El ascenso de Endymion (36 page)

Read El ascenso de Endymion Online

Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El ascenso de Endymion
11.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

Maldición
, pensó el ejecutivo de Pax. Allí estaba Anna Pelli Cognani, vestida con su mejor túnica, al igual que los ejecutivos Helvig Aron y Kennet Hay-Modhino, colegas de Isozaki en el consejo ejecutivo de la Liga Pancapitalista de Organizaciones Católicas Independientes de Comercio Transestelar.

Maldición
, pensó de nuevo Kenzo Isozaki, saludando en impasible silencio a sus colegas.
Nos harán a todos responsables de mis actos. Todos seremos excomulgados y ejecutados
.

—Por aquí —dijo el coronel de la Guardia Suiza, abriendo una puerta tallada que conducía a una sala más oscura.

Isozaki olió velas, incienso, piedra sudorosa. Comprendió que los guardias suizos no los acompañarían. Aquello que los esperaba adentro estaba destinado a ellos solos.

—Gracias, coronel —dijo Isozaki con voz agradable. Con pasos firmes, encabezó la marcha en la aromática penumbra.

Era una capilla pequeña, alumbrada por las velas votivas rojas que chisporroteaban en un soporte de hierro forjado contra una pared de piedra y los dos vitrales que había detrás del sencillo altar. Seis velas más ardían en el altar desnudo, y las llamas de los braseros del otro lado arrojaban una luz más rojiza en la habitación larga y angosta. A la izquierda del altar había una silla alta de respaldo recto, con cojines de terciopelo. En el respaldo de la silla estaba grabado lo que a primera vista parecía un cruciforme pero en realidad era la triple cruz papal. El altar y la silla estaban sobre una tarima de piedra.

No había sillas ni bancos en el resto de la capilla, pero habían puesto cojines de terciopelo rojo en la piedra oscura, a ambos lados del pasillo por donde caminaban Isozaki, Cognani, Hay-Modhino y Aron. Había cuatro cojines libres, dos a cada lado del pasillo. Los ejecutivos de Mercantilus hundieron los dedos en la pila de piedra, se persignaron, hicieron una genuflexión y se arrodillaron sobre los cojines. Antes de bajar la cabeza en una plegaria, Kenzo Isozaki echó un vistazo alrededor.

Cerca de la tarima estaba arrodillado el secretario de Estado, el cardenal Simón Augustino Lourdusamy, una montaña rojinegra en la luz purpúrea, el cuello de clérigo oculto bajo la papada mientras inclinaba la cabeza en una plegaria, y detrás de él estaba arrodillado su enjuto asistente, monseñor Lucas Oddi. Al otro lado estaba arrodillado el cardenal John Domenico Mustafa, gran inquisidor del Santo Oficio, los ojos cerrados. Junto a él estaba el tristemente famoso agente y torturador, el padre Farrell.

Junto a Lourdusamy había tres oficiales de Pax de rodillas: el almirante Marusyn, con su cabello plateado brillante en la luz roja, su edecán la almirante Marget Wu, y alguien cuyo rostro Isozaki creyó recordar un instante, la almirante Aldikacti. Junto al gran inquisidor estaba arrodillada la cardenal Du Noyer, prefecta y presidente del Cor Unum. Du Noyer era una mujer setentona, saludable, con una mandíbula fuerte y cabello corto y gris. Sus ojos tenían el color del pedernal. Isozaki no reconoció al hombre maduro vestido de monseñor que estaba junto a la cardenal.

Las otras cuatro figuras arrodilladas eran los ejecutivos de Mercantilus, Aron y Hay-Modhino del lado del gran inquisidor, Isozaki y Pelli Cognani del lado del secretario de Estado. Isozaki contó un total de trece personas en la capilla. No era un número auspicioso.

Una puerta oculta en la pared de la derecha del altar se abrió en silencio y el papa entró con cuatro hombres. Las trece personas de la capilla se pusieron de pie e inclinaron la cabeza. Kenzo Isozaki tuvo tiempo de reconocer a dos de los hombres que acompañaban al papa como asistentes y al tercero como jefe de seguridad papal —funcionarios anónimos—, pero el cuarto, de gris, era el consejero Albedo. Sólo Albedo permaneció con el papa mientras Su Santidad entraba en la sala, dejando que los presentes le besaran el anillo y tocándoles la cabeza. Al fin Su Santidad, el papa Urbano XVI, se sentó en el trono de respaldo recto, con Albedo al lado. Los trece dignatarios arrodillados se pusieron de pie.

Isozaki bajó los ojos con expresión serena, pero el corazón le latía con fuerza.
¿Nos denunciará Albedo a todos? ¿Todos estos grupos han intentado comunicarse secretamente con el Núcleo? ¿Debemos enfrentarnos a Su Santidad y luego ser llevados de aquí, para que nos arranquen el cruciforme y nos ejecuten?
A Isozaki le parecía probable.

—Hermanos y hermanas en Cristo —dijo Su Santidad—, nos complace que hayáis aceptado reuniros aquí en este día. Lo que debemos decir en este lugar íntimo y silencioso ha sido un secreto durante siglos y debe permanecer dentro de este círculo hasta que la Santa Sede otorgue autorización formal para difundirlo. Así os exhortamos y ordenamos, so pena de excomunión y la pérdida de vuestra alma a la luz de Cristo.

Los trece hombres y mujeres murmuraron plegarias y frases de asentimiento.

—En los últimos años —continuó Su Santidad— han ocurrido acontecimientos tan extraños como terribles. Los hemos presenciado desde lejos, y previmos algunos con la ayuda de Nuestro Señor Jesucristo, y hemos rogado que muchos otros no sucedieran, para ahorrar a nuestro pueblo, nuestra Pax y nuestra Iglesia una prueba de voluntad, fe y fortaleza. Pero los acontecimientos ocurren como lo desea el Señor. Ni siquiera Su más fiel servidor puede entender todos los hechos y portentos, sólo confiar en Su misericordia cuando esos hechos parecen más amenazadores y desconcertantes.

Los trece dignatarios mantuvieron la cabeza gacha.

—En vez de narrar estos sucesos desde nuestra perspectiva —murmuró Su Santidad— pediremos a algunos de sus protagonistas que los describan exhaustivamente. Después procuraremos explicar las relaciones entre hechos aparentemente tan diversos. ¿Almirante Marusyn?

El canoso almirante se volvió para enfrentar a los demás y a Su Santidad. Se despejó la garganta.

—Los informes llegados desde un mundo llamado Vitus-Gray-Balianus B sugieren que estuvimos a punto de capturar al hombre llamado Raul Endymion, nacido en Hyperion, quien se nos escapó, junto con nuestro principal objetivo, la niña llamada Aenea, hace casi cinco años estándar. Elementos de una fuerza especial de la Guardia Noble... —El almirante miró al papa, quien asintió aprobatoriamente con un movimiento de cabeza—. Elementos de esta fuerza especial inculcaron al comandante de Vitus-Gray-Balianus B la posible presencia de esta persona. Aunque escapó antes de que pudiéramos inspeccionar toda la zona, las pruebas de ADN y micrones confirman que era el mismo Raul Endymion que estuvo brevemente encarcelado en el de Mare Infinitus hace más de cuatro años.

El cardenal Lourdusamy se aclaró la garganta.

—Sería útil, almirante, saber cómo el sospechoso, Raul Endymion, escapó de Vitus-Gray-Balianus B.

El impasible Kenzo Isozaki registró el hecho de que Lourdusamy hablaba en nombre de Su Santidad en esta conferencia.

—Gracias, excelencia —dijo el almirante Marusyn—. Sí, parece que este Endymion apareció en el planeta, y huyó de él, por medio de un antiguo teleyector.

Nadie habló, pero Isozaki captó el murmullo psíquico de interés y desconcierto. En los últimos cuatro años habían corrido rumores de que las fuerzas de Pax perseguían a un hereje que había logrado activar los teleyectores durmientes.

—¿Y este teleyector estaba activo cuando sus hombres lo inspeccionaron? —preguntó Lourdusamy.

—Negativo, excelencia —dijo el almirante Marusyn—. No había indicios de actividad en ninguno de ambos teleyectores, ni en el de río arriba, que debió dar al fugitivo acceso a Vitus-Gray-Balianus B, ni en el que está río abajo.

—¿Pero está seguro de que Endymion no llegó al planeta por medios más convencionales? ¿E igualmente seguro de que ahora no se oculta allí?

—Sí, excelencia. Este mundo de Pax tiene excelente control de tráfico y defensas orbitales. Toda nave espacial que se aproximara a Vitus-Gray-Balianus B sería detectada a horas-luz del planeta. Y hemos registrado ese mundo intensamente, administrando droga de la verdad a decenas de miles de habitantes. El hombre llamado Endymion no se encuentra allí. Los testigos describieron, sin embargo, un destello en el teleyector de río abajo, el cual estalló en el preciso instante en que nuestros sensores hemisféricos detectaban una pulsación de energía similar a la de un campo de desplazamiento teleyector, de acuerdo con viejos registros.

Su Santidad le hizo una seña al cardenal Lourdusamy.

—Y creo que hay otra noticia perturbadora, almirante Marusyn —dijo Lourdusamy.

El almirante asintió con expresión austera.

—En efecto, excelencia, Su Santidad. Esto implica el primer motín en la historia de la flota de Pax.

Isozaki notó nuevamente esa sensación de desconcierto. No reveló ninguna emoción ni reacción, pero por el rabillo del ojo vio que Anna Pelli Cognani lo miraba de reojo.

—Pediré a la almirante Aldikacti que nos informe sobre este asunto —dijo Marusyn. Retrocedió y se cruzó de brazos.

Aldikacti era una de esas mujeres lusianas corpulentas que tenían aire de andrógino. Era sólida y maciza como un ladrillo.

Aldikacti no perdió tiempo en aclararse la garganta. Presentó sin preámbulos un informe relacionado con el grupo de ataque GEDEÓN, su misión de atacar baluartes éxters en siete sistemas del Confín, el victorioso resultado de esa misión en los siete sistemas y la sorpresa sufrida en el último, denominado Lucifer.

—El comportamiento del grupo de ataque superaba las expectativas y los resultados de las simulaciones —declaró la almirante Aldikacti—. En consecuencia, mientras completábamos las operaciones en el sistema Lucifer, autoricé que una nave Gedeón sin tripulantes llevara un mensaje a Pacem, para Su Santidad y el almirante Marusyn, solicitando permiso para reabastecernos en Tau Ceti y extender la misión del grupo GEDEÓN, atacando nuevos sistemas éxters antes de que la noticia de nuestro ataque se difundiera por el Confín. Recibí autorización para ello y procedí a llevar el grueso de mis fuerzas a Tau Ceti para reaprovisionarnos y encontrarnos con cinco naves arcángeles adicionales que entraron en acción cuando nuestra fuerza abandonó el espacio de Pax.

—¿Se llevó usted el grueso del grupo? —preguntó el cardenal Lourdusamy.

—Sí, excelencia. —No había el menor temblor de disculpa en la voz de Aldikacti—. Cinco naves-antorcha éxters habían escapado a nuestra detección y se dirigían a un punto de traslación Hawking que supuestamente las habría llevado a otro sistema éxter, donde habrían anunciado la presencia de nuestra fuerza mortífera. En vez de distraer a todo el grupo GEDEÓN, que se aproximaba a su punto de traslación a Tau Ceti, autoricé a las naves
Gabriel
y
Rafael
a permanecer en el sistema de Lucifer el tiempo necesario para interceptar y destruir las naves-antorcha éxters.

Lourdusamy plegó sus manos rechonchas sobre su túnica. Su voz era un arrullo.

—¿Y luego trasladó su nave insignia, la
Uriel
, y otros cuatro arcángeles al sistema Tau Ceti?

—Sí, excelencia.

—¿Dejando el
Gabriel
y el
Rafael
en Lucifer?

—Sí, excelencia.

—¿Y sabía usted que el
Rafael
estaba al mando del padre capitán De Soya, el mismo capitán a quien habían juzgado unos años antes por haber fracasado en la misión de encontrar y detener a la niña Aenea?

—Sí, excelencia.

—¿Y sabía usted, almirante, que la flota de Pax y la Santa Sede estaban preocupados por la estabilidad del padre capitán De Soya, que el Santo Oficio había designado un agente a bordo del
Rafael
para, observar la conducta del padre capitán De Soya?

—Un espía —dijo la almirante Aldikacti—. El capitán de fragata Liebler. Sí, excelencia. Sabía que a bordo de mi nave insignia había agentes del Santo Oficio que recibían mensajes codificados del capitán de fragata Liebler, que estaba a bordo del
Rafael
.

—¿Y estos agentes le revelaron datos procedentes de esos mensajes, almirante Aldikacti?

—Negativo, excelencia. No se me explicó por qué el Santo Oficio estaba preocupado por la lealtad o cordura del padre capitán De Soya.

El cardenal Mustafa se aclaró la garganta y levantó un dedo.

Lourdusamy, que había estado a cargo de lo que Isozaki y los demás habían reconocido como un interrogatorio, miró de soslayo al papa.

Su Santidad asintió con un gesto.

—Creo necesario señalar a Su Santidad y los demás dignatarios presentes que la observación del padre capitán De Soya se dirigía desde la Oficina de la Santa Sede, con autorización verbal del secretario de Estado y el mando de la flota, específicamente del almirante Marusyn.

Hubo un breve silencio.

—¿Y puede usted decirnos, cardenal Mustafa —dijo al fin Lourdusamy—, cuál era la fuente de esta común preocupación?

Mustafa se relamió los labios.

—Sí, excelencia. Nuestros informes de inteligencia indicaban que se podía haber producido cierta contaminación mientras el padre capitán De Soya perseguía a la persona llamada Aenea.

—¿Contaminación?

—Sí, excelencia. Entendíamos que la niña llamada Aenea tenía el poder para afectar la constitución física y psicológica de aquellos ciudadanos de Pax con quienes entraba en contacto. Nuestra preocupación, en este caso, se relacionaba con la lealtad y obediencia de un comandante de la flota de Pax.

—¿Y cómo se realizó esa evaluación, cardenal Mustafa? —continuó Lourdusamy.

El gran inquisidor hizo una pausa.

—Se utilizaron diversas fuentes y métodos de inteligencia, excelencia.

—Eso incluye la detención e interrogatorio de un camarada del padre capitán De Soya después de la frustrada misión, ¿verdad, cardenal Mustafa? ¿El cabo Kee, si mal no recuerdo?

Mustafa parpadeó.

—Correcto, excelencia. —El gran inquisidor se volvió levemente, como para incluir a los demás—. Esta detención era inusitada, pero necesaria en una situación que parece afectar la segundad de la Iglesia y de Pax.

—Desde luego, excelencia —murmuró el cardenal Lourdusamy—. Almirante Aldikacti, puede continuar con su informe.

—Unas horas después que mis cinco arcángeles saltaran al sistema Tau Ceti —dijo Aldikacti—, y antes de que hubiéramos concluido nuestro ciclo de resurrección de dos días, un correo Gedeón se trasladó al espacio de Tau Ceti, lanzado por la madre capitana Stone...

Other books

A Small Town Dream by Milton, Rebecca
Hyacinth Girls by Lauren Frankel
Ghost Light by Jonathan Moeller
01 Winters Thaw by Carr, Mari, Rylon, Jayne
The Video Watcher by Shawn Curtis Stibbards
Becoming His Slave by Talon P. S., Ayla Stephan
Wanted by R. L. Stine
Dark Admirer by Charlotte Featherstone
The No-cry Sleep Solution by Elizabeth Pantley