Fuera de la ley (58 page)

Read Fuera de la ley Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Fuera de la ley
6.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ceri miró a Trent y asintió con la cabeza.

—Tal y como practicamos —dijo.

Trent dejó su mochila en el suelo y se adelantó. Echó un último vistazo a Quen y cerró los ojos. Sus labios se movieron, y yo sentí una incómoda sensación mientras interceptaba la línea y establecía el círculo. Era muy diferente, como si en vez de sacar una astilla con fuerte tirón, estuvieran escarbando de forma metódica y dolorosa. En aquel momento me di cuenta de que a Ceri también le molestaba. Lo más probable es que hubiera estado practicando con Quen, puesto que ya no necesitaba velas para fijar un círculo.

—Por las bolas de Bartolomé —masculló Ceri—. ¿Por qué tiene que hacerlo tan despacio?

Una breve sonrisa arqueó mis labios, pero la satisfacción por su falta de habilidad se transformó en una oleada de autocompasión cuando se alzó su lámina de siempre jamás. Su aura era limpia y pura, y el brillante color dorado se abrió paso, despidiendo un montón de destellos. En comparación, la mía debía parecer una pared embadurnada de mierda.

Jenks
, pensé. ¿
Dónde demonios está Jenks
?

—¿Ivy? —dije preocupada—. ¿Has visto a Jenks?

Ella agitó la mano.

—Ha dicho que iba a asegurarse de que su familia estuviera a salvo —aclaró, y yo dirigí la mirada hacia el jardín vacío de pixies. Entonces divisé el destello de un par de ojos rojos que provenía de la aguja del campanario y el pulso se me aceleró hasta que caí en la cuenta de que se trataba de Bis. Me sentía tre­mendamente triste. Trent no había querido despedirse. Y yo lo entendía.

Ceri entregó a Trent mi espejo adivinatorio y vi como su expresión se cerraba en la creciente oscuridad. ¡Maldita sea! Allí fuera, en la penumbra, el cristal de color vino, con las líneas cristalinas grabadas formando una es­trella de cinco puntas con todas sus pequeñas cifras y símbolos resultaba aún más hermoso. No podía decir si a Trent también le parecía hermoso, o si le resultaba repugnante, y me pregunté si era esa la razón por la que Ceri había insistido en que fuera él el que invocara a Minias. Es posible que intentara convencerlo de que ni ella ni yo éramos inmorales por lo que hacíamos, sino solo increíblemente estúpidas.

Trent tragó saliva y se arrodilló sobre el pavimento de color rojo.

A continuación colocó el espejo delante de él y apoyó su mano temblorosa sobre el cristal. Sentí un cosquilleo en la nariz que rápidamente desapareció, y cuando me invadió una extraña sensación de caer hacia dentro, no me sorprendió en absoluto ver como Trent parpadeaba varias veces.

—Trent Kalamack —dijo quedamente. Era evidente que estaba hablando con Minias—. Estoy utilizando el círculo de invocación de Morgan —continuó como si estuviera respondiendo a una pregunta—, que se encuentra junto a mí —concluyó.

Un repentino cambio de presión me provocó un fuerte dolor en los tímpanos y di un salto.

La imagen de Minias acababa de aparecer a este lado de las líneas, en el inte­rior del círculo de Trent. Una de sus delgadas manos sujetaba la gorra amarilla de su cabeza y su hermosa toga ribeteada de verde estaba desabrochada, lo que hacía que le quedara holgado. Llevaba los rizos despeinados, y le acompañaba un olor a ámbar quemado y a pan recién horneado.

El demonio estaba de espaldas a mí, pero pude percibir su sobresalto al des­cubrir dónde se encontraba.

—¡Por la colisión de los dos mundos! —exclamó girándose. Seguidamente me miró de arriba abajo y añadió—: ¿Se ha puesto el sol y todavía sigues con vida? ¿Cómo te las has arreglado?

Yo encogí un hombro mientras Trent apartaba la mano del espejo y se ponía en pie. Con la espalda encorvada, Ceri lo recogió rápidamente.

—Has pateado a tu perro demasiadas veces y alguien va a llamar a la agencia protectora de animales —dije sin gustarme la actitud servil que ha­bía adoptado Ceri en presencia de Minias—. Y es una organización que no te conviene cabrear.

Minias echó un vistazo a mi gente, que se había congregado en terreno con­sagrado, luego observó a Trent, que intentaba parecer tranquilo, y finalmente volvió a mirarme.

—¿Tenemos espectadores?

Yo volví a encogerme de hombros.

—Son amigos míos.

Trent se aclaró la garganta.

—Todo esto es muy agradable, pero tenemos un plazo que cumplir.

Yo fruncí los labios.

—Y tú acabas de soltárselo. Bien hecho, Trent.

El elfo se sonrojó y el rostro de Ceri mostró una expresión de lo más elo­cuente. Minias, sin embargo, se limitó a ajustarse la toga amarilla y a sonreír al elfo maliciosamente.

—Quiero negociar contigo —dijo Trent entrelazando las manos a su espalda con naturalidad para ocultar el temblor—. No quiero saber tu nombre. No te he invocado, tan solo he solicitado tu presencia, y no tengo intención alguna de volver a hacerlo.

Minias agarró la silla de metal tapizada que acababa de aparecer detrás de él y se la acercó para poder sentarse.

—Eso ya lo veremos. Yo no me creo nada hasta que no lo compruebo con mis propios ojos. —En aquel momento sus pupilas de cabra se dirigieron a mí, y por un instante me olvidé de respirar—. He venido por curiosidad. Pensé que debía ser algún otro. —Seguidamente observó a Ceri y luego apartó la vista—. ¿Qué demonios quieres y qué te hace pensar que voy a ayudar a un repugnante e insignificante elfo?

—Quiero un pasaje de ida y vuelta a siempre jamás para dos personas e in­munidad mientras estemos allí —dijo Trent sin vacilar—. No deberás tocarnos ni hablarle a nadie de nuestra presencia.

Minias alzó las cejas y parpadeó lentamente.

—¿Vais a intentar matar a Al? —preguntó quedamente, y yo me negué a apartar la mirada o a cambiar mi expresión. Había otras formas de solucionar los problemas a parte de matar a alguien, pero si era eso lo que pensaba que íbamos a hacer, nadie vigilaría los archivos, ¿no?

Lentamente, el demonio se inclinó hacia delante.

—Puedo llevarte allí, pero no puedes comprar mi silencio. Dos viajes de ida y vuelta… —dijo como si estuviera haciendo conjeturas—. ¿Para ti y para Ceridwen Merriam Dulciate?

Trent sacudió la cabeza y se quedó mirando a Ceri sin poder dar crédito a lo que acababa de oír.

—¿Eres una Dulcíate? —balbució.

—Ahora ya no tiene importancia —murmuró ella bajando la cabeza y con las mejillas sonrojadas.

Minias se aclaró la garganta y Trent arrastró la vista hacia él.

—Para mí y para la bruja —dijo Trent sin dejar de mirar a Ceri.

—Supongo que no estarás dispuesto a entregarme tu alma —dijo el demo­nio, y yo me quedé mirando las primeras estrellas que empezaban a aparecer. A ese ritmo, podíamos estar allí toda la noche. Pero Trent, que parecía haber adoptado una actitud arrogante, se giró hacia un lado como si no le importara que Minias se largara y nos dejara allí plantados.

—Stanley Saladin le ha comprado a un demonio numerosos viajes —dijo con una voz cargada de indolente seguridad—. Cuatro viajes por las líneas no valen mi alma, y tú lo sabes.

—Stanley Saladin le compró los pasajes a alguien que intentaba convencerlo de que se convirtiera en su sirviente —aclaró Minias—. Era una inversión, y yo no estoy tratando de conseguir un familiar. Y aunque así fuera, me compraría uno, en vez de tener que educarlo desde cero. ¿Y qué te hace pensar que tu alma tiene algún valor?

Sin perder la calma, Trent permaneció en silencio, mirándolo con indiferencia.

—¿Tienes algo que ofrecerme que pueda competir con tu alma, Trenton Aloysius Kalamack? —inquirió Minias.

Trent esbozó una sonrisa complacida. Su actitud me tenía desconcertada. Se había amoldado a la forma de negociar de los demonios con una facilidad inaudita. Ceri, sin embargo, no parecía sorprendida. Al fin y al cabo, era un hombre de negocios.

—Bien —dijo palpándose el pecho como si buscara un bolígrafo inexistente—. Me alegra saber que estás dispuesto a hablar. Me gustaría concluir este trato limpiamente, sin marcas que puedan reclamarse en un futuro.

Minias entrecerró los ojos y yo palidecí.

—No —respondió con firmeza—. Quiero una marca. Me atrae la idea de que me pertenezcas.

El rostro de Trent se puso tenso.

—Puedo revelarte un secreto, el del verdadero origen de Morgan…

Yo solté un bufido.

—¡Serás hijo de puta! —aullé abalanzándome sobre él.

—¡Rachel! —gritó Ceri poniéndome la zancadilla y haciéndome caer de bruces.

A duras penas, conseguí ponerme en pie. Pero no fue su diminuta mano lo que me retuvo, sino el respeto que le tenía.

—¡Ese es mi secreto! —bramé—. No puedes comprar un viaje a siempre jamás con algo que me pertenece.

Minias nos miró alternativamente.

—Si añades una marca menor, tendrás tus maldiciones.

—Pero seré yo, y no tú, quien decida dónde —regateó Trent.

Entonces me zafé de Ceri, y me coloqué delante de él acercándome a su rostro.

—¡Eres un hijo de puta! —le grité.

El elfo aún tuvo la desfachatez de mirarme con expresión inocente y le em­pujé hacia el círculo exterior, donde se encontraba Ceri.

Él se tambaleó y lo golpeó como si fuera un muro. En ese momento se oyó un grito de protesta y de pronto las puntas de los pies de Quen se acercaron peligrosamente al anillo de sal. Estaba muy cabreado. Ivy se encontraba detrás de él con los labios apretados formando una delgada línea, dispuesta a derribarlo si intentaba atravesar la capa de siempre jamás.

—No eres más que un maldito gusano insignificante —le grité mirándolo desde arriba con su pequeño mono negro mientras mi gabardina prestada le rozaba las piernas—. ¿Cómo te atreves a pagarme el viaje con información sobre mí misma? Eso podía haberlo hecho yo. La única razón por la que accedí a protegerte era porque ibas a cargar con todo.

—Rachel —dijo Ceri intentando calmarme y fracasando en el intento. Es­tiré los brazos para agarrarlo por las solapas, pero él se agachó a una velocidad asombrosa y tuve que hacer todo lo posible por ocultar mi sorpresa.

—Estoy dispuesto a aceptar el trato —dijo Minias, y yo estuve a punto de soltar un alarido.

—Hecho —gritó Trent haciendo que Minias esbozara una sonrisa—. Será mejor que te apartes, Morgan, de lo contrario, me llevaré a Ceri y te quedarás sin nada.

Presa de la ira, miré a Ceri. No se atrevería. No podía pedirle algo así. Percibí su miedo odiando a Trent aún más por amenazarla de aquel modo. Si yo no iba, lo haría ella. Aunque solo fuera por intentar ayudar a los de su especie.

—Eres un ser despreciable —dije apartándome de él—. Pero esto no acaba aquí. Cuando hayamos terminado con esto, tendremos que hablar.

—No me amenaces —dijo él. Sintiendo que la sangre me hervía de indignación, miré a mi madre, y me quedé de piedra al ver que Keasley la estaba sujetando. Tenía el rostro encendido y se la veía muy cabreada. Si no conseguía regresar, ella se aseguraría de que Trent se arrepintiera de haberme puesto en peligro, y de haber incluido a Takata. Si Trent hablaba, los demonios irían también a por él.

—¡Qué interesante! —dijo Minias, y yo me giré hacia él—. Rachel Ma­riana Morgan protegiendo a Trenton Aloysius Kalamack y Trenton Aloysius Kalamack pagándole el viaje a Rachel Mariana Morgan. Esto no es una misión suicida para intentar matar a Al. ¡Por los dos mundos! ¿Qué pretendéis hacer?

Yo me retiré hacia el borde del círculo hasta que se oyó un agudo zumbido de advertencia. Mierda. No me había dado cuenta de que había dado demasiadas pistas sobre cuáles eran nuestras verdaderas intenciones. Con la mandíbula apretada, miré a Trent.

—Mueve tu jodido culo y deja que te haga la marca para que podamos lar­garnos de aquí —le exigí. Al oír mis palabras Trent palideció. En mi rabia asomó un atisbo de satisfacción, y le hice una mueca de desagrado—. Así es —dije amargamente—, vas a tener que llevar una marca y tendrás que confiar en que no cambie de opinión y te arrastre con él una vez que estés allí.

—No seas grosera, Rachel —me recriminó Ceri—. La ley le obliga a dejarlo en paz mientras dure la visita.

—Sí, claro. Y también se supone que Al debería abstenerse de molestarme a mí y a mi familia —farfullé mientras me alejaba de Minias. La adrenalina hacía que me temblaran las piernas y le hice un gesto a Trent para que se situara en el círculo central, el que todavía no había sido invocado, y siguiera adelante. El elfo se levantó, se sacudió la ropa y, con sus delgados labios fuertemente apretados, superó la línea de tiza con la barbilla levantada.

Ceri se arrodilló para tocar la línea y un círculo negro se interpuso entre nosotros y Minias. Por un instante hubo tres círculos, Ceri sujetaba los dos de fuera y Trent el del interior. Entonces Trent tocó el suyo y cayó haciendo que él y Minias respiraran el mismo aire.

El demonio sonrió y Trent se puso lívido. El corazón empezó a latirme con fuerza cuando recordé a Al haciéndome lo mismo. Mierda. ¿Estaba arrastrando a los que envidiaba hasta el agujero en el que me encontraba?

—¿Dónde la quieres? —propuso Minias, y yo me pregunté por qué lo había hecho, a menos que resultara aún más degradante verlo todos los días pensando que lo pediste tú mismo que el hecho de que te lo impusieran en contra de tu voluntad. Sentí el círculo levantado en el interior de mi muñeca pensando que tenía que librarme de una de aquellas cuanto antes.

Sin dejar de apartar sus ojos de los de Minias, Trent se subió la manga de­jando al descubierto un brazo tonificado, bronceado y algo musculoso. Minias lo agarró de la muñeca y Trent se estremeció al ver el cuchillo que apareció de improviso en su otra mano y tan solo tiró ligeramente una vez mientras le trazaba un círculo bisecado con una única línea en su interior. Me pareció percibir el olor ácido de la sangre y el rico aroma a canela. Entonces miré a Ivy y vi que sus pupilas se estaban dilatando mientras Quen la observaba con cara de asco.

—Háblame del padre de Rachel —dijo Minias sin soltar la muñeca de Trent. La marca había dejado de sangrar y el elfo la miraba sorprendido al descubrir que presentaba el aspecto de una vieja herida que hubiera cicatrizado hacía tiempo.

—Primero tendrás que mostrarme la forma de cruzar las líneas —dijo él alzando la vista hacia Minias.

El párpado del demonio empezó a temblar.

—Está en tu mente —dijo—. Bastará con que pronuncies las palabras de invocación y tú y quienquiera que esté contigo cruzaréis las líneas. Y ahora háblame del padre de Rachel. Si considerara que la información no vale cuatro viajes, aumentaré la categoría de tu marca y trazaré una segunda línea.

Other books

An Inconvenient Trilogy by Audrey Harrison
Truth or Dare by Janis Reams Hudson
Life Among the Savages by Shirley Jackson
Alien Admirer (Alien Next Door) by Subject, Jessica E.
Esrever Doom (Xanth) by Anthony, Piers
The Cardturner by Louis Sachar