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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (22 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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La pregunta de Lando hizo que Tymmo le contemplara con los ojos muy abiertos.

—¿No te ha enviado para llevarme de regreso con ella? Te vi espiándome durante la carrera... Intentaste capturarme, pero me escapé. Nunca volveré a su lado.

—¿Al lado de quién? —gritaron Lando y Slish Fondine al unísono.

—De la duquesa Mistal, naturalmente. No me suelta ni un segundo, está pegada a mí continuamente, me sopla en la oreja, quiere tenerme siempre allí donde pueda verme... Y ya no podía soportarlo por más tiempo. Tenía que huir.

Lando y Fondine se miraron el uno al otro con cara de no entender nada, pero Erredós fue hacia ellos y emitió una zumbante explicación electrónica. Cetrespeó, que por fin había quedado libre de la masa del amorfoide, se reunió con ellos y se encargó de traducirla.

—Erredós ha hecho unas cuantas averiguaciones. La duquesa Mistal de Dargul ha ofrecido una recompensa de un millón de créditos a quien le devuelva sano y salvo a su consorte perdido... Al parecer, el consorte la abandonó y desapareció. Su nombre oficial es Dack, pero su descripción encaja sin ninguna discrepancia con la del señor Tymmo, aquí presente.

Tymmo inclinó la cabeza con expresión consternada. Fondine cruzó los brazos delante del pecho.

—¿Y bien? ¿Qué tienes que decir en tu defensa?

—Sí, soy Dack —replicó él, y dejó escapar un ruidoso suspiro—. La duquesa Mistal llegó a la edad de contraer matrimonio hace dos años y decidió encontrar el consorte perfecto. Publicó anuncios en toda la galaxia solicitando candidatos que creyeran reunir las cualidades necesarias, y recibió millones de respuestas. La mía fue una de ellas. ¿Quién no hubiese querido ese empleo? la duquesa era rica, joven y hermosa... El consorte no tendría que hacer nada, salvo vivir en la opulencia más absoluta y dejarse mimar por la duquesa.

Los ojos de Tymmo se llenaron de lágrimas.

—Mi talento particular era la brujería electrónica. Construí esos micro motivadores sin ayuda de nadie... Cuando presenté mi solicitud para convertirme en consorte, sabía que tenía muy pocas probabilidades de conseguirlo. Pero logré burlar los sistemas de seguridad del ordenador central del Palacio Dargul, y saboteé las solicitudes de los otros candidatos introduciendo un algoritmo calculado para que el ordenador acabara escupiendo mi nombre como la elección ideal.

La mera idea de hacer trampas de una forma tan descarada y carente de escrúpulos hizo que Slish Fondine pareciera sentir náuseas.

—La duquesa y yo nos casamos, y todo parecía ir exactamente tal como yo había esperado que fuese... al principio. Pero la duquesa estaba convencida de que yo era su pareja ideal, y de que había sido elegido por el destino para estar siempre a su lado. Se negaba a permitir que estuviera a más de un brazo de distancia de ella, y eso durante cada momento del día... De noche me despertaba continuamente, y venía a buscarme personalmente a la hora de comer y de cenar. Me perseguía por los jardines, por las bibliotecas...

La luz salvaje del pánico había empezado a brillar en los ojos de Tymmo.

—Pensé que acabaría cansándose de mí o por lo menos que se acostumbraría a tenerme a su lado, pero... ¡Pero todo siguió igual durante más de un año! No podía dormir, saltaba hasta el techo cada vez que oía un ruido o veía moverse una sombra por el rabillo del ojo... Acabé convertido en una auténtica ruina humana, y eso hizo que la duquesa se compadeciera de mí y que le inspirase mucha pena... ¡Y el resultado de todo eso fue que se volvió todavía más pegajosa que antes! ¡Y yo no podía irme! Cuando escogen pareja en Dargul, lo hacen para toda la vida... ¡Para toda la vida! La duquesa nunca dejará de buscarme, y no tomará otro compañero mientras yo siga con vida. —Tymmo estaba frenético, y sus labios temblaban como si fueran a lanzar un alarido de un momento a otro—. ¡Nunca me veré libre de ella! Tenía que huir...

—Bueno, pues parece que por fin has conseguido encontrar una salida a esa situación tan terrible —dijo Slish Fondine con irritación—. Has admitido ser un auténtico artista del fraude, y la ley de Umgul es muy clara al respecto: la ejecución se llevará a cabo lo más pronto posible.

Para gran sorpresa de Lando, Tymmo ni siquiera intentó defenderse. Parecía haberse resignado a su destino.

Pero Lando no estaba muy seguro de que la ejecución fuese una buena idea.

—Oiga, señor Fondine, pensémoslo un momento antes de precipitarnos... Erredós, ¿has dicho que la duquesa ha ofrecido una recompensa de un millón de créditos a quien le devuelva a su consorte sano y salvo?

Erredós respondió con un trino afirmativo.

—Bueno, señor Fondine, piense en qué maravilloso regalo de estado para la inminente visita de la duquesa sería el devolverle a su consorte y aliviar su soledad...

Tymmo dejó escapar un gemido de consternación.

—Por otra parte, si le ejecutan sabiendo que es el consorte desaparecido de la duquesa, la relación entre Umgul y su planeta hermano podría llegar a volverse muy desagradablemente tensa. Incluso podría ser la causa de que estallara una guerra...

El rostro de Fondine se oscureció al pensar en todas las posibilidades, pero su sentido del honor había recibido tales ofensas que no sabía qué hacer.

El propietario de los establos acabó dejando escapar un suspiro.

—Dejaremos la elección en manos del prisionero —dijo por fin—. Tymmo, Dack, o como te llames... ¿Deseas ser ejecutado o prefieres volver con la duquesa Mistal?

Tymmo tragó saliva con un visible esfuerzo.

—¿De cuánto tiempo dispongo para pensármelo?

—¡Eh, esto no es ningún concurso de acertijos! —exclamó Lando.

Tymmo suspiró.

—¿Me dejarán descansar hasta que ella haya llegado? Voy a necesitar todas mis fuerzas...

La
Dama Afortunada
salió de la inmensa gruta del espaciopuerto de Umgul y se fue alzando en el cielo por encima de las neblinas. Slish Fondine estaba tan decidido a jugar limpio en todo que había insistido en transferir la mitad de la recompensa de la duquesa a la cuenta de Lando cuando ésta llegara a Umgul.

Lando ya había dejado de estar en la miseria, y dispondría de dinero para invertirlo en alguna nueva operación comercial o en cualquier clase de plan que despertara su interés. Había probado suerte con las minas de metal fundido de Nkllon, y luego había hecho otro intento con las minas de gases de Bespin. Lando se preguntó qué podía llegar a depararle el futuro.

Había hecho cuanto estaba en sus manos para encontrar un candidato digno de ser adiestrado en la Academia Jedi de Luke, y odiaba tener que volver a Coruscant con las manos vacías, pero sabía que habría otros.

Cetrespeó permaneció sumido en un silencio nada propio de él mientras la
Dama Afortunada
entraba en el hiperespacio e iniciaba el trayecto de vuelta al hogar.

10

Imágenes de naves espaciales giraban velozmente por el vacío como puntitos llameantes alrededor de Coruscant. El mapa holográfico del sistema mostraba las posiciones de todos los navíos que se hallaban dentro de su radio de acción, y trazaba las órbitas de aproximación aprobadas sobre una inmensa parrilla esférica. Las terminales de datos escupían información sobre los tamaños de las naves y las exigencias de los descensos, y registraban todas las transmisiones en que un piloto avisaba que estaba teniendo problemas para controlar su nave. Una pauta dispersa de zonas rojas de peligro indicaba la posición de las nubes de fragmentos en que se habían convertido las naves espaciales destruidas durante la batalla librada sobre Coruscant que todavía no habían sido remolcadas hasta el planeta.

Docenas de controladores del tráfico espacial estaban de pie en sus puestos de supervisión alrededor del mapa en tres dimensiones del planeta, señalando imágenes con lápices de luz y dibujando vectores de aproximación despejados o asignando prioridades a los programas de descenso. Uno de los espaciopuertos del extremo occidental de Ciudad Imperial que habían sufrido daños durante la guerra acababa de ser abierto nuevamente la semana pasada, y una gran parte del tráfico de lanzaderas estaba siendo desviado hacia él para descongestionar las plataformas de descenso esparcidas alrededor del Palacio Imperial.

Leia Organa Solo permanecía inmóvil junto a una controladora de tráfico. Ya se había dado cuenta de lo ocupada que estaba dirigiendo el tráfico espacial e intentaba no hacerle demasiadas preguntas, pero la espera le estaba resultando bastante difícil de soportar.

—Ahí hay algo. —La controladora de tráfico alargó la mano que sostenía el lápiz de luz para señalar un icono consistente en un cuadrado violeta que era utilizado para indicar el concepto Nave espacial de pequeñas dimensiones —Tipo desconocido—. ¿Podría ser la que está esperando, ministra Organa Solo? Acaba de salir del hiperespacio. No hemos podido determinar su vector anterior.

Leia sintió una repentina oleada de excitación.

—Sí, es ésa... ¿Todavía no han solicitado el permiso para bajar?

La controladora de tráfico rozó el implante de recepción incrustado en su sien.

—Estamos recibiendo la solicitud. La piloto sólo ha enviado su nombre... Parece una especie de código. ¿Winter?

Leia sonrió.

—No, es su verdadero nombre. Denle permiso para descender en la plataforma superior norte del Palacio Imperial, con mi autorización. —Hizo una profunda inspiración de aire y sintió que su corazón empezaba a latir más deprisa—. Iré a recibirla personalmente. —Leia giró sobre sí misma, y dio dos rápidos pasos hacia adelante antes de acordarse de que debía agradecer la ayuda que le había prestado a la controladora de tráfico—. Vamos, Cetrespeó —añadió después al pasar a su lado.

El androide de protocolo se puso en posición de firmes y se apresuró a seguirla con su típico caminar envarado. Había regresado a Coruscant con Erredós y Lando hacía tres días, después de lo cual había pasado cuatro horas dándose un delicioso baño con lubricante y utilizando un frotador. Cetrespeó relucía como si fuera nuevo y todas las huellas de mucosidad del amorfoide habían sido eliminadas de su brillante acabado metálico.

Leia oyó el zumbido de los motivadores de Cetrespeó mientras le seguía, pero estaba tan absorta en el torbellino de pensamientos que se agitaban dentro de su cabeza que no le prestó ninguna atención. Han tendría que haber vuelto de Kessel hacía dos días, pero seguía sin tener ninguna noticia de él. Probablemente se había encontrado con algún viejo amigo de sus tiempos de contrabandista, había bebido demasiado, había estado jugando hasta muy tarde y se había olvidado por completo de sus otras obligaciones. Por suerte Chewbacca había hecho un juramento de sangre que le obligaba a protegerle, porque Han iba a tener que enfrentarse con Leia cuando regresara.... y cuando eso ocurriese, Han necesitaría toda la protección que pudiera proporcionarle un wookie. ¿Cómo se atrevía a olvidarse de algo semejante?

Bien, de momento Leia daría la bienvenida al hogar a sus gemelos... No lo haría sola.

Leia estaba en la terraza del palacio con el cuello estirado al máximo para examinar el cielo lleno de calina. La aurora de Coruscant brillaba con un resplandor iridiscente a través del crepúsculo, eclipsada por la compleja matriz de los enormes astilleros que flotaban en sus órbitas.

—Avísame en cuanto les veas llegar, Cetrespeó.

La brisa empujaba mechones de cabellos delante de sus ojos.

—Sí, ama Leia. Estoy buscándoles. —Cetrespeó colocó dos manos doradas alrededor de sus sensores ópticos imitando un gesto humano, como si eso pudiera ayudarle a ver con más claridad—. ¿No cree que sería más prudente que retrocediéramos un poco apartándonos del borde?

Leia contuvo el aliento. Sus niños volvían a casa... No habían puesto los pies en Coruscant durante casi dos años, pero por fin regresaban para quedarse. Leia por fin podría ser una verdadera madre para ellos.

Inmediatamente después de su nacimiento, los gemelos habían quedado recluidos en un planeta secreto descubierto por Luke y el almirante Ackbar. Aquel mundo no figuraba en ninguna carta de navegación, pero era habitable y estaba muy bien protegido. Luke y Ackbar habían creado una base fuertemente vigilada, dejando allí a Winter, la leal sirviente de Leia, para que cuidara de los niños Jedi.

Pero Leia sospechaba que Luke había dejado a Winter con los niños para que les proporcionara algo más que protección.

Leia se las había arreglado para visitar a Jacen, Jaina y Anakin cada dos o tres meses durante su aislamiento protector, normalmente acompañada por Han. Winter emergía del hiperespacio pilotando una lanzadera de larga distancia en el momento acordado de antemano. Leia y Han subían a la lanzadera sin saber nunca cuál era su destino y quedaban encerrados en el compartimiento de pasajeros de atrás, después de lo cual Winter se encargaba de llevarlos hasta el planeta protegido. El Senado de la Nueva República se había sentido perplejo y un poco escandalizado ante los misteriosos desplazamientos de Leia, pero Luke y Ackbar se habían encargado de acallar sus objeciones.

Leia esperaba que en el futuro podría encontrar algo de tiempo para visitar a su bebé, Anakin, a pesar de que a partir de aquel momento tuviera que añadir el cuidar de los gemelos al resto de sus obligaciones. Hasta aquel entonces no podía decirse que hubiera sido una madre ejemplar en lo que concernía a los gemelos, y serlo todavía menos para el bebé de lo que lo había sido para ellos, supondría una auténtica tragedia.

—¡Ahí está, ama Leia! —Cetrespeó señaló un puntito de luz parpadeante que se estaba haciendo más brillante a cada segundo que transcurría—. Una lanzadera está descendiendo.

Leia sintió un espasmo de ansiedad mezclado con un escalofrío de excitación.

La lanzadera siguió aproximándose con un continuo guiñar de luces verdes y rojas en el cielo crepuscular. Trazó un círculo alrededor del antiguo Palacio Imperial, y después activó sus haces repulsores para descender con un suspiro casi imperceptible y acabar posándose encima de la plataforma. La lanzadera, un aparato de líneas angulosas que hacían pensar en un insecto, no llevaba marcas ni indicación alguna de cuál era su planeta de origen.

La escotilla del compartimiento de pasajeros de la lanzadera se abrió con el siseo que indicaba la ecualización de las presiones, y una rampa brotó lentamente de ella. Leia se mordió el labio y dio un paso hacia adelante mientras entrecerraba los ojos intentando ver algo entre las sombras. La lanzadera impedía el paso de casi toda la brisa, y su aparición había dejado la zona sumida en un silencio prácticamente absoluto.

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