El Héroe de las Eras (67 page)

Read El Héroe de las Eras Online

Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: El Héroe de las Eras
6.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

Vin inmediatamente apuró su último frasco de metales.

Saltó, lanzando atrás una moneda, y brincó hasta lo alto de uno de los estantes libres. La caverna resonaba con el roce de piedra sobre piedra mientras la puerta se abría. Vin se abalanzó hacia delante, empujando la moneda para impulsarse a la parte delantera de la sala. Una rendija de luz contorneaba la puerta, e incluso esta pequeña cantidad de iluminación le lastimaba los ojos.

Apretó los dientes contra la luz, parpadeando mientras tomaba tierra. Se lanzó contra la pared justo al lado de la puerta, empuñando sus cuchillos y avivando peltre para tratar con el súbito dolor provocado por la luz. Las lágrimas le corrían por las mejillas.

La puerta dejó de moverse. Un hombre solitario entró en la caverna, con un farol en alto. Llevaba un hermoso traje negro y sombrero de caballero.

Vin lo ignoró.

Rodeó al hombre y atravesó la puerta hasta entrar en la pequeña cámara al otro lado. Un grupo de sobresaltados trabajadores retrocedió, dejando caer las cuerdas que estaban conectadas al mecanismo de abertura de la puerta. Vin ignoró también a estos hombres, excepto para apartarlos de su camino. Tras lanzar una moneda, se empujó hacia arriba. Los peldaños de madera de la escalerilla se convirtieron en un borrón junto a ella mientras surcaba el aire y se lanzaba contra la trampilla del techo.

Y rebotó contra ella con un gruñido de dolor.

Se agarró desesperadamente a los peldaños de la escalerilla cuando empezaba a caer, ignorando el súbito picor en el hombro por haber golpeado tan fuerte. Avivó peltre y empujó un peldaño con las piernas, y luego golpeó con la espalda la trampilla, intentando abrirla a la fuerza.

Se esforzó. Entonces, el peldaño se rompió bajo sus pies, haciéndola caer de nuevo. Maldijo, empujó la moneda para refrenar su caída, golpeó el suelo y se agazapó.

Los obreros se habían agrupado en un rincón, sin saber si querían aventurarse en la oscura caverna, y también sin saber si querían quedarse en la pequeña sala con una nacida de la bruma. El noble había vuelto. Alzó el farol e iluminó a Vin. Un trozo de peldaño roto se soltó y cayó al suelo junto a ella.

—La trampilla está bien asegurada con una roca muy grande encima, Lady Vin —dijo el noble. Vin lo reconoció vagamente. Estaba un poco grueso, pero iba bien arreglado, con el pelo corto y el rostro pensativo.

—Dile a los hombres de arriba que retiren la piedra —ordenó Vin tranquilamente, alzando una daga.

—Me temo que eso no va a ser posible.

—Yo puedo hacerlo posible —dijo Vin, avanzando. Los obreros retrocedieron aún más.

El noble sonrió:

—Lady Venture, déjame asegurarte unas cuantas cosas. La primera es que eres la única alomántica entre nosotros, y por eso no me cabe ninguna duda de que podrías matarnos con el mínimo esfuerzo. La segunda es que la piedra de arriba no se va a mover ya, así que bien podemos sentarnos y mantener una agradable charla, en vez de empuñar armas y amenazarnos mutuamente.

Había algo… encantador en aquel hombre. Vin comprobó con bronce, pero él no quemaba ningún metal. Para asegurarse, empujó un poco sus emociones, haciéndolo más confiado y amistoso, y luego intentó retirar cualquier sensación de engaño que pudiera albergar.

—Veo que al menos consideras mi ofrecimiento —dijo el noble, haciendo un gesto a uno de los obreros, quien abrió rápidamente la mochila y sacó dos sillas plegables antes de colocarlas en el suelo ante la puerta de piedra. El noble hizo a un lado el farol, y se sentó.

Vin se acercó un poco más:

—¿De qué te conozco?

—Soy amigo de tu marido —respondió el noble.

—Telden —dijo Vin, situándolo—. Telden Hasting.

Telden asintió. Ella lo había visto en el baile unas cuantas semanas antes, el primero al que asistieron. Pero lo conocía también de antes. Era uno de los amigos que Elend tenía en Luthadel, antes del Colapso.

Con cautela, Vin aceptó el asiento ofrecido, tratando de deducir el juego de Telden. ¿Acaso creía que no sería capaz de matarlo, sólo por ser amigo de Elend?

Telden se arrellanó en su silla, de manera algo menos que adecuada para un noble. Hizo una seña a un obrero, y el hombre trajo dos botellas.

—Vino —dijo Telden—. Uno es puro. El otro contiene un potente sedante.

Vin arqueó una ceja:

—¿Estamos jugando a las adivinanzas?

—Difícilmente —dijo Telden, abriendo una de las botellas—. Tengo demasiada sed… y por lo que he oído, no eres de las que tienen mucha paciencia para juegos.

Vin ladeó la cabeza mientras Telden aceptaba dos copas de un sirviente, luego sirvió el vino de color rubí en cada una de ellas. Mientras lo observaba, vio por qué le resultaba tan encantador. Le recordaba a Elend, al viejo y descuidado Elend. Por lo que podía decir, este Telden no había cambiado.

Tengo que reconocerle eso a Yomen
, pensó.
Tal vez su ciudad no sea perfecta, pero ha creado un lugar donde hombres como Telden pueden conservar parte de su inocencia.

Telden dio un sorbo a su copa y le ofreció la otra a Vin. Ella deslizó uno de sus cuchillos en su vaina y la aceptó. No bebió, ni tenía intención de hacerlo.

—Éste es el vino sin el sedante —dijo Telden—. Buena añada, por cierto. Yomen es un verdadero caballero: si va a enviar a uno de sus amigos a morir al pozo, al menos le proporciona vino caro para suavizar el golpe.

—¿Se supone que debo creer que estás aquí para ser encarcelado también? —preguntó Vin con voz átona.

—Desde luego que no. Aunque muchos consideran mi misión imposible.

—¿Qué misión?

—Conseguir que bebas el vino adulterado, para que puedas ser transportada con seguridad arriba.

Vin bufó.

—Veo que estás de acuerdo con mis detractores —observó Telden.

—Acabas de descubrirte. Has dicho que, si bebo el vino, caeré inconsciente. Eso significa que tienes un modo de indicar a los que están arriba que has solucionado el problema, para que puedan retirar la piedra y sacarte. Tienes el poder de liberarnos. Y yo tengo el poder de obligarte a hacer lo que quiero.

—La alomancia emocional no puede controlarme hasta ese punto. No soy alomántico, pero sé algo del tema. Sospecho que estás manipulando mis emociones ahora mismo, lo cual en realidad no es necesario, ya que estoy siendo completamente sincero contigo.

—No necesito alomancia para hacerte hablar —repuso Vin, mirando el cuchillo que todavía llevaba en la otra mano.

Telden se echó a reír:

—¿Crees que el rey Yomen (sí, está arriba) no sabrá si hablo bajo presión? No tengo ninguna duda de que podrás doblegarme, pero no voy a traicionar mi palabra por una simple amenaza, así que me tendrás que cortar unos cuantos dedos o algo por el estilo para conseguir que haga lo que me pides. Estoy seguro de que Yomen y los demás me oirán gritar.

—Podría matar a los criados… —dijo Vin—. Uno a uno, hasta que accedas a decirle a Yomen que estoy inconsciente y que abra la puerta.

Telden sonrió:

—¿Crees que me importaría su muerte?

—Eres amigo de Elend. Eras uno de los que hablaban con él de filosofía.

—De filosofía y de política. Sin embargo, Elend era el único de nosotros que estaba interesado en los skaa. Te lo aseguro, los demás no entendíamos por qué le fascinaban. —Telden se encogió de hombros—. Pero no soy un hombre despiadado. Si matas personal suficiente, tal vez ceda y haga lo que pides. Puedes empezar ya.

Vin miró a los criados. Parecían aterrados ante ella, y las palabras de Telden no ayudaban. Tras unos momentos de silencio, Telden se echó a reír.

—Eres la esposa de Elend. Yomen es consciente de eso, ¿sabes? Estaba convencido de que no nos matarías a ninguno, a pesar de tu temible reputación. Por lo que hemos oído, tienes la costumbre de matar a reyes y dioses, y quizás a algún soldado ocasional. Sin embargo, a los sirvientes skaa…

Vin dejó de mirar a los sirvientes, pero no miró a Telden a los ojos, temiendo que él viera confirmación en ellos. Se equivocaba: podría matar a aquellos criados si considerara que eso la ayudaría a salir de allí. Pero no estaba segura. Si Yomen oía gritos, no era probable que abriera la trampilla, y Vin habría matado a unos inocentes sin motivo.

—Bien —dijo Telden, terminando su vino—. Estamos en tablas. Damos por hecho que te estás quedando sin comida aquí abajo, a menos que hayas encontrado un modo de abrir esas latas. Aunque así sea, aquí no hay nada que puedas hacer para ayudarte a salir. Mi deducción es que, a menos que te tomes el vino, acabaremos muriendo de hambre en esta cueva.

Vin se recostó en su silla.
Tiene que haber una salida… una posibilidad de explotar esto.

Sin embargo, era muy poco probable que pudiera abrirse paso por aquella puerta de arriba. Tal vez podría usar duralumín y acero para apartarla. Sin embargo, habría consumido su acero y su peltre, y no tenía más frascos de metales.

Por desgracia, las palabras de Telden ocultaban una gran verdad. Aunque Vin pudiera sobrevivir en la caverna, estaría atrapada y sería inútil. El asedio continuaría arriba (ella ni siquiera sabía cómo iba), y el mundo seguiría agonizando por las maquinaciones de Ruina.

Necesitaba salir de esta caverna. Aunque eso significara ponerse en manos de Yomen. Miró la botella de vino adulterado.

Maldición
, pensó.
Ese obligador es mucho más listo de lo que pensábamos
. El vino había sido preparado con suficiente potencia para derribar a un alomántico.

Sin embargo…

El peltre hacía que el cuerpo fuera resistente a todo tipo de drogas. Si avivaba peltre con duralumín después de beber el vino, ¿quemaría tal vez el veneno y la dejaría despierta? Podía fingir estar inconsciente, y escapar una vez arriba.

Parecía difícil. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer? La comida casi se le había agotado, y sus posibilidades de escapar eran escasas. No sabía qué quería Yomen de ella, y era muy poco probable que Telden se lo dijera, pero no debía de quererla muerta. Si ése fuera el caso, simplemente la habría dejado morir de hambre.

Tenía una elección. O seguir esperando en la caverna, o apostar a tener una mejor posibilidad de escapar arriba. Pensó un instante, y luego tomó su decisión. Extendió la mano hacia la botella. Aunque su truco con el peltre no funcionara, prefería apostar por ello en caso de que se presentara una mejor situación arriba.

Telden se echó a reír:

—Decían que eras decidida. Eso es bastante alentador: he pasado demasiado tiempo con nobles aburridos que tardan años en tomar ninguna decisión firme.

Vin lo ignoró. Quitó el tapón de la botella con facilidad, y luego la alzó y dio un sorbo. La droga empezó a hacer efecto casi de inmediato. Se recostó en la silla, dejando caer los ojos, intentando dar la impresión de que se estaba quedando dormida. De hecho, le resultaba difícil permanecer despierta. La mente se le nublaba a pesar del peltre avivado.

Se desplomó, sintiéndose a la deriva. Allá va, pensó, y entonces quemó duralumín. Su cuerpo ardió con el peltre hiperamplificado. La sensación de cansancio enseguida desapareció. Casi dio un salto por el súbito estallido de energía. Telden se reía.

—¡Quién lo iba a decir! —comentó a uno de los criados—. Ha aceptado.

—Estarías muerto si no lo hubiera hecho, mi señor —respondió el criado—. Todos estaríamos muertos.

Y entonces el duralumín se agotó. El peltre desapareció con un soplo, y con él la inmunidad a la droga, que no se había consumido. De todas formas, había sido una posibilidad remota.

Apenas oyó el ruido de su arma cuando le resbaló de entre sus dedos y cayó al suelo. Entonces, perdió el conocimiento.

Capítulo 51

Cuando Ruina quedó libre de su prisión, pudo influir en la gente con más fuerza, pero empalar a alguien con un clavo hemalúrgico era difícil, no importa cuáles fueran las circunstancias.

Para conseguirlo, al parecer empezó con gente que ya tenía una tenue comprensión de la realidad. Su locura los volvía más abiertos a su contacto, y pudo usarlos para clavar a más gente estable. En cualquier caso, impresiona la de gente importante a la que consiguió dominar. El rey Penrod, que entonces gobernaba en Luthadel, es un buen ejemplo de ello.

Elend volaba a través de las brumas. Nunca había logrado hacer el truco que Vin hacía con las herraduras. De algún modo, ella podía mantenerse en el aire, rebotando de un empujón a otro, y tirando luego de cada herradura que dejaba atrás después de haberla usado. Para Elend, el proceso parecía un ciclón de trozos de metal potencialmente letales con Vin en el centro.

Lanzó una moneda, y luego se empujó en un poderoso salto. Había renunciado al método de las herraduras después de cuatro o cinco intentos fallidos. Vin parecía extrañada de que le costara tanto; al parecer, lo había descubierto por su cuenta, y sólo necesitó media hora de práctica para perfeccionarlo.

Pero, bueno, era Vin.

Elend lo hacía con monedas, que llevaba en una bolsa bastante grande. Los clips de cobre, las más pequeñas monedas imperiales, eran perfectos para su propósito, sobre todo porque al parecer era mucho más poderoso que otros nacidos de la bruma. Cada uno de sus empujones lo llevaba más lejos de lo normal, y no usaba tantas monedas, ni siquiera cuando recorría largas distancias.

Era bueno estar lejos. Se sintió libre mientras caía a través de la oscuridad, y luego avivó peltre y aterrizó con un golpe sordo. El terreno en este valle concreto estaba relativamente libre de ceniza: había volado con el viento, dejando un pequeño pasillo donde sólo le llegaba hasta media pantorrilla. Así, pudo correr durante unos minutos, para variar.

Other books

Mercy's Prince by Katy Huth Jones
My Father's Wives by Mike Greenberg
Ninth Key by Meg Cabot
Predestinados by Josephine Angelini
Tiempo de cenizas by Jorge Molist
Train Tracks by Michael Savage