La noche del tercer día se sentaron en la terraza de la suite de la última planta del Xanadú. Cross había sacado el brandy y los puros habanos. Estaban contemplando el gentío que se apretujaba en el Strip de abajo.
—Por muy listos que sean, mi muerte tan poco tiempo después de la de mi padre pondría en entredicho a Dante ante los ojos del Don —dijo Cross. Creo que podemos esperar.
—No demasiado —dijo Lia, dando una calada a su puro. Ahora saben que hablaste con Sharkey.
—Tenemos que liquidarlos simultáneamente a los dos —dijo Cross. ——Recuerda que tendrán que ser
comuniones
. Sus cuerpos deberán desaparecer.
—Estás empezando la casa por el tejado —dijo Lia. Primero tenemos que asegurarnos de que podemos liquidarlos.
Cross lanzó un suspiro.
—Va a ser muy difícil. Losey es un hombre muy peligroso y precavido.
—Dante puede luchar. Tenemos que aislarlos en un lugar. ¿Se puede hacer en Los Ángeles?
—No —contestó Lia. Es el territorio de Losey. Allí es demasiado poderoso. Tendremos que hacerlo en Las Vegas.
—Y saltarnos las reglas —dijo Cross.
—Si es una
comunión
, nadie sabrá dónde los mataron —dijo Lia. Y ya habremos quebrantado una regla matando a un oficial de la policía.
—Creo que ya sé cómo atraerlos simultáneamente, a los dos a Las Vegas —dijo Cross.
Le expuso el plan a Lia.
—Tendremos que utilizar más cebo —dijo Lia. Tenemos que asegurarnos de que Losey y Dante vengan aquí cuando a nosotros nos interese.
Cross apuró otra copa de brandy.
—De acuerdo, utilizaremos más cebo —dijo mientras Vazzi asentía con la cabeza. Su desaparición será nuestra salvación, y engañará a todo el mundo.
—Excepto a Don Clericuzio —dijo Lia. Es el único a quien hay que temer.
Fue una suerte que Steve Stallings no muriera antes de la toma del primer plano de la escena final de Mesalina. De lo contrario, la repetición hubiera podido costar varios millones de dólares.
El último plano que se rodó fue el de una escena de batalla que en realidad tenía lugar en la parte central de la película. Se había erigido una ciudad en medio del desiérto; a unos ochenta kilómetros de Las Vegas, para representar la base del ejército persa que debería destruir el emperador Claudio (Steve Stallings), accompañado de su esposa Mesalina (Athena).
Al término de la jornada, Steve Stallings se retiró a su suite del hotel. Tenía su cocaína, sus botellas y dos mujeres para pasar la noche, y pensaba mandarlos a todos a la miérda porque estaba harto de ellos. Su papel estelar en la película se habíá reducido a un papel secundario y se daba cuenta de que estaba resbalando hacia una carrera de segunda categoría; cosa inevitable en los actores de su edad. Además Athéna se había mantenido muy distante a lo largo de todo el rodaje, y él esperaba algo más. Y por si fuera poco aunque en el fondo su actitud le pareciera un poco infantil, en la fiesta de despedida y durante el pase del montaje provisional de la película no le dispensarían un trato dé estrella y ni siquiera le habían asignado una de las famosas villas del Xanadú.
Después de los muchos años que llevaba trabajando en la industria cinematográfica, Steve Stallings ya sabía cómo funcionaba la estructura del poder. Cuando era un actor cotizado podía atropellar a todo el mundo. Teóricamente, el presidente de los estudios era el jefe y el que daba luz verde a una película. Un poderoso productor que tuviera una propiedad y la presentara a los estudios también era el jefe porque reunía todos los elementos por ejemplo los actores, el director y el guión, supervisaba el desarrollo del guión y buscaba financiación mdependiente de unos inversores, que recibían el nombre de productores asociados pero que no ejercían ningún poder. Durante aquella fase, el productor era el jefe. En cuanto se iniciaba el rodaje de la película, el jefe era el director, siempre y cuando fuera un director de serie A o, mejor aún, un director cotizado, es decir, uno de los que garantizaban público de las primeras semanas del estreno y atraían la presencia de las estrellas cotizadas en el reparto.
El director asumía toda la responsabilidad de la película. Todo tenía que pasar por sus manos: el vestuario, la música, los decorados, la forma en que los actores interpretaban sus papeles. Además, la Asociación de Directores era el sindicato más poderoso de toda la industria cinematográfica. Ningún director conocido accedía a sustituir a otro director.
Sin embargo, a pesar de su poder, toda aquella gente tenía que doblegarse a la voluntad de la estrella cotizada. Un director con dos estrellas cotizadas en el reparto de su película era algo así como un hombre montado en dos caballos salvajes. Sus pelotas podía terminar esparcidas a los cuatro vientos.
Steve Stallings había sido una estrella cotizada, pero sabía que ya no lo era.
El rodaje de aquel día había sido muy duro, y Steve Stallin necesitaba relajarse. Se duchó, se comió un gran bistec, y cuando subieron las dos chicas, unas guapas actrices locales, les ofreció cocaína y champán. Por una vez se olvidó de la prudencia y pensó que al fin y al cabo su carrera había entrado en los años crepusculares y ya no estaba obligado a tomar precauciones. Decidió pegarle fuerte a la cocaína.
Las dos chicas llevaban unas camisetas con la leyenda BESO CULO DE STEVE STALLINGS, un homenaje a sus célebres nalgas mundialmente ensalzadas por sus admiradores de ambos sexo. Las chicas estaban comprensiblemente emocionadas, y sólo después de haber esnifado la cocaína se atrevieron a quitarse la camiseta y a acostarse con él. Steve empezó a animarse y volvió a esnifar; las chicas lo acariciaron mientras le quitaban la camisa y los calzoncillos. Los cosquilleos de las chicas lo serenaron y lo indujeron a soñar despierto.
Al día siguiente, durante la fiesta de despedida, vería reunidas todas sus conquistas. Había follado con Athena Aquitane, con Claudia, la guionista de la película, y mucho tiempo atrás inclusive con Dita Tommey, cuando ésta aún no estaba plenamente convencida de su verdadera orientación sexual. Había follado con la mujer de Bobby Bantz y también con la de Skippy Deere aunque ésta ya no contara porque había muerto. Siempre experimentaba una sensación de virtuosa satisfacción cuando en el transcurso de una cena miraba a su alrededor y pasaba revista a las mujeres que en aquellos momentos estaban apaciblemente sentadas con sus maridos y amantes. Las conocía íntimamente a todas.
De repente salió de sus ensoñaciones. Una de las chicas le estaba introduciéndo un dedo en el trasero, y eso era algo que siempre le molestaba. Tenía hemorroides. Se levantó de la cama para esnifar un poco más de cocaína y tomar un buen trago de champán, pero el alcohol le alteró el estómago. Le dio un mareo y se desorientó. No sabía exactamente dónde estaba.
De repente experimentó un profundo cansancio se le aflojaron las piernas y se le cayó la copa de la mano. Estaba perplejo. Oyó de lejos los gritos de una de las chicas y se puso furioso. Lo único que sintió fue el estallido de una especie de relámpago en su cabeza.
Lo que ocurrió a continuación sólo pudo ser fruto de una combinación de estupidez y maldad. Una de las chicas se puso a gritar como una histérica al ver que Steve Stallings se desplomaba encima de ella sobre la cama, con la boca abierta y los ojos desorbitados. Estaba tan inequívocamente muerto que tanto ella como su compañera se aterrorizaron y empezaron a gritar. Los gritos llamaron la atención del personal del hotel y de algunas personas que estaban jugando en el pequeño casino de abajo en el que sólo había máquinas tragaperras, una mesa para jugar a los dados y una gran mesa redonda para el póquer Cuando oyeron los gritos subieron precipitadamente al piso de arriba.
Allí, delante de la puerta abierta de la habitación de hotel de Stallings, varias personas contemplaron su cuerpo desnudo, tendido sobre la cama. A los pocos minutos empezaron a llegar centenares de personas de toda la ciudad. Todo el mundo quería entrar en la habitación para tocar el cuerpo.
Al principio sólo fueron reverentes caricias al hombre que había conseguido enamorar a mujeres de todo el mundo. Después algunas mujeres lo besaron, otras le tocaron los testículos y el miembro, y una se sacó unas tijeras del bolso y cortó un buen mechón de su negro y lustroso cabello, dejando al descubierto la pelusa gris que había debajo.
La maldad corrió a cargo de Skippy Deere, que aunque había sido uno de los primeros en llegar no se dio prisa en avisar a la policía. Vio acercarse la primera oleada de mujeres al cuerpo de Steve Stallings. Desde el lugar donde se encontraba lo podía ver todo con absoluta claridad. La boca de Stallings estaba abierta como si la muerte lo hubiera sorprendido cantando, y su rostro mostraba una expresión de asombro. La primera mujer que se acercó a él, Deere lo pudo ver perfectamente, le cerró suavemente los ojos y la boca antes de dar un suave beso en la frente, pero la siguiente oleada la apartó a lado sin miramientos. Entonces Deere sintió crecer la maldad en interior. Tuvo la sensación de que los cuernos que le había puesto Stallings años atrás le provocaban un cosquilleo en la cabeza y dejó que prosiguiera la invasión. Stallings presumía a menudo de que ninguna mujer se le podía resistir, y en eso no se había equivocado. Incluso muerto, las mujeres acariciaban su cuerpo.
Sólo cuando desapareció un fragmento de una oreja de Steve Stalings y alguien lo volvió de lado para dejar al descubierto sus célebres posaderas tan mortalmente pálidas como todo el resto del cuerpo; decidió Deere llamar finalmente a la policía, asumir el mando de la situación y resolver todos los problemas. Para eso servían los productores. Ésa era su especialidad.
Skippy Deere dispuso todo lo necesario para que se efectuara inmediatamente la autopsia al cadáver y éste se enviara a Los Ángeles, donde tendría lugar el entierro tres días más tarde.
La autopsia reveló que Steve Stallings había muerto a causa un aneurisma cerebral que, al estallar, había derramado la sangre como un torrente por todo su cerebro.
Deere fue después en busca de las dos chícas que se encontraban con Stallings en el momento de su muerte y les prometió librarlas del juicio por consumo de cocaína y ofrecerles unos pequeños papeles en la nueva película que estaba produciendo. Les pagaría 1000 dólares semanales durante dos años, pero el contrato incluía una cláusula relativa a la bajeza moral en virtud de la cual el contrato quedaría automáticamente rescindido en caso de que las chicas revelaran a alguien las circunstancias de la muerte de Stallings.
Después llamó a Bobby Bantz a Los Ángeles y le explicó lo que había hecho. Llamó también a Dita Tommey para comunicarle la noticia y rogarle encarecidamente que cuidara de que todos los que habían participado en el rodaje de Mesalina, tanto los de arriba como los de abajo; asistieran a la proyección de la copia no corregida en Las Vegas y a la fiesta de despedida. Finalmente, más trastornado de lo que hubiera estado dispuesto a reconocer, se tomó dós píldoras para dormir y se fue a la cama.
La muerte de Steve Stallings no afectó a la proyección del montaje provisional de la película ni a la fiesta de despedida en Las Vegas. Gracias a la habilidad de Skippy Deere y a la estructura emocional del mundillo cinematográfico. Cierto que Steve Stallings era una estrella, pero había dejado de ser un actor cotizado. Cierto que había hecho materialmente el amor con muchas mujeres y que se lo había hecho mentalmente a muchos millones, pero su amor sólo había sido un placer recíproco. Incluso las mujeres que habían intervenido en la película: Athena, Claudia, Dita Tommey y la otras tres estrellas del reparto, se afligieron mucho menos de lo que hubieran podido esperar los románticos. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que Steve Stallings hubiera deseado que siguiera el espectáculó y que nada lo hubiera entristecido tanto como para que se suspendiera la fiesta de despedida y el pase de la película a causa de su muerte.
En la industria cinematográfica cuando terminaba una película, uno se despedía de casi todos sus amantes con la misma cortesía con que en otros tiempos se hubiera despedido de su pareja en un baile.
Skippy Deere aseguraba que la idea de celebrar la fiesta de despedida en el hotel Xanadú y de efectuar el pase del montaje provisional de la película se le había ocurrido a él. Sabía que Athena abandonaría el país en cuestión de días, y quería asegurarse de que la actriz no tuviera que repetir ninguna escena.
Pero en realidad había sido Cross el que había propuesto la idea de la fiesta de despedida y el pase de la película en el hotel Xanadú. Lo había pedido como un favor especial.
Será una publicidad extraordinaria para el Xanadú le había dicho a Deere. A cambio invito a todos los que hayan intervenido en la película y a todas las personas a las que tu quieras invitar. Y esa noche... habitación, comida y bebida gratis. Tú y Bantz podréis alojaros en una villa, y pondré otra a disposición de Athena. Además me encargaré de que el servicio de seguridad no permita asistir al montaje provisional de la película a nadie que tú no quieras, por ejemplo los representantes de los medios de difusión. Llevas años pidiéndome una villa.
—¿Y todo eso sólo por la publicidad? —preguntó Deere. Cross lo miró sonriendo.
—Habrá centenares de personas con montones de dinero para jugar, y el casino se quedará con buena parte de él.
—Bantz no juega —dijo Deere. Yo sí, y te quedarás con mi dinero.
—Te concederé un crédito de cincuenta mil dólares —dijo Cross, y si pierdes no te exigiremos el pago de la deuda.
El argumento convenció a Deere.
—De acuerdo —dijo, pero la idea tiene que ser mía; de lo contrario no se la podré vender a los estudios.
—Naturalmente —dijo Cross. Pero oye una cosa, Skippy, tú y yo hemos hecho muchas cosas juntos y yo siempre he salido perdiendo. Esta vez es distinto. Esta vez tienes que cumplir. Esta vez no me puedes decepcionar añadió, mirando con una sonrisa a Deere.
Por una de las pocas veces en su vida, Deere sintió una punzada de temor y no comprendió exactamente por qué. Cross no le había hecho una amenaza. Se le veía de muy buen humor y sus palabras habían sido la simple constatación de unos hechos.
No te preocupes —dijo Skippy Deere. El rodaje termina dentro de tres semanas. Haz los planes para entonces.