El Último Don (10 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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Pero Pippi no mostraba el menor interés por la destrucción del medio ambiente, le importaban un bledo los problemas de los quejumbrosos negros que ni siquiera sabían robar sin que los atraparan, y en cuanto a los nativos norteamericanos, quienesquiera que éstos fueran, por él se podían ir a freír espárragos. Las conversaciones sobre libros o músíca rebasaban totalmente su horizonte. La exigencia de Nalene de que no pegara a los niños lo desconcertaba. Los niños eran como animalítos. Cómo podía uno obligar los a comportarse de una manera civilizada sin golpearlos contra la pared? Por otra parte, él siempre cuidaba de no hacerles daño.

Al cumplirse el cuarto aniversario de su boda, Pippi se buscó amantes. Una en Las Vegas, otra en Los Ángeles y otra más en Nueva York. Nalene contraatacó sacándose el título de profesora.

Lo intentaron por todos los medios. Amaban a sus hijos y llevaban una existencia muy placentera. Nalene se pasaba largas horas con los niños, enseñándoles a leer, a cantar y a bailar. Cuando llegó el divorcio, la familia se dividió en dos bandos Pippi con Cross, y Nalene con Claudia. El matrimonio sólo se mantenía gracias al buen humor de Pippi. Su vitalidad y su exuberancia animal suavizaban en cierto modo las desavenencias entre marido y mujer. Los niños amaban a su madre y admiraban a su padre. A la madre porque era dulce y cariñosa, bella y rebosante de afecto. Al padre porque era fuerte.

Los dos progenitores eran unos maestros excelentes. Los niños aprendieron de su madre las cualidades sociales, las buenas maneras, el baile, la forma de vestirse y de cuidarse. Su padre les enseñó a desenvolverse en el mundo, a protegerse de los daños físicos, a jugar en el casíno y a ejercitar el cuerpo por medio de la práctica del deporte. Los niños jamás le reprochaban que fuera tan duro con ellos, sobre todo porque sabían que lo hacía sólo como disciplina. Nunca se enojaban con él cuando los castigaba, y jamás le guardaban rencor.

Cross era valiente aunque podía doblegarse. En cambio Claudia no tenía el valor físíco de su hermano, pero era obstinada. Podía permitirse aquel lujo porque jamás le faltaba el dinero.

Con el paso de los años, Nalene observó ciertas cosas, al principio insignificantes. Cuando enseñaba a los niños a jugar a las cartas, el póker, el blackjack, el gin, Pippi marcaba las cartas, les quitaba todo el dinero de sus asignaciones, y al final les permitía disfrutar de una racha de buena suerte para que pudieran irse a dormir rebosantes de alegría por su victoria. Lo más curioso era que Claudia mostraba mucha más afición al juego que Cross. Después Pippi les demostraba de que manera los había engañado. Nalene se enfadaba porque le parecía que jugaba con sus vidas, tal como jugaba con la suya. Pippi le explicó que todo aquello formaba parte de su educación. Ella le explicó que aquello no era educación sino corrupción.

Pippi quería prepararlos para las realidades de la vida y ella los quería preparar para la belleza de la vida.

Pippi siempre llevaba demasiado dinero en la cartera, lo cual era una circunstancia tan sospechosa a los ojos de una esposa como a los de un inspector de Hacienda. Cierto que Pippi tenía un próspero negocio, la Agencia de Cobros, pero su tren le vida era demasiado alto para una empresa tan pequeña.

Cuando la familia se iba de vacaciones al Este y se movía en los círculos sociales de los Clericuzio, a Nalene no le pasaba inadvertido el respeto con que todos trataban a su esposo. Ohservaba la cautela con que le hablaban, el trato deferente que le dispensaban y las largas reuniones privadas que mantenían con él.

Y había más cosas. Pippi solía viajar por asuntos de negocios por lo menos una vez al mes, pero ella nunca estaba al corriente de los detalles de sus viajes y él jamás se los comentaba. Pippi tenía licencia de armas, lo cual era lógico tratándose de un hombre cuyo negocio consistía en cobrar elevadas sumas de dinero, pero Pippi era muy precavido. Nalene y los niños jamás habían tenido acceso al arma, y él guardaba las balas en cajas aparte cerradas.

Con el paso de los años se fueron haciendo más frecuentes los viajes de pippi; y Nalene permanecía cada vez más tiempo en casa con los niños. Los dos esposos se fueron distanciando sexualmente y, dado que Pippi era más tierno y comprensivo que ella a este respecto, la indiferencia se hizo cada vez mayor.

Es imposible que a lo largo de varios años un hombre pueda ocultar su verdadero carácter a una persona cercana a él. Nalene se dio cuenta de que Pippi era un hombre entregado por entero a sus apetítos y que era violento por naturaleza; aunque nunca con ella. Se dio cuenta también de que era reservado, por más que fingiera ser abierto, y que a pesar de su amabilidad era muy peligroso.

Por otra parte tenía unas pequeñas manías personales que a veces resultaban atractivas. Por ejemplo, quería que los demás disfrutaran con las mismas cosas que él. Una vez invitaron a un matrimonio a cenar en un restaurante italiano. La pareja no era muy aficionada a la comida italiana y apenas comió. Al darse cuenta, Pippi no pudo terminar la cena.

A veces comentaba sus actividades en la Agencia de Cobros. Casi todos los hoteles más importantes de Las Vegas eran clientes suyos, y él se dedicaba a cobrar las deudas de juego de los clientes morosos que se negaban a pagar. Le aseguraba a Nalene que jamás utilizaba la fuerza sino tan sólo las dotes de persuasión. El hecho de que la gente pagara sus deudas era una cuestión de honor. Todo el mundo era responsable de sus actos y le atacaba los nervios que unos hombres acaudalados tuvieran el descaro de no cumplir con sus obligaciones.

Médicos, abogados, directores de empresa aceptaban los amables servicios del hotel y después se negaban a cumplir su parte del trato. Cobrarles las deudas no resultaba demasiado difícil. Se trataba de acudir a sus despachos y armarles un circo para que sus clientes y compañeros se enteraran. Jamás había que proferir una amenaza, simplemente llamarles gorrones y jugadores y degenerados que olvidaban sus profesiones para revolcarse en el vicio.

Los propietarios de pequeñas empresas eran más duros de pelar, unos tipos de tres al cuarto que trataban de saldar la deuda a razón de un centavo por cada dólar. Después estaban los listillos que entregaban chéques sin fondos y decían que había habido un error; uno de los trucos más habituales, entregaban un cheque por valor de diez mil dólares cuando en la cuenta sólo tenían ocho mil. pero Pippi tenía acceso a la información bancaria, de modo que ingresaba los dos mil que faltaban en la cuenta del tipo y después cobraba los diez mil. Pippi se tronchaba de risa cuando le contaba esas jugadas a Nalene.

Lo más importante de su trabajo, le explicaba Pippi a su mujer, era convencer al tipo no sólo de que pagara su deuda sino también de que siguiera jugando. Hasta un jugador sin blanca tenía su valor; el tipo trabajaba y ganaba dinero. Lo único que se tenía que hacer era aplazar el pago de la deuda, instarle a seguir jugando sin crédito en el casino e ir saldando la cuenta cada vez que ganaba.

Una noche Pippi le contó a Nalene una historia que a él le parecía graciosísima. Un día estaba trabajando en el despacho de su Agencia de Cobros situada en una pequeña galería comercial. De repente oyó un tiroteo en la calle. Salió justo en el momento en que dos hombres encapuchados y con armas huían de una joyería cercana. Sin pensarlo dos veces, sacó su arma y abrió fuego contra ellos. Los hombres subieron a un vehículo que los estaba esperando y escaparon. A los pocos minutos llegó la policía, y tras interrogar a todo el mundo se lo llevó detenido. Sabían perfectamente que tenía licencia de armas, pero había cometido un delito de actuación temeraria, simplemente por disparar. Alfred Gronevelt fue a la comisaría y pagó la fianza.

Por qué demonios lo hice? se preguntó Pippi. Alfred ha dicho que fue el cazador que llevo dentro. Pero nunca lo entenderé. Yo, disparando contra unos ladrones? Yo, protegiendo a la sociedad? y encíma van y me encierran. Me encierran a mí.

Sin embargo, aquellas pequeñas revelaciones de su carácter eran en cierto modo una hábil estratagema destinada a que ella pudiera vislumbrar en parte su carácter sin penetrar en el verdadero secreto.

Lo que finalmente indujo a Nalene a pedir el divorcio fue la detención de Pippi de Lena por asesinato...

Danny Fuberta era propietario de una agencia de viajes de Nueva York que había adquirido sus ganancias trabajando de usurero bajo la protección de la ya extinta familia Santadio, pero con lo que mejor se ganaba la vida era como organizador de viajes a Las Vegas.

Un organizador de viajes firmaba un contrato exclusivo con un hotel de Las Vegas para transportar hasta sus garras a jugadores de vacaciones. Danny Fubérta fletaba cada mes un jet 747 y trasladaba a unos doscientos clientes al hotel Xanadú. El precio fijo de dólares incluía el viaje de ida y vuelta de Nueva York a Las Vegas, comida y bebidas alcohólicas gratis a bordo del aparato, y comida bebida y habitación gratis en el hotel. Danny Fuberta siempre tenía una larga lista de espera para esos viajes, y siempre elegía cuidadosamente a sus clientes. Tenían que ser personas con trabajo bien remunerados, aunque no necesariamente legales, jugar en casino un mínimo de cuatro horas diarias, y a ser posible conceguir un crédito en la ventanilla de caja del hotel Xanadú.

Uno de los mayores beneficios de Fuberta era su amistad con artistas de la estafa, atracadores de bancos; traficantes de drogas, contrabandistas de tabaco, comerciantes ilegales del sector de la confección y otros representantes de la mala vida, que obtenían saneados ingresos en las cloacas de Nueva York.

Por cada aparato con doscientos clientes de vacaciones para el hotel Xanadú, Danny Fuberta cobraba unos honorarios fijos de 20.000 dólares. A veces, cuando los clientes del Xanadú sufrían elevadas pérdidas; recibía una gratificación extraordinaria. Todo ello añadido a la tarifa inicial del paquete, le permitía disponer de unos fabulosos ingresos mensuales. Por desgracia para él, Danny Fuberta también tenía una debilidad especial por el juego y llegó un momento en que sus deudas superaron sus ingresos.

Danny Fuberta era un hombre ingenioso y muy pronto se le ocurrió una manera de conseguir solvencia. Uno de sus deberes como organizador de viajes consistía en garantizar el crédito que el casino concedía al cliente.

Fuberta reclutó a una competente banda de atracadores a mano armada y elaboró con ellos un plan (frustrado en veinticuatro horas por Gronevelt) para robarle un millón de dólares al hotel Xanadú. Ffacilitó a los cuatro hombres de la banda una documentación falsa de propietarios de comercios del sector de la confección con elevadas clasificaciones crediticias, entresacando detalles de las fichas de clientes de su agencia. Basándose en esta documentación les garantizó un límite de crédito de doscientos mil dólares. Después los colocó en uno de sus viajes.

Todo fue muy fácil, comentó Gronevelt más tarde.

Durante su estancia de dos días, Fuberta y su banda acumularon elevadas sumas en servicio de habitaciones, invitaron a las guapas coristas a cenar y mandaron anotar en su cuenta numerosos obsequios de la tienda de regalos, pero eso fue lo de menos. Sacaron fichas negras del casino y firmaron los marcadores.

Después se dividieron en dos equipos. Un equipo apostaba contra los dados y el otro a favor. De esa manera sólo podían perder el porcentaje o empatar. Parecía que estuviéran jugando como locos, pero en realidad no hacían nada. Armaban el mayor revuélo posible y procuraban representar su papel con gran convicción, pidiendo dados con voz suplicante, torciendo él gesto cuando perdían y lanzando grandés vítores cuando ganaban. Al final de la jornada le entregaban las fichas a Fuberta para que las cobrara y firmaban marcadores para sacar más fichas de la caja. Cuando dos días más tarde terminó la comedia, el sindicato de estafadorés había ganado ochocientos mil dólares y había gastado otros veinte mil en chucherías, pero tenían un millón de dólares anotado en los marcadores de la caja.

Danny Fuberta, en su calidad de genio magistral, se quedó con cuatrocientos mil, y los cuatro atracadores se mostraron satisfechos con el resto, sobre todo cuando Fuberta les prometió una segunda excursión. ¿Qué mejor que un largo fin de semana en un hotel de lujo con comida y bebida gratis; chicas guapas a granel y cien mil dólares dé propina? Aquello era mucho mejor que atracar un banco, donde te jugabas el pellejo.

Gronevelt descubrió la estafa al día siguiente. Los informes diarios revelaron unas cifras de marcadores muy altas incluso para los clientes de Fuberta. Las ganancias de la mesa, es decir, el dinero que quedaba después de toda una noche de juego, eran excesivamente bajas en comparación con el dinero apostado. Gronevelt pidió que le pasaran la película filmada por la cámara oculta. No tuvo que mirar más de diez minutos para darse cuenta de lo que había ocurrido y saber que el millón de dólares de los marcadores era pura fachada, y que las identidades de los clientes eran falsas.

Reaccionó con impaciencia. Había sufrido incontables estafas a lo largo de los años, pero aquélla le parecía especialmente estúpida, y además apreciaba sinceramente a Danny Fuberta, el hómbre que tantos dólares le había hecho ganar al Xanadú. Ya sabíá lo que diría Fuberta, que era una víctima inocente y que a él también lo habían engañado con la documentación falsa. Gronevelt se mostró muy enojado por la incompetencia del personal de su casino. El directo de la mesa de craps hubiera tenido que darse cuenta, y el cajero hubiera tenido que detectar de inmediato las apuestas cruzadas. El truco no era demasiado ingenioso, pero la gente bajaba la guardia cuando las cosas iban bien. Las Vegas no era una excepción. Sintiéndolo mucho, tendría que despedir al jefe de la mesa de craps y cajero, o por lo menos enviarlos de nuevo a hacer girar la rueda de la ruleta. Pero había algo que no podía pasar por alto, tendría que traspasarle todo el asunto de Danny Fuberta a los Clericuzio.

Primero mandó llamar a Pippi de Léna al hotel y le mostró los documentos y la filmación de la cámara oculta. Pippi conoció a Fuberta, pero no a los otros cuatro, así que Gronevelt mandó sacar unas instantáneas de varias tiras de película aisladas y se las entregó.

Pippi sacudió la cabeza. ¿Cómo es posible que Danny pensara que saldría bien librado de ésta? Le creía un estafador más listo.

—Es un jugador —dijo Gronevelt. Ésos siempre creen que sus cartas son ganadoras. Hizo una pausa. Danny te convencerá de que no está metido en eso, pero recuerda que él tuvo que garantizar los créditos. Dirá que se fió de su documentación. El organizador de viajes tiene que garantizar que los jugadores son lo que dicen ser. Seguro que lo sabía.

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