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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (55 page)

BOOK: El libro de los portales
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Caliandra se encontró con Yunek en la entrada de la Academia. Él sonrió al verla, y el enfado de la joven desapareció como por encanto.

Hacía varios días que no se veían, y tenía que reconocer que lo había echado de menos. Se preguntó qué querría decir aquello. Se preguntó, también, si debía atender a sus sentimientos y plantearse seriamente iniciar algo con Yunek, sin importar lo que hubiese sucedido en el pasado o lo que otras personas pudieran decir.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que el joven parecía más serio y preocupado de lo que era habitual en él.

—¿Pasa algo malo? —le preguntó.

Yunek desvió la mirada.

—No. En realidad, yo solo… venía a despedirme.

El corazón de Cali dio un vuelco.

—¿Te vas? ¿A Uskia?

Yunek asintió.

—Creo que ya he esperado demasiado tiempo, y me han dicho que me avisarán si me conceden el portal. Ya me he despedido de Rodak y de ese amigo vuestro de la mina, así que ya solo me faltabas tú.

—Y Tabit —señaló Cali. Yunek no contestó—. ¿Habéis discutido?

—Tenemos… ideas diferentes sobre algunas cosas. Dejémoslo así.

Cali sonrió abiertamente.

—Creo que sé exactamente lo que quieres decir. A veces Tabit puede llegar a ser… irritante. Y últimamente hemos estado mucho tiempo juntos, buscando a maese Belban. Han pasado muchas cosas estos días que aún no he podido asimilar…

—¿De verdad? Cuéntame —la animó Yunek.

Cali lo miró. El muchacho le sonreía con cariño, y ella pensó que, después de todo, no tenía a nadie más con quién hablar, sobre todo después de los últimos comentarios de Tabit, que la habían sacado de quicio. Pero allí estaba Yunek, que se ofrecía a escucharla como siempre había hecho: sin juzgarla ni cubrirla de reproches.

Suspiró, y le devolvió la sonrisa.

—Es una historia larga —le dijo—. Y no sé si podré explicártelo todo de forma que puedas entenderlo. No me refiero a que tú no… —se apresuró a puntualizar al detectar la sombra que cruzaba por el rostro moreno de Yunek—, quiero decir… Bueno, no se trata de inteligencia, sino de conocimientos, cosas que aprendemos en la Academia y que solo sabemos los pintores.

—Comprendo —asintió Yunek—. Bueno; tú cuéntame todo lo que quieras y yo haré un esfuerzo por seguirte, ¿vale? Estabas hablando de Tabit —le recordó—, y supongo que esas cosas que han pasado tienen que ver con tu profesor…

Cali se quedó mirándolo. Se preguntó si valía la pena contárselo. Después de todo, Yunek no conocía a maese Belban y, además, estaba a punto de marcharse de nuevo a Uskia.

Y probablemente no volvería a verlo nunca más.

Y, por tanto, aquella sería su última tarde juntos.

—Vayamos a dar un paseo —sugirió—, y te lo contaré. Si es que no tienes mucha prisa, claro… —dejó caer, y aguardó la respuesta de Yunek conteniendo la respiración.

El joven sonrió de nuevo y le dedicó una intensa mirada, como si quisiera memorizar sus rasgos para no olvidarlos jamás.

—Para ti… tengo todo el tiempo del mundo —le aseguró.

Tabit pasó toda la tarde en la biblioteca, estudiando mapas de las islas de Belesia y registros de coordenadas de los portales situados en ellas. Ninguno de ellos correspondía a la lista que ellos tenían, pero el joven no tardó en descubrir, admirado, que los valores eran muy similares, y aquello significaba que Cali parecía haber dado en el clavo con notable precisión. Por otro lado, la morfología de las islas explicaba casi a la perfección aquellas insólitas coordenadas que les había entregado la mujer de Vanicia. «Pero ¿cómo ha podido adivinarlo Caliandra sin consultar los mapas primero?», se maravilló Tabit. Al haber reducido tanto el área de búsqueda, además, la tarea de encontrar el punto señalado por las coordenadas no parecía ya tan descabellada. Se aplicó a ella con el tesón y la concentración que le caracterizaban, y al llegar la hora de la cena ya tenía una teoría que estaba deseando compartir con Cali.

La encontró en el comedor, cenando con el grupo de estudiantes con los que solía ir habitualmente. En apariencia, se comportaba de forma resuelta y distendida, como siempre; pero a Tabit le pareció detectar una sombra de tristeza en su expresión.

Se acercó a la mesa. Caliandra lo vio y le dirigió una fría mirada, como retándole a dirigirle la palabra. Tabit suspiró para sus adentros y decidió fingir que no se había dado cuenta.

—¿Podemos hablar un momento? Creo que ya tengo la solución al problema de coordenadas —añadió significativamente.

Cali dudó al principio, pero luego asintió. Se despidió de sus amigos y se llevó su bandeja a una mesa pequeña y más apartada. Tabit se sentó con ella.

—¿Qué tal te ha ido con Yunek? —le preguntó.

Cali lo taladró con la mirada.

—¿De eso querías hablar?

—No, es cierto que he estado trabajando en las coordenadas y quería comentarlo contigo —se defendió él—. Es que… —se detuvo, preguntándose cómo debía plantearlo para que ella no se molestara de nuevo—. ¿Te habló de su portal?

La joven se mostró sorprendida.

—Pues… sí. ¿Por qué?

—¿Qué te contó exactamente?

—Que aún no ha recibido respuesta a su petición. Y que se va a su casa a esperar allí a que el Consejo tome una decisión. Pero ¿por qué lo preguntas?

Tabit suspiró, aliviado, y también contento de que Yunek hubiese cambiado de opinión con respecto a sus planes de pactar con la gente del Invisible.

—Se le ocurrió una idea un poco absurda —respondió—. Pero, por suerte, parece que se lo ha pensado mejor. De todas formas —añadió, deprisa, para no dar ocasión a que Cali siguiese preguntando—, no te buscaba para hablar de eso. Mira.

Le tendió una copia de un mapa de Belesia que había tomado prestado de la Sala de Cartografía. En él estaban señalados todos los portales, públicos o privados, que había en las islas. Cali lo examinó con ojos brillantes.

—¿Entonces yo tenía razón? ¿Está en Belesia?

—Eso parece —asintió Tabit—, pero creo que las coordenadas no corresponden a la isla de Tana Bel, como sugerías, sino a Vaia Bel.

—¿La grande?

—No, la de tamaño medio. —Tabit le dirigió una mirada de reproche—. La principal de las islas belesianas se llama Oria Bel. ¿Cómo es posible que no sepas eso y al mismo tiempo seas capaz de acertar la localización de unas coordenadas con tanta puntería?

Cali se encogió de hombros.

—Nunca fui muy buena en Geografía —confesó—, pero sé visualizar localizaciones, y esta era muy peculiar. Quiero decir: ¿dónde encuentras tal cantidad de Viento, Agua y Fuego? —Hizo una pausa—. Lo del fuego fue lo que más me desconcertó al principio. No se me ocurrían muchos lugares que pudieran tener un valor así. Pensé en incendios, chimeneas, hornos… pero nadie se molesta en registrar las coordenadas de sitios como esos.

»Entonces se me ocurrió que podría ser un volcán. Las islas belesianas son volcánicas. Y dicen que el volcán de la más pequeña…, ¿Tana Bel, dices que se llama?…, humea de vez en cuando. Recuerdo que lo comentó un amigo de mi padre que viaja a menudo a Belesia y me llamó la atención.

Tabit se quedó con la boca abierta.

—¿Y eso es todo? Quiero decir… que es mucho… pero lo has hecho de forma tan fácil…

Cali casi pareció avergonzada.

—Son ideas que se me ocurren a veces —se justificó—. No siempre acierto, claro, sobre todo porque no tengo la paciencia suficiente como para quemarme las pestañas mirando mapas, como tú.

Tabit la contemplaba con una mezcla de recelo y admiración. Volvió a la realidad y se centró de nuevo en el mapa.

—Pues… tu intuición ha sido bastante acertada, pero no del todo. Tana Bel es un volcán que sale del mar, cierto; pero es la más joven de las islas y apenas está habitada porque es muy rocosa. Las mediciones realizadas allí dan como resultados valores muy altos en Piedra y bastante bajos en Vida y Muerte. Pero Vaia Bel… —añadió, señalando la isla mediana—, también es volcánica, y es mucho más antigua. Tiene más Tierra y menos Piedra, y por supuesto, más Muerte, porque ha sufrido muchas erupciones a lo largo de la historia que han arrasado con todo lo que había allí. También, al ser más grande y más vieja, está más poblada que Tana Bel. De ahí que su valor en Vida, si bien no es tan alto como el que podría haber en un bosque o en una ciudad, tampoco es tan bajo como el de la isla más pequeña.

Cali ladeó la cabeza, admirada, mientras Tabit desparramaba sobre la mesa un montón de hojas en las que había anotado las coordenadas de los portales existentes en Vaia Bel, junto con sus propios cálculos al respecto.

—Bien —prosiguió el joven—, contrastando los datos que tenemos, me parece que la zona más parecida a la descrita en las coordenadas que nos han dado podría ser esta —señaló el extremo sur de la isla—. Hay un pequeño pueblo de pescadores en el cabo; podríamos ir allí y hacer mediciones, a ver si los resultados se acercan a nuestra lista de coordenadas.

Cali asintió.

—Me parece bien.

Tabit suspiró y se frotó un ojo, cansado.

—De acuerdo; he trazado ya la ruta, es sencilla: desde el patio podemos llegar a la sede de la Academia en Belesia capital. Allí, en la Plaza de los Portales, hay uno público que lleva hasta Vaia Bel, pero nos dejará al norte de la isla, y nosotros queremos ir al cabo sur. De modo que lo mejor será utilizar un portal privado que hay en la ciudad y que conduce directamente al pueblo al que queremos ir. Las coordenadas de su gemelo son las más parecidas a las nuestras que he podido encontrar, así que, con suerte, cuando lleguemos allí no estaremos lejos de nuestro destino.

—¡Estupendo! —dijo Cali—. ¿Te parece bien que vayamos mañana? Pero no iremos juntos —añadió, antes de que Tabit pudiera responder—. Si maese Belban está tomando tantas precauciones para que solo nosotros lo encontremos, es posible que haya gente que pueda llegar hasta él siguiendo nuestros pasos.

Tabit iba a replicar; pero recordó la historia que Tash le había contado y la conversación que Cali había mantenido con el rector, y se limitó a asentir.

—Lo mejor será que crucemos el portal por separado, a distintas horas, y cuando no haya nadie en el patio de portales —siguió diciendo Cali—, para que nadie pueda ver a dónde vamos. Sé lo que estás pensando —añadió al ver que Tabit fruncía el ceño—, pero cada vez estoy más convencida de que maese Belban se marchó por propia voluntad. Así que, hasta que no hable con él y descubra por qué no quiere ser encontrado, no pienso revelar al rector ni a nadie de la Academia ni una sola palabra de lo que sé. Y espero que tú tampoco lo hagas —concluyó, lanzando a su compañero una mirada amenazadora.

Tabit negó con la cabeza.

—No tenía esa intención —dijo—. Está bien; nos encontraremos mañana en la Plaza de los Portales de Belesia. El primero que llegue, que espere al otro.

Tash y Rodak habían llegado a Belesia la tarde anterior. No habían tardado mucho en encontrar la taberna donde solían reunirse los pescadores del gremio, y habían ocupado una mesa al fondo, dispuestos a prestar atención a las conversaciones hasta que oyeran algo interesante. No podían hacer mucho más, en realidad. Aunque Rodak no llevaba su uniforme, su acento de Serena habría generado cierta desconfianza en un lugar como aquel. Además, tenía que reconocer que no se le daba muy bien interrogar a la gente, y los modales insolentes de Tash tampoco ayudarían. De modo que pasaron varias horas en la taberna, gastando el poco dinero de que disponían en una jarra tras otra, para que les permitieran conservar la mesa un rato más. Pero no sacaron nada en claro. Por supuesto, los marinos belesianos comentaban, burlones, el hecho de que el Gremio de Pescadores de Serena aún no había recuperado el portal perdido. Se contaban chistes sobre el tema, algunos burdos, otros más ingeniosos. Rodak se obligó a permanecer en su sitio, sin intervenir, apretando los puños por debajo de la mesa, prometiéndose a sí mismo que, en cuanto lograra probar que aquellos hombres estaban implicados en la desaparición de su portal, les haría pagar por ello.

Pero finalmente tuvo que desistir, y decidió que había llegado la hora de marcharse, aunque fuera con las manos vacías. Por otro lado Tash, pese a que toleraba bastante bien el licor, sufría ya los efectos de una profunda borrachera.

Rodak pagó la cuenta y arrastró a Tash por las calles de la ciudad de vuelta a la posada en la que estaban alojados. La muchacha se dejó caer sobre su jergón y se quedó profundamente dormida en apenas unos instantes.

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