Authors: Kerstin Gier
—Eso es más bien improbable —murmuré yo, y al ver que Paul me miraba intrigado, añadí—: Gideon lo clavó a la pared con su sable en el año 1782. Y si Rakoczy lo encontró a tiempo, no creo que sobreviviera a esa noche.
Lady Tilney se dejó caer en una silla.
—¡Clavado a la pared con un sable! —repitió—. Qué barbaridad.
—Ese psicópata no merecía otra cosa —replicó Paul poniéndole a Lucy la mano en el hombro.
—Supongo que no —asintió Gideon en voz baja.
—Me siento tan aliviada —dijo Lucy con la mirada clavada en mí—. ¡Ahora que sabéis que el conde tiene intención de matar a Gwendolyn cuando el círculo se haya cerrado, eso nunca llegará a ocurrir! —Paul quiso añadir algo, pero ella siguió adelante sin prestarle atención—. Con los papeles, el abuelito debería conseguir convencer por fin a los Vigilantes de que nosotros teníamos razón y el conde nunca había pensado en el bien de la humanidad, sino solo en el suyo propio. Esos estúpidos Vigilantes, empezando por ese repulsivo Marley, no podrían seguir ignorando las pruebas. ¡Ja! ¡Conque ensuciábamos la memoria del conde Saint Germain! Que además no es en absoluto un auténtico conde, sino un canalla como no se ha visto otro igual. ¡Y si antes he dicho que me siento aliviada es porque lo estoy, ya lo creo que lo estoy!
Inspiró hondo, y me dio la sensación de que hubiera podido seguir hablando así durante horas si Paul no la hubiera cogido del brazo un momento y le hubiera murmurado cariñosamente:
—¿Lo ves, princesa? Todo irá bien.
Aunque aquellas palabras no iban dirigidas a mí, extrañamente aquella fue la gota que colmó el vaso en sentido literal. Porque por más que me esforcé, no pude contener las lágrimas por más tiempo.
—¡No, no irá bien! —exclamé, y esta vez me olvidé del acolchado y me dejé caer en la primera silla que encontré—. No todo irá bien. Porque el abuelito hace seis años que murió y ya no puede ayudarnos.
Lucy se agachó ante mí.
—No llores, por favor —dijo apenada mientras a ella se le saltaban las lágrimas—. Cariño, no debes llorar de este modo, no es bueno para los… —No pudo contener un sollozo—. ¿De verdad ha muerto? —preguntó desconsolada—. Su corazón, ¿verdad? Y eso que siempre le decía que no debía comer a escondidas esa torta de crema con tanta mantequilla.
Paul se inclinó sobre nosotras, y por la cara que ponía parecía que también él estaba a punto de romper a llorar.
Perfecto. Si Gideon también se apuntaba, podríamos hacerle la competencia al chaparrón de fuera.
Fue lady Tilney la que lo evitó. Mi antepasada se sacó dos pañuelos del bolsillo de la falda, le tendió uno a Lucy y otro a mí y dijo en un tono asombrosamente parecido al de lady Arista:
—Para eso ya habrá tiempo, queridas. Ahora controlaos. Tenemos que concentrarnos. Quién sabe cuánto tiempo nos queda todavía.
Gideon me acarició el hombro.
—Tiene razón —susurró.
Me sorbí los mocos y se me escapó la risa al oír cómo trompeteaba Lucy al sonarse. Bueno, solo esperaba no haber heredado también esa costumbre de ella.
Paul se acercó a la ventana y miró hacia la calle. Cuando se volvió, su expresión era de nuevo totalmente neutra.
—Bien. Volvamos a nuestro asunto —dijo rascándose la oreja—. Por lo que se ve, Lucas ya no puede ayudarnos. Pero aun sin él debería ser posible convencer por fin a los Vigilantes de las intenciones egoístas del conde con ayuda de los papeles. —Dirigió a Gideon una mirada interrogativa—. Y entonces el círculo nunca se cerrará.
—Pasaría demasiado tiempo hasta que se hubiera verificado la autenticidad de los papeles —replicó Gideon—. En la actualidad Falk es el gran maestre de la logia y es posible que nos creyera. Pero tampoco es algo que pueda asegurar. De hecho, hasta ahora no me he atrevido a mostrar estos escritos a ningún miembro de la logia.
Asentí con la cabeza. Ya me había hablado en el sofá, en el año 1953, de su sospecha de que existía un traidor entre los Vigilantes.
—¿Sabéis? —intervine entonces—, existe la posibilidad de que entre los Vigilantes de nuestro tiempo haya uno o varios que conozcan el auténtico efecto de la piedra filosofal y apoyen los planes del conde para convertirse en inmortal.
Traté de concentrarme en los hecho, y para mi estupefacción, lo conseguí sorprendentemente bien en medio de ese torbellino de emociones, o quizá precisamente por eso.
—¿Y si el abuelo hubiera descubierto a esos traidores? Eso explicaría por qué fue asesinado.
—¿El abuelo fue asesinado? —repitió Lucy perpleja.
—No está demostrado —replicó Gideon—, pero todo indica que fue así.
Yo ya le había explicado lo de la visión de la tía Maddy y el robo el día del entierro.
—Eso significa que se está trabajando para cerrar el círculo de sangre desde ambos lados —dijo lady Tilney pensativa—. En el pasado, el conde tira de los hilos, y en el futuro hay uno o incluso varios aliados que apoyan sus planes.
Paul golpeó con el puño el respaldo de la butaca que tenía delante.
—Maldita sea —gruñó con los dientes apretados.
Lucy levantó la cabeza.
—¡Pero también podéis explicar a los Vigilantes que no nos habéis encontrado! —exclamó—. Si nuestra sangre no se registra, el círculo no se cerrará.
—No es tan sencillo —dijo Gideon—. Los Vigilantes han…
—Lo sé, han contratado a detectives privados para que nos sigan la pista —le interrumpió lady Tilney—. Los señores De Villiers y ese engreído de Pinkerton-Smythe… Afortunadamente, se consideran muy listos y a mí, en cambio —como soy una mujer—, me consideran muy tonta. Que unos detectives privados también puedan estar interesados en retener información a cambio de un suplemento con el que complementar sus modestos ingresos es algo que ni siquiera se les pasa por la cabeza. —Se permitió una sonrisa triunfal—. Este arreglo aquí en mi casa será por un breve espacio de tiempo, y Lucy y Paul pronto habrán borrado todas las pistas. Empezarán una nueva vida bajo nombres falsos y…
—… se trasladarán a una vivienda de Blandford Street —completó Gideon, y la sonrisa triunfal se borró del rostro de lady Tilney—. Eso lo sabemos todos, y se indicó a Pinkerton-Smythe que retuviera a Lucy y a Paul en Temple hasta que yo les hubiera extraído la sangre allí. Para ser más precisos, mañana por la mañana se le entregará una carta con las informaciones correspondientes.
—¿Mañana? —preguntó Paul, que parecía tan desconcertado como yo misma me sentía en ese momento—. ¡Pero entonces aún no es demasiado tarde!
—Sí lo sé —dijo Gideon—. Porque desde mi perspectiva hace tiempo que ha ocurrido. Ya hace unos días que entregué la carta a los Vigilantes de servicio en la guardia de Cerbero. Por entonces yo aún no sabía nada.
—Pues en ese caso sencillamente nos escondemos —dijo Lucy.
—¿Mañana por la mañana? —Lady Tilney apretó los labios—. Veré lo que puedo hacer.
—Y yo también —dijo Gideon, mientras dirigía una mirada al reloj de pared—. Pero no sé si eso bastará. Porque, aunque podamos evitar que los Vigilantes atrapen a Lucy y a Paul, estoy convencido de que el conde encontrará otros medios para alcanzar su objetivo.
—En todo caso no conseguirá mi sangre —dijo lady Tilney.
Gideon suspiró.
—Hace tiempo que tenemos su sangre, lady Tilney. Yo la visité en el año 1916, cuando durante la Primera Guerra Mundial tuvo que elapsar en el sótano con los gemelos De Villiers, y dejó que se la extrajera sin plantear ninguna objeción. Yo mismo me quedé muy sorprendido. Solo espero que aún tengamos en otra ocasión la oportunidad de hablar sobre esa experiencia.
—¿Es solo cosa mía, o también os parece como si alguien estuviera construyendo un metro en vuestro cerebro? —preguntó Paul.
Me eché a reír.
—A mí me pasa lo mismo —le aseguré—. Sencillamente son demasiadas informaciones para digerirla todas a la vez. De cada idea cuelgan otras diez distintas.
—Y eso no es todo, ni mucho menos —dijo Gideon—. Aún hay un montón de cosas que comentar. Por desgracia, pronto tendremos que saltar de vuelta, pero volveremos dentro de media hora. Eso quiere decir que para Gwendolyn y para mí será mañana temprano, si todo va bien.
—No lo comprendo —murmuró Paul, pero Lucy parecía haber intuido algo.
—Si no estáis aquí en misión oficial de los Vigilantes, ¿cómo habéis llegado entonces? —preguntó lentamente, y enseguida palideció—. O mejor dicho, con qué.
—Hemos… —empecé, pero Gideon me lanzó una mirada de advertencia.
—Tendremos tiempo de aclarar esto dentro de un momento —dijo.
Yo también eché una mirada al reloj de pared y dije:
—No.
Gideon enarcó las cejas.
—¿No? —preguntó.
Inspiré hondo. De repente había comprendido que no podía esperar ni un segundo más. Les diría a Lucy y a Paul la verdad, ahí y entonces.
De pronto ya no me sentía nerviosa, sino solo infinitamente cansada. Como si hubiera corrido cincuenta kilómetros de un tirón y no hubiera dormido durante cien años. Y habría dado cualquier cosa por que antes Gideon le hubiera permitido a lady Tilney traer el té a la menta con limón y azúcar. Pero como no era así, tendría que hacerlo sin él.
Miré a Lucy y a Paul.
—Antes de que saltemos de vuelta, aún tengo algo que deciros —empecé a decir en voz baja—. Tiene que haber bastante tiempo para eso.
Cuando el hermano de Cynthia —disfrazado de enano de jardín—, nos abrió la puerta, fue como si hubiera abierto de golpe las puertas del infierno. La música estaba puesta a tope, y no era la clase de música que les gustaba bailar a los padres de Cynthia, sino entre house y dubstep. Una chica con una coronita en la cabeza se escurrió junto al enano de jardín y vomitó sobre el parterre de hortensias junto a la entrada. Tenía la cara bastante verde, aunque también podía ser maquillaje.
—¡Touchdown! —gritó cuando se incorporó de nuevo—. Uf, creí que no conseguiría llegar hasta aquí.
—Oh,
Highschoolpartys
—dijo Gideon en voz baja—. Qué guay.
Me quedé plantada en la entrada con los ojos abiertos de par en par, absolutamente perpleja. Estaba claro que allí había algo que no funcionaba. Ante nosotros se encontraba la elegante residencia de los Dale, en el acomodado barrio de Chelsea, un lugar en el que normalmente solo se hablaba en susurros. ¿Cómo se explicaba entonces que hubiera gente bailando en el vestíbulo de la entrada? ¿Y por qué eran tantos? ¿Y de dónde venían esas risas? Normalmente en las fiestas de Cynthia no se reía, y si alguien lo hacía alguna vez, antes se tapaba la boca con la mano. Si la palabra «aburrimiento» no existiera, seguro que se habría inventado para una de las fiestas de Cynthia.
—Sois verde, ¿no? ¡Pues adelante, adelante! —graznó el hermano de Cynthia, y me puso un vaso en la mano—. ¡Toma, baba de monstruo! Muy sano. Solo zumo, fruta fresca, colorante verde, ¡pero bío!, y una pizca de vino blanco. También bío, naturalmente.
—¿Se han ido de viaje vuestros padres este fin de semana? —pregunté mientras me esforzaba en hacer entrar mi vestido de Sisí por la puerta.
—¿Qué?
Repetí la pregunta diez decibelios más alto.
—No, qué va, tienen que estar por ahí en algún sitio. —La pronunciación del enano de jardín era un poco pastosa—. Se han peleado porque antes papá se ha empeñado en hacer malabarismos con las bolitas de soja verdes y luego ha pedido a todos que le imitaran. El que acertara en el sombrero de mamá recibiría un premio. Eh, Muriel, ¿qué haces en el armario? Los lavabos están arriba.
—¡Bueno, está claro que aquí pasa algo raro! —le dije a Gideon, y tuve que gritar para me entendiera—. Normalmente tendrían que estar todos reunidos en grupitos, tiesos como un rábano, esperando que llegara la medianoche. Y tratando de evitar a los padres de Cynthia, porque si te cogen por banda, te obligan a jugar a unos juegos muy graciosos que solo les divierten a ellos.
Gideon me cogió el vaso de la mano y tomó un sorbito.
—Diría que aquí tienes tu explicación —replicó sonriendo con ironía—. ¿Una pizca de vino blanco? Calcula que la mitad de esto es vodka como mínimo.
Bueno, eso explicaría algunas cosas. Miré hacia la pista de baile, en el comedor, donde la madre de Cynthia, disfrazada de estatua de la Libertad, bailaba de forma bastante descontrolada.
—Busquemos a Leslie y a Raphael y larguémonos de aquí cuanto antes —dije.
Un pimiento verde atropelló a Gideon.
—
Peddón
—murmuró Sarah, que estaba cosida al pimiento, y a continuación puso unos ojos como platos y añadió—: Oh Dios mío, ¿eres de verdad? —Hundió el índice en la chaqueta de Gideon para comprobarlo.
—Sarah, ¿has visto a Leslie en algún sitio? —le pregunté fastidiada—. ¿O estás demasiado borracha para acordarte?
—¡Estoy muy pero que muy sobria! —gritó Sarah, y se tambaleó de tal modo que se hubiera ido al suelo si Gideon no la hubiera sujetado—. Te lo demostraré: Tres tristes tigres comen trigo en un trigal. ¡Tres tristes tigres comen trigo en un trigal! ¡A ver si puedes hacerlo tú! Esto no se puede decir si estás borracha. ¿Verdad que no? —Lanzó una mirada lánguida a Gideon, que parecía encontrarlo todo muy divertido—. Si eres un vampiro, te doy permiso para morderme.
Por un momento estuve tentada de arrancarle a Gideon de la mano el vaso de baba de monstruo y vaciarlo de un trago. El aullante infierno verde en plena ebullición era puro veneno para mis nervios destrozados.
En realidad ya habíamos abandonado la idea de ir a la fiesta, con o sin vestido de Sisí. La conversación con Lucy y Paul me había afectado mucho, y después de que nos hubiéramos despojado de nuestras ropas de principios del siglo XX y hubiéramos salido de la iglesia, yo seguía temblando como una azogada. En ese momento solo quería una cosa: acurrucarme en mi cama y no volver a salir hasta que todo hubiera pasado. O al menos (la versión cama enseguida se reveló como poco realista) conceder a mi exprimido cerebro una sesión de reflexiones estructuradas en una atmósfera tranquila. Con unas cuantas hojas de papel, casillas y flechas, a ser posibles de varios colores. La comparación de Paul sobre el metro que alguien construía en nuestras cabezas me parecía muy acertada. Lo que faltaba ahora era trazar el plano de las líneas.
Pero entonces Leslie me envió cuatro SMS en los que reclamaba con urgencia (sobre todo en el último: «Será mejor que mováis el culo de una vez, porque si no ya no podré garantizar nada») nuestra presencia en la fiesta.