Read El caso de Charles Dexter Ward Online
Authors: H. P. Lovecraft
Pero, como es natural, el efecto de aquel cambio de actitud fue necesariamente reducido. Curwen siguió siendo detestado y evitado, probablemente a causa de la juventud que aparentaba a pesar de sus muchos años, y al final se dio cuenta de que su fortuna llegaría a resentirse de la generosidad con que trataba de granjearse el afecto de sus conciudadanos. Sin embargo, sus complicados estudios y experimentos, cualesquiera que fuesen, exigían al parecer grandes sumas de dinero, y, dado que un cambio de ambiente le habría privado de las ventajas comerciales que había alcanzado en aquella ciudad no podía trasladarse a otra para empezar de nuevo. El buen juicio señalaba la conveniencia de mejorar sus relaciones con los habitantes de Providence, de modo que su presencia no diera lugar a que se interrumpieran las conversaciones y se creara una atmósfera de tensión e intranquilidad. Sus empleados, reclutados ahora entre los parados e indigentes a quienes nadie quería dar empleo, le causaban muchas preocupaciones, y si lograba mantener a su servicio a capitanes y marineros era sólo porque había tenido la astucia de adquirir ascendiente sobre ellos por medio de una hipoteca, una nota comprometedora o alguna información de tipo muy íntimo. En muchas ocasiones, y como observaban espantados los autores de algunos diarios privados, Curwen demostró poseer facultades de brujo al descubrir secretos familiares para utilizarlos en beneficio suyo. Durante los últimos cinco años de su vida, se llegó a pensar que esos datos que manejaba de un modo tan cruel sólo podía haberlos reunido gracias a conversaciones directas con los muertos.
Así fue como por aquella época llevó a cabo un último y desesperado esfuerzo por ganarse las simpatías de la comunidad. Misógino hasta entonces, decidió contraer un ventajoso matrimonio tomando por esposa a alguna dama cuya posición hiciera imposible la continuación de su ostracismo, aunque es probable que tuviera motivos más profundos para desear dicha alianza, motivos tan ajenos a la esfera cósmica conocida que sólo los documentos hallados ciento cincuenta años después de su muerte hicieron sospechar de su existencia.
Naturalmente Curwen se daba cuenta de que cualquier cortejo por su parte sería recibido con horror e indignación, y, en consecuencia, buscó una candidata sobre cuyos padres pudiera él ejercer la necesaria presión. Mujeres adecuadas no eran fáciles de encontrar puesto que Curwen exigía para la que habría de ser su esposa unas condiciones especiales de belleza, prendas personales y posición social. Al final sus miradas se posaron en el hogar de uno de sus mejores y más antiguos capitanes, un viudo de muy buena familia llamado Dutie Tillinghast, cuya única hija, Eliza, parecía reunir todas las cualidades deseadas. El capitán Tillinghast estaba completamente dominado por Curwen y, después de una terrible entrevista en su casa de la colina de Power Lane, consintió en aprobar la monstruosa alianza.
Eliza Tillinghast tenía en aquellos días dieciocho anos y había sido educada todo lo bien que la reducida fortuna de su padre permitiera. Había asistido a la escuela de Stephen Jackson y había sido también diligentemente instruida por su madre en las artes y refinamientos de la vida doméstica. Un ejemplo de su habilidad para las labores puede admirarse todavía en una de las salas de la Sociedad Histórica de Rhode Island. Desde el fallecimiento de la señora Tillinghast, ocurrido en 1757 a causa de la viruela, Eliza se había hecho cargo del gobierno de la casa ayudada únicamente por una anciana negra. Sus discusiones con su padre a propósito de la petición de Curwen debieron ser muy penosas, aunque no queda constancia de ellas en los documentos de la época. Lo cierto es que rompió su compromiso con el joven Ezra Weeden, segundo oficial del carguero
Enterprise
de Crawford, y que su unión con Joseph Curwen tuvo lugar el 7 de marzo de 1763 en la iglesia Baptista y en presencia de la mejor sociedad de la ciudad. La ceremonia fue oficiada por el vicario Samuel Winson y la
Gazette
se hizo eco del acontecimiento con una breve reseña que, en la mayoría de los ejemplares del periódico correspondientes a aquella fecha, y archivados en distintos lugares, parecía haber sido cortada o arrancada. Ward encontró un ejemplar intacto después de mucho rebuscar en los archivos de un coleccionista particular y observó entonces con regocijo la vaguedad de los términos con que estaba redactada la nota.
«El pasado lunes por la tarde, el señor Joseph Curwen, vecino de esta villa, comerciante, contrajo matrimonio con la señorita Eliza Tillinghast, hija del capitán Dutie Tillinghast, joven de muchas virtudes dotada además de gran belleza. Hacemos votos por su perpetua felicidad.»
La correspondencia Durfee-Arnold, descubierta por Charles Ward poco antes de que presentara los primeros síntomas de locura, en el museo particular de Melville L. Peters en Georgia Street, y que cubre aquel período y otro ligeramente anterior, arroja vívida luz sobre la ofensa al sentimiento público que causó aquella disparatada unión. Sin embargo, la influencia social de los Tillinghast era innegable, y así una vez más Joseph Curwen vio frecuentado su hogar por personas a las cuales nunca hubiera podido inducir, de otro modo, a que cruzasen el umbral de la casa. No se le aceptó totalmente, ni mucho menos, pero sí se levantó la condena al ostracismo a que se le había sometido. En el trato de que hizo objeto a su esposa, el extraño novio asombró a la comunidad y a ella misma portándose con el mayor miramiento y obsequiándola con toda clase de consideraciones. La nueva mansión de Olney Court estaba ahora completamente libre de manifestaciones inquietantes y aunque Curwen acudía con mucha frecuencia a la granja de Pawtuxet, que dicho sea de paso su esposa no visitó jamás, parecía un ciudadano mucho más normal que en cualquier otra época de su residencia en Providence. Sólo una persona seguía abrigando hacia él abierta hostilidad: el joven que había visto roto tan bruscamente su compromiso con Eliza Tillinghast. Ezra Weeden había jurado vengarse y, a pesar de su temperamento normalmente apacible, alimentaba un odio en su corazón que no presagiaba nada bueno para el hombre que le había robado la novia.
El siete de mayo de 1765 nació la que había de ser única hija de Curwen, Ann, que fue bautizada por el Reverendo John Graves de
King’s Church
, iglesia que frecuentaban los dos esposos desde su matrimonio como fórmula de compromiso entre sus respectivas afiliaciones Congregacionista y Baptista. El certificado de aquel nacimiento, así como el de la boda celebrada dos años antes, había desaparecido de los archivos eclesiásticos y municipales. Ward consiguió localizarlos, tras grandes dificultades, una vez que hubo descubierto el cambio de apellido de la viuda y una vez que se despertó en él aquel febril interés que culminó en su locura. El de nacimiento apareció por una feliz coincidencia como resultado de la correspondencia que mantuvo con los herederos del Dr. Graves, quien se había llevado un duplicado de los archivos de su iglesia al abandonar la ciudad a comienzos de la guerra de la Independencia, Ward había recurrido a ellos porque sabía que su tatarabuela, Ann Tillinghast, había sido episcopalista.
Poco después del nacimiento de su hija, acontecimiento que pareció recibir con un entusiasmo que contrastaba con su habitual frialdad, Curwen decidió posar para un retrato. Lo pintó un escocés de gran talento llamado Cosmo Alexandre, residente en Newport en aquella época y que adquirió fama después por haber sido el primer maestro de Gilbert Stuart. Decíase que el retrato había sido pintado sobre uno de los paneles de la biblioteca de la casa de Olney Court, pero ninguno de los dos diarios en que se mencionaba proporcionaba ninguna pista acerca de su posterior destino. En aquel período, Curwen dio muestras de una desacostumbrada abstracción y pasaba todo el tiempo que podía en su granja de Pawtuxet Road. Se hallaba continuamente, al parecer, en un estado de excitación o ansiedad reprimidas, como si esperase que fuera a ocurrir en cualquier momento algún acontecimiento de fenomenal importancia o como si estuviese a punto de hacer algún extraño descubrimiento. La química o la alquimia debían tener que ver mucho con ello, ya que se llevó a la granja numerosos volúmenes de la biblioteca de su casa que versaban sobre esos temas.
No disminuyó su pretendido interés por el bien de la ciudad y en consecuencia no desperdició la oportunidad de ayudar a hombres como Stephen Hopkins, Joseph Brown y Benjamin West en sus esfuerzos por elevar el nivel cultural de Providence que en aquel entonces se hallaba muy por debajo de Newport en lo referente al patronazgo de las artes liberales. Había ayudado a Daniel Jenkins en 1763 a abrir una librería de la cual fue desde entonces el mejor cliente, y proporcionó también ayuda a la combativa
Gazette
que se imprimía cada miércoles en el edificio decorado con el busto de Shakespeare. En política apoyó ardientemente al gobernador Hopkins contra el partido de Ward, cuyo núcleo más fuerte se encontraba en Newport, y el elocuente discurso que pronunció en 1765 en el Hacher’s Hall en contra de la proclamación de North Providence como ciudad independiente, contribuyó más que ninguna otra cosa a disipar los prejuicios existentes contra él. Pero Ezra Weeden, que le vigilaba muy de cerca, sonreía cínicamente ante aquella actitud, que él juzgaba insincera, y no se recataba en afirmar que no era más que una máscara destinada a encubrir un horrendo comercio con las más negras fuerzas del Averno. El vengativo joven inició un estudio sistemático del extraño personaje y de sus andanzas, pasando noches enteras en los muelles cuando veía luz en sus almacenes y siguiendo a sus barcos, que a veces zarpaban silenciosamente en dirección a la bahía. Sometió también a estrecha vigilancia la granja de Pawtuxet y en cierta ocasión fue mordido salvajemente por los perros que en su persecución soltaron los criados indios.
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En 1766 se produjo el cambio final en Joseph Curwen. Fue muy repentino y pudo ser observado por toda la población porque el aire de ansiedad y expectación que le envolvía cayó como una capa vieja para dar paso inmediato a una mal disimulada expresión de completo triunfo. Daba la impresión de que a Curwen le resultaba difícil contener el deseo de proclamar públicamente lo que había hecho o averiguado, pero, al parecer, la necesidad de guardar el secreto era mayor que el afán de compartir su regocijo, ya que no dio a nadie ninguna explicación. Después de aquella transformación que tuvo lugar a primeros de julio, el siniestro erudito empezó a asombrar a todos demostrando poseer cierto tipo de información que solo podían haberle facilitado antepasados suyos fallecidos muchos años antes.
Pero las actividades secretas de Curwen no cesaron, ni mucho menos, con aquel cambio. Por el contrario, tendieron a aumentar, con lo cual fue dejando más y más sus negocios en manos de capitanes unidos a él por lazos de temor tan poderosos como habían sido anteriormente los de la miseria. Abandonó el comercio de esclavos alegando que los beneficios que le reportaba eran cada vez menores. Pasaba casi todo el tiempo en su granja de Pawtuxet, aunque de vez en cuando alguien decía haberle visto en lugares muy cercanos a cementerios, con lo que las gentes se preguntaron hasta qué punto habrían cambiado realmente las antiguas costumbres del comerciante. Ezra Weeden, a pesar de que sus períodos de espionaje eran necesariamente breves e intermitentes debido a los viajes que le imponía su profesión, poseía una vengativa persistencia de que carecían ciudadanos y campesinos, y sometía las idas y venidas de Curwen a una vigilancia mayor de la que nunca conocieran.
Muchas de las extrañas maniobras de los barcos del comerciante habían sido atribuidas a lo inestable de aquella época en que los colonos parecían decididos a eludir como fuera las estipulaciones del Acta del Azúcar. El contrabando era cosa habitual en la Bahía de Narragansett y los desembarcos nocturnos de importaciones ilícitas estaban a la orden del día. Pero Weeden, que seguía noche tras noche a las embarcaciones que zarpaban de los muelles de Curwen, no tardó en convencerse de que no eran únicamente los barcos de la armada de Su Majestad lo que el siniestro traficante deseaba evitar. Con anterioridad al cambio de 1766, aquellas embarcaciones habían transportado principalmente negros encadenados, que eran desembarcados en un punto de la costa situado al norte de Pawtuxet, y conducidos posteriormente campo a traviesa hasta la granja de Curwen, donde se les encerraba en aquel enorme edificio de piedra que tenía estrechas troneras en vez de ventanas. Pero a partir de 1766 todo cambió. La importación de esclavos cesó repentinamente y durante una temporada Curwen interrumpió las navegaciones nocturnas. Luego, en la primavera de 1767, las embarcaciones volvieron a zarpar de los muelles oscuros y silenciosos para cruzar la bahía y llegar a Nanquit Point, donde se encontraban con barcos de tamaño considerable y aspecto muy diverso de los que recibían cargamento. Los marineros de Curwen desembarcaban luego la mercancía en un punto determinado de la costa y desde allí la transportaban a la granja, dejándola en el mismo edificio de piedra que había dado alojamiento a los negros. El cargamento consistía casi enteramente en cajones, de los cuales gran número tenía una forma oblonga, forma que recordaba ominosamente la de los ataúdes.
Weeden vigilaba la granja con incansable asiduidad, visitándola noche tras noche durante largas temporadas. Raramente dejaba pasar una semana sin acercarse a ella excepto cuando el terreno estaba cubierto de nieve, en la que habría dejado impresas sus huellas, y aun en esos días se aproximaba lo más posible cuidando de no salirse de la vereda o de caminar sobre el hielo del río vecino a la granja, con el fin de poder ver si había rastros de pisadas en torno a la casa. Para no interrumpir la vigilancia durante las ausencias que le imponía su trabajo, se puso de acuerdo con un amigo que solía beber con él en la taberna, un tal Eleazar Smith, que desde entonces le sustituyó en su tarea. Entre los dos pudieron haber hecho circular rumores extraordinarios, y si no lo hicieron, fue solamente porque sabían que publicar ciertas cosas habría tenido el efecto de alertar a Curwen haciéndoles imposible toda investigación posterior, cuando lo que ellos querían era enterarse de algo concreto antes de pasar a la acción. De todos modos lo que averiguaron debió ser realmente sorprendente. En más de una ocasión dijo Charles Ward a sus padres cuánto lamentaba que Weeden hubiese quemado su cuaderno de notas. Lo único que se sabe de sus descubrimientos es lo que Eleazar Smith anotó en un diario, no muy coherente por cierto, y lo que otros autores de diarios íntimos y cartas repitieron después tímidamente, es decir, que la propiedad campestre era solamente tapadera de una peligrosa amenaza cuya profundidad escapaba a toda comprensión.