Read La crisis financiera guia para entenderla y explicarla Online
Authors: Alberto Garzon Espinosa Juan Torres Lopez
Una idea que se trata de demostrar mediante matemáticas muy sofisticadas pero engañosas que se enseñan en todas las facultades de Económicas del mundo pero que al final se ha manifestado como lo que es: una tontería sin fundamento científico alguno pero que se divulga para que los multimillonarios puedan seguir jugando al casino mientras aparentan estar dando dinamismo a las economías.
Para hacernos una idea de cómo trabajan esos modelos resultan muy útiles los cálculos del profesor Busto de la Universidad de Sevilla. Este profesor ha calculado que la probabilidad de una caída del 29,2% en el índice Dow Jones como la que se produjo el 19 de Agosto de 1987 (el lunes negro de 1987), según los cálculos de acuerdo con la teoría convencional, era inferior a 10 elevado a menos 50. Un número tan sumamente pequeño que es menor que el diámetro de la partícula subatómica más pequeña observada: un número fuera de la escala de la naturaleza. La probabilidad de que ocurrieran las caídas del Dow Jones que efectivamente se produjeron el 4 de Agosto de 1998 (3,5%), el 25 de Agosto (4,4%) y el 31 de Agosto (6,8%), es decir, tres declives consecutivos en un mismo mes, es, según la teoría convencional, de una posibilidad entre 500.000 millones.
En segundo lugar, gracias a que los propios bancos o las empresas de calificación de riesgos (“agencias de rating”) han ocultado sistemática y deliberadamente la realidad del riesgo que se estaba asumiendo para no poner fronteras a un negocio tan rentable.
Así se ha podido comprobar cuando han estallado las quiebras y cuando se ha podido saber que donde las agencias ponían la mejor calificación no había sino simple basura financiera, como veremos enseguida.
Y, por último, mediante el silencio de las autoridades cuando sabían perfectamente el riesgo que se estaba acumulando, como lo sabían y así lo denunciaban muchos economistas profesionales o académicos. Por complicidad y por supeditación ante el poder real de los financieros dejaron hacer y permitieron que se inflara la burbuja hasta llegar a sus proporciones gigantescas con las que ha explotado.
Así lo demuestra el hecho de que no todos los supervisores financieros hayan actuado igual. En España, por ejemplo, el Banco de España (ya escarmentado por otros episodios anteriores) estableció controles más exhaustivos (aunque no suficientes), prueba evidente de que sabía lo que se estaba viniendo encima.
Y el problema de la acumulación del riesgo es que antes o después, como un gas en un deposito cerrado, termina inevitablemente por saltar, provocando la crisis.
Entre 1993 y el año 2000 la economía de Estados Unidos parecía ir viento en popa con un crecimiento medio anual del Producto Interior Bruto de un 4,8%, basado en el alto nivel de consumo de los hogares y en la fuerte inversión de las empresas.
Las altas expectativas de beneficio generadas por las nuevas tecnologías animaron a los empresarios a lanzar grandes inversiones en equipos y software, estimulando la actividad económica. Estas expectativas tan positivas se daban en un contexto de creciente internacionalización de las finanzas, lo que hacía que inversores de todo el mundo pudieran invertir en Estados Unidos con un par de clicks de ratón, y viceversa.
Eso provocó grandes entradas de capital en la bolsa buscando rentabilizar a corto plazo, lo que se traducía en compras y ventas inmediatas tratando de aprovechar las constantes subidas en el precio de los valores.
En realidad, se había desatado otra burbuja, ahora bajo la forma de una espiral especulativa en torno a los valores que emitían, sobre todo, las nuevas empresas de base tecnológica, las llamadas empresas puntocom. Su valor subía vertiginosamente a partir de la expectativa de que tal valor subiría y seguiría subiendo indefinidamente... tal como se cree siempre en medio de ese tipo de burbujas.
No sólo los grandes inversores sino incluso muchos hogares participaban del fiestón bursátil, viendo así incrementarse su riqueza que, al añadirse además a un endeudamiento al que nadie temía en ese entorno de ebullición financiera, permitió mantener el consumo estadounidense en niveles muy altos que empujaron el crecimiento económico.
Pero mientras que el consumo y la inversión nacional eran elevados, la tasa de ahorro descendía prácticamente a cero, lo que generaba desequilibrios comerciales (las importaciones estadounidenses eran cada vez mucho más grandes que las exportaciones) que obligarían a financiar dicho desfase a través de la entrada de capitales externos.
Hacia el año 2000, cuando finalmente estalló la burbuja bursátil, se iniciaba un nuevo periodo de vacas flacas que vino a coincidir con el ataque a las Torres Gemelas
El Presidente Bush llamó enseguida a los estadounidenses a consumir pero las deudas acumuladas y la pérdida de ritmo que venía sufriendo la economía hacían que para que se pusiera en práctica su llamamiento se necesitara algo más que proclamas.
La Reserva Federal salió al paso de las dificultades y rebajó los tipos de interés hasta un mínimo histórico y así los mantuvo durante meses.
Desde mayo de 2000 hasta diciembre de 2001 bajó los tipos de interés en once ocasiones, pasando desde 6,55% a un mínimo histórico de 1,0%.
Esa decisión tuvo como consecuencia la creación de una burbuja inmobiliaria que, teniendo como motor a la especulación, empujó los precios de las viviendas al alza de forma constante. El endeudamiento no sólo salía barato, como consecuencia de los bajos tipos, sino que además podía servir para especular en un mercado en alza y obtener altos beneficios. Con ese panorama, la demanda de préstamos se incrementó.
Entre 1997 y 2006, los precios de las viviendas en Estados Unidos se incrementaron un 130%. El endeudamiento familiar también había aumentado notablemente, y mientras que a principios de esta década había rondado el 100% de los ingresos, durante 2007 se incrementó hasta un 130%
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. Este endeudamiento había facilitado, de hecho, el incremento del consumo en EEUU, que pasó de ser de 67% del PIB en el año 2000, a ser el 72% en 2007
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Para entender la naturaleza del problema estadounidense basta saber que durante el año 2005, aproximadamente un 40% de las viviendas compradas no fueron destinadas a viviendas para residencia primaria, sino que se compraban como segunda vivienda o para especular con ellas en el mercado
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De nuevo la participación en la burbuja sirvió para que un sector de los hogares obtuviera rentas financieras que complementaran sus rentas del trabajo. Sin embargo, en esta ocasión los beneficiarios de esta burbuja fueron muchos menos. De hecho, los datos no dejan lugar a dudas: el 1% de los hogares más ricos son los propietarios de una tercera parte del patrimonio inmobiliario, y el 50% más pobre sólo tiene un 3%
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Cuando se reducían los tipos de interés, los bancos obtenían menos rentabilidad de sus créditos y para compensar esa pérdida tenían dos posibilidades, o tratar de aumentar el número de créditos que concedían, o conceder una parte lo más grande posible de ellos a tipos más elevados.
Mientras la burbuja inmobiliaria se mantenía creciente, eran muchos los hogares que buscaban endeudarse para la compra de viviendas, con la expectativa puesta en que pronto podrían venderlas a un precio mucho más alto. Así, el interés de las familias más pudientes por obtener préstamos y la necesidad de los bancos por darlos se encontraron felizmente.
Pero eso no era suficiente para los bancos.
Para lograr mayores rendimientos multiplicaron su oferta de préstamos hipotecarios y llegaron a concederlos de modo muy arriesgado a familias que no podrían pagarlos si cambiaba a peor su situación económica, a cambio, naturalmente, de tipos de interés más elevados.
Así se extendieron las llamadas “hipotecas subprime“, que tenían mucho más riesgo de impago porque se concedían a personas con pocos recursos económicos. Incluso hubo cientos de miles de casos más extremos que éstas hipotecas subprime, los llamados préstamos NINJA, acrónimo de “No Income, No Job and No Asset” (Sin Ingresos, sin trabajo y sin patrimonio).
Las “subprime” se encuentran jerarquizadas en el último escalafón de calidad entre las hipotecas de Estados Unidos, por debajo de las “prime”, las “jumbo” y las “nearprime” (también conocidas como “Alt-A”), en ese orden
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Son un tipo de hipotecas que se venían concediendo desde hacía muchos años, pero mientras que en las décadas anteriores no superaban el 9% del total de hipotecas suscritas, en el año 2006 alcanzaron el 20% del mercado
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Además, muchas de estas hipotecas eran suscritas a través de “brokers” o mediadores, es decir, personas contratas por el banco para buscar posibles clientes y que son remunerados por comisiones. Esto significa que sus honorarios dependían positivamente del número de hipotecas contratadas, por lo que su interés personal no era otro que el de conceder tantas hipotecas como fuera posible, aunque para ello hubiera que utilizar todo tipo de estrategias y engaños.
Lógicamente, para compensar el alto riesgo que conllevaban dichos préstamos, los bancos impusieron tipos de interés más altos a los prestatarios, de modo que las amortizaciones mensuales que tenían que soportar éstos eran mucho más duras de lo normal.
En multitud de casos que luego han ido siendo denunciados, incluso se hacían verdaderas trampas y se cometían engaños. Quienes acudían a solicitar los préstamos no eran conscientes de dónde se estaban metiendo, puesto que los mecanismos ideados por los bancos para pagar los préstamos eran especialmente complejos y estrategias muy maquinadas.
En primer lugar, porque muchos de estos préstamos se concedían con un tipo de interés auto-ajustable que se conoce como “Adjustable-Rate Mortgage (ARM)” y que tiene varias modalidades. Una de ellas, la “interest-only adjustable-rate mortgage” permite pagar durante un período inicial sólo los intereses y no el principal de la deuda, por lo que transcurrido dicho período la carga a pagar se hace mucho más pesada.
Otra modalidad es la llamada “payment option”, que permite que los prestatarios elijan la cantidad a pagar cada mes, pero con los intereses añadidos al principal de la deuda.
No obstante, todos los préstamos ARM dependen de las variaciones de otros índices financieros, especialmente del interbancario “London Interbank Offered Rate (LIBOR)”, por lo que incrementos en éstos suponen necesariamente unos incrementos también en las cuotas mensuales a pagar por el prestatario.
En cualquier caso, todos estos mecanismos son difíciles de comprender para la mayoría de la población, ajena a la jerga económica, y pueden ser malinterpretados con facilidad.
De hecho, la Oficina de Responsabilidad del Gobierno de Estados Unidos (“US Government Accountability Office”), que es el organismo oficial que audita, evalúa e investiga para el Congreso, mostró su preocupación con respecto a la falta de información de los prestatarios a la hora de enfrentarse a préstamos complejos. Y llegó a responsabilizar directamente a la publicidad engañosa de los bancos e intermediarios, y a la utilización de la “letra pequeña”
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En segundo lugar, los bancos forzaban a muchos prestatarios a contratar préstamos hipotecarios subprime a pesar de que, de acuerdo con las características económicas del prestatario, aspiraban a contratar hipotecas de mejor calidad. De esta forma conseguían que dichos prestatarios soportasen tasas de interés mucho más altas, incrementando así los beneficios bancarios.
Un estudio del Wall Street Journal del año 2006 confirmaba que al menos un 61% de los prestatarios que tenían contratadas hipotecas subprime en realidad disponían de recursos propios suficientes para haber suscrito préstamos en mejores condiciones y, en consecuencia, estar soportando un menor tipo de interés
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En tercer lugar, muchos bancos discriminaban en función de la raza o el sexo a la hora de conceder las hipotecas. En comparación con las hipotecas concedidas a personas blancas y con similares niveles de ingresos, los bancos concedían más subprime, tras negarles las hipotecas de mejor calidad, a aquellos que eran negros o hisupos
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Y en último lugar, los préstamos subprime también sufrían mayores costes y penalizaciones que los préstamos de mejor calidad, entre otras desventajas. Así, de acuerdo con las estadísticas de Detroit Alliance for Fair Banking, mientras que sólo un 2% de los préstamos prime soportaban penalizaciones bancarias en el año 2000, en el caso de las subprime era del 80%
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Parecía que todo valía para suscribir hipotecas, y a ser posible aplicándoseles tipos de interés muy altos. Como consecuencia, los beneficios bancarios se incrementaron espectacularmente.
Los bancos (y en general los inversores en los mercados financieros) no se guardan en un cajón los contratos de los préstamos que dan sino que los venden. Esa es una actividad llamada “titulización” que les permite cambiar papel por dinero líquido.
Gracias a ella nacen los “productos derivados”, llamados así porque van naciendo, derivándose, unos de otros. Forman el corazón de las finanzas internacionales, como una gran pirámide invertida (porque de uno inicial surgen muchísimos más) que mueve billones de euros solo a partir del papel, sin que apenas haya riqueza productiva alguna detrás porque la liquidez resultante se dedica en su mayor parte a especular en los propios mercados financieros.
Para que el banco pueda conceder préstamos necesita primero disponer de dinero en forma de depósitos. Pero puede ocurrir que el dinero líquido del que disponga el banco procedente de depósitos le resulte insuficiente para atender la demanda de préstamos. En ese caso, el banco tiene dos opciones fundamentales: endeudarse con terceros o “titulizar” algunos activos disponibles.
Endeudarse significa obtener un préstamo que tarde o temprano tendrá que ser devuelto, es decir, adquirir nuevas obligaciones. La titulización (“securitization” en inglés), sin embargo, es un procedimiento relativamente nuevo que permite obtener liquidez sin aumentar las obligaciones. Consiste en vender los derechos de cobro del préstamo (el contrato, el papel) a un tercero, a cambio de lo cual se recibe dinero que sí se puede volver a prestar. Es, hoy en día, la forma preferida por los bancos para disponer de cada vez más dinero para aumentar su negocio de concesión de préstamos.