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Authors: Agatha Christie

La señora McGinty ha muerto (11 page)

BOOK: La señora McGinty ha muerto
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—Sí, pero...

Se interrumpió.

Poirot no despegó los labios.

Deirdre Henderson dijo, muy despacio:

—Ha trastornado usted a mi madre. No le gustan esas cosas... robos y asesinatos... y violencia.

—Así, pues, tiene que haber recibido una sacudida muy grande al enterarse de que una mujer que trabajaba en su propia casa había muerto asesinada.

—¡Ah!, sí... sí que la recibió.

—Quedó postrada... ¿no es cierto?

—Se negó a escuchar cosa alguna relacionada con el suceso. Nosotros... yo... intentamos... ahorrarle malos ratos... todo lo que sea desagradable.

—¿Y la guerra?

—Por suerte, nunca cayeron bombas por estos contornos.

—¿Qué papel desempeñó usted en la guerra,
mademoiselle
?

—¡Oh!, hice trabajos para la V.A.D., en Kilchester. Y conduje para la W.V.S
[4]
. No hubiese podido marcharme de casa, claro. Mi madre me necesitaba. Aun así, le molestaba que estuviese ausente tanto. Me resultó todo muy difícil. Y luego, la cuestión de la servidumbre... Mi madre nunca ha hecho trabajo casero, claro... No está lo bastante fuerte. Y era tan difícil encontrar a nadie... Por eso nos pareció mistress McGinty una bendición. Fue entonces cuando empezó a venir a casa. Era una trabajadora magnífica. Pero, claro, nada... en ninguna parte... es lo que solía ser.

—¿Y no le importa eso tanto,
mademoiselle
?

—¿A mí? ¡Oh, no! —pareció sorprendida—. Pero con mamá es distinto. Ella vive en el pasado

casi siempre.

—Hay alguna gente así —dijo Poirot.

Evocó mentalmente una imagen de la habitación en que había estado poco antes. Un cajón medio abierto de un buró... Un cajón lleno de chucherías... un acerico de seda, un abanico roto, una cafetera de plata; unas revistas antiguas. El cajón estaba demasiado lleno para que se pudiera cerrar del todo.

Agregó dulcemente:

—Y conservan cosas... recuerdos de otros tiempos... el programa de baile, el abanico, los retratos de amistades de antaño; hasta las minutas y los programas de teatro, porque, al mirar todas estas cosas, la memoria reverdece...

—Supongo que será eso —repuso Deirdre—; pero yo, personalmente, no lo comprendo. Yo nunca guardo nada.

—Usted mira hacia el futuro, no hacia atrás, ¿no es eso?

Deirdre contestó, muy despacio:

—No sé que mire en dirección alguna... Quiero decir que con el presente suele haber bastante; ¿no cree usted, señor, que estoy en lo cierto?

Se abrió la puerta de la calle y entró un hombre alto, delgado, de cierta edad. Se detuvo en seco al ver a Poirot.

Miró a Deirdre, enarcando las cejas en muda interrogación.

—Este es mi padrastro —dijo la joven—. No... no conozco su nombre, señor...

—Yo soy Hércules Poirot —contestó este con el natural aire de embarazo de quien anuncia un título real.

A mister Wetherby no pareció causarle la menor impresión.

Dijo "¡Ah!", y se volvió para colgar el abrigo en la percha.

Deirdre añadió:

—Vino a preguntar acerca de mistress McGinty.

Wetherby quedóse inmóvil un instante.

Luego terminó de ajustar el abrigo sobre el colgador.

—Eso se me antoja verdaderamente asombroso —dijo—. La mujer halló la muerte hace meses y; aunque trabajó aquí, no tenemos información alguna respecto a ella o su familia. De haberla tenido, se la hubiésemos dado ya a la Policía.

Era decidido el tono. Consultó el reloj.

—La comida, supongo, estará dispuesta dentro de un cuarto de hora...

Deirdre contestó secamente:

—Me temo que no esté hasta muy tarde hoy.

Mister Wetherby volvió a enarcar las cejas.

—¿De veras? ¿Me es lícito preguntar por qué?

—Frieda ha estado bastante ocupada.

—Mi querida Deirdre, siento tener que recordártelo, pero la labor de llevar la casa recae sobre ti. Agradecería un poco más de puntualidad.

Miró a su hijastra con antipatía y frialdad. Y algo muy parecido al odio brilló en la mirada que la joven le devolvió.

Poirot abrió la puerta y se fue.

Capítulo X

Poirot dejó la cuarta visita para después de comer. La comida se compuso de sopa a medio hacer, cola de buey, patatas acuosas y algo que Maureen fue lo bastante optimista para creer que serían buñuelos. Resultaron muy singulares, es verdad.

El detective subió lentamente la colina. No tar daría en encontrar, a la derecha, Laburnums, dos casitas convertidas en una y remodeladas para darles un estilo moderno. Era la residencia de mistress Upward y del aspirante a dramaturgo Robin Upward.

Se detuvo un momento ante la puerta del jardín para atusarse el bigote. En aquel instante, un auto móvil serpenteó, muy despacio, cuesta abajo, y el corazón de una manzana que habían estado comiendo, dirigido con fuerza, le dio en la mejilla.

Poirot, sobresaltado, exhaló un grito de protesta. El coche se detuvo y una cabeza asomó por la ventanilla.

—Lo siento. ¿Le di a usted?

A punto de contestar, Poirot se contuvo. Contempló el rostro noble, la maciza frente, las desordenadas ondas de cabello gris, y despertó en su mente el recuerdo. El corazón de manzana también le ayudó a la memoria.

—Pero ¡si es mistress Oliver!

Y era, en efecto, la tan célebre autora de novelas policíacas.

—¡Si es monsieur Poirot! —exclamó ella a su vez, intentando salir del vehículo.

El coche era pequeño y mistress Oliver una mujer muy gruesa. Poirot corrió en su ayuda.

Murmurando como explicación "Estoy un poco entumecida del rato que llevo aquí dentro", mistress Oliver aterrizó, de pronto, en el camino, de una manera muy parecida a la de una erupción volcánica.

Con ella salieron también grandes cantidades de manzanas, que rodaron alegremente colina abajo.

—¡Estalló la bolsa! —explicó mistress Oliver.

Se quitó algunos trozos de manzana a medio consumir de la saliente repisa del busto y se sacudió luego como un perro de Terranova. Una última manzana, oculta en las reconditeces de su seno, fue a unirse con las otras.

—Es una lástima que se me reventara la bolsa —dijo mistress Oliver—. Eran de Cox. Pero supongo que habrá manzanas en abundancia aquí, en el campo. ¿O no las hay?

Quizá las manden todas fuera. ¡Ocurren cosas tan raras en estos tiempos! Bueno, ¿y cómo está usted, monsieur Poirot? No vive aquí, ¿verdad? No; estoy segura de que no. Así, pues, ¿se trata de un asesinato? Espero que no será la víctima mi huéspeda.

—Quién es su huéspeda?

—La que vive allí —contestó mistress Oliver, señalando con la cabeza—. Es decir, si esa casa es la llamada Laburnums, a medio camino, colina abajo, a la izquierda, después de pasar la iglesia. Sí; esa debe de ser. ¿Qué tal es?

—¿No la conoce?

—No. He venido por asuntos profesionales. Como quien dice, Robin Upward está convirtiendo uno de mis libros en obra de teatro. Vengo a reunirme con él por eso.

—La felicito,
madame
.

—¡Oh!, no hay motivo —le aseguró la dama—. Hasta la fecha, para mí es pura
agonía
. Que me ahorquen si sé por qué me dejé meter en jaleo semejante. Mis libros me dan ya dinero suficiente... es decir, los chupasangres se llevan la mayor parte, y si ganara más, más se llevarían; por tanto, no me mato demasiado. Pero no tiene usted idea de lo angustioso que resulta que se apropien de uno de sus personajes y les hagan decir cosas que jamás hubiesen dicho ellos, y hacer cosas que no hubieran hecho jamás. Y si una protesta, lo único que le dicen es que "es buen teatro". Robin Upward no piensa en otra cosa. Todo el mundo dice que es inteligente. Pero si tanto lo es, ¿por qué no escribe una obra teatral por su cuenta y deja en paz a mi pobre desgraciado finlandés? Ni siquiera es finlandés ya. Se ha convertido en miembro del movimiento de resistencia noruego.

Se pasó las manos por el cabello.

—¿Qué he hecho de mi sombrero?

Poirot se asomó al coche.

—Creo,
madame
, que debió usted sentarse encima.

—Sí que lo parece —asintió mistress Oliver, contemplando los restos—. Bueno —agregó en tono alegre—; nunca me gustó gran cosa, después de todo. Pero pensé que acaso tuviera que ir a la iglesia el domingo, y, aunque el arzobispo ha dicho que no es necesario, sigo creyendo que los curas más anticuados esperan que una lleve sombrero. Pero hábleme de su asesinato o lo que sea. ¿Se acuerda usted del asesinato
nuestro
?

—Me acuerdo muy bien.

—Fue la mar de divertido, ¿verdad? No el asesinato en sí... ese sí que no me gustó ni pizca. Quiero decir lo de después. ¿De quién se trata esta vez?

—No de un personaje tan pintoresco como mister Shaitana. Una mujer dedicada a la limpieza, a la que robaron y asesinaron hace cosa de cinco meses. Quizá leyera usted la noticia. Mistress McGinty. Procesaron a un joven y le condenaron a muerte...

—Y él no fue el culpable, pero usted sabe quién es y va a demostrarlo —dijo rápidamente mistress Oliver—. ¡Magnífico!

—Corre usted demasiado —respondió Poirot con un suspiro—. Aún no sé quién lo cometió, y, una vez descubierto eso, aún quedará mucho trecho por recorrer antes de

poder demostrarlo.

—¡Son tan lentos los hombres! En seguida le diré yo quién ha sido. ¿Alguien de aquí, supongo? Déme un día o dos para echar una mirada a mi alrededor, y descubriré al asesino. La intuición de una mujer... eso es lo que usted necesita. Tuve razón en el caso de Shaitana, ¿verdad?

Poirot fue demasiado galante para recordarle a mistress Oliver la de veces que sus sospechas habían cambiado de blanco en dicha ocasión.

—¡Ustedes los hombres...! —dijo con indulgencia la dama—. Si una mujer fuese la directora de Scotland Yard...

Dejó la frase suspendida en el aire al saludarlos alguien desde la casa.

—¡Hola! —dijo una agradable voz de tenor ligero—. ¿Es mistress Oliver?

—Aquí estoy —contestó la interpelada, y le murmuró él Poirot:

—No se preocupe. Seré muy discreta.

—No, no,
madame
. No quiero que sea discreta.
Todo lo contrario
.

Robin Upward bajó por la senda y salió por la puerta del jardín. Iba con la cabeza descubierta y llevaba un pantalón de franela muy viejo y una chaqueta de deporte desastrada. De no haber sido por la tendencia a echar vientre, hubiera resultado bien parecido.

—¡Ariadne, preciosa! —exclamó, abrazándola cordialmente.

Retrocedió luego, posándole las manos en los hombros.

—Querida, he tenido una idea maravillosa para el segundo acto.

—¡Ah!, ¿sí? —contestó ella, sin entusiasmo—. Este caballero es monsieur Hércules Poirot.

—¡Magnífico! —dijo Robin, y volviéndose a mistress Oliver—: ¿Trae usted equipaje?

—Sí. Lo llevo atrás.

Robin sacó un par de maletas.

—¡Qué lata! —exclamó—. No tenemos lo que se pueda llamar servidumbre. Nada más que a la vieja Janet, y hay que ahorrarle todo el trabajo posible. Una verdadera pejiguera, ¿no le parece? ¡Cuánto pesan estas maletas! ¿Lleva, tal vez, bombas dentro?

Subió la senda tambaleándose.. Por encima del hombro dijo:

—Entre a beber algo.

—A usted le dice —anunció mistress Oliver, recogiendo el bolso, un libro y un par de zapatos viejos del asiento delantero—. ¿Dijo usted hace unos momentos que deseaba que fuera indiscreta?

—Cuanto más indiscreta, mejor.

—Yo, en su lugar, no abordaría el problema así. Pero el asesinato es
suyo
. Le ayudaré todo lo que pueda.

Robin asomó a la puerta principal.

—¡Entren, entren...! —cantó—. Ya atenderemos al coche más tarde. Mi madre arde en deseos de conocerlos.

Mistress Oliver echó a andar camino arriba. Hércules Poirot la siguió.

La casa era encantadora por dentro. Poirot calculó que habían gastado una cantidad muy grande de dinero en arreglarla, no obstante lo cual tenía todo el encanto de la sencillez. Cada pieza de roble era auténtica.

Sentada en un sillón de ruedas junto a la chimenea de la sala, Laura Upward sonrió una bienvenida. Era mujer de aspecto vigoroso, con sesenta y tantos años de edad, cabello gris y mandíbula que expresaba determinación.

—Encantada de conocerla, mistress Oliver —dijo—. Supongo que detesta que la gente le hable de sus libros; pero estos han sido para mí un grato solaz desde hace años... sobre todo desde que estoy impedida.

—Es usted muy amable —dijo mistress Oliver con embarazo y retorciéndose las manos como una colegiala—. Este es monsieur Poirot, viejo amigo mío. Nos encontramos por casualidad junto a la verja. Mejor dicho, le pegué con el corazón de una manzana. Como Guillermo Tell, sólo que al revés.

—Tanto gusto, monsieur Poirot. ¡Robin!

—Di,
madre
[5]
.

—Trae algo de beber. ¿Dónde están los ciga:rrillos?

—Sobre la mesa de allá.

Mistress Upward preguntó:

—¿Es usted escritor también, monsieur Poirot?

—¡Oh!, no —contestó mistress Oliver por él—. Es detective... de los del tipo de Sherlock Holmes... gorra de caza, violines y todo eso...
[6]
Y ha venido aquí a hallar la solución de un asesinato, y no creo que le sea difícil dar con ella.

Se oyó un leve tintineo de vidrios rotos. Mistress Upward dijo vivamente:

—Robin, haz el favor de tener cuidado.

Y a Poirot:

—Es muy interesante todo eso, monsieur Poirot.

—Por lo visto, Maureen Summerhayes tenía razón —exclamó Robin—. Me largó un discurso muy extenso y retorcido en el que me dijo que tenía en casa un detective. Parecía antojársele la mar de cómico eso. Pero, al parecer, es cosa seria, ¿verdad?

—Claro que es cosa seria —aseguró mistress Oliver—. Tienen ustedes un criminal aquí.

—Sí, pero escuche: ¿a quién han asesinado? ¿O se trata de alguien a quien acaban de desenterrar y es el asunto un profundo secreto?

—No es un secreto —intervino Poirot—. Y el asesinato lo conocen ustedes ya.

—Mistress Mc No Sé Cuántos... que se dedicaba a la limpieza,... en otoño pasado —explicó la autora.

—¡Oh! —exclamó Robin, que pareció chasqueado—. Pero ¡si eso se ha liquidado ya!

—No se ha liquidado ni mucho menos —anunció mistress Oliver—. Han detenido a un inocente y le ahorcarán si monsieur Poirot no descubre a tiempo al verdadero asesino. Es la mar de emocionante.

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