El profesor asintió y sonrió por debajo del bigote.
Alex había tenido que informar a sus superiores de la visita del doctor Rowland antes de dar permiso para que éste asistiera a la reunión. Cierto que la situación era desesperada pero, aun así, debían tenerse en cuenta ciertas reglas y normativas respecto a la confidencialidad. Alex esperaba que todos los allí presentes lo tuvieran claro.
Puso en marcha el proyector de transparencias. Junto con el analista, cuyo nombre, Mats, por fin había logrado recordar, habían hecho un esquema con toda la información recogida hasta el momento, incluida la que Fredrika había comunicado por teléfono.
Alex resumió la investigación en una exposición ejemplar y sin andarse por las ramas. Evitó mirar al invitado extranjero; supuso que sería más divertido trabajar para el FBI que para la policía de Estocolmo.
Como si pudiera leer los pensamientos de Alex, de pronto el profesor intervino espontáneamente.
—Tengo que decir que es un caso de lo más interesante —señaló.
—¿De verdad? —preguntó Alex, sintiéndose absurdamente halagado.
—Sí —confirmó el profesor Rowland—. Pero a partir del esquema que acabas de presentar, siento decir que no entiendo exactamente para qué necesitáis mi ayuda. ¿Qué es lo que no está claro?
Alex contempló su propio esquema. Nada estaba claro.
—Está claro como el agua que el mismo hombre ha secuestrado y asesinado a las dos niñas —dijo el profesor para empezar—. Sin embargo, si la chica que habéis identificado en el hospital es realmente la cómplice de ese hombre, y creo que podemos asegurarlo después del interrogatorio a la que la habéis sometido, tiene que haber realizado el último crimen él mismo, sin su colaboración. La cuestión es si algo salió mal en el primer caso. Los asesinos en serie casi nunca empiezan su carrera cometiendo dos crímenes tan graves, de tanta repercusión pública, en un plazo de unos pocos días.
El profesor hizo una pausa para asegurarse de que todos le entendían y estaban de acuerdo en que prosiguiera con su argumentación.
Alex ladeó la cabeza.
—¿Está diciendo, profesor Rowland, que el hecho de que la mujer saliera por iniciativa propia del piso después de ser maltratada y acabara en el hospital obligó al asesino a actuar con más rapidez?
—Estoy completamente convencido de que ése es el motivo —respondió el profesor con decisión—. Es probable que castigó a la mujer porque a su juicio cometió algún error en el primer asesinato. La violencia que empleó el autor del crimen revela que estaba muy furioso cuando le pegó, y que lo hizo de forma salvaje y desenfrenada. Eso indica a su vez que el error que ella cometió, y que ni siquiera ella entendía, era muy importante para él, simbólicamente hablando.
Alex se sentó y dejó que el profesor asumiera el curso de la reunión por un rato.
—Debemos dar por sentado que los autores son dos —prosiguió éste subrayando cada sílaba—. Las dos mujeres a las que el hombre reclutó eran personas débiles, en el sentido de que la vida les había tratado mal en su juventud. Probablemente se sintieran atraídas por él porque hasta entonces nadie había demostrado interés por ellas.
Fredrika recordó las palabras de la abuela de Nora: cuando su nieta conoció al hombre que después acabaría con su vida, fue como si el cuento de
La Cenicienta
se hubiera hecho realidad.
—Puedo asegurar con certeza de que se trata de una persona muy carismática y decidida —continuó el profesor—. Tal vez tenga experiencia militar; en cualquier caso, tiene estudios superiores y buena presencia. Es así como atrae a chicas rechazadas y consigue que lo adoren hasta el punto de que accedan a hacer cualquier cosa que les pida. Si es psicólogo, como las dos chicas han asegurado, además debe de ser un excelente actor.
—Pero la primera mujer lo abandonó —replicó Fredrika pensando de nuevo en Nora, en Jönköping—. Tuvo arrestos para romper con él y empezar de nuevo.
—Cierto —respondió el profesor—, pero no estaba sola. Tenía a una abuela que la apoyaba. Seguro que nuestro asesino tomó nota, si es que era la primera vez. La mujer que buscaba debía ser débil y estar totalmente sola, sin ninguna persona influyente en su vida. Debía dominarla y estipular las condiciones en que debía vivir.
El profesor Rowland cambió de postura en la silla. Se notaba que le gustaba hablar y, mientras no lo interrumpieran, lo seguiría haciendo.
—Creía que ejercía un control absoluto sobre la última mujer, Jelena, pero ésta consiguió sorprenderlo al dejarlo. La mujer era importante para él, en lo práctico, pero también en el aspecto psicológico. Ella confirma y refuerza su imagen de que es un genio. Y… —El profesor Rowland adoptó un tono serio y levantó un dedo—. Y, amigos míos,
es
un genio. Ninguna de las mujeres sabe cómo se llama, dónde vive, dónde trabaja, ni siquiera qué coche tiene. No lo han llamado nunca de otro modo que «El Hombre». Puede ser cualquiera. En el mejor de los casos, encontraréis sus huellas dactilares en la vivienda de la mujer maltratada, pero no estoy seguro de que sea así. Teniendo en cuenta lo gran estratega que es, no me extrañaría que se hubiera destrozado las yemas de los dedos.
Surgió un murmullo espontáneo en la Leonera, que Alex acalló al instante.
—¿Cómo que destrozado?
—Oh, no es difícil —respondió el profesor Rowland—. Ni siquiera inusual. Muchos exiliados políticos lo hacen para que no puedan registrar sus huellas dactilares. Así pueden pedir asilo en varios países en caso de que no lo obtengan en el primero.
En la Leonera se hizo el silencio. Alex esperaba que las huellas dactilares o el ADN que pudieran encontrar en la vivienda de la mujer resultaran decisivas para el caso, siempre y cuando el individuo hubiera sido juzgado con anterioridad.
—Espera un momento. ¿Crees que ese tipo puede haber sido juzgado ya?
—Si no ha sido así, tenéis más probabilidades de encontrar sus huellas dactilares en la vivienda —respondió el profesor Rowland—. Si por el contrario ha sido sometido a juicio, y yo me inclino a que ha sido así, me extrañaría mucho que hubiera sido tan torpe como para dejar huellas evidentes de su paso.
Fredrika reflexionó acerca de lo que acababa de decir el profesor sobre el autor del delito y cómo se había visto obligado a actuar con rapidez después de que la chica abandonara el apartamento.
—¿Piensas que van a desaparecer más niños? —preguntó frunciendo el ceño.
—Seguramente. Creo que podemos partir de la base de que ya ha elaborado un listado de los niños que va a llevarse. No es algo que decida sobre la marcha; tiene en mente un plan muy preciso.
—Pero ¿cómo los encuentra? —intervino Peder, frustrado—. ¿Cómo elige a los críos?
—No elige a los niños —contestó el profesor—. Elige a sus madres. El castigo recae sobre las madres. Los niños sólo son un medio: se venga a través de ellos, pone las cosas en su sitio.
—Pero eso no explica qué le empuja a hacer una cosa así —señaló Peder, inquieto.
—No —admitió el profesor—, no exactamente. Pero casi. Las dos mujeres han recibido un castigo similar. Secuestró y asesinó a sus hijas y dejó sus cadáveres en un lugar con el que tenían relación. En consecuencia, cabe extraer una posible conclusión: esas mujeres habían cometido el mismo delito. Y ésa es la fuerza que lo empuja: la venganza. —El profesor Rowland se colocó las gafas y repasó el esquema de Alex—. Castiga a las mujeres porque no aman a todos los niños de la misma manera. Las castiga porque si no aman a todos los niños no deben tener ninguno. —Frunció el ceño—. Es difícil saber qué significa eso con exactitud. Da la sensación de que esas mujeres han cometido algún agravio con sus propios hijos, o con algún otro niño, aunque creo que ni ellas mismas podrían decir de qué se trata. Con toda seguridad no han transgredido la ley, pero a
él
sí se lo parece.
—Es lo mismo que dice la chica del hospital —corroboró Fredrika.
Los demás la miraron y asintieron con la cabeza. El profesor separó las manos.
—Las palabras con las que marcó a las niñas, «No deseada», lo resumen de forma diáfana, sobre todo ahora que conocemos los antecedentes de sus dos colaboradoras. Aun así, no sabemos con exactitud qué le mueve a actuar y por eso tampoco sabemos con exactitud cómo conoció a las mujeres que han perdido a sus hijas. Pero sí sabemos que conoce su pasado, porque las dos niñas fueron abandonadas en poblaciones y lugares con los que las mujeres no habían tenido nada que ver en décadas.
El profesor Rowland dio un sorbo a su café ya tibio.
—En su opinión, los lugares donde fueron halladas las niñas —intervino Fredrika—, ¿podrían tener cierta relación con los «delitos» de las madres?
—Quizá —respondió el profesor—. Por otra parte, tal vez el primer abandono no ocurrió tal como el hombre habría planeado. Estáis trabajando con la hipótesis de que la mujer que ahora permanece hospitalizada fue la que condujo el coche mientras el hombre iba a Jönköping para silenciar a Nora. Es muy probable que así sea, y por ello no podemos descartar que Lilian no fuera encontrada tal como el hombre había planificado. Delegó la realización de una parte trascendental del plan a la mujer hospitalizada y, por eso, durante un breve plazo de tiempo perdió el control de la situación.
Alex y Peder intercambiaron una mirada. «A la mierda el secreto», pensó Alex.
—La primera niña estaba tumbada de espaldas —declaró—. La otra la encontramos en posición fetal.
—¿De verdad? Es una información muy interesante. Puede haber sido el detalle que no tuvo en cuenta la mujer, y de ahí la violencia del castigo.
—Pero ¿cómo puede tener tanta importancia un detalle tan pequeño? —quiso saber Fredrika.
—No debemos olvidar que a pesar de que nuestro adversario es astuto e inteligente, no es racional. A ti y a mí nos daría lo mismo que la niña estuviera de espaldas o en posición fetal, porque nuestro único interés sería deshacernos del cuerpo del modo más discreto posible. Pero el objetivo del hombre era otro. Prepara una escena con el cadáver de la niña porque quiere explicar algo.
De nuevo se hizo el silencio en la sala. El ventilador crujía en un rincón. Nadie dijo nada.
—Tenéis dos vacíos en vuestra teoría —resumió Rowland—. No sabemos cómo entró en contacto con las mujeres, pero casi podéis dar por seguro que fue hace mucho tiempo. La importancia de la elección de los lugares no está clara, pero os aconsejo que investiguéis más a fondo si las mujeres tienen alguna relación especial con ellos. Tampoco sabéis exactamente por qué castiga a las mujeres, pero tiene relación con su incapacidad de amar a todos los niños por igual. Rastread en su pasado. Quizás hayan trabajado con niños, o hayan estado involucradas en algún accidente.
Alex miró a través de la ventana. Por el cielo de la capital asomaban nuevas nubes.
—Parecéis rendidos —dijo el profesor con una sonrisa—; sin embargo, me da la sensación de que pronto resolveréis el caso. No olvidemos que debe de existir un motivo para que este hombre se haya trastornado. Cuando sepáis cuál es, lo más probable es que descubráis que vuestro asesino ha tenido una infancia difícil, probablemente con la ausencia de un padre o de los dos.
Alex amagó una sonrisa.
—Una cosa más —dijo Peder antes de que acabara la reunión—. Si conoció a Nora hace unos siete años, ¿significa eso que puede haber matado antes? Y ¿por qué tardó casi diez años en encontrar a una nueva cómplice?
El profesor Rowland le miró.
—Es una pregunta extraordinaria —reflexionó—. Y propongo que empecéis por ahí. ¿Dónde estaba ese hombre en los años transcurridos entre la primera y la segunda mujer?
La discusión que siguió después de que el doctor Stuart Rowland saliera de la Leonera y Ellen lo escoltara hasta la salida fue muy breve. Todos los colaboradores, tanto antiguos como nuevos, estaban sentados en torno a la mesa, tensos.
Fredrika tuvo la misma sensación que cuando veía una película de intriga y percibía que la resolución estaba próxima, aunque no sabía cuál sería. Había sido una fantástica idea invitar al profesor Rowland, y se prometió que felicitaría a Peder por la iniciativa.
Para su satisfacción, los allí presentes estaban tan entusiasmados como ella. Que siendo sábado pudieran reunir tanta energía decía mucho sobre la investigación.
Alex repasó las dos pistas principales. El grupo de trabajo priorizaría la investigación de personas condenadas y puestas en libertad durante aquel mismo año o a finales del anterior. Alex reconoció que no sabían con certeza qué buscaban, pero conocían aproximadamente la edad del asesino y que probablemente tenía estudios superiores. Incluso cabía la posibilidad de que fuera psicólogo, como les había dicho a Nora y a Jelena. A esta última debían interrogarla de nuevo para averiguar cuándo había conocido a aquel hombre y si en verdad tenía las manos o los dedos dañados.
La otra pista se centraba sobre el pasado de Sara Sebastiansson y Magdalena Gregersdotter. ¿Qué ocurrió mientras vivían en los lugares donde habían sido hallados los cadáveres de sus hijas?
El reparto de tareas fue fácil: Peder dirigiría al grupo encargado de elaborar una lista de personas que cumplieran los criterios establecidos y que hubieran sido puestas en libertad en el período descrito. Fredrika dirigiría al grupo que debía indagar acerca del pasado de las dos mujeres. Alex puso una pesada mano sobre el hombro de Fredrika.
—Facilitaría las cosas que tú, que tanto adoras establecer conexiones, encontraras una relación entre un cuarto de baño en Bromma y una niña a la que le han arrebatado la vida —le dijo mientras le guiñaba un ojo.
Fredrika no tenía motivos para estar disgustada con la tarea que le habían asignado. Al contrario, estaba encantada. Esbozó una sonrisa triste al pensar en lo que había dicho Alex: «Tú que tanto adoras establecer conexiones». Había aprendido que en momentos como el actual, era mejor no responder y poner buena cara.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en las manos.
El servicio de Urgencias de una ciudad donde Sara Sebastiansson había estado más de quince años atrás.
Un cuarto de baño en una casa donde Magdalena Gregersdotter había vivido hacía más de veinte años.
Se repitió aquellas frases varias veces. El servicio de Urgencias de una ciudad que…
Cambió de postura y se reclinó en la silla. Una inquietud febril recorría todo su cuerpo. Se le estaba escapando algo. Algo crucial.