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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (46 page)

BOOK: El libro de los portales
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—¿Esperas a alguien? —preguntó entonces una voz a sus espaldas, sobresaltándolo.

Rodak se volvió y descubrió que se trataba de un estudiante que lo contemplaba con curiosidad. Se aclaró la garganta, sintiéndose estúpido.

—Sí, eh… A maesa Caliandra.

—¿Maesa…? Ah, ya, te refieres a Caliandra, la estudiante de último año, ¿verdad?

Rodak recordó que a Tabit no le gustaba que confundiera a los estudiantes con maeses ya graduados. Le resultaba difícil acordarse; para él, todos aquellos que vestían el hábito granate pertenecían a la misma clase: la de los iniciados en los misterios de los portales de viaje.

—Precisamente vengo de buscarla —siguió diciendo el estudiante—, pero me han dicho que está en el despacho del rector. —Sacudió la cabeza—. Ni te imaginas la de vueltas que he tenido que dar para enterarme. De todas formas, no se les puede interrumpir hasta que terminen su reunión, así que me temo que tendrás que esperar un poco más.

—¿Dónde está el portero?

El chico se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Lo he visto pasar corriendo con maese Saidon. Creo que han ido a sofocar algún tipo de alboroto. —Suspiró—. Bueno, mira, yo tengo cosas que hacer. He perdido toda mi hora libre haciendo de recadero, y no pienso…

Pero no llegó a terminar la frase. Justo en ese momento se oyó un bullicio procedente del patio. Rodak y el estudiante vieron llegar a dos hombres arrastrando a un muchacho que se debatía y retorcía como una lagartija. Rodak reconoció al portero; el otro, un hombre alto y fornido que vestía el hábito granate, debía de ser maese Saidon. El corazón le dio un vuelco al descubrir que el chico que forcejeaba entre ellos era Tash.

—¡Soltadme, malditos seáis! —aullaba—. ¡Dejadme en paz!

—Cierra la boca, polizón —gruñó el portero—. Las explicaciones y las exigencias, al alguacil. Yo no… ¡ay! ¡Me ha mordido!

Tash aprovechó el momento para salir corriendo, pero maese Saidon la retuvo del brazo con violencia y ella trastabilló y cayó de bruces al suelo. Rodak se precipitó a ayudarla.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó en voz baja, interponiendo toda su envergadura entre ella y sus captores.

Tash lo miró con ojos entornados.

—Te conozco, ¿verdad?

Rodak sonrió.

—Te vi con maese Tabit hace unos días —dijo—. Pensé que te habías marchado. A Ymenia, ¿no?

—Sí —asintió ella, devolviéndole la sonrisa—. Pero he encontrado un modo rápido de volver, y a los
granates
no les ha gustado. Quiero decir… —balbuceó, dándose cuenta de que el uniforme de Rodak era del mismo color que los hábitos de los pintores de portales—. No me refería a…

—Está bien —dijo Rodak con suavidad. Su mirada se desvió hacia la frente de la chica, donde encontró una herida que rozó con las yemas de los dedos. Tash reprimió un gesto de dolor, y Rodak frunció el ceño—. No deberían haberte hecho daño.

—¿Qué…? —murmuró Tash—. Oh, no, ellos no… —Calló, al darse cuenta de que él la miraba intensamente a los ojos. Algo en su interior se estremeció. Por un instante pensó que era una sensación deliciosa, pero apenas duró; de pronto, el pánico se apoderó de ella, y se apartó del guardián con más brusquedad de la que había pretendido.

El muchacho compuso un breve gesto de decepción, pero se recuperó enseguida; carraspeó y se apartó para permitir que Tash se levantara por sí misma, cosa que ella agradeció, en primer lugar porque no quería que la creyeran débil y desvalida, pero también porque la presencia tan cercana de Rodak la confundía enormemente.

Mientras tanto, el portero había regresado a su puesto junto a la entrada para seguir recibiendo a los visitantes, como era su obligación; pero también, advirtió Tash, para interponerse entre ella y su vía de escape.

—¿Conoces a este chico, guardián? —preguntó maese Saidon.

Rodak se alzó en toda su estatura. Pese a su juventud, era casi tan alto como su interlocutor, y le sacaba media cabeza al portero.

—¿Por qué lo habéis golpeado? —exigió saber.

—No lo hemos golpeado —gruñó maese Saidon—. Todas esas heridas y magulladuras se las ha hecho él solo, por meterse donde no debía. Literalmente.

Rodak miró a Tash, que se encogió de hombros.

—Bueno —dijo el muchacho lentamente—, yo respondo por él. No lo volverá a hacer.

—Por supuesto que no —replicó el maese—; los alguaciles se encargarán de ello.

Tash reaccionó.

—¿Qué…? No, no, no podéis echarme —se rebeló—. No voy a marcharme sin hablar antes con Tabit. Es importante.

—¿Por qué quieres hablar con Tabit? —quiso saber el portero, intrigado.

—Eso —respondió una voz desde la entrada—. ¿Por qué quieres hablar conmigo?

Tash advirtió de pronto que el portero acababa de dejar pasar, en efecto, al joven estudiante, y sintió una oleada de alivio. De nuevo, Tabit acudía en su ayuda cuando más lo necesitaba.

—Ah, maese Tabit —dijo Rodak al verlo—. Quiero decir… Tabit —se corrigió—. También yo querría hablar contigo.

—Bienvenido, estudiante Tabit —dijo maese Saidon; esbozó una media sonrisa entre irónica y divertida—. Parece que estás muy solicitado hoy.

El estudiante se acercó a ellos; su expresión se dividía entre la preocupación que reflejaba su entrecejo, levemente arrugado, y la alegría que manifestaba con una tímida sonrisa. Rodak advirtió que, en efecto, parecía regresar de un largo viaje. Venía cargado con un enorme zurrón, con aspecto cansado, sin afeitar y con el pelo revuelto, casi como si hubiese dormido en un pajar o algún sitio peor.

—Tash, ¿qué haces aquí? —le preguntó.

Ella recobró parte de su compostura perdida.

—Me cansé de esperarte —replicó, cruzándose de brazos—, y decidí venir a buscarte.

Tabit la miró, con una curiosa mezcla de pánico y desconcierto.

—¿Qué…? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—¿Desde que me fui a Ymenia, quieres decir? Casi dos semanas.

Tabit exhaló un profundo suspiro de alivio. Aquella no era la respuesta que Tash había estado esperando, por lo que continuó:

—Quedamos en que vendrías al cabo de una semana —le recordó—. Y yo tengo cosas que contarte —añadió, alzando las cejas significativamente—. Muchas cosas.

Tabit tardó un momento en entender a qué se refería.

—¿Ah, sí? ¡Ah…! ¡Claro, por supuesto! Sí, sí, tenemos que hablar.

—Yo también tengo que decirte algo —le recordó Rodak.

Tabit asintió, suspiró nuevamente y se pasó una mano por el pelo, sin duda echando de menos su cama y un buen baño. Pero Tash no podía esperar.

—¿Tabit?

—Sí, sí, claro. —Se volvió hacia maese Saidon, que los contemplaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados—. Son amigos míos. Pueden entrar conmigo, ¿verdad?

Pero él sacudió la cabeza.

—El guardián puede pasar —decretó, señalando a Rodak—, pero este gamberro —añadió, cabeceando hacia Tash— tiene que salir de aquí inmediatamente. Y si no lo echas tú, estudiante Tabit, lo haré yo.

—¿Qué? Maese, por favor, vienen conmigo…

—Y solo por esa razón no lo denunciaré a los alguaciles. Tu «amigo», estudiante Tabit, se ha colado en la Academia metido en un contenedor de bodarita.

Tabit miró a Tash, estupefacto.

—¡Yo solo venía a hablar con Tabit! —se defendió ella.

—¿Y no podías usar la puerta, como todo el mundo? —refunfuñó el portero.

—Bueno, bueno, basta ya —cortó Tabit—. Tenéis razón, maese Saidon. Ya nos vamos.

El portero les abrió las puertas de par en par y les hizo una burlona reverencia, invitándolos a salir del edificio. Tash le respondió con un gesto grosero.

—Tash, no empeores las cosas —la riñó Tabit, mientras Rodak trataba de contener una sonrisa.

Ella masculló algo parecido a «Él se lo ha buscado». Maese Saidon contempló al trío y comentó con sorna:

—Estudiante Tabit, quizá deberías escoger mejor tus amistades. Salta a la vista que su compañía no te está sentando bien.

Tabit suspiró por tercera vez y se limitó a contestar:

—Ya.

Encontraron una mesa libre en una taberna no lejos de la Academia. A pesar de que aún estaban en horario de clases, el local se encontraba repleto de estudiantes que charlaban y reían animadamente. Se trataba de un lugar muy popular entre ellos, por un motivo muy simple: en el comedor de la Academia no servían alcohol, porque el Consejo consideraba que los estudiantes debían mantener sus mentes despejadas y alejadas de los vapores etílicos. También era una forma muy eficaz de controlar los altercados, las borracheras y las juergas nocturnas dentro del recinto académico.

Tabit no había sentido nunca la necesidad de beber alcohol; siempre le había bastado con la comida y bebida que servían en el comedor que, además, era gratuito para los estudiantes. Por tal motivo nunca había visitado aquella taberna con anterioridad, y contempló con incredulidad cómo Tash apuraba su bebida de un trago y sin inmutarse, a pesar de que sabía que era fuerte.

Pero decidió que no estaba allí para hacer de hermano mayor y, de todas formas, la chica sabía cuidarse sola.

Aún se sentía perplejo por la historia que ella acababa de contar. Se preguntó si él mismo sería capaz de esconderse en un contenedor de bodarita para infiltrarse en la Academia con tanto descaro. Después recordó que había hecho algo todavía más audaz: atravesar un portal temporal para viajar al pasado.

Todavía no había terminado de analizar todas las implicaciones de lo que había vivido aquella noche, hacía veintitrés años. Había repasado una y otra vez los detalles de su incursión nocturna en aquella Academia del pasado, y no terminaba de comprender todo lo que había visto. Se moría de ganas de reencontrarse con Caliandra para comentarlo con ella; estaba seguro de que el punto de vista de la joven lo ayudaría a encajar todas las piezas de aquel complejo rompecabezas.

Pero saltaba a la vista que, una vez más, tendría que posponer sus proyectos para dar prioridad a la solución de otros problemas.

—¿Y dices que viste cómo tu nuevo capataz vendía bodarita a un maese fuera del canal habitual? —quiso asegurarse.

—No lo vi, ya te lo he dicho —se impacientó Tash—. Yo estaba dentro del contenedor. Pero lo oí todo desde allí.

—¿Seguro? Quizá lo soñaste…

—Sé muy bien lo que oí. Es verdad que no pude verle la cara al
granate
, pero le vi los pies, y llevaba la ropa que lleváis todos vosotros. Y vino a través del portal. Un portal que lleva hasta la Academia. Yo mismo lo comprobé esta mañana.

Tabit suspiró al darse cuenta de que Tash había recaído en el hábito de hablar de sí misma como si fuera un varón; consecuencia, sin duda, de las dos últimas semanas que había pasado en el yacimiento de Ymenia, fingiendo que lo era.

—Has encontrado a nuestros traficantes de bodarita —dijo entonces Rodak—. Yunek y yo hemos pasado tanto tiempo recorriendo las calles… y tú te topas con ellos casi por casualidad. —La contempló con un brillo de admiración en la mirada.

Tash se sintió incómoda, así que fingió que no se había dado cuenta.

—En realidad, ni siquiera sé quién era ese
granate
—reconoció—, ni estoy seguro de poder reconocerlo si volviera a encontrármelo.

—Pero sí sabemos que se trata de un maese de la Academia —declaró Rodak, abatido—. Yunek me lo decía, pero yo no quería creerlo.

A Tash no le gustó verlo triste. Vacilante, colocó una mano sobre su brazo, ofreciéndole consuelo, y él se lo agradeció con una sonrisa.

—No, no, no puede ser —replicó Tabit—. Los traficantes de bodarita se han hecho pasar por maeses en otras ocasiones. Sin duda se trataba de un disfraz…

—Vino desde un portal que está en la Academia, Tabit —le recordó Tash, exasperada—. Abre los ojos de una vez: algo huele a podrido entre los
granates
.

Tabit no replicó. No tenía argumentos para contestarle, de modo que decidió cambiar de tema.

—Pensaré en ello —prometió—. ¿Y tú, Rodak? ¿Para qué querías hablar conmigo?

—Ah. Bueno, no era demasiado importante. Es solo que hace días que no sé nada de Yunek.

—¿Se ha marchado a Uskia por fin? —preguntó Tabit, esperanzado.

—No; se fue a Kasiba buscando a los borradores de portales. Pero hace ya dos o tres días que tendría que haber vuelto, y no sé… —De pronto, pareció inseguro, y Tabit recordó lo joven que era en realidad. Su recia constitución le hacía olvidar a menudo su verdadera edad.

—Ah, comprendo. Entonces ¿querías que te acompañase a Kasiba para buscar a Yunek? —Tabit lo miró con cierta ironía.

Rodak sonrió.

—Sabía que sería más fácil convencer a Caliandra —comentó.

—¿A Caliandra? ¿Y eso por qué?

Esta vez le tocó a Rodak dedicarle al estudiante una mirada socarrona. Pero de pronto se acordó de algo y dijo, inquieto:

—Tabit… Confías en ella, ¿verdad?

—Por supuesto —respondió Tabit, descartando la insinuación con un solo gesto—. ¿Cómo se te ocurre pensar…?

—Antes, en la Academia —cortó Rodak—, me dijeron que estaba hablando con el rector.

Tabit lo miró, sin entender lo que quería decir. Entonces, poco a poco, la comprensión se extendió por su rostro.

—Claro —murmuró—. Le dije que esperara tres días, pero mis cálculos no eran exactos y he tardado algo más… Y ella… ella ha hecho algo sensato, por una vez.

Tash ladeó la cabeza y lo contempló con escepticismo.

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