo todo y jorobar a los subalternos. Aunque él mismo no creía mucho en ello. Se dijo que después de todo, era él más bien quien no estaba donde le correspondía en el maldito servicio.

Los demás, tras él, también iban sumidos en negros pensamientos. Ese descenso silencioso les tenía a todos nerviosos. Hacia ya cinco horas que andaban sin parar. La mayoría de ellos pensaban en la prima que iban a exigir después de la aventura; otros pensaban en sus mujeres, en sus hijos, en su coche o en una jarra de cerveza…

Nada:
¿qué hay más agradable que dejar de pensar? Abandonar por fin esa oleada desbordante de ideas más o menos útiles o más o menos importantes. ¡Dejar de pensar! Como si uno estuviese muerto y pudiese volver a estar vivo. Ser la nada. Volver al supremo origen. No ser ya ni siquiera alguien que no piensa en nada. Ser nada. Una noble ambición.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Los cuerpos de las dos soldados, que han permanecido toda la noche inertes en la orilla fangosa, se reaniman con los primeros rayos del sol.

Una por una, las facetas de los ojos de la 103.683 se reactivan, iluminando su cerebro con el nuevo decorado que tiene delante. Es un decorado compuesto en su totalidad por un enorme ojo suspendido por encima de ella, fijo y atento.

La joven asexuada exhala una feromona de terror que hace arder sus antenas. Al ojo también le da miedo y se retira precipitadamente, y con él se echa atrás el largo cuerno que lo sostiene. Ambos se ocultan bajo una especie de piedra redonda. ¡Un caracol!

Hay otros a su alrededor. Cinco en total, ocultos en sus conchas. Las dos hormigas se acercan a uno de ellos y lo rodean. Tratan de morderlo, pero no pueden. Ese nido ambulante es una fortaleza inexpugnable.

Una frase de la Madre le viene a la memoria:
La seguridad es mi peor enemigo, ya que adormece mis reflejos y mis iniciativas.

BOOK: Las hormigas
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