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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (59 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Hasta la fecha, toda la energía añadida que hemos producido, principalmente por medio del encendido de combustión fósil, no ha causado un efecto notable en la temperatura media de la Tierra. La Humanidad produce 6,6 millones de megavatios de calor al año, que han de compararse a los 120.000 millones de megavatios que la Tierra recibe cada año de las fuentes naturales. En otras palabras, sólo añadimos 1/18.000 del total. Sin embargo, nuestro consumo está concentrado en algunas zonas relativamente restringidas, y el calor de las grandes ciudades produce variaciones en su clima, haciéndolo muy diferente de lo que sería si esas ciudades fuesen zonas continuas de vegetación.

¿Cómo será el futuro? La fisión y la fusión nucleares añadirán calor al medio ambiente, y su potencial les permitirá hacerlo en una proporción mucho más elevada que la de nuestro encendido de combustible fósil. Al utilizar energía solar en la superficie de la Tierra,
no
se añade calor al planeta, pero sí se añade al recogerlo en el espacio y radiarlo hacia la Tierra.

Con el actual porcentaje de aumento de la población y del consumo
per capita,
la energía humana podría incrementarse dieciséis veces más durante los próximos cincuenta años, representando entonces una cantidad igual al 1/1.000 de la producción total de calor. En este caso, comenzaría a estar en condiciones de provocar un aumento en la temperatura de la Tierra, con un efecto desastroso, al fundir el hielo de los casquetes polares, o mucho peor, iniciando un efecto desbocado de invernadero.

Aunque la población se mantenga firmemente baja, la energía que necesitamos para hacer funcionar una tecnología, cada vez más moderna y avanzada, continuamente añade calor a la Tierra, y con el tiempo esto podría resultar peligroso. Para evitar los efectos perjudiciales de la contaminación térmica, sería necesario que los seres humanos fijasen estrictamente la cantidad máxima a que se podía llegar en el consumo de la energía, no sólo de la Tierra, sino de cualquier mundo, real o artificial, en el que la Humanidad habitara y desarrollara una tecnología. Alternativamente podrían crearse nuevos métodos para mejorar la cantidad de radiación de calor en determinadas temperaturas tolerables.

La tecnología puede ser también peligrosa en ciertos aspectos que no tienen nada que ver con la energía. Por ejemplo, estamos ya aumentando gradualmente nuestra habilidad para interferir con el equipo genético de la vida, incluyendo la vida de los seres humanos. Esto no es totalmente nuevo.

Desde que los seres humanos han estado criando rebaños y cultivando vegetales, deliberadamente los han acoplado o cruzado para mejorar las características útiles para el hombre. Como resultado, las plantas cultivadas y los animales domésticos, en muchos casos han cambiado por completo del organismo ancestral del que al principio se sirvieron los seres humanos primitivos. Los caballos son mayores y más rápidos, las vacas producen más leche, las ovejas más lana, las gallinas más huevos. Los perros y las palomas han sido criados en docenas de variedades, para utilidad o adorno.

La ciencia moderna ha hecho trampas con las características hereditarias para lograr objetivos mejores más rápidamente.

En el capítulo XI nos hemos referido a nuestra interpretación del principio de la genética y la herencia, y a nuestros descubrimientos en cuanto al papel primordial desempeñado por el ADN.

A principios de la década de los setenta, se descubrieron técnicas que permitían que las moléculas individuales ADN se escindieran en lugares específicos por la acción de las enzimas. Más tarde podían ser combinadas de nuevo. Por ello, una molécula de DNA separada de una célula u organismo podía combinarse de nuevo con otra molécula dividida de otra célula u organismo, aunque ambos organismos fuesen de especie muy diferente. Por medio de esas técnicas de «recombinación-ADN» podía formarse un nuevo gen capaz de crear nuevas características químicas. Cualquier organismo podía convertirse deliberadamente en imitante, haciéndole pasar por una especie de evolución dirigida.

Buena parte del trabajo de recombinación-ADN ha sido realizado en bacterias, en principio con un intento de descubrir los detalles químicos íntimos del proceso de la herencia genética. Sin embargo, existen obvios efectos al margen de tipo práctico.

La diabetes es una enfermedad corriente. En la diabetes hay un trastorno en el mecanismo que fabrica insulina, la hormona que regula la proporción de glucosa en las células. Probablemente, esto es el resultado de un gen defectuoso. La insulina puede ser suministrada desde el exterior y se obtiene del páncreas de los animales sacrificados. Cada animal sólo tiene un páncreas, y esto significa que la insulina tiene unos límites de suministro y que la cantidad disponible no puede incrementarse con facilidad. Además, la insulina que puede obtenerse del ganado, de las ovejas o de los cerdos, no es precisamente idéntica a la insulina del ser humano.

Sin embargo, supongamos que el gen encargado de la fabricación de insulina se obtenga de células humanas y se añada al equipo genético bacteriano por las técnicas de recombinación-ADN. En ese caso, no sólo fabricaría insulina, sino que, además, sería insulina humana, transmitiendo esta característica a sus descendientes. Se pueden lograr otros prodigios parecidos. Podríamos diseñar (por expresarlo así), microorganismos capaces de fabricar otras hormonas además de la insulina; o hacerles crear ciertos factores de la sangre, o antibióticos o vacunas. Podríamos diseñar bacterias especialmente activas en combinar el nitrógeno de la atmósfera creando compuestos que dieran fertilidad al suelo; o que pudieran llevar a cabo la fotosíntesis; o que convirtieran la paja en azúcar, y los desechos del petróleo en grasas y proteínas; o que destruyeran los plásticos; o que concentraran los restos de metales útiles de los desechos o del agua del mar.

Y, sin embargo, ¿qué sucedería, si, inadvertidamente, se creara alguna bacteria productora de enfermedad? Podría originar una enfermedad contra la que el organismo humano nunca hubiese desarrollado inmunidad por cuanto nunca había estado presente en la Naturaleza. Semejante enfermedad podría ser simplemente molesta, o debilitante, pero también podría ser una enfermedad mortal, mucho peor que la muerte negra para la destrucción de la Humanidad.

Las posibilidades de que una catástrofe semejante ocurra son pequeñas, pero el simple pensamiento de que pudiera suceder hizo que, en 1974, un grupo de científicos que trabajaban en ese campo tomase precauciones especiales para impedir que unos microorganismos que habían convertido deliberadamente en mutantes pudieran diseminarse por el medio ambiente.

Durante algún tiempo, se creyó que la tecnología había creado una pesadilla mucho peor todavía que la de la guerra nuclear, y surgieron presiones para poner fin a cualquier utilización de nuestros crecientes conocimientos sobre la mecánica de la genética
(genetic engineering).

Los temores en este aspecto parecen exagerados, y en conjunto, los beneficios que brinda la investigación de la genética son tan grandes, y por otra parte son tan escasas las posibilidades de un desastre para evitar el cual se toman muchas precauciones, que sería una tragedia renunciar a la investigación cediendo a un desproporcionado temor.

Sin embargo, probablemente representará un descanso para mucha personas, si, con el tiempo, esos experimentos genéticos considerados como un riesgo (al igual que otros trabajos industriales o científicos en otros campos que implican riesgos), se lleven a cabo en laboratorios en órbita alrededor de la Tierra. El efecto aislante de miles de kilómetros de vacío entre los centros de población y el posible daño, reduciría enormemente los riesgos.

Si la ciencia de la genética, aplicada a las bacterias, parece presagiar una posible catástrofe, ¿qué sucedería con la ciencia de la genética aplicada directamente a los seres humanos? Esta perspectiva ha estado despertando temores incluso antes de que se desarrollasen las actuales técnicas genéticas. Durante más de un siglo, la medicina ha estado trabajando para salvar vidas que de otro modo se hubieran perdido, y al hacerlo, ha hecho descender el promedio de eliminación de genes de baja calidad.

¿Es esto sensato? ¿Estamos permitiendo, quizá, que aumenten los genes de baja calidad que servirán para degenerar la especie humana considerada como un todo, hasta que los seres humanos, normales o superiores, ya no puedan soportar el creciente peso de los genes defectuosos de la especie en general?

Quizá sea así, pero resulta difícil encontrar una justificación para dejar que los seres humanos sufran o mueran cuando pueden recibir fácilmente ayuda y salvación. Aun cuando las personas más insensibles hablarían probablemente en favor de una política de «mano dura», sus argumentos se debilitarían si ellos mismos, o personas próximas a ellos, se encontrasen afectados por esta cuestión.

Por consiguiente, la verdadera solución podría estribar en los avances tecnológicos. El tratamiento médico de los defectos congénitos sólo pone remedio. Con la insulina, el diabético recibe una hormona de la que carece, pero sus genes siguen siendo igualmente defectuosos, y así los transmite a su descendencia
[81]
. Quizá llegará un momento en que las técnicas de la ciencia genética se utilizarán para alterar y corregir directamente los genes defectuosos.

Algunas personas temen que el descenso del promedio de nacimientos pueda llevar a una degeneración de la especie. Su argumento está basado en que el descenso de nacimientos tendrá mayor importancia en el sector de la sociedad más culta y de mayor responsabilidad, de modo que el nivel de la cifra de los individuos superiores quedará muy por debajo de la cifra de los individuos inferiores.

Este temor se acentúa ante las afirmaciones de algunos psicólogos respecto a que la inteligencia se hereda. Los datos actuales parecen demostrar que los que gozan de una situación económica superior son también más inteligentes que los que están por debajo. Estos psicólogos afirman, especialmente, que las pruebas realizadas sobre el coeficiente de inteligencia demuestran firmemente la superioridad de la inteligencia de la raza blanca sobre la negra.

La implicación es que cualquier intento de corregir lo que parece ser una injusticia social, está condenado al fracaso, puesto que el grado de estupidez de los oprimidos se mide directamente por el grado de opresión que soportan, y que, por tanto, merecen. Otro argumento es que la limitación de los nacimientos debería ser más duramente practicado entre los pobres y oprimidos, ya que ellos, de todos modos, no tienen categoría.

El psicólogo inglés Cyril Burt (1883-1971), santo patrón de esos psicólogos mencionados anteriormente, presentó datos para demostrar que las clases superiores británicas eran más inteligentes que las clases inferiores, que los gentiles británicos eran más inteligentes que los judíos británicos, que los británicos eran más inteligentes que las británicas, y que los británicos, en general, eran más inteligentes que los irlandeses, en general. Ahora parece ser que sus informes fueron inventados por él mismo, para demostrar unos resultados que encajaran con sus prejuicios.

Aun cuando todas esas observaciones fuesen honestas y legales, existen muchas dudas sobre los resultados del coeficiente de inteligencia que tan sólo mide la semejanza del sujeto sometido a la prueba con el aparato examinador, y, naturalmente, el aparato se cataloga a sí mismo como la cima de la inteligencia.

A través de la Historia observamos que las clases inferiores han excedido en descendencia a las superiores; los campesinos, a la clase media; los oprimidos, a los opresores. El resultado es que casi todas las personas del más alto nivel de nuestra cultura tuvieron antepasados campesinos o proceden de clases oprimidas que en su día fueron firmemente considerados, por parte de las clases superiores de aquella época, como seres subhumanos.

Por consiguiente, es razonable suponer que, ya que el promedio de nacimientos ha de disminuir, si es que deseamos sobrevivir, no debemos preocuparnos si la disminución no se equilibra perfectamente entre todos los grupos y clases de la población. La Humanidad sobrevivirá al choque y, probablemente, no será menos inteligente por este motivo.

Volviendo de nuevo a nuestra época, existe un nuevo motivo de preocupación respecto a la posible degeneración de la Humanidad derivada de la nueva aptitud de la ciencia para aislar o producir drogas sintéticas o naturales narcóticas, estimulantes o alucinógenas. Va en aumento la cifra de individuos normales que se sienten atraídos hacia las drogas, de las que pasan a depender. ¿Aumentará esta tendencia hasta que toda la Humanidad llegue a un punto de degeneración sin remedio?

Al parecer, las drogas se utilizan principalmente como un método de escapar del aburrimiento y la desesperación. Cualquier sociedad sensata ha de tener como objetivo la reducción del aburrimiento y la desesperación, y si tiene éxito al respecto, puede también quedar reducido el peligro de las drogas. Un fracaso en reducir el aburrimiento y la desesperación podría igualmente provocar una catástrofe con independencia de las drogas.

Finalmente, las técnicas de la ciencia genética pueden servir para encaminar la evolución, la mutación y los cambios de los seres humanos, eliminando algunos de los peligros temidos. Podría utilizarse para mejorar la inteligencia, eliminar genes defectuosos y aumentar ciertas aptitudes.

¿No sería posible, sin embargo, que las buenas intenciones quedasen desviadas? Por ejemplo, una de las primeras victorias de la ciencia genética podría ser la capacidad de controlar el sexo de los hijos. ¿Podría esta capacidad alterar radicalmente la sociedad humana? Ya que es una actitud humana estereotipada, el desear hijos varones, ¿no elegirían los padres del mundo un hijo en vez de una hija en mayoría aplastante?

Circunstancia plausible, cuyo primer resultado sería un mundo en el que el número de varones excedería en mucho al de mujeres. Esto significaría que el promedio de nacimientos disminuiría en el acto, dado que la proporción de nacimientos depende principalmente del número de mujeres en edad de procrear, sin importar tanto la cifra de los varones. Éste sería un aspecto favorable en un mundo superpoblado, en especial por el hecho de que el prejuicio en favor de un varón parece predominar en los países más superpoblados.

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