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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

La paja en el ojo de Dios (14 page)

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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—Sí, Alteza —el Ministro de Guerra carraspeó—. Dos naves. El acorazado Imperial
Lenin y
el crucero de combate
MacArthur.
La
MacArthur
será modificada para que se ajuste a las exigencias del doctor Horvath y llevará el personal civil de esta expedición. Incluiré científicos, comerciantes, funcionarios del Cuerpo Diplomático y el contingente de misioneros que Su Reverencia solicita, además de la tripulación. Será la
MacArthur
quien realice todos los contactos con la civilización alienígena.

Merrill cabeceó subrayando las palabras del ministro.

—El acorazado
Lenin
no subirá a bordo alienígenas en ninguna circunstancia, ni se expondrá a una captura. Quiero garantizar que recibamos algún informe directo de esta expedición.

—Un poco extremado, ¿no le parece? —dijo Horvath.

—No, señor —replicó sir Traffin enfáticamente—. Richard pretende ante todo que los alienígenas no tengan posibilidad alguna de obtener ni el Campo Langston ni el Impulsor Alderson, y yo estoy absolutamente de acuerdo.

—Pero si ellos... ¿y si capturan la
MacArthur? —
preguntó Horvath.

El almirante Cranston lanzó un chorro de humo azul de su pipa.

—En ese caso la
Lenin
destruirá a la
MacArthur.
Blaine asintió. Ya se había imaginado aquello.

—Se necesita un hombre muy especial para poder tomar esa decisión —comentó sir Traffin—. ¿A quién piensa dar el mando del
Lenin?


Al almirante Lavrenti Kutuzov. Enviamos ayer una nave correo en su busca.

—¡El carnicero! —Horvath posó el vaso en la mesa y se volvió hecho una furia al Virrey—. ¡Protesto, Alteza! ¡De entre todos los hombres del Imperio, ésa es la peor elección! Debe usted saber que Kutuzov fue el hombre que... que esterilizó Istvan. De todas las criaturas paranoicas del... Señor, le suplico que lo reconsidere. Un hombre como ése podría... ¿Es que no lo comprende? ¡Se trata de alienígenas inteligentes! ¡Podría ser el momento cumbre de la Historia, y quiere usted enviar una expedición mandada por subhumanos que piensan con sus reflejos! Es una locura.

—Mayor locura sería enviar una expedición mandada por individuos como usted —contestó Armstrong—. Y no pretendo insultarle, doctor, pero usted considera a los alienígenas como amigos, no ve los peligros. Quizás mis amigos y yo los veamos demasiado, pero es mejor equivocarse por más que por menos.

—El Consejo... —protestó débilmente Horvath.

—No es una cuestión del Consejo —proclamó Merrill—. Es algo que atañe a la Defensa Imperial. Está en juego la seguridad del Reino. Está claro lo que puede decir al respecto el Parlamento Imperial de Esparta. Como representante de Su Majestad en este sector, yo ya he decidido.

—Comprendo —Horvath se sentó un instante, luego volvió a la carga—. Pero dice usted que la
MacArthur
será modificada con fines científicos. Eso significa que podremos tener una expedición plenamente científica.

Merrill asintió.

—Sí. Esperamos que no tenga que intervenir Kutuzov. Su gente se cuidará de que no tenga que hacerlo. Por simple precaución. Blaine carraspeó suavemente.

—Hable, joven —dijo Armstrong.

—Me preguntaba quiénes iban a ser mis pasajeros, señor.

—Claro, por supuesto —contestó Merrill—. La sobrina del senador Fowler y ese comerciante. Creo que quieren proseguir la aventura...

—Conozco a Sally... quiero decir a la señorita Fowler —contestó Rod—. Ha rechazado dos posibilidades de regresar a Esparta, y acude diariamente al Cuartel General del Almirantazgo.

—Estudiante de antropología —murmuró Merrill—. Si desea ir, que vaya. No vendrá nada mal para demostrar a la Liga de la Humanidad que no se trata de una expedición punitiva, y no veo mejor medio de indicarlo. Será una excelente medida política. ¿Qué me dice de ese comerciante?

—No sé, señor.

—Comprueben si desea ir —dijo Merrill—. Almirante, no han conseguido una nave adecuada que se dirija a la capital, ¿verdad?

—Ninguna a la que pudiese confiarle a ese hombre —respondió Cranston—. Ya leyó usted el informe de Plejanov.

—Sí. Bueno, el doctor Horvath quería que fuesen comerciantes. Creo que Su Excelencia agradecerá la oportunidad de estar allí... bastará decirle que puede ser invitado uno de sus competidores. Irá, estoy seguro. No he visto nunca un comerciante que no estuviese dispuesto a cruzar el infierno para derrotar a sus competidores.

—¿Cuándo saldremos, señor? —preguntó Rod. Merrill se encogió de hombros.

—Eso depende de la gente de Horvath. Hay mucho trabajo que hacer. La nave Lenin deberá estar aquí en un mes. Recogerá de camino a Kutuzov. No veo por qué no puede usted iniciar el viaje tan pronto como considere que la MacArthur está lista.

11 • La Iglesia de Él

El vehículo monorraíl avanzaba con un apagado silbido a ciento cincuenta kilómetros por hora. La multitud de pasajeros del sábado parecía tranquila y satisfecha. Apenas hablaba. En un grupo situado en la parte trasera, un hombre pasaba una botella. Pero ni siquiera este grupo resultaba ruidoso; únicamente sonreían más. Unos cuantos niños muy educados asomaban sus cabecitas por los asientos de ventanas para ver el exterior y señalaban y preguntaba en un dialecto incomprensible.

Kevin Renner se comportaba más o menos del mismo modo. Con la cabeza apoyada en la ventanilla de plástico claro, contemplaba un mundo extraño. Su flaco rostro esbozaba una sencilla sonrisa.

Staley estaba del lado del pasillo, sentado en posición de firme. Potter iba sentado entre los dos.

No estaban los tres de permiso; iban de servicio y podían llamarles en cualquier momento a través de sus computadoras de bolsillo. Los técnicos de los talleres de Nueva Escocia estaban reparando el hangar de la MacArthur y realizando otros trabajos en la nave bajo la supervisión de Sinclair. Sinclair podía necesitar, concretamente, a Potter en cualquier momento; y Potter era su guía nativo. Quizás Staley recordase esto; pero no había en su rígida postura ningún indicio de inquietud. Parecía satisfecho y feliz. Siempre se sentaba de aquel modo.

Potter era quien más hablaba y quien hacía todos los comentarios.

—¿Ha visto esos dos volcanes gemelos, señor Renner? ¿Ve esas estructuras como cajas que hay junto a la cima? Son unidades de control atmosférico. Cuando los volcanes arrojan gas, los encargados de mantenimiento lanzan proyectiles de algas modificadas en el vapor. De lo contrario, nuestra atmósfera se deterioraría rápidamente otra vez.

—Pero, durante las Guerras Separatistas, no habría modo de mantener el sistema en funcionamiento. ¿Cómo se las arreglaban?

—Muy mal.

Destacaban en el paisaje unas líneas azuladas y extrañas. Eran las manchas verdes de los campos cultivados junto a un paisaje sin vida, casi lunar, azotado por la erosión. Resultaba extraño ver aquel ancho río perderse entre meandros en el desierto saliendo de la zona cultivada. No había matorrales ni hierbas. Nada crecía espontáneamente. El bosquecillo por el que cruzaban ahora tenía los mismos linderos precisos y la misma disposición regular que las anchas fajas de parcelas floridas ante las que habían pasado antes.

—Llevan ya trescientos años en Nueva Escocia —dijo Renner—. ¿Por qué es todavía así? Yo creía que dispondrían ya de suelo vegetal aceptable en todas partes y que habrían echado semillas. Creí que parte del planeta estaría cubierto de vegetación en estado salvaje.

—¿Cuántas veces se convierte la tierra cultivada en naturaleza salvaje en un mundo colonial? A lo largo de nuestra historia los seres humanos se han propagado siempre más deprisa que el suelo vegetal. —Potter se irguió bruscamente—. Mirad allí delante. Estamos llegando a Parcela Quentin.

El vehículo aminoró suavemente la marcha. Se abrieron las puertas y salieron unos cuantos pasajeros. Los hombres de la Marina salieron también, con Potter a la cabeza. Potter rebosaba satisfacción. Aquél era su pueblo natal.

Renner se detuvo de pronto.

—¡Mirad, puede verse el Ojo de Murcheson de día! Era cierto. La estrella estaba muy alta, hacia el Este, y era una chispa roja visible en el azul del cielo.

—Pero no puede distinguirse la Cara de Dios.

Se volvieron cabezas hacia los hombres de la Marina. Potter dijo en un murmullo:

—Señor Renner, no debe llamarlo la Cara de Dios en este mundo.

—Vaya, ¿por qué no?

—Un eliano lo llamaría la Cara de Él. No se refieren nunca directamente a su Dios. Un buen miembro de la Iglesia no cree que haya nada más que el Saco de Carbón.

—Lo llaman la Cara de Dios en todas partes. Sean buenos miembros de la Iglesia o no.

—Pero es que en el resto del Imperio no hay elianos. Siguiendo este camino, llegaremos a la Iglesia de Él antes del oscurecer.

Parcela Quentin era un pueblecito rodeado de campos de trigo. La calle era un ancho paso de basalto con una ondulación en su superficie, como si se tratase de un río de lava petrificado. Renner supuso que el impulsor de una nave había actuado allí mucho tiempo atrás, marcando los caminos antes de que se alzase ningún edificio. Se veían en la superficie infinidad de fisuras. Con las casas de dos y tres plantas que se alineaban ahora a ambos lados, difícilmente podía repararse la calle del mismo modo.

—¿Cómo nacieron los elianos? —preguntó Renner.

—Hay una leyenda —dijo Potter, pero se detuvo—. Quizás no sea una leyenda. Lo que dicen los elianos es que un día la Cara de Dios despertó.

—¿Sí?

—Él abrió su único ojo.

—Eso encaja, si los pajeños utilizaron realmente un cañón láser para impulsar la vela de luz. ¿Cuánto hace de eso?

—Bueno —Potter se puso a pensarlo—. Fue durante las Guerras Separatistas. Ya saben que la guerra causó grandes daños aquí. Nueva Escocia permaneció fiel al Imperio, pero Nueva Irlanda no. Nuestras fuerzas estaban más o menos igualadas. Estuvimos combatiendo unos cincuenta años, hasta que no quedaron naves interestelares y cesó por completo el contacto con las estrellas. Luego, en 2870, penetró una nave en el sistema. Era la Ley Cráter, una nave mercante convertida en navío de guerra, con un Campo Langston en perfecto funcionamiento y un buen cargamento de torpedos. Aunque estaba averiada, era la nave más poderosa del sistema de Nueva Caledonia; habíamos caído muy bajo. Con su ayuda destruimos a los traidores neoirlandeses.

—Eso fue hace ciento cincuenta años. Lo cuenta usted como si lo hubiese vivido.

Potter sonrió.

—Aquí la historia se la toma uno de una forma muy personal.

—Lo comprendo —dijo Staley.

—Pedía usted fechas —dijo Potter—. Los archivos de la Universidad no dicen nada. Algunos de los datos archivados en las computadoras quedaron inutilizados por daños bélicos, como saben. Algo pasó en el Ojo, de eso no hay duda, pero debió de ser casi al final de la guerra. Si no, no habría causado tanta impresión, ¿comprenden?

—¿Por qué no? La Cara de... el Ojo es el objeto mayor y más luminoso de su cielo.

Potter sonrió satisfecho.

—No durante la guerra. He leído diarios. La gente estaba oculta bajo el Campo Langston de la Universidad. Cuando salían, veían el cielo como un campo de batalla, lleno de extrañas luces y de las radiaciones de las naves que explotaban. Sólo después de acabada la guerra empezó la gente a contemplar el cielo. Entonces los astrónomos intentaron determinar lo que había pasado en el Ojo. Y fue cuando Howar Grote Littlemead se vio asaltado por la inspiración divina.

—Decidió que la Cara de Dios era sólo lo que parecía.

—Sí, eso es. Y convenció a muchos. Hemos llegado, caballeros.

La Iglesia de Él era al mismo tiempo impresionante y mísera. El edificio era de piedra de cantera capaz de aguantar siglos; y los había aguantado, pero estaba gastada y quebrantada por las tormentas; había fisuras en dinteles y cornisas, por todas partes; e iniciales y obscenidades grabadas en las paredes con lásers y otros instrumentos.

El sacerdote era un hombre alto y grueso de aspecto suave y abatido. Pero fue inesperadamente enérgico en su negativa cuando le preguntaron si podían entrar. Y de nada sirvió que Potter indicase que había nacido en aquel mismo pueblo. La Iglesia de Él y sus sacerdotes habían sufrido mucho a manos de los habitantes de aquel pueblo.

—Veamos, razonemos —le dijo Renner—. No creerá usted que nos proponemos alguna profanación, ¿verdad?

—Ustedes no son creyentes. ¿Qué les trae por aquí?

—Sólo queremos ver la imagen del... de la Cara de Él en su gloria. Después de verla nos iremos. Si no nos deja entrar, podremos obligarle a través de los canales oficiales. Representamos a la Marina.

El sacerdote les miró burlón.

—Esto es Nueva Escocia, no una de esas colonias primitivas que no tienen gobierno, que tienen sólo astronautas blasfemos. Necesitarían una orden del Virrey para entrar aquí. Y no son ustedes más que turistas.

—¿Ha oído usted hablar de la cápsula alienígena? El sacerdote perdió parte de su seguridad.

—Sí —contestó.

—Creemos que fue lanzada mediante un cañón láser. Desde la Paja.

El sacerdote se quedó asombrado. Luego lanzó una sonora carcajada. Sin dejar de reír les pasó adentro. No les dijo una palabra, pero les condujo por las gastadas losas hacia la entrada del santuario principal. Luego se hizo a un lado para observar sus caras.

La Cara de Él ocupaba la mitad de la pared. Era una especie de imagen holográfica inmensa. Las estrellas que rodeaban el borde aparecían un poco borrosas, como si se tratase de una imagen holográfica muy vieja. Y producía la misma sensación de infinito de todas las imágenes holográficas.

El Ojo de aquella Cara brillaba con una luz de un verde puro de aterradora intensidad. Verde puro con una mancha roja.

—¡Dios mío! —exclamó Staley, y rápidamente añadió—: No lo digo en un sentido literal... Pero se necesitaría todo el poder de un mundo muy adelantado para producir toda esa luminosidad a treinta y cinco años luz de distancia.

—Creo que la recordaba mayor de lo que era —murmuró Potter.

—¡Ya lo han visto! —clamó el sacerdote—. ¿Creen todavía que puede tratarse de un fenómeno natural? ¿Han visto suficiente?

—Sí —dijo Renner, y se fueron.

Pararon fuera a la luz del crepúsculo. Renner movió la cabeza.

—Comprendo perfectamente a Littlemead —dijo—. Lo que me extraña es que no convenciese a todos los habitantes del planeta.

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