La diosa ciega (25 page)

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Authors: Anne Holt

Tags: #Policíaco

BOOK: La diosa ciega
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¡Es dinero, Wilhelmsen! ¡Mira, es dinero! ¡Un huevo de dinero!

La subinspectora se levantó, se quitó los guantes de plástico manchados, los arrojó a un rincón y se puso un par limpio. Luego volvió a ponerse en cuclillas y sacó el paquete. El chico tenía razón. Era dinero. Un grueso fajo de billetes de mil. A toda velocidad calculó que debía de haber por lo menos cincuenta mil coronas. El agente había sacado una bolsa de plástico de un bolsillo y se la tendió abierta. El dinero casi no cupo.

—Buen trabajo, Henriksen. Serás un buen Torvald.

Al chico le gustó el piropo y, por la pura alegría de ver la posibilidad de salir de aquel lugar pestilente, lo recogió todo por propia iniciativa y cerró la puerta a sus espaldas antes de seguir a su superiora escaleras abajo.

Jueves, 19 de noviembre

Nadie podía sostener que los resultados fueran predecibles. A decir verdad, nadie aparte de Hanne había esperado ningún resultado. Sand se había olvidado de las huellas dactilares de Lavik el jueves anterior, tras un simple encogimiento de hombros. La muerte de Han van der Kerch había dejado todo lo demás en la sombra. Se había montado un jaleo considerable con el asunto del olvido del cinturón. Bastante gratuito, puesto que el chico podría haber usado tanto la camisa como el pantalón para el mismo fin. La experiencia decía que no había manera de parar a un suicida una vez que estaba decidido. Y Han van der Kerch lo estaba.

—¡Sí! —Hanne Wilhelmsen se inclinó hacia delante con la cadera girada, cerró el puño y bajó el brazo doblado como si tirara de una cadena imaginaria—. ¡Sí!

Repitió el movimiento. La gente que estaba en la sala de emergencias lo presenció todo en silencio, algo cohibida.

La subinspectora Hanne Wilhelmsen arrojó un documento sobre la mesa ante el escuálido inspector. Kaldbakken lo cogió tranquilamente, en una elocuente reprimenda por lo inapropiado de su explosión de sentimientos. Se tomó su tiempo. Cuando lo dejó a un lado, intuyeron una sonrisa en su cara de tipo caballo.

—Esto me anima —carraspeó—. Me anima de verdad.

—What an understatement!

Hanne quería más entusiasmo. Las huellas dactilares del abogado Jørgen Lavik, marcadas claramente en una taza de las Cantinas del Estado, eran idénticas a una hermosa huella completa de un billete de mil coronas encontrado bajo una tabla del suelo de un apartamento nauseabundo de la calle Moss, perteneciente a un heroinómano muerto. El informe de Kripos era unívoco e indiscutible.

—¡No me lo creo!

El fiscal adjunto Sand agarró el documento y éste se partió por la mitad. Era verdad.

—Ya tenemos a ese tipo —exclamó el pelirrojo, orgullosísimo de haber contribuido a la resolución del caso—. ¡No tenemos más que detenerlo!

Evidentemente no era así. Las huellas dactilares no demostraban nada, pero, como pensó, era un indicio de la hostia de alguna cosa. El problema era que Lavik, sin duda, sería capaz de sacarse un montón de explicaciones de la manga. Su relación con Frøstrup había sido completamente legítima, con las huellas no bastaba. Todos los presentes lo sabían, tal vez a excepción del emocionado agente de policía novato. Wilhelmsen colocó un flip-over delante de los hombres sentados y sacó un rotulador azul y otro rojo. Ninguno de los dos funcionaba.

—Toma —dijo el pelirrojo arrojando un rotulador negro nuevo a través de la habitación.

—Recapitulemos lo que tenemos —dijo Hanne, y empezó a escribir—. Para empezar: la declaración de Han van der Kerch a su abogada.

—¿Ha contado lo que le dijo el tipo?

Kaldbakken parecía sinceramente sorprendido.

—Sí, míralo en el documento. 11.12. El holandés dejó una carta, una especie de carta de despedida. Un cariñoso saludo a Karen Borg en el que le concedía permiso para hablar. Ayer se pasó aquí todo el día declarando. Es como creíamos, ¡pero qué gustazo que te lo confirmen! La cosa es que ya lo tenemos sobre papel.

Se giró hacia el flip-over y empezó a escribir en silencio.

  1. La declaración de H. V. D. K. (Karen B)
  2. Relac. Lavik-Roger el de los coches (n.° de teléfono en la agenda)
  3. La huella de Lavik en el dinero de la casa de Frøstrup (!!!)
  4. La hoja de los códigos encontrada en casa de J. F., que era del mismo tipo que la que encontramos en casa de Hansa Olsen.
  5. Lavik estuvo en la comisaría el día que H. V. D. K. perdió la cabeza.
  6. Lavik estuvo en la cárcel el día que Frøstrup tomó una sobredosis.

—La declaración de Han van der Kerch es importante —dijo, utilizando para señalar una regla mellada con la que aporreaba el punto uno de la lista—. El único problema, bastante considerable, por otro lado, es que el tipo no nos lo ha dicho a nosotros directamente. Es información de segunda mano. Por otro lado, Karen Borg es una testigo muy creíble. Puede confirmar que Han llevaba varios años metido en el tinglado; además, admitió su relación con Roger, el de los coches, y había oído rumores de que había unos abogados detrás de todo el tinglado. Los rumores son un fundamento bastante endeble para una detención, pero todas sus tribulaciones en torno a la elección de abogado muestran que tenía que disponer de información bastante clara. Por medio de la declaración de Karen Borg, al menos tenemos pillado a Roger. —Cambió la regla por un rotulador y subrayó enérgicamente el nombre de Roger—. Y nos estamos acercando a nuestro querido amigo Jørgen. —Enérgicas rayas bajo el nombre de Lavik—. El vínculo aquí es muy flojo, aunque hayamos establecido que se conocían. Lavik lo ha admitido una vez, y seguro que lo vuelve a hacer, aunque sin duda nos vendrá de nuevo con el cuento de que era un cliente, pero es un hecho incontrovertible que eso de codificar los números de teléfono es bastante curioso. Resulta pesado y sería raro que lo hiciera sin motivos. Además —dijo enfáticamente mientras, por si acaso, trazaba un gran círculo en torno al punto tres de la tabla—, hemos encontrado la huella dactilar de Lavik en el billete de Jacob Frøstrup. Los tribunales han demostrado dieciséis veces que era un camello. Además, tenía entendido que eran los abogados quienes recibían dinero de sus clientes; no al revés. A Lavik le va a costar explicar eso. Ésta es nuestra mejor carta, en mi opinión. —La subinspectora se detuvo, como esperando protestas; como no las hubo, siguió adelante—. El punto cuatro es ya otra cosa. Es muy interesante dentro del contexto general y estoy convencida de que las hojas de códigos nos dirían muchas cosas si fuéramos capaces de encontrar la maldita clave. Sin embargo, puesto que no tenemos pensado acusar a Lavik de asesinato, tengo dudas acerca de la conveniencia de sacar a relucir este asunto ahora. Puede que más adelante necesitemos algún as en la manga. En cuanto a la presencia de Lavik en el momento crítico de la vida de Kerch y de Frøstrup, debemos esperar. Así que nos quedamos con los puntos del uno al tres como base de una eventual detención. —Volvió a hacer una pausa—. ¿Tenemos suficiente, Håkon?

No era suficiente; los dos lo sabían.

—¿Detención? ¿Por qué motivo? ¿Por asesinato? No. ¿Por tráfico de drogas? No creo. No tenemos ningún alijo.

—Claro que lo tenemos —objetó Kaldbakken—. El alijo de la casa de Frøstrup no era nada desdeñable.

—Usa un poco la imaginación, Håkon —le increpó Hanne con una sonrisa torcida—. Algo tienes que poder sacar de todo esto. Las acusaciones que escribís suelen tener carencias y ser imprecisas; aun así, conseguís la preventiva sin problemas.

—Se te olvida una cosa —dijo Håkon—. Se te olvida que este hombre es abogado. Eso no se le va a escapar al tribunal. A éste no le meten en la cárcel en veinte minutos. Si queremos intentar encerrar a ese mierda, tenemos que estar seguros de que lo vamos a conseguir. En todo caso esto va ser un jaleo de la hostia. Como decidan no encerrarlo, esto se va a poner más caliente de lo que queremos.

A pesar del escepticismo de Håkon, Kaldbakken estaba convencido. Y nadie podía desacreditar al autoritario inspector cuando se trataba de labores policiales. Punto por punto, los cuatro repasaron el caso tal y como estaba, sacaron lo que no se sostenía, apuntaron qué más necesitaban y al final tenían el boceto de una acusación.

—Estupefacientes —concluyó por fin el inspector—. Tenemos que pillarlo por los estupefacientes. Tampoco hace falta que empecemos a lo grande. Tal vez nos debamos conformar con los veinticuatro gramos que encontramos en casa de Frøstrup.

—No, tenemos que apuntar más alto. Si nos basamos sólo en esos gramos, nos cerramos la posibilidad de usar todo lo que no tenga directamente que ver con esa cantidad. Si queremos tener una oportunidad, tenemos que incluir todo lo que tenemos. Hay tanta mierdecilla en esa lista que tenemos que dársela toda al tribunal.

Håkon parecía ahora más seguro. Su corazón había empezado a latir como un helicóptero ante la idea de que por fin se encontraban ante un punto de inflexión.

—Vamos a elaborar una acusación de carácter general, sin especificar el espacio temporal ni la cantidad. Luego lo apostamos todo a la teoría de la liga y nos apoyamos en la afirmación de Han van der Kerch de que realmente existe una organización de ese tipo. Y que sea lo que Dios quiera.

—¡Y podemos decir que tenemos un chivatazo de una fuente! —El chico de la nariz respingona no se había podido contener—. ¡Tengo entendido que suele funcionar en los casos de drogas!

Se produjo un embarazoso silencio. Antes de que Kaldbakken asesinara al chico, Hanne intervino.

—Esas cosas nosotros no las hacemos nunca, Henriksen —dijo con decisión—. Supongo que con la emoción hablas por hablar. Lo voy a apuntar en la misma cuenta que tu vomitona. Pero nunca pasarás de ser un novato como no aprendas a pensártelo dos veces antes de hablar. Se pueden coger atajos, pero nunca se pueden hacer trampas. ¡Nunca! —Y añadió—: Y además te equivocas por completo. Lo que menos les gusta a los tribunales de instrucción son los chivatazos anónimos. Que lo sepas.

El chico había recibido su bronca y concluyeron la reunión. Hanne y Håkon se quedaron.

—Esto hay que consultarlo con la comisaria principal. Y con el fiscal del Estado también. Para cubrirme las espaldas, en realidad debería consultárselo al mismísimo rey.

Estaba claro que no sentía únicamente alegría ante la idea de lo que le esperaba. El desánimo se le había instalado en el pecho una vez que el helicóptero se había calmado. Estaba tentado de preguntar a Hanne si no podía ir ella con la demanda de encarcelamiento.

Ella se sentó a su lado en el pequeño sofá. Para su gran sorpresa, Hanne colocó la mano sobre su muslo y se inclinó hacia su hombro con confianza. El leve aroma de un perfume que no conocía le hizo inspirar profundamente.

—Ahora es cuando esto empieza —dijo ella en voz baja—. Lo que hemos hecho hasta ahora no ha sido más que reunir pedacitos, un pedazo aquí y otra allá, pedazos tan pequeños que no merecía la pena intentar montar el puzle. Es ahora cuando vamos a empezar a hacerlo. Aún nos faltan un montón de piezas, pero ¿no ves ya la imagen de conjunto, Håkon? Ponte un poco chulo, hombre. Los héroes somos nosotros, que no se te olvide.

—No siempre da esa sensación, la verdad —contestó en tono hosco, y posó la mano sobre la de ella, que aún seguía sobre su muslo; para su sorpresa, ella no la retiró—. Pero tendremos que intentarlo de todos modos —dijo con desánimo. Luego le soltó la mano y se levantó—. Procura resolver todo lo que hay que hacer antes de la detención. Supongo que quieres hacerlo tú misma.

—Puedes estar seguro —dijo ella con decisión.

Estaban todos allí. La comisaria principal, con su uniforme recién planchado, permanecía seria y con la espalda estirada, como si hubiera dormido en mala postura. El fiscal del Estado, un tipo pálido y rechoncho con camisa de piloto y ojillos inteligentes detrás de los gruesos cristales de las gafas, tenía la mejor silla. El jefe del grupo de drogas —que, por lo demás, sólo lo era en funciones, dado que el verdadero jefe del grupo de drogas estaba sustituyendo al comisario de Hønefoss, el cual estaba ejerciendo funciones de abogado del Estado, que a su vez desempeñaba funciones de juez de segunda instancia— también se había puesto el uniforme para la ocasión. Le quedaba demasiado pequeño y la camisa se le abría sobre su abultada barriga. Tenía aspecto de buena persona, con la cara redonda y rosada; con finos rizos grisáceos. La diosa Justicia seguía sobre la mesa, en la misma posición, con la balanza alzada y la espada lista para la ejecución.

Una oficinista llamó a la puerta y les sirvió café en tazas de plástico, sin decir nada. Wilhelmsen y Sand fueron los últimos a los que sirvió, y tampoco les llenó la taza. Dio igual, Hanne no llegó a probarlo antes de levantarse. Les llevó algo más de media hora repasar el caso. El contenido era el mismo que aquella mañana, pero estaba todo más estructurado. Por añadidura, Hanne había conseguido algo más. Sonrió por primera vez cuando añadió:

—¡Uno de los perros del grupo de drogas reaccionó al dinero! —El jefe de drogas asintió elocuentemente con la cabeza, pero como que la comisaria principal como el abogado del Estado la miraron sin entender, Hanne siguió con la explicación—. El dinero ha estado en contacto con drogas. O lo que es más probable: alguien ha tocado el dinero justo después de tocar drogas. Éste es el pedacito que nos faltaba. Por desgracia, la sustancia no estaba en el mismo billete que las huellas dactilares, pero aun así…

—Hablando de las huellas dactilares —la interrumpió el abogado del Estado—: en sentido estricto no tenéis las huellas de Lavik. Por eso vamos a tener que obviar esa parte cuando evaluemos el fundamento de la detención. ¿Habéis pensado en eso?

Miró a Håkon Sand, que se levantó y se acercó a Hanne y al slip-over arrastrando los pies.

—Claro que lo hemos pensado. Lo detenemos con lo que tenemos e inmediatamente después le cogemos las huellas dactilares. Hemos acordado con Kripos que van a tener preparado un informe oficial el lunes por la mañana. Estará listo a tiempo. Nuestro plan es detener a Lavik y a Roger, el de los coches, mañana por la tarde. Nadie puede exigirnos que, en un caso tan gordo, presentemos la demanda de encarcelamiento ya el sábado. Eso nos concede tiempo hasta el lunes a la una para componer una demanda de encarcelamiento que no haga agua por todas partes. En ese sentido, el viernes por la tarde es el momento ideal para detenerlos.

Se hizo el silencio. La comisaria principal, que parecía incómoda y nerviosa, estaba sentada en la enorme silla del jefe, con la espalda completamente estirada y sin apoyarse en el respaldo. Este caso podía llegar a convertirse en una carga para la jefatura. Y cargas no era precisamente lo que necesitaban. La vida como comisaria principal estaba siendo mucho más cansada de lo que se había imaginado. Recibía críticas y había jaleo todos los santos días. Este caso verdaderamente podía explotarle en la cara. Una gruesa vena latía feamente en su flaco cuello.

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