Read Espejismos Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Espejismos (3 page)

BOOK: Espejismos
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Miles me mira de soslayo.

—Sí. Claro. ¿Adonde quieres ir a parar? La representación es el virnes y, por si no lo sabías, mañana resulta que es viernes. Esto no habrá desaparecido para entonces.

—Supongo que no. —Me encojo de hombros—. Pero me refería a que puedes cubrirlo con maquillaje, ¿no?

Miles pone los ojos en blanco y tuerce el gesto.

—Vaya, así que puedo lucir un enorme farolillo de color carne, ¿eso es lo que pretendes decir? Pero ¿tú lo has visto? No hay forma de disimularlo. ¡Tiene su propio ADN! ¡Hasta proyecta sombra!

Entro en el aparcamiento del instituto y ocupo mi sitio de siempre, el que está justo al lado del brillante BMW negro de Damen. Y cuando miro a Miles una vez más, por alguna razón inexplicable siento el impulso de tocarle la cara. Como si mi dedo índice se viera atraído sin remedio hacia el grano de su barbilla.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta mi amigo, que se aparta dando un respingo.

—Solo… quédate quieto —susurro, sin tener ni idea de lo que hago ni de por qué lo hago. Lo único que sé es que mi dedo tiene un objetivo muy claro en mente.

—Bueno, ¡ni se te ocurra tocarlo! —grita en el preciso instante en que entro en contacto con su piel—. Genial, esto es genial. Ahora seguro que se hace el doble de grande. —Sacude la cabeza y sale del coche.

No puedo evitar sentirme decepcionada al ver que la espinilla sigue ahí. Supongo que tenía la esperanza de haber desarrollado algún tipo de habilidad sanadora. Desde que Damen me dijo, justo después de que decidiera aceptar mi destino y empezar a beber el líquido inmortal, que podía experimentar algunos cambios, como una mejora en las habilidades psíquicas (que yo no deseo), superhabilidades físicas (con las que podría sin duda mejorar mis notas en educación física), entre otras habilidades (como la capacidad para curar a los demás, algo que me habría encantado poder hacer), he estado atenta a la aparición de cualquier cosa extraordinaria. Sin embargo, hasta el momento, lo único que he conseguido ha sido un par de centímetros más de piernas, lo cual me obliga a comprarme otros vaqueros. Y eso es algo que probablemente hubiera ocurrido de todas formas con el paso del tiempo.

Cojo la mochila y salgo del coche; mis labios se encuentran con los de Damen en el mismo instante en que él se sitúa a mi lado.

—Vale, en serio. ¿Cuánto va a durar esto?

Ambos nos separamos para mirar a Miles.

—Sí, estoy hablando con vosotros. —Nos apunta con el dedo—. Me refiero a los besos, a los abrazos y a lo de darnos el tostón con vuestras constantes ñoñerías. —Sacude la cabeza y entorna los ojos—. Hablo en serio. Esperaba que a estas alturas ya hubierais acabado con todo ese rollo. No me malinterpretéis, a todos nos alegra mucho que Damen haya vuelto al instituto, que salgáis juntos de nuevo y que penséis vivir felices y comer perdices. Pero ¿no creéis que ha llegado el momento de moderar las cosas un poco? Porque algunos de nosotros no somos tan felices como vosotros. Algunos de nosotros andamos algo necesitados de amor.

—¿Andas necesitado de amor? —le pregunto con una carcajada. No me ofende lo más mínimo nada de lo que ha dicho, ya que sé que tlene mucho más que ver con los nervios de la representación que con Damen y conmigo—. ¿Qué ha pasado con Holt?

—¿Holt? —repite con un gruñido—. ¡Ni se te ocurra mencionar a Holt ¡No sigas por ahí, Ever! —Sacude la cabeza y se da la vuelta para dirigirse a la puerta de entrada.

—¿Qué es lo que pasa? —pregunta Damen, que me da la mano y enlaza sus dedos con los míos. Sus ojos revelan que aún me quiere, a pesar de lo que ocurrió ayer.

—Mañana es el estreno. —Me encojo de hombros—. Está tan asustado que le ha salido un grano en la barbilla y, claro, ha decidido que nosotros somos los culpables —le explico mientras observo cómo Miles entrelaza su brazo con el de Haven para guiarla hasta la clase.

—No volveremos a hablaros —dice mi amigo al tiempo que nos mira por encima del hombro con el ceño fruncido—. Nos pondremos en huelga hasta que dejéis de actuar como tortolitos enamorados, o hasta que este grano desaparezca, lo que ocurra primero —dice medio en serio.

Haven se echa a reír y sigue caminando a su lado mientras Damen y yo entramos en clase de lengua. Pasamos junto a Stacia Miller, que sonríe con dulzura a Damen antes de intentar ponerme la zancadilla.

Sin embargo, justo cuando deja caer su pequeño bolso en mi camino con la esperanza de provocar una sonora y humillante caída de bruces, «visualizo» cómo se eleva el bolso y «percibo» cómo se estampa contra su rodilla. Y aunque también puedo sentir el dolor, no puedo dejar de alegrarme.

—¡Ayyy! —gime al tiempo que se frota la rodilla y me fulmina con la mirada, a sabiendas de que no tiene ninguna prueba tangible de que lo ocurrido sea culpa mía.

Yo me limito a pasar de ella y a sentarme en mi sitio. Ya se me da mejor ignorarla. Desde que logró que me expulsaran por beber en el instituto he hecho todo lo posible por no cruzarme en su camin0, Pero a veces… a veces no puedo evitarlo.

—No deberías haber hecho eso —susurra Damen, que intenta componer una mirada de reproche mientras se inclina hacia mí.

—Por favor… Eres tú quien quiere que practique la manifestación —digo antes de encogerme de hombros—. Parece que las lecciones por fin empiezan a dar sus frutos.

Me mira y sacude la cabeza.

—¿Sabes? La cosa está incluso peor de lo que pensaba —me dice—, porque, para tu información, lo que acabas de hacer era telequinesia, no manifestación. ¿Ves lo mucho que te queda por aprender?

—¿Tele… qué? —Entorno los párpados. El término no me resulta familiar, aunque la acción ha sido bastante divertida.

Me da la mano. Una sonrisa juguetea en la comisura de su boca cuando me susurra:

—He estado pensando…

Echo un vistazo al reloj, compruebo que pasan ya cinco minutos de las nueve y me doy cuenta de que el señor Robins acaba de salir de la sala de profesores.

—El viernes por la noche. ¿Te apetece que vayamos a algún lugar… especial? —pregunta con una sonrisa.

—¿A Summerland, por ejemplo? —Mis ojos se abren de par en par y mi pulso se acelera. Me muero por regresar a ese lugar mágico y místico. Una dimensión entre dimensiones donde puedo hacer aparecer océanos y elefantes, donde puedo mover cosas mucho más grandes que bolsos-proyectil de Prada… Necesito que Damen me lleve allí.

Sin embargo, él se ríe y niega con la cabeza.

—No, a Summerland no. Aunque volveremos allí, te lo prometo. Estaba pensando en ir a… no sé… tal vez al Montage o al Ritz, ¿qué te parece? —pregunta arqueando las cejas.

—Pero la obra de Miles es el viernes y le prometí que estaríamos allí —le explico, consciente de que había olvidado convenientemente el estreno de la representación de Hairspray de Miles cuando pensaba que iba a ir a Summerland y que, ahora que sé que Damen quiere ir a uno de los hoteles más lujosos de la zona…, mi memoria se ha recuperado de repente.

—Vale, entonces iremos después del estreno, ¿te parece? —sugiere. Sin embargo, cuando me mira, cuando ve lo mucho que vacilo y cómo aprieto los labios en busca de una buena excusa para rechazar su proposición, asiente—. Está bien, no lo haremos. Solo era una idea.

Lo observo con la certeza de que debería aceptar, con la certeza de que quiero aceptar. Escucho una voz en mi cabeza que grita: «¡Di que sí! ¡Di que sí! Te prometiste a ti misma que darías un paso hacia delante sin mirar atrás, y ahora tienes la oportunidad de hacerlo, así que… ¡lánzate de una vez y hazlo! ¡Solo… di… sí!».

Con todo, aunque estoy convencida de que ya es hora de avanzar, aunque quiero a Damen con todo mi corazón y estoy decidida a olvidar su pasado para dar el siguiente paso, las palabras que salen de mi boca son muy distintas.

—Ya veremos —le digo. Aparto la mirada y la clavo en la puerta justo en el momento en que entra el señor Robins.

Capítulo cuatro

C
uando por fin suena el timbre que indica el final de la cuarta hora, me aparto de mi mesa para acercarme al señor Muñoz.

—¿Estás segura de que has terminado? —me pregunta al tiempo que levanta la vista del montón de papeles—. Si necesitas un minuto más, no hay problema.

Le echo un vistazo a la hoja de mi examen y hago un gesto negativo.

Me pregunto cómo reaccionaría si supiera que lo he terminado cuarenta y cinco segundos después de que me lo diera, y que después me he pasado los cincuenta minutos siguientes fingiendo esforzarme.

—Así está bien —replico con seguridad. Una de las ventajas de tener poderes psíquicos es que no tengo que estudiar, ya que de algún modo «sé» todas las respuestas. Y, aunque a veces siento la tentación de fanfarronear y bordar mis exámenes con una larga hilera de dieces, por lo general intento contenerme y contestar mal algunas preguntas, puesto que es importante no pasarse de la raya.

Al menos eso es lo que dice Damen. Siempre me recuerda lo importante que es pasar desapercibido, o al menos parecer normal…, aunque nosotros somos cualquier cosa menos normales. Con todo, la primera vez que lo dijo no pude evitar recordarle que cuando nos conocimos los tulipanes aparecían de la nada por decenas. No obstante, él se limitó a decirme que tuvo que hacer algunas concesiones para cortejarme, y que eso le llevó más tiempo de lo necesario porque yo no me molesté en averiguar que significaban «amor eterno» hasta que casi fue demasiado tarde.

Le entrego la hoja al señor Muñoz y doy un respingo cuando nuestros dedos entran en contacto. Aunque no ha sido más que un roce de la piel, es suficiente para mostrarme mucho más de lo que necesito saber: obtengo una visión bastante clara de cómo ha sido su mañana hasta ese momento. Lo veo todo: veo el lío increíble que tiene en su apartamento, con la mesa de la cocina plagada de recipientes de comida a domicilio y múltiples versiones del manuscrito en el que lleva trabajando los últimos siete años; lo veo a él cantando «Born to Run» a todo pulmón mientras trata de encontrar una camisa limpia antes de dirigirse a Starbucks, donde tropieza con una rubita que le derrama todo su batido por la pechera… dejando una molesta mancha húmeda y fría que la hermosa sonrisa femenina parece borrar. Una sonrisa gloriosa que el señor Muñoz no parece poder olvidar… Una sonrisa gloriosa que es… ¡la de mi tía!

—¿Quieres esperar mientras lo corrijo?

Asiento, al borde de la hiperventilación, mientras me concentro en su bolígrafo rojo. Reproduzco la escena que acabo de ver en mi cabeza y siempre llego a la misma y horrible conclusión: ¡a mi profesor de historia le pone Sabine!

No puedo permitir que mi tía vuelva a las andadas. Quiero decir que por el simple hecho de que ambos sean inteligentes, monos y solteros no significa que tengan que salir juntos.

Me quedo allí de pie, paralizada, incapaz de respirar. Me esfuerzo por bloquear los pensamientos que inundan la cabeza del profesor concentrándome en la punta de su bolígrafo. Observo la hilera de puntitos rojos que se convierten en marcas en las preguntas diecisiete y veinticinco… tal y como había calculado.

—Solo tienes dos mal. ¡Muy bien! —Sonríe y se pasa los dedos por la mancha de su camisa mientras se pregunta si volverá a verla de nuevo—. ¿Te gustaría saber cuáles son las respuestas correctas?

«La verdad es que no», pienso, impaciente por marcharme lo antes posible, y no solo para ir a comer y ver a Damen, sino porque temo que sus fantasías tomen un cariz que me obligue a salir corriendo.

No obstante, sé que lo normal sería parecer al menos un poco interesada, así que respiro hondo, sonrío y asiento, como si no deseara otra cosa en el mundo. Y cuando me pasa la plantilla de las respuestas, la coloco sobre el examen y le digo:

—Vaya, mire eso, puse mal la fecha. —Y también—: ¿Cómo es posible que no supiera eso? ¡No lo puedo creer!

El se limita a asentir, sobre todo porque sus pensamientos han vuelto a la rubia… también conocida como «¡la única mujer del universo con la que tiene absolutamente prohibido quedar!», mientras se pregunta si estará al día siguiente en el mismo sitio y en el mismo lugar.

Y, aunque pensar que los profesores también sienten lujuria me parece asqueroso en líneas generales, el hecho de que este profesor en particular sienta deseo sexual por alguien que en la práctica es como una madre para mí… es algo por lo que no paso.

Sin embargo, en ese momento recuerdo que unos meses atrás tuve una visión de Sabine quedando con un tipo muy mono de su edificio. Y, puesto que Muñoz trabaja aquí y Sabine trabaja allí, supongo que en realidad no existe una amenaza seria de que mis dos mundos entren en conflicto. Pero, por si acaso, sonrío y me obligo a decir:

—Bueno, ha sido casualidad.

Él me mira con el gesto torcido, intentando encontrar el sentido a mis palabras.

Y, aunque sé que he ido demasiado lejos, que estoy a punto de decir algo que dista muchísimo de la normalidad, lo cierto es que me da la impresión de que no tengo más remedio. No puedo permitir que mi profesor de historia salga con mi tía. No puedo tolerarlo. Simplemente, no puedo.

Así pues, señalo la mancha de su camisa y añado:

—Esa mujer, la del batido, ¿la recuerda?… —Asiento al ver la expresión alarmada de su rostro—. Dudo mucho que vuelva. En realidad, no va allí muy a menudo.

Y, antes de decir algo más que no solo haga trizas sus sueños sino que también confirme que soy un bicho raro, me cuelgo la mochila del hombro, corro hacia la puerta y me libero de la energía del señor Muñoz mientras me dirijo hacia el comedor, donde me espera Damen sentado a una mesa. Estoy impaciente por verlo después de pasar tres largas horas separados.

Sin embargo, cuando llego a donde está, la escena no resulta tan acogedora como yo esperaba. Hay un chico nuevo sentado a su lado, en mi sitio, que es el centro de atención y Damen apenas nota mi presencia.

Me apoyo contra el borde de la mesa y observo cómo todos se echan a reír por algo que ha dicho el chico nuevo. Como no quiero interrumpirlos ni quedar como una grosera, me siento frente a Damen en lugar de a su lado, como de costumbre.

—¡Dios, eres tan gracioso! —dice Haven, que se inclina hacia delante y acaricia un instante la mano del chico nuevo. Sonríe de una forma que deja claro que su nuevo novio, Josh, su supuesta alma gemela, ha pasado al olvido por el momento—. Es una pena que te lo hayas perdido, Ever; este tío es tan desternillante ¡que Miles se ha olvidado incluso de su grano!

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