Read La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento Online
Authors: Mijail Bajtin
Estos elementos locales dispersos en la obra intensifican vivamente el carácter
individual, nominal, visto y conocido
(si se puede decir así) de todo el universo rabelesiano. Incluso los objetos de uso corriente (como, por ejemplo, la escudilla de la sopa) tienen un carácter
individual y único,
así como los objetos que pertenecieron a personajes históricos y están conservados en los museos. Volveremos a hablar todavía del tipo particular de la individualización rabelesiana.
Pasemos ahora al segundo libro escrito:
Gangantúa,
Todos los acontecimientos (a excepción de los de París) se desarrollan en los alrededores de Chinon, es decir, en la patria del escritor. Todas las localidades, grandes o pequeñas, que sirven de cuadro a la acción son mencionadas con una precisión total y pueden ser localizadas sobre las cartas y catastros de la época. El centro (topográfico) de toda la acción se encuentra, lo sabemos, en la «residencia» real de Grandgousier, padre de Gargantúa. Actualmente, los investigadores han podido identificar de manera perfectamente precisa y cierta esta residencia: es la granja de la Deviniere, propiedad del abogado Antoine Rabelais, padre del escritor. Es allí donde éste vio por primera vez la luz del mundo. La modesta casita de la familia Rabelais existe todavía, así como la vieja chimenea ante la cual estaba el bravo Grandgousier asando castañas y esperando que se abrieran, atizando el fuego con un tallo de punta curva y contando a los suyos las historias de los buenos y viejos tiempos, en el instante histórico en que le cuentan la agresión imprevista de Picrochole.
Desde que la residencia de Grandgousier fue definitivamente identificada, todas las denominaciones geográficas y todas las indicaciones topográficas (sin excepción) dadas por Rabelais en la descripción de acontecimientos (las hay en cantidad impresionante), cobran inmediatamente vida. Todo era real y preciso, hasta en los detalles más ínfimos (sólo exagerados en su escala). En las cercanías de Devinière, sobre la margen izquierda del Nègron, existe todavía hoy la «pradera» de la Saulsaye que sirvió de marco a los «diálogos de los buenos borrachos», y en la cual nacería Gargantúa, el 4 de febrero, durante la fiesta carnavalesca de la matanza de reses. Abel Lefranc supone con razón que ésta fue la fecha y el lugar de nacimiento de Rabelais.
Asimismo, toda la topografía de la guerra picrocholina era real y precisa: Seuilly, Lerné, el camino que los une y donde tuvo lugar la riña entre panaderos y viñeros, y el valle del Nègron donde se desarrollaron las operaciones militares en torno de la Devinière, en un espacio muy estrecho, delimitado en partes distintas por Lené, La Roche-Clermault, Vaugaudry y La Vauguyon; todo ello está perfectamente denominado y mencionado y permite hacerse una idea clara y precisa de todas las operaciones militares. El cerco de la abadía, que defendía el hermano Juan de los Entommeures, existe todavía, así como una parte de la antigua muralla que conoció Rabelais.
Por otra parte, un hecho real sirvió de base a la guerra picrocholina. Rabelais se sirvió de un conflicto verdadero, que se desarrolló en su país natal y en el que tomaron parte, por un lado la familia de Rabelais, y por el otro, Gaucher de Sainte-Marthe, señor de Lerné, propietario de pesquerías sobre el Loire que perturbaban la navegación. Esto da lugar a un conflicto, luego a un proceso con las comunidades ribereñas, que tenían intereses en la navegación fluvial. Este proceso, muy largo, se interrumpe por períodos para comenzar otra vez. Se hace especialmente crítico en otoño de 1532, fecha en que Rabelais había venido a visitar a su padre, en la Devinière, durante las vendimias. Este, el abogado Antoine Rabelais, había sido durante algún tiempo amigo del señor Gaucher de Sainte-Marthe, y se había ocupado incluso de sus asuntos, pero cuando entró en conflicto con las comunidades, se había alejado de su lado. Fue el abogado Gallet, pariente y amigo cercano del padre de Rabelais, el encargado de defender los intereses comunales. Así, durante su estancia estival en la Devinière, Francois Rabelais se encuentra ubicado en el centro de los acontecimientos y toma incluso parte en ellos.
La guerra picrocholina rebosa de alusiones a este conflicto. Algunos nombres son reales. Así, Gallet, que aparece como el parlamentario de Grandgousier, en defensa de su causa; hemos visto que el verdadero Gallet se había ocupado realmente de los asuntos de las comunidades contra Gaucher de Sainte-Marthe. Gran bastonero de la cofradía de los panaderos, apaleado a muerte y responsable del desencadenamiento de las hostilidades, lleva en el libro el nombre de Marquet. Pues bien, ocurre que Marquet era el nombre del yerno de Saint-Marthe. En el capítulo XLVII Rabelais enumera los nombres de treinta y dos propietarios feudales (una de las enumeraciones nominales más largas, propias al escritor) que constituían «la antigua confederación», y que ofrecían su ayuda a Grandgousier.
Ninguno de estos nombres es imaginario. Todos los nombres de villas, ciudades, burgos y villorrios, situados en las márgenes del Loire y del Vienne o en los alrededores, tenían directamente interés en que la navegación comercial pudiera efectuarse. Habían, en efecto, concluido una alianza contra el señor de Sainte-Marthe. Es muy posible que la batalla entre los panaderos de Lerne y los viñaderos de Seuilly haya tenido lugar efectivamente. Abel Lefranc señala que una vieja rivalidad opone todavía hoy a los dos pueblos, recuerdo confuso de una antigua enemistad.
De este modo, los episodios centrales de
Gargantúa
se desarrollan en la realidad,
en el mundo íntimamente visto y conocido de la casa familiar y de sus alrededores inmediatos.
Su topografía es restituida con los detalles más ínfimos y una excepcional precisión. Todo en este mundo —desde los objetos hasta los personajes— tiene un carácter
individual, nominal,
perfectamente concreto. Incluso algunos acontecimientos tan fantásticos como, por ejemplo, la historia de los peregrinos comidos con la ensalada e inundados de orina, tiene lugar en el patio y el jardín de la granja de la Devinière, designados con toda la precisión topográfica de rigor (lugares conservados casi sin cambios hasta nuestros días).
Todos los otros episodios, los de este libro como los de los dos libros siguientes, tienen el mismo carácter. Los estudios rabelesianos han sabido descubrir detrás de la mayoría de ellos los lugares, personajes y acontecimientos reales. Así, numerosos personajes del
Tercer Libro
han sido identificados: Hert Tripa es Cornelio Agripa de Nettesheim; el teólogo Hippothadée, Lefévre de Etaples; el poeta Raminagrobis, Jean Lemaire; el doctor Rondibilis, el médico Rondelet, etc. La villa de Panzoust (episodio de la sibila de Panzoust) ha existido realmente; todavía se muestra hoy la gruta y la roca donde, según la leyenda, vivía la pitonisa.
Lo mismo puede decirse del
Cuarto Libro,
si bien esta vez los especialistas no disponen todavía de materiales tan ricos y preciosos como para los primeros libros. Limitémonos a un solo ejemplo: la historia de la mala pasada del maestro Francois Villon. La acción de esta «farsa trágica» se desarrolla en Saínt-Maixent (en la provincia de Poitou que Rabelais conocía tan bien). En los alrededores de esta pequeña ciudad se ha conservado, desde la época de Rabelais, la cruz que bordea el camino y a la que él alude diciendo que el cerebro de Tappecoue cayó «cerca de la cruz Osannière». Es posible que, además de las fuentes librescas, esta historia haya sido inspirada por algún relato local, ya que una de las parroquias más cercanas a Saint-Maixent lleva todavía el nombre de «parroquia del monje muerto».
Limitémonos a estos ejemplos, que aclaran suficientemente un aspecto importante de las imágenes rabelesianas: su vínculo con la realidad efectiva, directamente próxima al autor. El objeto inmediato de la descripción, el primer plano de todas las imágenes, es
el mundo de los lugares familiares habitados, de las personas vivas y conocidas, de los objetos vistos y palpados.
En este mundo inmediato, todo es individual y único, histórico. El rol de lo general y del nombre común es mínimo: cada objeto quiere, por así decirlo, ser llamado con un
nombre propio.
Es característico advertir que, incluso en las comparaciones y confrontaciones, Rabelais se esfuerza siempre en citar objetos y hechos individuales, únicos en la historia. Cuando por ejemplo, en el curso del banquete que sigue a los caballeros asados, Pantagruel dice que sería bueno enganchar campanas bajo las mandíbulas masticadoras, y no se limita a hablar de campanas en general, sino que las cita:
las campanas de los campanarios de Poitiers, Tours y Cambrai.
Otro ejemplo, en el capítulo LXIV del
Cuarto Libro,
es esta comparación:
«El hermano Juan, con ayuda de los mayordomos, de los camareros, panaderos, escanciadores, escuderos, trinchadores, sirvientes y barrenderos, trajo cuatro impresionantes pasteles de jamón, tan enormes que me recordaron
los cuatro bastiones de Turín.»
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Se podría citar una infinidad de ejemplos de este género. Siempre, las imágenes de Rabelais tienden hacia los
objetos personalmente vistos e históricamente únicos
(una variedad de este fenómeno es su propensión particular, compartida, además, por toda su época, por las curiosidades, rarezas, monstruosidades).
Es típico advertir que la mayoría de los objetos aquí mencionados aún son visibles hoy en día: se puede visitar la «residencia real» de Grandgousier y su espacio doméstico, símbolo de la política pacífica, la abadía de la finca del hermano Juan; incluso la cabeza de piedra de Godofredo el del Gran Diente, la mesa de piedra de los banquetes estudiantiles de Poitiers, la cruz de Saint-Maixent, cerca de la cual se expandió el cerebro de Tappecoue.
No obstante, la realidad contemporánea reflejada por Rabelais no se limita a este mundo inmediato (más exactamente a este micromundo) de los lugares habitados, de las cosas vistas y de las personas conocidas. Este no es sino el plano de imágenes más próximas a él (a su persona, a su vida, a su mirada). Detrás se abre un segundo plano, más amplio y de mayor importancia histórica, que se proyecta en esta realidad contemporánea, aunque se desarrolla a otra escala.
Volvamos a la guerra picrocholina. En la base de estas imágenes reside, lo hemos dicho, un conflicto
provincial,
casi
familiar,
que opone a las comunidades ribereñas del Loire a Saint-Marthe, vecino de Antonie Rabelais. Su campo es el
estrecho espacio de los alrededores inmediatos de Devinière.
Este es el
primer plano inmediato de las imágenes de la guerra picrocholina, que ha recorrido Rabelais, que es familiar a su mirada, ha sido palpado por sus manos y está ligado a sus parientes y amigos.
Sin embargo, los contemporáneos y descendientes inmediatos del escritor no reconocían en la persona de Picrochole a Gaucher de Saint-Marthe, sino a Carlos V y, en parte, también a los otros
soberanos agresores
de la época: Luis Sforza o Fernando de Aragón. Y tenían razón. Toda la obra de Rabelais guarda una estrecha vinculación con los acontecimientos y problemas políticos de su época. Los tres primeros libros (sobre todo
Gargantúa
y el
Tercer Libro)
están ligados
a la larga lucha entre Francia y Carlos V.
La guerra picrocholina es, particularmente, un
eco directo
de ella.
Así, por ejemplo, la extraordinaria escena del consejo de guerra de Picrochole contiene un elemento de sátira directa de la política de conquista practicada por Carlos V. Esta escena es la respuesta de Rabelais a la escena idéntica de la
Utopía
de Tomás Moro, que atribuye a Francisco I ciertas pretensiones de hegemonía mundial y de agresión. Rabelais dirigió estas acusaciones contra Carlos V. La fuente del discurso de Ulrich Gallet, que acusa a Picrochole de agresión y defiende la política pacificista de Grandgousier, fue el discurso análogo sobre las causas de la guerra entre Francia y Carlos V, que Guillaume de Bellay (futuro protector y amigo de Rabelais) dirigió a los príncipes alemanes.
En la época de Rabelais,
el problema de la determinación del agresor
se planteaba de un modo bastante agudo y, sobre todo, bajo un aspecto perfectamente concreto, como consecuencia de las guerras entre Carlos V y Francisco I. Diversos autores, pertenecientes al círculo de los hermanos du Bellay —del que también formaba parte Rabelais— le dedicaron una serie de obras anónimas.
Las imágenes de la guerra picrocholina constituyen un
eco viviente del tema política de actualidad del agresor.
Rabelais aportó su propia solución al problema, creando, en la figura de Picrochole y de sus consejeros, el tipo inmortal del político militar agresor. Es absolutamente cierto que le prestó algunos rasgos de Carlos V. Este vínculo con los problemas políticos de la época instaura
el segundo plano: el de la actualidad política.
Sin embargo, en los siglos
XV
y
XVI
, el problema de la guerra y de la paz se planteaba dentro de una perspectiva más vasta y fundamental que aquélla,
más parcial,
del agresor en tal o cual conflicto militar. Se trata del
derecho de principio
que tienen los soberanos y los pueblos para hacer la guerra, de la
distinción entre guerras justas y guerras injustas.
Se examinaban asimismo los problemas relacionados con la organización del mundo en su conjunto. Baste nombrar a Tomás Moro y a Erasmo.
Las imágenes de la guerra picrocholina se hallan íntimamente ligadas a los problemas políticos de la época, a los más amplios y que tienen valor de principio. Su segundo plano se ve de esta manera ampliado y profundizado.
Desde luego, el segundo plano de imágenes es también, en su totalidad, un plano
concreto, individual e histórico.
No existen allí
generalización ni tipificación abstractas;
se trata de la
individualización estructurada a escalas históricas y de sentido más amplio.
De la personalidad eclipsada accedemos al
gran tipo universal
(y no a un tipo abstracto); la estructura de lo pequeño se repite en lo grande.
Detrás del segundo plano surge la tercera —y última— dimensión de las imágenes de la guerra picrocholina; el cuerpo grotesco de los gigantes, las imágenes de banquete, el cuerpo despedazado, las marejadas de orina, la transformación de la sangre en vino y de las batallas en festín, el destronamiento carnavalesco del rey Picrochole, etc., es decir: el plano carnavalesco y popular de la guerra.