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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosa oscuridad (31 page)

BOOK: Hermosa oscuridad
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—No. Arelia Valentin, su madre.

—¿Por qué iba a querer la madre de Macon que mi madre fuera Guardiana? Aunque le diera pena, sabía que no podían estar juntos.

—Arelia es una poderosa Diviner, capaz de ver fragmentos del futuro.

—¿La versión Caster de Amma?

—Supongo que se puede decir que sí. Arelia advirtió algo en tu madre, la capacidad para encontrar la verdad, para ver lo que está oculto. Me imagino que tenía la esperanza de que tu madre encontrase la respuesta, la manera de que Casters y Mortales puedan estar juntos. Los Casters de la Luz siempre han tenido la esperanza de encontrar esa posibilidad. Genevieve no fue la primera Caster que se enamoró de un Mortal —dijo Marian con la mirada perdida. En el prado, a lo lejos, las familias empezaban a preparar el picnic—. O quizá lo hiciera por su hijo.

Se detuvo. Habíamos completado el círculo y llegado a la tumba de Macon. Vi el ángel doliente desde la distancia. Pero el lugar había cambiado mucho desde el entierro. Donde antes no había más que tierra, crecía un jardín silvestre al que daban sombra dos limoneros inconcebiblemente grandes que flanqueaban la lápida. A la sombra, sobre la tumba, matas de jazmines y romero. Me pregunté si alguien habría visitado la sepultura ese día.

Me acaricié las sienes. Mi cabeza parecía a punto de de estallar. Marian apoyó una mano en mi espalda suavemente.

—Sé que tienes que asimilar muchas cosas, pero nada de lo que te he contado cambia lo esencial: tu madre te quería.

Me zafé de la caricia de Marian.

—Pero a mi padre no.

Marian me tiró del brazo para obligarme a mirarla. Lila era mi madre, pero también la mejor amiga de Marian, y yo no podía cuestionar su integridad ante ella sin salir malparado. Ni aquel día espantoso ni ningún otro.

—No digas eso, EW. Tu madre quería a tu padre.

—Pero no se vino a vivir a Gatlin por él. Lo hizo por Macon.

—Tus padres se conocieron en Duke cuando los tres preparábamos la tesis. Por ser Guardiana, tu madre vivía en los Túneles de Gatlin y se desplazaba entre la Lunae Libri y la universidad para trabajar conmigo. No vivía en el pueblo, en el mundo de las Hijas de la Revolución y de la señora Lincoln. Si se mudó a Gatlin fue por tu padre. Abandonó la oscuridad y salió a la luz. Y créeme que fue un gran paso para ella. Tu padre la salvó de sí misma cuando ninguno de nosotros podía. Ni Macon, ni yo.

Miré los limones que daban sombra a la sepultura de Macon y a la sepultura de mi madre, que estaba detrás. Pensé en Macon, en su empeño en ser enterrado en el Jardín de la Paz Perpetua con tal de descansar eternamente a tan sólo un árbol de distancia de mi madre.

—Se trasladó a vivir a un pueblo donde nadie la aceptaba porque tu padre no habría querido marcharse y ella lo amaba —dijo Marian levantándome la barbilla—. Sólo que él no fue el primero.

Respiré hondo. Por lo menos no toda mi vida era mentira. Mi madre quería a mi padre, por mucho que también quisiera a Macon Ravenwood. Cogí el Arco de Luz de manos de Marian. Lo aceptaría para tener un objeto que había pertenecido a ambos.

—No encontró la respuesta, la forma de que Casters y Mortales pudieran estar juntos.

—No sé si existe —dijo Marian rodeándome con un brazo. Apoyé la cabeza en su hombro—. Si hay un Wayward aquí, EW, ese eres tú. Dímelo tú a mí.

Por primera vez desde que vi a Lena bajo la lluvia casi un año antes no supe qué decir. Al igual que mi madre, no había encontrado respuestas, sólo problemas. ¿Le habría pasado lo mismo a ella?

Me fijé en la cajita que Marian sostenía.

—¿Por eso murió mi madre? ¿Por qué intentó encontrar la respuesta?

Marian cogió mi mano y depositó en ella la cajita.

—No me quejo, Ethan. Yo elegí este camino. No todos tienen la suerte de poder elegir su lugar en el Orden de las Cosas.

—¿Te refieres a Lena o a mí?

—Tanto si quieres asumirlo como si no. Tu papel es importante y el de Lena también. No es algo que puedan elegir —dijo, apartándome el pelo de los ojos como mi madre solía hacer—. La verdad es la verdad. «Rara vez pura y nunca simple», como diría Oscar Wilde.

—No te comprendo.

—Toda verdad es fácil de comprender una vez que ha sido descubierta, el problema es descubrirla.

—¿Otra cita de Osca Wilde?

—De Galileo, el padre de la astronomía moderna. Otro hombre que se rebeló contra su lugar en el Orden de las Cosas, el primero que dijo que el Sol no gira alrededor de la Tierra. Él sabía quizá mejor que nadie que no elegimos la verdad, sólo nuestra actitud frente a ella.

Cogí la caja. En el fondo comprendía lo que Marian quería decirme, por mucho que no supiera nada de Galileo y todavía menos de Oscar Wilde. Yo formaba parte de aquella historia tanto si me gustaba como si no. Evitarla me habría resultado tan imposible como evitar las visiones.

Ahora tenía que decidir qué hacer al respecto.

17 DE JUNIO
Salta

C
UANDO AQUELLA NOCHE me metí en la cama tuve miedo a lo que pudiera soñar. Cuanto más intentaba no pensar en Macon y en mi madre, más pensaba en ellos, y dicen que se sueña con lo último que piensas antes de quedarte dormido. Agotado de pensar en no pensar, sólo era cuestión de tiempo que a través del colchón acabara por hundirme en la oscuridad y mi cama se convirtiera en barco…

Oí el rumor de unos sauces.

Me mecía. El cielo era azul, límpido y surrealista. Giré la cabeza para mirar hacia un lado. Madera astillada pintada de un azul parecido al del techo de mi habitación. Flotaba en el río en un bote de neumáticos o de remos.

Me incorporé y el bote se balanceó. Una mano pequeña y blanca asomaba por la borda, uno de sus delgados dedos se deslizaba tocando el agua. Me fijé en las olas que alteraban el reflejo de un cielo perfecto. Por lo demás, la superficie del río estaba fresca y tranquila como un cristal.

Lena estaba tumbada en la popa. Llevaba un vestido blanco de película en blanco y negro con seda, cintas y botoncitos de perlas. Llevaba un parasol negro. Los cabellos, las uñas y los labios también eran negros. Iba de lado, acurrucada y aplastada contra el bote, el brazo colgaba por el costado.

—Lena.

No abrió los ojos pero sonrió.

—Ethan, tengo frío.

Me fijé en su mano, que ahora estaba metida en el agua hasta la muñeca.

—Es verano, el agua está caliente.

Intenté acercarme a ella a gatas, pero el bote se movía. Se asomó más por la borda. Advertí sus Converse negras por debajo del vestido.

Yo no podía moverme.

Ahora el agua le llegaba por el codo y sus cabellos tocan la superficie del agua, flotaban.

—¡Siéntate, L! ¡Te vas a caer!

Ella se echó a reír y soltó el parasol, que quedó flotando. Quise acercarme a ella otra vez, pero el bote se bamboleó violentamente.

—¿No te han dicho? Ya he caído.

Me abalancé hacia ella. Que aquello estuviera ocurriendo no podía ser verdad, pero lo era. Lo supe porque esperaba oír a la zambullida.

Al golpearme con la borda, abrí los ojos. El mundo se mecía y ella ya no estaba. Miré hacia el fondo y sólo pude ver el agua verdosa y turbia del Santee y los oscuros cabellos de Lena. Metí la mano en el agua. No podía pensar.

Salta o sigue en el barco
.

Aún veía su pelo. Se sumergía cada vez más, rebelde, tranquilo e impresionante como una mítica criatura marina. En las profundidades del río vi un rostro blanco y borroso atrapado bajo un cristal.

—¿Mamá?

Me senté en la cama empapado y tosiendo. La luz de la luna entraba por la ventana, que estaba abierta otra vez. Me levanté, fui al baño y bebí agua con la mano hasta que remitió la tos. Me miré en el espejo. Estaba oscuro y apenas distinguía mis rasgos. Traté de encontrar mis ojos entre las sombras y vi otra cosa… una luz distante.

Dejé de ver el espejo y las sombras de mi rostro y sólo vi la luz y retazos de imágenes que aparecían y se desvanecían.

Intenté concentrar la mirada y deducir algún sentido de cuanto veía, pero se presentaba y se alejaba muy deprisa y con sobresaltos, como si lo contemplara desde una montaña rusa. Vi la calle mojada, reluciente y oscura. Estaba a pocos centímetros de mí, así que fue como si me arrastrara por el suelo. Pero eso era imposible, porque las imágenes discurrían muy aprisa. Las esquinas, rectas y elevadas, sobresalían al entrar en mi campo de visión. La calzada se levantaba y venía a mi encuentro.

Sólo veía la luz y la calle, tan extrañamente próxima. Me agarré al lavabo para no caerme y sentí frío de la porcelana. Estaba mareado y las imágenes no dejaban de asaltarme. La luz se acercaba. Mi visión cambió bruscamente, como si hubiera doblado la esquina de un laberinto, y todo se hizo más lento.

Vi a dos personas apoyadas en una pared de ladrillos sucia bajo una farola. Era la luz que había vislumbrado en la distancia. Las veía desde abajo, como si estuviera tumbado en el suelo, y sólo en silueta.

—Tendría que haber dejado una nota. Mi abuela estará preocupada.

Era Lena, que estaba delante de mí. No se trataba de una visión, no al menos, de una visión como las que tuve al tocar el guardapelo o el diario de Macon.


¡Lena!
—llamé, pero no reaccionó.

La otra persona se acercó. Supe que era John antes de verla la cara.

—Si hubieras dejado una nota, la utilizarían para encontrarnos con un simple Localizador, sobre todo tu abuela, que tiene unos poderes extraordinarios —dijo, y apoyó la mano en el hombro de Lena—. Supongo que es cosa de familia.

—Yo no me siento poderosa. En realidad, no sé cómo me siento.

—No querrás dar media vuelta ahora, ¿verdad? —dijo John cogiéndole la mano para que Lena le mostrara la palma. Rebuscó en su bolsillo, sacó un rotulador y comenzó a escribir en la mano de Lena ajeno a cuanto le rodeada.

Lena negó con la cabeza al ver lo que ponía.

—No. Ése ya no es el lugar al que pertenezco. Habría acabado por hacerles daño. Siempre hago daño a las personas que me quieren.


Lena
… —Era absurdo, no me oía.

—No será así cuando lleguemos a la Frontera. No habrá Luz ni Oscuridad, ni Naturales ni Cataclyst, sólo magia en su forma más pura. Lo cual significa ausencia de juicios y etiquetas.

Los dos observaban con atención lo que John escribía en la mano de Lena. Sus cabezas casi se tocaban. Lena giró la muñeca para que John pudiera seguir escribiendo.

—Tengo miedo —dijo.

—No permitiré que te pase nada —respondió John apartándole el flequillo de la cara y colocándoselo detrás de la oreja. Un gesto que yo solía hacer. Me pregunté si Lena se acordaría.

—Me cuesta creer que exista un lugar así. La gente lleva toda la vida juzgándome—dijo Lena. Se rió, pero percibí cierto nerviosismo en su voz.

—Por eso vamos. Para que por fin puedas ser tú misma —dijo John, y debió de sentir algún dolor en el hombro, porque lo encogió y se lo agarró haciendo una mueca. Lo soltó antes de que Lena pudiera darse cuenta, pero yo sí me percaté.

—¿Yo misma? Pero si ni siquiera me conozco —dijo Lena separándose de la pared y mirando a lo lejos. Se colocó de perfil a la farola y pude ver la silueta de su rostro. Vi también su collar, que brilló en la oscuridad.

—Pues a mí me encantaría conocerte —dijo John acercándose a Lena. Hablaba con tanta delicadeza que me costaba entender lo que decía.

Lena parecía cansada, pero reconocí su maliciosa sonrisa.

—Si alguna vez lo consigo, a mí me encantará que lo hagas.

—Eh, gatitos, ¿están listos ya?

Era Ridley, que apareció por la esquina lamiendo un chupachups de cereza.

Lena se volvió y la farola iluminó la mano que John había decorado. Sólo que no lo había hecho con palabras, como yo creía, sino con trazos negros, los mismos que llevaba en la feria y que yo había visto en su cuaderno. Antes de poder observar algo más, mi punto de vista cambió: desaparecieron y sólo pude ver una calle de adoquines ancha y mojada. Y luego la oscuridad.

No sé cuánto tiempo estuve agarrado al lavabo. Tenía la sensación de que si lo soltaba, moriría. Me temblaban las manos y se me doblaban las piernas. ¿Qué había ocurrido? No se trataba de una visión. Lena estaba tan cerca que habría podido tocarla. ¿Por qué no me había oído?

Daba igual. Finalmente, como dijo que haría, había huido. No sabía dónde estaba, pero había visto lo suficiente de los Túneles para reconocerlos.

Se había marchado en dirección a la Frontera de la que yo no había oído hablar. Ya no tenía nada que ver conmigo. No quería soñar con ella, ni verla, ni saber de ella.

Olvídalo, vuelve a la cama, es lo que te hace falta, me dije.

Salta o sigue en el barco
.

Que sueño más confuso. Pero, en realidad, todo aquello no tenía nada que ver conmigo. El bote se hundía conmigo o sin mí.

Me separé del lavabo poco a poco y me senté en el retrete. Luego volví dando tumbos a mi habitación. Me acerqué a las cajas de zapatos colocadas junto a la pared, contenían cuanto era importante para mí y todo lo que quería guardar en secreto. Me quedé mirándolas unos instantes. Sabía lo que estaba buscando, pero no en que caja estaba.

Agua como cristal , me dije al pensar en el sueño.

Intenté recordar dónde estaba, lo cual era ridículo, porque sabía perfectamente lo que había en todas las cajas. O, al menos, el día anterior lo sabía. Traté de recordar, pero era incapaz de vislumbrar algo más allá de las setenta u ochenta cajas que se apilaban ante mí. Adidas negras, New Balance verdes… No podía recordar.

Había abierto unas doce cuando encontré la negra de las Converse. La cajita de manera seguía allí. Cogí con cuidado la lisa y delicada esfera del forro de terciopelo, que conservó su huella oscura y aplastada como si llevara allí mil años.

El Arco de Luz.

Era el objeto más preciado de mi madre y Marian me lo había regalado. ¿Por qué aquel día precisamente?

En mi mano, la pálida esfera reflejó la habitación hasta que su superficie cobró vida, y se llenó de colores. Tenía un brillo verde pálido. Volví a ver y a oír a Lena.
Siempre hago daño a las personas que me quieren
.

El brillo empezó a apagarse y el Arco de Luz volvió a quedar negro, opaco, frío e inerte. Pero no dejé de sentir a Lena. Sentía dónde estaba, como si el Arco fuera una especie de brújula capaz de guiarme hasta ella. Después de todo, quizá yo fuera un Wayward.

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