Espadas contra la Magia (23 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas contra la Magia
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—Apártate, Ratonero. Yo haré que se mueva ese perezoso.

Cogió un pequeño recipiente de obsidiana y lo lanzó contra el mago adormilado.

Pareció que el objeto iba a caer a media distancia entre los dos hombres, y el Ratonero se preguntó si Gwaay se propondría despertar al durmiente con el estrépito. Pero antes de que cayera al suelo, Gwaay fijó en él su mirada, y el recipiente aumentó peligrosamente su velocidad. Fue como si hubiera lanzado una pelota al aire para golpearla seguidamente con un bate. El objeto salió disparado como el dardo de una poderosa ballesta, alcanzó el cráneo del anciano e hizo que le saltaran los sesos, los cuales se esparcieron por el sillón y las ropas del Ratonero.

Gwaay soltó una risa estridente y dijo en tono alegre:

— ¡Debo dominar mi excitación! ¡Es preciso! La recuperación repentina de dos docenas de muertes... o veintitrés y el moqueo crónico... no es razón para que un filósofo pierda el dominio de sí mismo. ¡Oh, qué vértigo siento!

—¡La habitación da vueltas! —exclamó Ivivis—. ¡Veo peces plateados!

Entonces el Ratonero también sintió vértigo y vio una mano verde fosforescente que penetraba por la arcada y se dirigía a Gwaay, una mano en el extremo de un brazo delgado y de dos varas de largo. Parpadeó y la mano se desvaneció, pero ahora había un vaho purpúreo. Miró a Gwaay y vio que resollaba fuerte y repetidamente, aunque no se formaban nuevas gotas en el extremo de su nariz.

Fafhrd estaba a tres pasos por detrás de Hasjarl, el cual, enfundado en su túnica de cuello alto y tela de toalla parda como la tierra, tenía un aspecto simiesco.

A la derecha de Hasjarl, sobre una cinta móvil, ancha y gruesa, se movían tres esclavos de aspecto monstruoso; tenían los pies grandes, con los dedos extendidos, las piernas como las patas de un elefante, el pecho semejante a un fuelle de horno, los brazos de enano, la cabeza minúscula, en la que destacaba la boca, con grandes dientes, y las fosas nasales, más voluminosas que los ojos o las orejas, seres criados para dedicarse monótonamente a correr y nada más. La cinta móvil desaparecía en el interior de un cilindro de mampostería, de cinco varas de longitud, y volvía a salir por debajo, pero en la dirección contraria, para pasar bajo los rodillos y completar su circuito. Surgía del cilindro el crujido del gran ventilador de madera al que hacía girar la cinta y que impulsaba el aire vital hacia los Niveles Inferiores.

A la izquierda de Hasjarl se abría una pequeña ventana en el cilindro, a la altura de la cabeza de Fafhrd, y hacia ella ascendía por cuatro estrechos escalones una hilera de enanos sombríos y cabezudos, cada uno de los cuales llevaba al hombro un saco oscuro, y vertía su contenido en el pozo ruidoso, agitándolo una vez vaciado dentro de la abertura, y luego lo doblaba y saltaba al suelo para ceder su sitio al siguiente porteador.

Hasjarl miró exultante a Fafhrd por encima del hombro.

—¡Un regalo para Gwaay! —exclamó—. Eso que lanzo al viento serviría para rescatar a un rey: polvo de adormidera, de loto y mandrágora, cáñamo desmenuzado. ¡Un millón de sueños agradables y lascivos! ¡Y todo para Gwaay! Con esto le venceré de tres maneras: dormirá durante todo el día y se perderá el funeral de mi padre, y entonces Quarmall será mío, por el derecho que me otorgará mi presencia en solitario, sin derramamiento de sangre, que echaría a perder los ritos; sus brujos dormirán y mis hechizos infecciosos les atacarán y harán sucumbir con una muerte hedionda y gelatinosa; todos los suyos dormirán, cada esclavo y cada maldito paje, de modo que conquistaremos el reino simplemente yendo abajo después del funeral. ¡Vamos, más rápido!

Arrebató un largo látigo a un capataz y empezó a azotar a los esclavos que movían la cinta, los cuales pasaron del trote al galope y el estrépito del ventilador se hizo más agudo. Fafhrd temió que aquella velocidad rompiera la primitiva maquinaria.

El enano que estaba en la ventana del pozo se aprovechó se que Hasjarl tenía su atención en otra parte para coger una pizca de polvo de su saco y aspirarlo, con una expresión de éxtasis lascivo. Pero Hasjarl lo vio y le azotó cruelmente en las piernas. El enano se apresuró a vaciar su saco y sacudirlo, mientras daba saltitos para aliviar el dolor. Sin embargo, no pareció muy enmendado o afligido por el castigo, pues cuando salía de la cámara Fafhrd vio que se cubría la cabeza con el saco vacío y aspiraba profundamente el escaso polvo adherido, mientras se alejaba caminando como un pato.

Hasjarl siguió haciendo restallar el látigo, y gritando:

— ¡Más rápido, he dicho! ¡Un huracán de droga para Gwaay!

El oficial Yissim entró corriendo en la sala y se acercó a su amo.

—¡Friska ha huido! Dicen los torturadores que tu campeón les enseñó tu sello, diciéndoles que habías ordenado la liberación de la muchacha... ¡y se la llevó! Todo esto ha sucedido hace un cuarto de día.

—¡Guardias! —gritó Hasjarl—. ¡Apresad al nórdico! ¡Desarmad y atad al traidor!

Pero Fafhrd había desaparecido.

El Ratonero, en compañía de Ivivis, Gwaay y una pintoresca chusma de alucinaciones inducidas por la droga, entraron tambaleándose en una cámara similar a aquélla de la que Fafhrd acababa de salir. Allí terminaba el pozo cilíndrico de ventilación. El ventilador que succionaba el aire y lo enviaba para refrescar los Niveles Inferiores estaba colocado verticalmente en la boca del pozo y era visible mientras giraba.

Junto a la boca del pozo había una gran jaula con aves blancas, todas ellas tendidas en el suelo de patas arriba, y no era ésta la única revelación, sino que el capataz estaba en el suelo de la cámara, también vencido por las drogas que había aventado Hasjarl.

En cambio, los tres esclavos de piernas como columnas, que trotaban sin cesar sobre la cinta móvil, no parecían afectados en absoluto. Sin duda, sus pequeños cerebros y sus cuerpos monstruosos estaban más allá del alcance de cualquier droga, a menos que recibieran una dosis letal.

El tambaleante Gwaay se acercó a ellos, les azotó uno tras otro y les ordenó que se detuvieran. Entonces él mismo cayó al suelo.

El crujido del ventilador se extinguió y sus siete aspas de madera se hicieron claramente visibles (aunque para el Ratonero estaban entretejidas con escamosas alucinaciones), y el único sonido real era la lenta respiración de los esclavos.

Gwaay les sonrió extrañamente desde el suelo, alzó un brazo y gritó:

— ¡A la inversa! ¡Media vuelta!

Los esclavos se volvieron lentamente, para lo que requirieron una docena de pasos pequeños, hasta que los tres quedaron situados en la posición contraria sobre la cinta móvil.

—¡Trotad! —les ordenó Fafhrd.

Obedecieron lentamente y el ventilador empezó a gruñir de nuevo, pero ahora dirigía el aire hacia arriba, para contrarrestar la ventilación de Hasjarl hacia abajo.

Gwaay e Ivivis permanecieron cierto tiempo en el suelo, hasta que sus cerebros empezaron a despejarse y se esfumaron las últimas alucinaciones. El Ratonero tuvo la impresión de que las succionaban las aspas del ventilador: una horda etérea de espectros azules y purpúreos armados con lanzas de hojas serradas y alfanjes.

—Mis brujos... —dijo Gwaay, con una débil sonrisa, la voz baja y algo entrecortada— no han sido vencidos..., creo, pues de lo contrario estaría agonizando... con las dos docenas de muertes de Hasjarl. Dentro de un instante... y enviaré al otro lado del nivel... para invertir el ventilador aspirador. Así conseguiremos aire fresco. Pondré más esclavos en esta cinta... quizá le devolveré a mi hermano sus pesadillas. Luego me lavaré y vestiré para el funeral de mi padre y le daré un susto a Hasjarl. Ivivis, en cuanto puedas caminar espabila a las muchachas para mi baño. Diles que lo preparen todo.

Extendió un brazo y cogió al Ratonero del codo.

—En cuanto a ti, guerrero gris —le susurró—, prepárate para usar ese poderoso hechizo tuyo que destruirá a los brujos de Hasjarl. Reúne tus sustancias, recita tus preces demoníacas, consulta primero con mis doce archimagos... si puedes despertar al duodécimo en su negro infierno. En cuanto el cadáver de Quarmall sea pasto de las llamas, te daré aviso para que lleves a cabo tu mortífero encantamiento. —Hizo una pausa y sus ojos brillaron en la penumbra con un destello brujesco—. ¡Ha llegado el momento de las espadas y la magia!

Se oyó el débil sonido de una rascadura: una de las aves blancas se erguía tambaleante en el fondo de la jaula. Emitió un gorjeo que era casi como un acceso de hipo, pero en el que aún se percibía una nota de desafío.

Quarmall permaneció despierto durante toda aquella noche. Un mago entró apresuradamente en la sala de mando de la fortaleza.

—¡Mi señor Flindach! Los adivinos han sabido de manera irrefutable que los dos hermanos se combaten. Hasjarl envía resinas que inducen al sueño a través de los pozos mientras que Gwaay se las devuelve.

El jefe de los magos estaba sentado ante una mesa, rodeado de un pequeño grupo que esperaba sus órdenes. Alzó el rostro hacia el recién llegado.

—¿Han vertido sangre? —le preguntó.

—Todavía no.

—Está bien. No dejes de vigilarlos.

Entonces, mirando severamente a cada uno de los presentes, fue dándoles sus órdenes. A los dos magos que eran sus ayudantes les dijo:

—Id en seguida al lado de Hasjarl y Gwaay. Recordadles las exequias y permaneced con ellos hasta que lleguen con su séquito al patio del funeral.

»Ve corriendo a tu amo Brilla —le dijo a un eunuco—, y entérate de si requiere más materiales o ayuda para construir la pira funeraria. Si la necesita, se la ofreceremos sin dilación.

»Duplica la guardia en los muros —ordenó a un capitán de honderos—. Haz tú mismo la ronda. Quarmall debe estar ahora totalmente a salvo de asaltos desde el exterior o huidas desde dentro.

»Ve al harén de Quarmall —le dijo a una mujer de edad mediana, lujosamente vestida—. Cerciórate de que sus concubinas están perfectamente vestidas y acicaladas, como si el Señor en persona se propusiera visitarlas al alba. Amortigua sus aprensiones y haz que venga a verme la Kewissa de Ilthmarix.

En la Sala de Brujería de Hasjarl, los esclavos le vestían para las exequias, y mientras tanto él dirigía la búsqueda de su traidor campeón Fafhrd, daba instrucciones a los vigilantes del pozo sobre las precauciones que debían tomar contra los intentos de Gwaay de enviar nuevamente el polvo narcótico e informaba a sus magos de los hechizos exactos que debían usar contra Gwaay, una vez el cuerpo de Quarmall fuese devorado por las llamas.

Fafhrd estaba en el Salón Espectral, comiendo y bebiendo con Friska las provisiones que había llevado consigo. Le contó a la muchacha que había caído en desgracia y Hasjarl le perseguía, y fraguó planes para escapar con ella del reino de Quarmall.

Entretanto, en la Sala de Brujería de Gwaay, el Ratonero Gris hablaba, a su vez, con los once flacos magos vestidos solamente con un taparrabos, sin decirles nada sobre el encantamiento de Sheelba, pero obteniendo de cada uno de ellos la firme seguridad de que era un mago del Primer Rango.

En la sala de vapor del baño de Gwaay, éste recuperaba su salud y sus facultades deterioradas por los hechizos y las drogas. Sus muchachas, supervisadas por Ivivis, le trajeron aceites y elixires fragantes, y le restregaron y lavaron siguiendo las órdenes precisas que él les dirigía. Los cuerpos esbeltos, difuminados y plateados por las nubes de vapor, se movían como un lánguido ballet.

Por fin quedó completa la enorme pira, y Brilla exhaló un suspiro de alivio y satisfacción por el trabajo bien hecho. Era un hombre grande y obeso, y depositó su mole maciza sobre un banco apoyado en la pared. Entonces se dirigió a sus compañeros con una voz aguda, femenina:

—Tan de improviso y a tales horas, pero los dioses saben los motivos de sus designios y ningún hombre puede engañar a su estrella. Pero es lamentable pensar que Quarmall será honrado por un grupo tan reducido: sólo media docena de lankhmartianas, una de Ilthmarix y tres mingolas... y una de éstas manchada. Siempre le dije que debería mantener mejor el harén. Sin embargo, los esclavos masculinos están en buenas condiciones físicas y quizá compensarán a los restantes. ¡Ah, pero qué buena llama tendrá el Señor para que alumbre su camino!

Brilla meneó la cabeza tristemente y, resollando, parpadeó para desprender una lágrima de su ojo porcino. Era uno de los pocos que lamentaban realmente el fallecimiento de Quarmal.

Como Alto Eunuco del Señor, la posición de Brilla era una sinecura y, además, siempre había sentido afecto por su amo, desde que tenía uso de razón. Cierta vez, cuando era un niño rollizo, Brilla fue rescatado de los tormentos de un grupo de esclavos mayores y más viriles, los cuales le liberaron al ver pasar a Quarmal. Fue este pequeño incidente, ignorado por Quarmal, u olvidado mucho tiempo atrás, lo que provocó el afecto imperecedero de Brilla.

Ahora sólo los dioses sabían lo que reservaba el futuro. Aquel día el cuerpo de Quarmall iba a ser incinerado, y era mejor no preguntarse lo que ocurriría después. Brilla miró de nuevo su obra, la pira funeraria. A pesar de los numerosos esclavos a su disposición, había tardado seis horas en levantarla, y el esfuerzo le había dejado exhausto. Se alzaba en el centro del patio, incluso más alta que el arco de la gran puerta, que triplicaba la estatura de un hombre alto. Estaba construida en forma de pirámide cuadrada, truncada en la mitad, y los leños inflamables que la componían estaban completamente ocultos por colgaduras de tonos sombríos.

En cada uno de los cuatro lados había una rampa que conectaba el suelo del patio con la última hilera de leños, y en lo alto había una plataforma de tamaño considerable. Era allí donde colocarían la litera con el cadáver de Quarmal, y donde se inmolaría a las víctimas sacrificiales. Sólo a los esclavos de edad y talento apropiados se les permitía acompañar a su Señor en el largo viaje más allá de las estrellas.

Brilla aprobó lo que veía y, frotándose las manos, miró a su alrededor con curiosidad. Sólo en ocasiones como aquélla se daba cuenta de la inmensidad de Quarmall, y tales ocasiones eran raras. Quizá una vez en toda su vida un hombre podía ser testigo de semejante acontecimiento. Había pequeños grupos de esclavos alineados contra las paredes del patio, en apretadas filas, como lo estaba el propio grupo de Brilla, formado por eunucos y carpinteros. Estaban los artesanos de los Niveles Superiores, duchos en el trabajo del metal y la madera; estaban los trabajadores de los campos y viñedos, de rostros atezados y manos sarmentosas; los esclavos de los Niveles Inferiores, los cuales parpadeaban sin cesar, desacostumbrados a la luz del día, pálidos y curiosamente deformes, y todos los restantes que servían en las entrañas de Quarmall, un grupo representativo de cada Nivel.

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