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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (34 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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Para colmo, el padre de Ebrahim había cerrado un sustancioso trato con Dhartha para salvar a su hijo, de manera que el huérfano había sido condenado a la pena máxima. Tampoco fue una gran pérdida para la tribu. Con frecuencia, un naib se veía obligado a tomar decisiones difíciles.

Mientras los hombres miraban a Dhartha, con los ojos centelleando entre los pliegues de tela, comprendió que no podía desperdiciar la oportunidad de saquear la nave estrellada, fuera lo que fuese.

—Hemos de ir a ver qué es eso —gritó.

Sus seguidores corrieron hacia la columna de humo que señalaba el impacto, con Ebrahim y Mahmad en cabeza. A Dhartha no le hacía la menor gracia aventurarse lejos de las rocas, pero el desierto le atraía hacia un desconocido tesoro.

Los nómadas coronaron una duna, se deslizaron por la pendiente y ascendieron otra. Cuando llegaron al cráter producido por el impacto, todos jadeaban. El naib y sus hombres se detuvieron en el borde del hoyo. Manchas vidriosas de sílice recalentado se habían esparcido sobre la arena como saliva.

En el interior del hoyo había un objeto mecánico del tamaño de dos hombres, con salientes y componentes que zumbaban y se movían, despiertos ahora que el artefacto había aterrizado. El objeto todavía humeaba a causa del calor generado al entrar en la atmósfera. ¿Tal vez una nave espacial?

Uno de los hombres de Dhartha retrocedió e hizo una señal advertencia con los dedos. Sin embargo, el ansioso Ebrahim se inclinó hacia delante. El naib apoyó una mano sobre el brazo izquierdo de Mahmad para evitar que cometiera imprudencias. Que arriesgara el otro.

El módulo era demasiado pequeño para transportar pasajeros. Las luces parpadearon, y los lados de la sonda se abrieron como alas de dragón para dejar al descubierto extremidades mecánicas garras articuladas y una compleja maquinaria interna. Escáner procesadores, aparatos de investigación y destrucción. Convertidores de energía reflectantes se extendieron a la luz del sol.

Ebrahim se deslizó por el borde del pozo.

—¡Imagina lo que valdrá esto en el espaciopuerto, naib! Si llego yo primero, debería recibir una parte mayor.

Dhartha quiso discutir con el entusiasta joven, pero cuando que nadie, excepto su hijo, parecía ansioso por unirse a Ebrahim asintió.

—Si tienes éxito, recibirás una parte extra.

Aunque el objeto se hubiera averiado por completo, los nómadas utilizarían el metal con fines propios.

El atrevido joven se paró a mitad de la pendiente y miró el aparato con suspicacia, pues continuaba vibrando y zumbando. Componentes flexibles proyectaban brazos y piernas, mientras lentes y espejos extraños giraban en los extremos de tentáculos flexibles de fibra de carbono. Daba la impresión de que la sonda estaba examinando el terreno circundante, como si no supiera dónde había aterrizado.

La máquina no prestaba atención a los humanos, hasta que Ebrahim cogió una piedra de la pared del cráter.

—¡Ai! ¡Ai! —gritó, y lanzó la roca. Chocó contra el material de la sonda con un ruido metálico.

El aparato se inmovilizó, y después sus lentes y escáneres giraron hacia el humano solitario. Ebrahim flexionó las rodillas sobre la arena.

Un rayo de luz incandescente brotó de una lente. Una lengua de fuego envolvió a Ebrahim y le proyectó hacia atrás, una nube de carne y huesos carbonizados. Fragmentos de ropa, manos y pies volaron hacia lo alto del cráter.

Mahmad chilló, y Dhartha ordenó de inmediato a sus hombres que retrocedieran. Huyeron hacia una hondonada entre las dunas. A medio kilómetro de distancia, subieron a una cumbre de arena lo bastante alta para observar sin peligro el cráter. Los hombres rezaron e hicieron gestos supersticiosos, mientras Dhartha levantaba el puño derecho. El temerario Ebrahim había llamado la atención del objeto mecánico y pagado con la vida su osadía.

Los hombres siguieron vigilando el hoyo. La sonda no les prestaba atención. Daba la impresión de que se estaba remodelando, y construía estructuras a su alrededor. Manos mecánicas vertían arena en una tolva de su panza, y proyectaban varillas de vidrio que utilizaba para sostenerse. La máquina añadió nuevos componentes, cada vez más grande, y por fin empezó a salir del pozo, con gran estrépito. Dhartha continuaba perplejo. Aunque era el líder de una tribu, no sabía qué hacer. No entendía lo que ocurría. Tal vez se lo contaría a alguien del espaciopuerto, pero detestaba relacionarse con forasteros. Además, el objeto podía ser valioso, y no quería entregar su botín.

—Mira, padre. —Mahmad señaló el desierto—. Esa máquina endemoniada pagará por haber matado a mi amigo.

Dhartha vio la conocida ondulación, el movimiento del monstruo bajo la arena. La sonda continuaba produciendo sus movimientos rítmicos, ajena a su entorno. El mecanismo se alzó, un compuesto monstruoso de materiales cristalinos y puntales de silicato, reforzados por vigas de fibra de carbono autogeneradas.

El gusano de arena se acercó a toda velocidad, hasta que su cabeza se alzó sobre la arena. La boca era más grande que la circunferencia del cráter.

La sonda robot agitó sus brazos sensores y lentes, presintiendo que estaba sufriendo un ataque, pero sin saber cómo. Varios rayos de fuego taladraron el suelo.

El gusano se tragó el demonio mecánico. Después, el monstruo del desierto se ocultó bajo las dunas como una serpiente de mar en busca de aguas profundas.

El naib Dhartha y sus hombres se quedaron petrificados sobre las dunas. Si se ponían a correr, las vibraciones atraerían al gusano. Al cabo de poco rato, vieron que el gusano se alejaba. El cráter había desaparecido, sin que quedara ni rastro de la construcción mecánica, ni tampoco del cuerpo de Ebrahim.

Dhartha meneó la cabeza y se volvió hacia sus compañeros. —Esto se convertirá en una historia legendaria, una balada que se entonará de noche en nuestras cavernas… —Respiró hondo dio media vuelta—. Aunque dudo que alguien la crea.

50

¿El futuro? Lo odio, porque no viviré para verlo.

J
UNO
,
Vidas de los titanes

Después del inesperado encuentro con la Armada de la Liga en Giedi Prime, el baqueteado
Viajero onírico
tardó un mes más volver a la Tierra para ser reparado. Debido a la lentitud en la navegación provocada por los daños, Seurat envió de inmediato su boya de emergencia, con el fin de transmitir a Omnius la noticia de la caída del nuevo planeta sincronizado y la pérdida del titán Barbarroja. A estas alturas, la supermente ya debía de estar enterada de ocurrido.

El capitán robot hizo lo posible por reparar o derivar los sistemas dañados y aislar secciones para proteger a su frágil copiloto humano. Al general Agamenón no le gustaría que su hijo biológico sufriera el menor percance. Además, Seurat había desarrollado cierto afecto por Vorian Atreides…

Vor insistió en ponerse un traje aislante y salir de la nave para examinar el casco. Seurat le aseguró con dos cables, mientras tres robots de inspección le acompañaban. Cuando el joven vio la herida ennegrecida provocada por los disparos de los humanos, se sintió avergonzado una vez más. Concentrado en entregar las vitales actualizaciones de Omnius, Seurat no había lanzado ninguna agresión contra los hrethgir, pero estos le habían atacado. Los humanos salvajes carecían de honor.

Agamenón y su amigo Barbarroja habían entregado la indisciplinada población de Giedi Prime al dominio de Omnius, pero los hrethgir habían desdeñado la civilización superior de los Planetas Sincronizados, convirtiendo de paso a Barbarroja en un mártir. Su padre estaría muy afectado por la pérdida de un amigo tan íntimo, uno de los últimos titanes supervivientes.

El propio Vor habría podido morir, su blanda y frágil forma humana destruida sin haber gozado de la oportunidad de convertirse en un neocimek. Un solo disparo de la Armada habría podido acabar con todas las posibilidades de Vor, con su futuro trabajo. No podía actualizarse o cargar recuerdos y experiencias, al contrario que las máquinas. Habría desaparecido, al igual que el Omnius de Giedi Prime. Al igual que los otros doce hijos de Agamenón. La idea le estremeció.

Durante su viaje de regreso, Seurat intentó animar a Vor con chistes ridículos, como si no hubiera pasado nada. El robot alabó a su compañero por su rapidez de pensamiento y las innovaciones tácticas que habían permitido burlar al comandante de los hrethgir. La treta de Vor, fingiendo ser un humano rebelde que había capturado una nave de las máquinas pensantes (¡qué astucia!), les había concedido unos segundos preciosos, y las proyecciones falsas les habían permitido escapar. Tal vez la enseñarían en las escuelas de humanos de confianza de la Tierra.

No obstante, Vor estaba preocupado por lo que diría su padre. La aprobación del gran Agamenón era indispensable.

Cuando el
Viajero onírico
aterrizó en el espaciopuerto central de Tierra, Vorian bajó corriendo la rampa, con los ojos encendidos la expresión anhelante, pero luego se quedó decepcionado al no ver ni rastro del general cimek.

Vor tragó saliva. A menos que le ocuparan asuntos importantes, su padre siempre iba a recibirle. Eran escasos los momentos que pasaban juntos, cuando podían intercambiar ideas, hablar de planes y sueños.

Cuadrillas de mantenimiento y máquinas de reparaciones se acercaron a inspeccionar la nave dañada. Una de las máquinas le habló.

—Vorian Atreides, Agamenón ordena que te reúnas con él en la instalación de acondicionamiento. Preséntate allí de inmediato.

El joven sonrió. Dejó que el robot volviera a su trabajo y se alejó a buen paso. Cuando ya no pudo contenerse más, empezó a correr.

Aunque intentaba hacer ejercicio durante los largos trayectos con Seurat, los músculos biológicos de Vor eran más débiles que los una máquina, y no tardó en cansarse. Otro recordatorio de su mortalidad, de su fragilidad, y de la inferioridad de la biología natural. Solo aumentó su deseo de llevar algún día un cuerpo de neocimek y descartar su forma humana imperfecta.

Vor entró en la cámara de cromo y plaz donde pulían y recargaban con electrolíquidos el contenedor cerebral de su padre. En cuanto el joven entró en la estancia fría y bien iluminada, dos guardias robot se situaron detrás de él para impedirle salir. En el centro de la habitación se erguía la forma colosal utilizada por Agamenón en este momento. El gigante avanzó dos pasos, y el suelo se estremeció bajo sus pies. Tenía tres veces la estatura de Vor.

—Te estaba esperando, hijo mío. Todo está preparado. ¿Por qué te has retrasado?

Vor, intimidado, alzó la vista hacia el contenedor.

—He venido corriendo, padre. Mi nave aterrizó hace tan solo a hora.

—Tengo entendido que el
Viajero onírico
sufrió daños en Giedi Prime, atacado por los rebeldes humanos que asesinaron a Barbarroja y reconquistaron el planeta.

—Sí, señor. —Vor sabía que no debía perder el tiempo con detalles innecesarios. El general ya habría recibido un informe completo—. Contestaré a todas las preguntas que me hagas, padre.

—Yo no hago preguntas, solo doy órdenes.

En lugar de indicar a su hijo que empezara a limpiar y sacar brillo a sus componentes, Agamenón levantó una mano enguantada, agarró a Vorian por el pecho y le empujó contra una mesa vertical.

Vor chocó contra la superficie y sintió una oleada de dolor. Su padre era tan fuerte que podía romper huesos o partir la columna vertebral sin querer.

—¿Qué pasa, padre? ¿Qué…?

Agamenón le inmovilizó las muñecas, la cintura y los tobillos. Vor, indefenso, torció la cabeza para ver qué hacia su padre, y reparó en los complicados instrumentos que había reunido en la cámara. Observó, nervioso, cilindros huecos llenos de líquidos azulados, bombeadores neuromecánicos y máquinas ruidosas que agitaban sensores en el aire.

—Por favor, padre. —Los peores temores de Vor cruzaron por su mente, aumentando sus dudas y terrores—. ¿Qué he hecho?

Agamenón, sin mostrar la menor expresión en su torreta, extendió una serie de agujas hacia el cuerpo tembloroso de su hijo. Las puntas perforaron su pecho, se abrieron paso entre las costillas, encontraron por fin los pulmones y el corazón. Dos agujas plateadas se clavaron en su garganta. Brotó sangre por todas partes. Los tendones del cuello de Vor se hincharon cuando apretó la mandíbula y los labios para reprimir un chillido.

Pero el chillido surgió igualmente.

El cimek manipuló la maquinaria conectada con el cuerpo de Vor, y aumentó el dolor hasta niveles inimaginables. Convencido de que había fallado en algo, Vor llegó a la conclusión de que había llegado el momento de su muerte, como los doce hermanos desconocidos que le habían precedido. Por lo visto, no había estado a la altura de las expectativas de Agamenón.

El dolor era insufrible. Su grito se convirtió en un aullido prolongado, mientras líquidos de color ácido eran bombeados en su cuerpo. Al cabo de poco, sus cuerdas vocales se rindieron, y el grito solo continuó en su mente…, aunque grito era. Ya no podía aguantar más. Era incapaz de imaginar la tortura que su cuerpo había padecido ya.

Cuando todo acabó y Vor volvió en sí, no supo cuánto tiempo había permanecido inconsciente, tal vez incluso a las puertas de la muerte. Sentía el cuerpo como si lo hubieran convertido en una bola, para luego estirarlo hasta adoptar forma humana.

La figura gigantesca de Agamenón se cernía sobre él. Una galaxia de fibras ópticas brillaba en su cuerpo. Aunque los restos del dolor todavía resonaban en su cráneo, Vor se negó a gritar. Al fin y al cabo, su padre le había conservado con vida, por el motivo que fuera. Escudriñó el implacable rostro metálico del titán, y confió en que su padre no le hubiera revivido para infligirle una agonía todavía peor.

¿Qué he hecho?

Sin embargo, el cimek no deseaba matarle.

—Estoy complacido sobremanera por tu comportamiento a bordo del
Viajero onírico
, Vorian. He analizado el informe de Seurat y llegado a la conclusión de que tu proeza táctica, empleada para escapar de la Armada de la Liga, fue innovadora e inesperada.

Vorian no entendía adónde quería llegar su padre. Sus palabras no parecían tener relación con las torturas que el general le había infligido.

—Ninguna máquina pensante habría considerado semejante argucia. Dudo que otro humano de confianza hubiera sido capaz de pensar con tal rapidez. De hecho, el resumen de Omnius concluye que cualquier otra reacción habría resultado en la captura o destrucción del
Viajero onírico
. Seurat nunca habría sido capaz de sobrevivir por sus propios medios. No solo salvaste la nave, sino las actualizaciones de Omnius, y las devolviste intactas. —Agamenón hizo una pausa—. Sí, estoy complacido sobremanera, hijo mío. Algún día, serás un gran cimek.

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