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Authors: Brian W. Aldiss

Tags: #Ciencia-ficción, #Relatos

La bóveda del tiempo (11 page)

BOOK: La bóveda del tiempo
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—Quiero decir que todo esto no es sino una cuestión de sentido común —añadió, empeorando las cosas en vez de mejorarlas.

Inald Uatt sonrió amablemente como si ocultara su propio embarazo.

—Desgraciadamente, hay problemas —dijo— en los que el sentido común es una herramienta demasiado inexperta, señor Dael, y el problema de Israel es de esos. Ciertamente, hemos obtenido resultados intentando únicamente diversos acercamientos oblicuos, según tendrá ocasión de oír.

—Estaba sólo dando mi opinión —dijo Davi. Quiso que sonara dolorido, humilde incluso, pero sonó desafiante en medio de la sala acolchada.

—Claro —dijo tranquilamente Inald Uatt, inspeccionando sus dedos como si lo hiciera por vez primera—. Créame, nos damos cuenta de lo fascinante que Israel debe haber sido en Bergharra, pero aquí, en el
Cyberqueen
, creo que puedo afirmar que estamos más bien acostumbrados a los bichos raros.

—En Bergharra no todos somos simplones —exclamó Davi, impelido por lo que interpretó como una burla de su tierra natal.

Uatt inclinó la cabeza tristemente, reconociendo la verdad de la observación.

Advirtiendo que otra vez estaba al borde de hacer el asno, Davi dio un tirón a su túnica y dijo a modo de explicación:

—Lamento haber venido hasta aquí sólo para molestarle, señor, pero me siento obligado a saber lo que están haciendo con Israel. Es decir, si han hecho algo.

—Hemos hecho ya bastante —dijo airadamente Uatt—, Su venida ha sido un hermoso gesto. Todos cuantos aquí estamos nos complacemos en asegurarle que Israel nos ha ocupado mucho tiempo durante las últimas semanas.

Sacudió la cabeza y sonrió; los otros hombres sonrieron también. Habían tenido una sesión larga y difícil y ahora les venían con esto. Uatt intentaba dar a Davi una oportunidad, pero éste captó la nota de reproche que se había deslizado en la voz del director y se sonrojó vivamente, sintiéndose como un pequeño escolar conducido delante del profesor.

—¿Cómo iba a saber lo que estaban haciendo aquí? —murmuró—. Sentía que era mi deber venir y comprobarlo.

Un destello de irritación afloró y se evaporó en la mirada de Uatt. El hermano Shansfor, conociendo a su superior, temió lo peor: el director no era hombre que perdonase a cualquiera que le disgustara. A partir de ese momento, Davi quedó en desventaja; en vez de elaborar una discusión, el encuentro cristalizó en un mudo encuentro de personalidades con resultado ya predecible. Davi notó algo de esto e intentó llevar la conversación por otro conducto.

—¡Creo que Israel está cuerdo! —exclamó. Pudo ver al instante que su franqueza los hacía más retraídos. Para ellos, quedaba como el estúpido profano, incapaz de ver lo evidente.

—Justamente iba a dejarle unas notas —dijo Uatt haciendo crujir los papeles—. Le explicarán los hallazgos que hemos realizado en el paciente y, así lo espero, apartarán de su mente cualquier inquietud o desconcierto que pueda albergar.

—Dígale lo de los especialistas, Inald —dijo Shansfor en un aparte.

—Sí, sí —dijo el Archihermano—. Estas notas son extractos de los informes de especialistas de éste y otro barco de salud que han examinado a Israel, por llamarlo según se llama él, durante el curso del pasado mes. Siéntese, señor Dael, siéntese y desabróchese.

Davi dudó, se sentó y luego se desabrochó cortésmente la túnica. Los tres miembros del consejo que no habían abierto la boca parecieron tomar aquello como una oportunidad para desaparecer. Asintieron a Inald Uatt y a Shansfor y salieron de la cabina como tres danzantes en un ballet de baratillo.

—Bien —dijo Uatt, aclarándose la garganta. Se colocó unos quevedos con montura de plata y observó los papeles que tenía ante sí—. Vayamos primero a nuestros hechos, ¿le parece? Israel fue descubierto refugiado en un granero la tarde del 31 del mes Phi del pasado año por un tal George Fanzi, esclavo de la granja del Comandante Brundell, en la provincia de Bergharra. Estaba desnudo y aturdido y parecía por entonces incapaz de pronunciar palabra. Fanzi lo envolvió con sacos y lo llevó a su propia caravana. Por la mañana, Israel se encontraba mejor aunque su memoria parecía obstruida. Luego se puso a hablar en nuestro idioma a la perfección; un punto importante, señor Dael, que deja serias dudas sobre su… origen galáctico.

—Pero él explicó… —comenzó Davi.

—Oh, sí, él lo
explicaba
todo, señor Dael. Pero continuemos con el sumario. Israel permaneció en la caravana de Fanzi hasta la mañana siguiente, día trigésimo tercero de Phi, en que Fanzi decidió conducirlo al Comandante Brundell. Éste lo mantuvo tres días, tiempo que empleó en consultar con usted y con Ostrachan, el médico local tributario. La policía provincial también intervino intentando averiguar los antecedentes de Israel antes de su encuentro con Fanzi, pero no se sacó nada en claro.

—Un punto para Israel —dijo Davi.

—Un pequeño punto para Israel —concedió Uatt—. Y eso es todo, más o menos; sólo usted parece haber depositado mucha confianza en las historias de ese hombre, Dael, pese a que, tras diversas entrevistas con mi amigo Shansfor, se decidió a traérnoslo. Un paso prudente, si me permite decirlo.

—Lo hice por el bien de Israel —dijo Davi—. Estaba profundamente conmocionado por no encontrar a nadie que lo creyese. Entendí que pronto se pondría a dudar de su estado mental; como usted sabe, acababa de atravesar un período de gran tensión. Cuando me enteré de que el
Cyberqueen
estaba en la costa, me decidí. Quería demostrarle que estaba cuerdo. ¡Ustedes habrían sido poderosos aliados suyos en aquel entonces!

Con un seco carraspeo, Uatt se aclaró la garganta y continuó su informe como si no hubiera oído a Davi.

—Durante los últimos treinta y dos días —dijo—, Israel ha permanecido a bordo de esta nave; ha sido examinado enteramente desde todos los puntos de vista posibles. Lo primero que hicimos fue, obviamente, un sondeo fisiológico. No reveló nada anormal en la constitución del paciente. Ningún hueso fuera de sitio, ninguna onza cartilaginosa de más, ningún pulmón de sobra, ni siquiera —se permitió aquí una módica broma— un tentáculo oculto. En todos los aspectos, Israel es un hombre físicamente normal, nacido en la tierra, destinado a morir en la tierra. Pienso que ciertamente podíamos haber encontrado alguna irregularidad de haber sido, como él dice, un espécimen de la vida galáctica.

—¿Por qué? —preguntó Davi con calor—. ¿No puede seguir la evolución el mismo rumbo en dos planetas?

—Es un punto a considerar, Inald —murmuró Shansfor.

—Un punto que no hemos pasado por alto —acordó el Archihermano—. Lo que me conduce al siguiente paso de nuestra investigación. Como podrá comprender, estamos impresionados por la falta de lógica que impera en los argumentos de Israel, lo que hace muy difícil que los tomemos en serio. Personalmente llamé al Astrónomo Extraordinario y le pregunté sobre la vida en otros planetas.

Se detuvo enfáticamente. Davi se limitó a esperar.

—El Astrónomo Extraordinario —dijo Uatt— me explicó que la posibilidad de vida en otros mundos, salvando los escasos hongos de Marte, es completamente nula. Más aún, me insinuó que la evidencia directa de la existencia de otros sistemas planetarios está todavía por acontecer. Dijo que, según antiguos informes, naves espaciales habían sido lanzadas de vez en cuando desde la Tierra rumbo a otros sistemas; y no hay informes que registren su regreso. Y acabó asegurándome que los viajes espaciales no tienen futuro.

Davi no pudo contenerse por más tiempo. Se levantó de un salto.

—¿Y a eso le llama usted investigación? —exclamó—. Por el cielo, no soy nadie para discutir con el Astrónomo Extraordinario, pero él no sabe nada de ese asunto. ¡No es ningún experto en viajes espaciales!

—De acuerdo —dijo Uatt, quitándose los quevedos de plata y tornando su voz unos cuantos grados más fría—. No hay expertos en viajes espaciales, tan sólo unas cuantas compañías especuladoras que han instalado sus iglúes en la luna esperando encontrar minerales o cosas por el estilo. ¡Especulación! En mi opinión, todo se resume en esa palabra. Por favor, siéntese de nuevo, señor Dael.

Sentarse era lo último que deseaba hacer. Silenciosamente, intentó pedir ayuda a Shansfor, pero éste tenía la mirada clavada en el fuego. Con poco garbo, Davi se dejó caer en la silla.

—Continúe —dijo tanteando—. ¿Cuál es el punto siguiente?

Antes de volver a tomar la palabra, Uatt especuló a las claras sobre si el esfuerzo iba a valer la pena.

—Entonces sometimos a Israel a nuestras pruebas —dijo por fin—. Me refiero a las psicológicas; y en ese campo le doy mi palabra de que sí somos expertos. Nosotros, si me permite que lo diga sin transgredir los límites de la modestia,
nosotros
somos los expertos de esta nave.

»Como demostración, poseemos un documento sin igual, la declaración de Israel, obtenida en el curso de numerosas entrevistas. En pocas palabras, relata los sucesos de su vida: cómo se desarrolló, cómo se convirtió en lo que calificamos de almirante de las flotas de interpenetradores (por usar la extraordinaria frase del propio Israel), y cómo fue vencido en una especie de batalla, yendo a parar a este planeta, desnudo y sin nada que poder utilizar como colofón.

»No voy a abusar de su tiempo, señor Dael, ni a malgastar el mío propio, embarcándome en una descripción detallada de ese fárrago fantástico que es su autobiografía. Condensada llenaría cinco gruesos volúmenes; observará que hemos ido hasta el fondo. Contiene, empero, uno o dos puntos —relevantes sobre los que descansa nuestro diagnóstico acerca de Israel, y sobre esos puntos quiero llamar su atención. Quizás encuentre usted su fervorosa inventiva mucho más seductora que yo.

—Aguarde un minuto —dijo Davi—. Usted me está contando estas cosas, pero yo sigo viendo su mente igual de cerrada que una ostra. ¿Era así antes de haber topado con Israel? Porque, en ese caso, el pobre diablo habría tenido menos oportunidades para probar sus razones que una palmatoria dentro del agua.

—Está hablando con la túnica abrochada —protestó Shansfor con indignación—. Con esos modales no irá a ninguna parte.

—No nos encaminamos a ninguna parte de ninguna de las maneras —replicó Davi—. Soy un hombre del campo y me gustan las cosas claras.

—Shansfor —dijo Uatt cerrando las manos y volviéndose cansadamente hacia su colega—, sospecho que me siento algo incapaz de hablar claramente a nuestro amigo del campo. ¿Le importaría hacerse cargo de las explicaciones por un rato?

—Claro que no —dijo Shansfor—. ¿Le parece bien que nos refresquemos con unos cuantos sorbetes antes de proseguir?

—Me parece genial —dijo con suavidad el director—. Creo que están en ese aparador adornado que se encuentra al fondo.

Mientras Shansfor atravesaba la sala, Inald Uatt dijo a Davi en tono más mundano:

—¿Sabe, Dael? Creemos efectivamente estar haciéndole un favor al explicarle todas estas cosas; no estamos obligados a hacerlo bajo ningún concepto. Según la ley, Israel es, hoy por hoy, un sujeto que pertenece a la Jerarquía Médica. Usted no tiene ningún vínculo de parentesco con Israel; de modo que obramos de esta manera porque nos sentimos un tanto afectados por las muestras de lealtad que manifiesta usted hacia este desgraciado caso.

—Me sentiré del todo obligado a reconocer su generosidad cuando haya escuchado el resto de lo que tiene que decirme —dijo Davi frunciendo el ceño—. ¿Cuáles son esos puntos relevantes que ha mencionado?

Fue servido un destilado y aromático morapio de calidad. Shansfor se sentó junto al fuego y acercó las manos a las llamas.

—Probablemente sabrá —comenzó éste con calma— que por muy elaborada y circunstancial que sea la imaginación de un neurótico, ésta revela siempre ciertas emociones básicas, como el miedo, el amor o el deseo de poder. Mirando más allá de los símbolos que una mente desordenada utiliza para camuflar tales emociones, por lo general podemos ver los impulsos emotivos con bastante transparencia. A este respecto, Israel no difiere en nada de cuantos casos hemos tratado, salvo en que su imaginación llega al no va más de la inventiva.

»Advierta algunos puntos. Esa impresionante civilización a la que Israel atribuye una expansión a lo largo de diez mil planetas y hasta cinco veces un año luz, o quizá quince mil planetas y diez años luz… Israel no la recuerda.

—¿La recordaría usted? —preguntó Davi—. ¡Dígame cuántas ciudades hay en la tierra!

—No me refiero a eso —dijo Shansfor—. Estoy intentando mostrarle los esfuerzos que Israel despliega en la construcción de un modelo de semejante complejidad y que debe ser aplicable a un mundo creíble. La guerra que según él se está llevando a cabo es igualmente complicada, complicada hasta el espanto, como agrandar un ajedrez tridimensional con oscuras motivaciones y estrictas reglas de caballerosidad. Israel busca refugio tras esta confusión, empeñándose en perderse a sí mismo.

—Pero una civilización galáctica sería complicada —exclamó Davi—. ¿Por qué no puede limitarse a aceptar que está diciendo la verdad? No tiene motivo alguno para mentir.

—Su motivo es el acostumbrado en estos casos —dijo Shansfor—. Esto es, una fuga de la realidad tan perfecta como sea posible. No puede estar diciendo la verdad porque lo que afirma es demasiado fantástico para ser creído por un hombre sano; y a este respecto habrá advertido también que astutamente se ha engolfado en una historia que no le produce la paradójica necesidad de proporcionar el menor ribete de demostración.

Davi hundió la cabeza entre las manos.

—Convierte usted esto en un círculo vicioso —dijo—. Israel les dijo por qué llegó aquí desnudo y sin ninguna pertenencia.

—De eso me quejo precisamente —dijo Shansfor—. ¡Israel puede explicarlo todo! Los interpenetradores que llegaban y se iban eran completamente silenciosos e invisibles. No nos queda la menor prueba: ni vislumbre de nave, ni señales de aterrizaje, ni hilacha de ropa de tejido alienígena, ni anillos hechos con aleaciones extrañas, ni siquiera un poco de maíz de Aldebarán pegado a sus pies. Nada. Sólo su relato bárbaro e insostenible. Ni un ápice de evidencia externa en ninguna parte.

—Si hubiera obtenido usted alguna de las cosas que ha mencionado —dijo Davi— habría demostrado su inviabilidad mediante explicaciones.

—Continuaremos con el punto siguiente —dijo Shansfor alzando una irritada ceja al Archihermano, que le dirigió una fraterna inclinación de cabeza—. Advierta que Israel se unió a las flotas de interpenetración y que alcanzó el rango de almirante.

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