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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (35 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—¿Te ocurre eso a menudo? —Su voz era cuidadosamente inexpresiva.

—¡Oh, no! —Corrí hacia la cocina, dejando una estela de chispas.

Matthew llegó antes que yo a la puerta.

—Nada de agua —ordenó ásperamente—. Huelen a electricidad.

¡Ah, eso explicaba por qué la última vez prendí fuego a la cocina!

Permanecí en silencio, manteniendo las manos alzadas entre nosotros. Observamos durante varios minutos mientras el color azul abandonaba las puntas de mis dedos y las chispas desaparecían por completo, dejando el perceptible olor al falso contacto de un cable eléctrico.

Cuando los fuegos artificiales terminaron, Matthew se apoyó contra el marco de la puerta de la cocina con el aire indiferente de un aristócrata del Renacimiento a la espera de que alguien pinte su retrato.

—Bien —dijo, mirándome inmóvil como un águila preparada para saltar sobre su presa—, eso ha sido interesante. ¿Siempre te pones así cuando te enfadas?

—Yo no me enfado —repliqué, alejándome de él. Me aferró con su mano y me hizo girar hacia atrás para obligarme a mirarle de frente.

—No te vas a librar tan fácilmente. —La voz de Matthew era suave, pero el tono afilado volvió a aparecer—. Tú te enfadas, acabo de verlo. Y has dejado al menos un agujero en mi alfombra que lo demuestra.

—¡Déjame marchar! —Mi boca se retorció formando lo que Sarah llamaba mi «expresión malhumorada». Era suficiente para hacer que mis alumnos temblaran. En ese momento esperaba que sirviera para obligar a Matthew a enroscarse como una pelota y echarse a rodar. Como mínimo, quería que quitara su mano de mi brazo para poder salir de allí.

—Ya te lo advertí, la amistad con los vampiros es complicada. No podría dejarte ir ahora, aunque quisiera hacerlo.

Bajé la mirada hacia su mano. Matthew la retiró con un bufido de impaciencia, y me giré para recoger mi bolso.

En realidad, uno no debería darle la espalda a un vampiro cuando se ha estado discutiendo con él.

Matthew me envolvió con sus brazos desde atrás, apretando mi espalda contra su pecho con tanta fuerza que podía sentir cada músculo en tensión.

—Ahora —me dijo directamente al oído— vamos a hablar como seres civilizados acerca de lo ocurrido. No vas a huir de esto… ni de mí.

—Déjame marchar, Matthew. —Me revolví en sus brazos.

—No.

Ningún hombre se había negado a mis ruegos cuando había pedido que dejara de hacer algo…, ya estuviera sonándose la nariz en la biblioteca o tratando de meter su mano debajo de mi camisa después de una película. Me revolví otra vez. Matthew apretó más los brazos.

—Deja de luchar contra mí. —Parecía divertirse—. Te cansarás mucho antes que yo, te lo aseguro.

En mi clase de defensa personal para mujeres me habían enseñado qué hacer si alguien me agarraba desde atrás. Levanté el pie para pisar con fuerza el suyo. Matthew lo movió y mi pisotón se encontró con el suelo vacío.

—Podemos hacer esto toda la tarde si quieres —murmuró—. Pero, sinceramente, no te lo recomiendo. Mis reflejos son mucho más rápidos que los tuyos.

—Suéltame y hablaremos —dije con los dientes apretados.

Se rió en silencio y su perfumada respiración me hizo cosquillas en la desprotegida piel de la nuca.

—Eso no ha sido un intento brillante de negociación, Diana. No, vamos a hablar así. Quiero saber con qué frecuencia se vuelven azules tus dedos.

—Muy esporádicamente. —Mi instructor me había recomendado relajarme si me agarraban desde atrás para deslizarme fuera de los brazos del agresor. Pero los brazos de Matthew simplemente apretaron más—. Algunas veces, cuando era niña, incendiaba cosas…, las alacenas de la cocina, pero eso pudo haber sido porque traté de poner las manos en el fregadero y el fuego empeoró. Las cortinas de mi dormitorio, una o dos veces. Un árbol en el jardín…, pero fue sólo un árbol pequeño.

—¿Y desde entonces?

—Ocurrió la semana pasada, cuando Miriam me hizo enfadar.

—¿Por qué te hizo enfadar? —preguntó, apoyando su mejilla contra un lado de mi cabeza. Era reconfortante, si pasaba por alto el hecho de que me estaba reteniendo en contra de mi voluntad.

—Me dijo que tenía que aprender a cuidarme a mí misma y dejar de confiar en que tú me ibas a proteger. En síntesis, me acusó de hacer el papel de doncella afligida. —Sólo pensar en ello hizo que me hirviera la sangre y me empezaran a picar todos los dedos otra vez.

—Tú eres muchas cosas, Diana, pero doncella afligida no es una de ellas. Has tenido esta reacción dos veces en menos de una semana —dijo Matthew, pensativo—. Interesante.

—No lo creo.

—No. Supongo que para ti no lo es —dijo—, pero de todos modos es interesante. Ahora cambiemos de tema. —Su boca se movió hacia mi oreja, y traté, sin éxito, de apartarla—. ¿Qué tontería es esa de que lo único que me interesa es un antiguo manuscrito?

Me ruboricé. Aquello me mortificó.

—Sarah y Em me dijeron que sólo pasabas tiempo conmigo porque querías algo. Supongo que se trata del Ashmole 782.

—Pero eso no es verdad, ¿no? —susurró, pasando los labios y la mejilla suavemente sobre mi pelo. Mi sangre reaccionó y empezó a canturrear. Hasta yo podía escucharla. Él se rió de nuevo, esta vez con satisfacción—. Estaba convencido de que no lo creíste. Sólo quería estar seguro.

Mi cuerpo se relajó sobre el suyo.

—Matthew… —comencé a decir.

—Te voy a soltar —me interrumpió—. Pero no trates de salir corriendo por la puerta, ¿comprendes?

Éramos otra vez la presa y el depredador. Si yo corría, sus instintos le dirían que saliera a perseguirme. Asentí con la cabeza y él apartó sus brazos de mí, dejándome extrañamente inestable.

—¿Qué voy a hacer contigo? —Allí estaba él, con las manos sobre las caderas, una sonrisa torcida en su cara—. Eres la criatura más exasperante que jamás he conocido.

—Nadie sabe qué hacer conmigo.

—Eso puedo creerlo. —Me miró detenidamente por un momento—. Nos vamos a Woodstock.

—¡No! Estoy perfectamente segura en la universidad. —Él me había advertido sobre los vampiros y su instinto protector. Tenía razón…, no me gustaba eso.

—Eso no es cierto —replicó con un destello enfadado en sus ojos—. Alguien ha tratado de entrar por la fuerza en tus habitaciones.

—¿Qué? —Me sentí aterrada.

—La cerradura floja, ¿recuerdas?

Era cierto que había señales en el marco, pero yo había decidido que Matthew no debía enterarse.

—Te alojarás en Woodstock hasta que Peter Knox se vaya de Oxford.

En mi cara apareció reflejada la consternación.

—No lo pasarás tan mal —agregó amablemente—. Harás todo el yoga que quieras.

Con Matthew en el papel de guardaespaldas, no tenía yo demasiadas opciones. Y si él tenía razón, y yo sospechaba que la tenía, alguien ya había logrado escabullirse del control de Fred para entrar en mis habitaciones.

—Vamos —dijo, recogiendo la bolsa con mi ordenador—. Te llevaré a tu residencia y esperaré mientras preparas tus cosas. Pero esta conversación sobre la relación entre el Ashmole 782 y tus dedos azules no ha terminado —continuó, obligándome a mirarlo a los ojos—. Acaba de empezar.

Bajamos al aparcamiento de los miembros de All Souls y Matthew sacó el Jaguar de entre un modesto Vauxhall azul y un viejo Peugeot. Dadas las restricciones de circulación de la ciudad, llegar nos llevó el doble de tiempo de lo que hubiéramos necesitado caminando.

Matthew se detuvo en la entrada de la portería.

—Vuelvo enseguida —dije, colgándome la bolsa del ordenador del hombro mientras él me abría la puerta del coche.

—¡Doctora Bishop, hay correo para usted! —gritó Fred desde la portería.

Recogí el contenido de mi casillero a la vez que mi cabeza latía con fuerza por la tensión y la ansiedad, y agité la mano con mi correo a Matthew antes de ir hacia mis habitaciones.

Una vez dentro, me quité los zapatos con los pies, me froté las sienes y miré el contestador automático. Afortunadamente, no estaba parpadeando. El correo no contenía nada más que facturas y un sobre marrón grande con mi nombre escrito a máquina en él. No traía sellos, lo que indicaba que procedía del correo interno de la universidad. Metí el dedo por debajo de la solapa y saqué el contenido.

Un trozo de papel normal estaba adherido a algo suave y brillante. Escrita a máquina en el papel había una sola palabra: «¿Recuerdas?».

Con las manos temblorosas, saqué un papelito, que cayó planeando al suelo para dejar a la vista una conocida y brillante fotografía. Pero yo sólo la había visto reproducida en blanco y negro en los periódicos. Ésta era en color, y tan brillante y vívida como el día en que había sido tomada, en 1983.

Allí se veía el cuerpo de mi madre, boca abajo, en medio de un círculo de tiza, con la pierna izquierda en un ángulo imposible. Su brazo derecho estaba estirado hacia mi padre, que yacía boca arriba, con la cabeza hundida en un costado y un corte profundo que le abría el torso desde la garganta hasta la ingle. Algunas de sus entrañas habían sido sacadas y estaban junto a él, en el suelo.

Un sonido que podía ser un gemido o un grito salió de mi boca. Caí al suelo, temblando, pero sin poder apartar los ojos de la imagen.

—¡Diana! —La voz de Matthew sonó desesperada, pero estaba demasiado lejos como para que le prestara atención. En la distancia alguien tiró del pomo de la puerta. Se oyeron pasos subiendo las escaleras, una llave chirrió en la cerradura.

La puerta se abrió de golpe y levanté la vista hacia la cara cenicienta de Matthew, junto a la cara de preocupación de Fred.

—¿Doctora Bishop? —exclamó Fred.

Matthew se movió tan rápidamente que Fred tenía que haberse percatado de que era un vampiro. Se agachó delante de mí. Mis dientes castañeteaban en medio de la conmoción.

—Si le doy mis llaves, ¿puede usted llevar mi coche a All Souls? —le preguntó Matthew por encima el hombro—. La doctora Bishop no está bien y no debe quedarse sola.

—No se preocupe, profesor Clairmont. Lo guardaremos aquí, en la plaza del director — respondió Fred. Matthew le arrojó las llaves al portero, que las atrapó con precisión. Mirándome con preocupación, Fred cerró la puerta.

—Voy a vomitar —susurré.

Matthew me ayudó a ponerme de pie y me llevó al baño. Me dejé caer junto al inodoro y vomité. Solté la fotografía para agarrarme a los bordes de loza. Apenas mi estómago estuvo vacío, los temblores más fuertes desaparecieron, pero cada pocos segundos un escalofrío me recorría todo el cuerpo.

Bajé la tapa y estiré la mano para tirar de la cadena, buscando apoyo en el inodoro. La cabeza me daba vueltas. Matthew me sostuvo antes de que me golpeara contra la pared del baño.

De pronto mis pies ya no estaban en el suelo. El pecho de Matthew estaba junto a mi hombro derecho y su brazo debajo de mis rodillas. Un momento después me colocó suavemente sobre mi cama, encendió la luz y movió la lámpara. Mi muñeca estaba entre sus dedos fríos, y el contacto con él hizo que mi pulso empezara a calmarse. Lo miré a la cara. Parecía tan tranquilo como siempre, salvo por la pequeña vena oscura en su frente que latía ligeramente en intervalos de un minuto, más o menos.

—Voy a buscarte algo de beber. —Me soltó la muñeca y se puso de pie.

Otra oleada de pánico me recorrió por completo. Me levanté de un salto. Todos mis instintos me decían que corriera y me fuera tan lejos y tan rápido como fuera posible.

Matthew me agarró por los hombros, tratando de que lo mirara a los ojos.

—Detente, Diana.

Mi estómago había empujado mis pulmones, haciendo salir todo el aire, y luché para librarme de sus manos, sin saber y sin importarme lo que estaba diciendo.

—Déjame marchar —le imploré, haciendo fuerza contra su pecho con ambas manos.

—Diana, mírame. —No había manera de ignorar la voz de Matthew, ni la atracción casi lunar de sus ojos—. ¿Qué te ocurre?

—Mis padres. Gillian me dijo que las brujas mataron a mis padres. —Mi voz sonaba aguda y tensa.

Matthew dijo algo en una lengua que no entendí.

—¿Cuándo ocurrió eso? ¿Dónde estaban? ¿La bruja te dejó un mensaje en el teléfono? ¿Te amenazó? —Me sostuvo con más fuerza.

—Nigeria. Dijo que los Bishop siempre fueron un problema.

—Iré contigo. Déjame hacer algunas llamadas telefónicas primero. —Matthew respiró hondo, estremeciéndose—. Lo siento mucho, Diana.

—¿Ir adónde? —Nada tenía sentido.

—A África. —Matthew parecía confundido—. Alguien tendrá que identificar los cuerpos.

—Mis padres fueron asesinados cuando yo tenía siete años.

Abrió los ojos con asombro.

—A pesar de haber ocurrido hace tanto tiempo, parece como si fuera el único tema del que las brujas y los brujos quieren hablar últimamente… Gillian, Peter Knox. —Yo temblaba a medida que el pánico aumentaba, cuando sentí que un grito se abría paso en mi garganta. Matthew me apretó contra él antes de que pudiera estallar, sujetándome tan fuerte que notaba las líneas de sus músculos y sus huesos con nitidez contra mi piel. El grito se convirtió en un sollozo—. Algo malo les sucede a las brujas que guardan secretos. Gillian lo dijo.

—No importa lo que ella dijera. No voy a dejar que Knox ni ningún otro brujo o bruja te haga daño. Ahora te tengo a ti. —La voz de Matthew era feroz. Inclinó la cabeza y apoyó la mejilla en mi pelo mientras yo lloraba—. Oh, Diana. ¿Por qué no me lo dijiste?

En algún lugar del fondo de mi alma, una cadena oxidada empezó a desenrollarse. Se fue liberando eslabón por eslabón, saliendo del lugar donde había permanecido sin ser vista, esperándolo a él. Mis manos, que habían estado cerradas y apretadas contra su pecho, se fueron abriendo con ella. La cadena siguió cayendo, hasta una profundidad incalculable donde sólo había oscuridad, y allí estaba Matthew. Finalmente llegó a su máxima longitud, dejándome anclada a un vampiro. A pesar del manuscrito, a pesar del hecho de que mis manos tenían un voltaje suficiente como para hacer funcionar un horno microondas, y a pesar de la fotografía, mientras estuviera conectada a él, estaba segura.

Cuando mis sollozos se calmaron, Matthew se alejó.

—Te voy a traer un poco de agua y luego vas a descansar. —El tono de su voz no invitaba a la discusión, y en cuestión de segundos regresó con un vaso de agua y dos pastillitas.

—Tómate esto —dijo, entregándomelas junto con el agua.

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