Sentado en una silla de ruedas eléctrica, el viejo miraba los recintos acristalados que tenía frente a él. Los tres contenedores y el aparato permanecían en el mismo sitio de siempre. Toda la información que podían suministrar había sido archivada hacía mucho tiempo. Los armarios donde se guardaban esas carpetas estarían en el piso de abajo, cubiertos, seguramente, por una enorme capa de polvo.
El expositor más grande del inmenso subsótano estaba a la derecha del recinto que contenía los tres biodepósitos hechos de aluminio. En esa gran caja se podía contemplar el vehículo hallado en Roswell en 1947. Los motores y los componentes electrónicos habían sido desmantelados muchos años atrás en Ohio, en la base aérea que era conocida en aquel entonces como Wright Field. Tras todo el trabajo de metalurgia que se había llevado a cabo con los restos, apenas quedaba nada del platillo; si bien, lo que había perdurado se había vuelto a colocar imitando la disposición original. La nave estaba prácticamente irreconocible, ya que solo las partes central e inferior habían sido recreadas. La cúpula superior había desaparecido mucho tiempo atrás, tras el profuso análisis llevado a cabo por los científicos y los ingenieros de la compañía. Por su cabeza fueron pasando momentos de aquel tiempo pasado y la emoción de su selecto equipo conforme desentrañaban el funcionamiento de los componentes tecnológicos.
El hombre de avanzada edad miró la parte inferior, lo que esos cerebros privilegiados habían confirmado que era la bodega de la nave. La reconstrucción de esa zona se quedó a medias, pero aún se podían ver los numerosos contenedores metálicos que habían sido recuperados, analizados y luego vueltos a colocar allí dentro. Al igual que había sucedido siempre durante aquellos extraños sesenta años, su atención se centró en el que había justo en el medio.
El contenedor estaba colocado sobre el suelo de plexiglás, que era también una añadidura. El suelo original, así como buena parte de la nave, había sido utilizado para todo tipo de pruebas. Por supuesto, él nunca había tenido en su poder lo que contenía ese recipiente, pero la mera idea de su existencia ya le resultaba impresionante.
Cerró los ojos al sentir el dolor que le recorría el pecho, desde el lado izquierdo al derecho. Aunque sabía que no revestía gravedad, extrajo del bolsillo del chaleco un pequeño estuche tallado proveniente de China, sacó una de las pildoritas blancas de nitroglicerina y se la puso debajo de la lengua. En ningún momento apartó la vista del contenedor que los focos iluminaban.
El viejo estiró la mano y esta vez cogió una caja que había en una mesita al lado de la silla de ruedas. Levantó suavemente la tapa de aluminio y se quedó mirando el interior forrado de satén. Luego puso la caja en su regazo y pasó el dedo índice por la garra curvada que había dentro. Medía unos treinta y cinco centímetros y tenía forma de sierra por los dos lados. La garra se ensanchaba en su parte final en algo que parecían dos cucharas, una a cada lado, justo antes de llegar a la afiladísima punta. La pieza tenía una curvatura similar a las garras de los animales prehistóricos que poblaron la faz de la tierra hacía millones de años y que aún se podían ver en los museos. Con extrema delicadeza extrajo la garra del estuche.
Aparte de como arma, aquel animal usaría aquello como herramienta para cavar. La criatura, como era obvio, debía de haber sido algún tipo de excavador, o al menos eso había dicho su carísimo equipo de científicos. El ADN tomado de la garra era tan extraño, comparado con nuestro universo, que esos cerebros privilegiados afirmaron que la muestra tenía que haber estado contaminada. Según los análisis que hicieron de su estructura atómica, nunca habría podido sobrevivir en un entorno que tuviera un campo gravitacional.
Esos hijos de puta no sabían nada de nada
, pensó el viejo.
Conque era imposible, decían. Pues está aquí, en mi propia mano
. La garra demostraba que ese animal había existido, él habría dado lo que fuera por haberlo visto. Engatusó con mentiras a los muchachos de la Agencia, les hizo creer que no había nada. Incluso el Consejo Majestic 12, el tanque de pensamiento del presidente Truman en el que se planteó después de Roswell descubrir las ramificaciones que la vida pudiera haber experimentado en otros mundos distintos a este, no tuvo ni la más mínima sospecha de la existencia de estos artefactos. Ni siquiera Curtis LeMay y Allen Dulles, los viejos halcones de la época, tuvieron la menor intención de volver a tener nada que ver con Roswell, aparte de disfrutar de todos los avances tecnológicos que generó el siniestro. En cuanto a las posibilidades de aquel animal, su filosofía era «Ojos que no ven, corazón que no siente».
El viejo metió otra vez la garra en el estuche y cerró la tapa. La depositaría de nuevo en la caja fuerte que tenía arriba, donde estaría a salvo de todo el mundo. Era su trofeo del accidente de Roswell y nadie se lo iba a arrebatar. Dejó la caja en la mesita y se quedó mirando el recinto que había junto al platillo. Estaban colocados exactamente a la misma altura. La parte superior tenía una zona acristalada para poder ver los cadáveres.
Cada cierto tiempo se planteaba si las pruebas de lo que sucedió aquella noche deberían ser compartidas con los poderes pertinentes, pero luego reprimía ese pensamiento. Tan solo él y su compañía, que ahora dirigía su hijo, tendrían la fuerza necesaria como para enfrentarse con el enemigo que habían descubierto entre la maleza en Nuevo México. Si todo se manejaba de la manera correcta, cuando surgiera la oportunidad podrían conseguir hacerse con una nueva arma para su país. Y si era un arma que funcionaba en otros mundos, todo hacía pensar que podría ser de gran utilidad para los Estados Unidos.
—Papá, como sigas bajando a este sótano oscuro, voy a dar orden de que lo cierren con llave. —La voz provenía de una puerta abierta en lo alto del largo pasillo que se asemejaba al de los teatros—. Este frío no te conviene.
El viejo se giró, la luz que entraba por la puerta abierta remarcó la silueta del hombre que acababa de entrar.
—¿Me amenazas con quitarme incluso esto, que es lo único que me queda? —respondió, antes de darse la vuelta.
El hombre de elevada estatura cerró la puerta y descendió lentamente por el pasillo. El sótano tenía la forma de un pequeño teatro, con los asientos colocados estratégicamente para poder ver la nave. El único hijo que había tenido el anciano se sentó en la primera fila, justo detrás del pequeño elevador donde su padre había pedido que le llevaran en la silla de ruedas para poder ver mejor los artefactos. Se quedó callado mirando al viejo y movió la cabeza hacia los lados. Luego se desabrochó el botón de su costosa chaqueta y se quedó quieto. Llevaba el pelo negro azabache peinado hacia atrás y unos rasgos agresivos e implacables, similares a los que había tenido su padre.
—He recibido cierta información que puede ser de tu interés, y también del nuestro —dijo mientras cruzaba la pierna derecha sobre la izquierda y se quedaba frotando un inexistente trozo de hilo de la tela de su pantalón.
El viejo se quedó en silencio sin dejar de mirar los objetos que había expuestos ante él.
—El presidente ha mantenido unos encuentros muy interesantes con tu viejo amigo Garrison Lee y con el director Compton.
La mención del nombre de Lee hizo que los hombros de su padre dieran un respingo y que todo su cuerpo se pusiera en tensión.
—¿A que ahora sí me prestas atención? —El joven saboreó la ventaja de la que disfrutaba por un momento. A su padre le exasperaba que aún se valorara la opinión de Garrison Lee cuando la suya había sido desplazada por los constantes cambios que se producían en un mundo cada vez más interesado por la ciencia y la industria, un mundo que le había dado la espalda a los sueños relacionados con invasiones y con criaturas monstruosas. Lee había resistido más que él y por eso lo odiaba. El joven decidió, sin embargo, mostrarse conciliador. Su padre había demostrado una gran fortaleza y capacidad de previsión en momentos clave para los Estados Unidos y todavía lo respetaba por eso.
—Según tengo entendido, nuestro distinguido presidente se reúne una vez por semana con el Grupo Evento, así que ¿qué más me da eso a mí? Los que estáis interesados en las antigüedades y los misterios del pasado sois tú y vuestra compañía, no yo —contestó el viejo sin darse la vuelta.
El actual presidente y director ejecutivo de una de las empresas armamentísticas más importantes del mundo intentó explicarle a su padre todas las iniciativas llevadas a cabo por la compañía, incluyendo las investigaciones en torno a las antigüedades que se realizaban como inversión.
—¿Incluso si se trata de algo relacionado con Roswell y con Salvia Purpúrea? —tanteó el hijo, haciendo una pausa para que sus palabras tuvieran el efecto deseado—. La reunión se celebró para tratar un incidente acaecido esta mañana en el que dos F-14 fueron derribados.
—¿Salvia Purpúrea? —El anciano se quedó rígido.
—Según la información que he recibido de mi efectivo en Camp David, en el incidente se vieron implicados dos artefactos no identificados muy parecidos a los que tienes ahí delante. La primera noticia que tuvimos de la incursión llegó de nuestra estación en el Polo. Incluso tenemos pruebas infrarrojas de su llegada.
El viejo permaneció quieto un instante. Permaneció allí parado asimilando la información que su hijo acababa de proporcionarle. Una vez más, la tecnología desarrollada a partir de Roswell daba sus frutos. Parpadeó varias veces al tiempo que sentía cómo una energía que creía ya extinguida recorría su cuerpo y su mente.
—Salvia Purpúrea —murmuró sonriendo.
—Nuestro efectivo en el Grupo Evento ha llamado por teléfono y ha usado el nombre en clave que confirma la información. —Fue su padre el que le había dado esa clave hacía unos años.
—Tenemos que aprender todo lo que nos sea posible —dijo el viejo mientras accionaba por fin el motor eléctrico y giraba la silla en dirección a su hijo—. Si nos encontramos ante una nueva fase de la operación Salvia Purpúrea, debemos estar presentes a lo largo de todo el proceso, ¿queda claro?
El joven se levantó y se abrochó los botones de la chaqueta. Nunca le había gustado el comportamiento desmedido de su padre en todo lo relacionado con aquel asunto. Era indudable que sin la bendición del cielo que había supuesto Salvia Purpúrea la compañía no existiría, pero el entusiasmo de su padre era desmesurado.
—Soy consciente de la importancia que esto tiene, no solo para ti, sino para la defensa de nuestro país. Por eso actuamos como actuamos. Pero que no se te olvide que fuiste tú el que otorgó al Grupo Génesis y a otras secciones de nuestra corporación un carácter tan clandestino que maniobrar a la luz del día se ha convertido en una tarea muy complicada. Las cosas se hicieron tan mal que tus amigos tuvieron que fingir tu muerte. Por culpa de cómo actuasteis en 1947 tú y esos dos locos de LeMay y Dulles, ahora somos un grupo patriótico condenado a la clandestinidad. No permitiré que esa errática obsesión vuelva a perjudicar a nuestra empresa o a nuestro país, ¿queda claro…, padre?
El viejo no prestó atención a las referencias al pasado ni a las informaciones oficiales que lo consideraban muerto.
—¿Cuentas con alguien competente para recibir la información de manos de nuestro efectivo en el Grupo Evento?
Al hombre joven nunca le había gustado estar demasiado cerca de su padre. Era como si aún tuviera que levantar la vista para ver aquellos oscuros ojos, como si el viejo no estuviera condenado a permanecer en aquella silla de ruedas; todo eso le hacía sentirse incómodo y a alguien de su posición le gustaba mantener siempre el control de la situación.
—Voy a contactar con el Black Team del francés en Los Ángeles. Ahora no está trabajando con ellos.
—¿Y por qué no envías al francés directamente?
—Nuestro efectivo cree que nos va a facilitar una información que nos es desconocida. No quiero que Farbeaux se le acerque, es un mercenario, no podemos confiar en él para nada relacionado con Salvia Purpúrea. Has confiado demasiado en él hasta ahora. Si no fuera por las antigüedades con las que le pagamos, nos habría traicionado hace años. Si se involucra en Salvia Purpúrea, podría preferir prescindir de esas recompensas.
—Haz lo que te parezca mejor, pero actúa con cautela.
—Voy a dar la orden al Black Team de que eliminen a nuestro efectivo en el Grupo en cuanto lleguen a Las Vegas. Ya disponemos de la información que quiere vendernos y no podemos permitir que ese traidor de Reese haga que nos descubran.
El viejo dio la vuelta con la silla y se quedó mirando a su hijo.
—Es nuestra principal fuente de información en el Grupo Evento, no podemos prescindir de él. ¿Tan poco has aprendido de mí? Necesitamos tener a alguien cerca de Lee y de ese sabiondo de Compton. Tenemos que estar al corriente de todos sus movimientos; conozco a Lee y sé que él va a darse cuenta de que nos encontramos ante una emergencia nacional.
—Mira, papá, yo no ordeno la muerte de nadie tan a la ligera como solías hacerlo tú, y he aprendido tus lecciones acerca de lo que hay que hacer con la gente que representa un peligro. Este asunto es demasiado delicado como para correr el riesgo de que Reese lo eche a perder y ponga al Grupo tras la pista de esta compañía o, Dios no lo quiera, de este mismo edificio. La historia de Génesis no puede salir a la luz. Como deferencia hacia tu persona y porque el papel que jugaste en el pasado me merece el mayor de los respetos, te mantendré informado de todo y contaré contigo en todo lo que sea posible. Pero debes saber que si esto guarda realmente relación con Salvia Purpúrea, no pondré en peligro al grupo o a la compañía. Reese es prescindible, es un traidor para su organización, lo que quiere decir que es un traidor para su país, por mucha información que nos venda.
—Siempre me ha producido cierta tristeza la idea de que un hombre de esa calaña traicionara a Lee —dijo mientras miraba a su hijo—. Porque odie a ese hijo de puta de Lee y piense que es un
boy scout
; no significa que no sea un buen estadounidense y, aunque a su manera, equivocada e incapaz de ver las verdaderas necesidades, un patriota. —El viejo sonrió al ver la cara de su hijo—. ¿Te sorprende que sienta cierta admiración por Lee después de todos estos años?
—No, pero no se te ocurra pensar que Lee se ha olvidado de la gente de su equipo que desapareció en 1947. Todos me habéis dicho, tú incluido, que lleva años esperando encontrar alguna pista acerca de lo que les sucedió a sus hombres. Y según su historial, sea o no sea un patriota, es alguien muy capaz de hacer desaparecer a cualquiera. Así que nadie debe servirles de pista para llegar hasta nosotros. De todas maneras, no puede sospechar de ti; después de todo, tú estás muerto.