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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

Dos velas para el diablo (47 page)

BOOK: Dos velas para el diablo
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«Gracias», murmuro.

«¿Por qué?», me pregunta. «No lo he hecho por ti. Lo he hecho porque me apetecía. Soy yo quien tiene que darte las gracias».

Esta vez me toca a mí preguntar la razón.

«Por mi culpa te han capturado, disparado, torturado, amenazado y por poco te matan. No me debes nada».

«Te debo más de lo que imaginas», responde él, ante mi sorpresa. «Hacía siglos que no había vivido unos días tan interesantes. Hacía siglos que nada estimulaba mi imaginación, que no hablaba así con nadie. Para seres como nosotros, Cat, el aburrimiento es el peor de los males. Y tú, conscientemente o no, me rescataste de él cuando entraste esa noche en ese pub y me pusiste tu espada en el pecho. Por eso… te deseo todo lo mejor. Por eso creo… sé que te voy a echar de menos. Aunque seas humana».

Me quedo sin habla, porque no estaba preparada para oír eso de él. No sé si es el momento adecuado, no sé siquiera si vale la pena hacerlo, pero tengo que decírselo… tengo que decirle lo que siento ahora, porque no habrá ninguna otra ocasión… nunca más. Y aunque a él no le importe, aunque no sirva de nada, necesito hacerlo… antes de desaparecer para siempre de este mundo.

Y lo intento, pero, desde luego, no es que mis primeras palabras al respecto sean un prodigio de elocuencia.

«Pero yo… pero tú… tú sabes que yo…», balbuceo.

No soy capaz de seguir. Sin embargo, Angelo parece entender porque alza la mano, una mano que parece hecha de la más oscura tiniebla, y acaricia con ella mi rostro fantasmal, haciéndome callar por un instante.

«Lo sé, y lo acepto», responde. «Lo sé, y lo comparto. En cierto modo. No de la misma manera que tú, claro, porque somos diferentes, y te llevo cerca de un millón y medio de años de ventaja».

Tampoco estaba preparada para que me dijese su edad. No se lo he preguntado, y en el fondo no quería saberlo, porque es una cifra demasiado abrumadora, demasiado impresionante. Y eso que es de los jóvenes…

«Pero lo comparto», prosigue, «y por eso quiero desearte un buen viaje y hacerte una promesa. Y ten por seguro que la cumpliré».

«¿De qué se trata?», pregunto, pero el túnel de luz tira de mí y me arranca de los brazos inmateriales de Angelo. Sé que abajo están Remeiel, Gabriel y Astaroth despidiéndose de mí, pero ahora mismo solo tengo ojos para Angelo. En lugar del rostro que sé que jamás olvidaré, ahora me muestra solo un contorno, una sombra. En lugar de esos ojos grises como un cielo tormentoso, ahora no veo más que dos finas rendijas rojas. Pero es él, lo sé. Su verdadera esencia. Y tenía razón: la temo, y una parte de mí la odia. Pero es parte de mi ser. Es parte de la naturaleza del mundo, y por eso también, en cierto modo, la amo.

Y por este motivo, comprendo de pronto, se me hace tan difícil partir.

«¿De qué se trata?», insisto mientras la fuerza del túnel de luz se esfuerza en separarnos, mientras nuestras manos permanecen enlazadas por última vez.

Pero Angelo sonríe.

«¡Angelo!», grito sin obtener respuesta.

Y solo cuando nos soltamos por fin, y mi mano fantasmal se desliza fuera de la suya… solo cuando le doy la espalda para encarar el túnel de luz, cuando estoy a punto de ser tragada por él, resuena su promesa en lo más profundo de mi mente y de mi corazón:

«Te esperaré».

¿Que me esperarás? ¿Dónde? ¿Cuándo?, trato de preguntarle, pero ya no hay tiempo.

Mi esencia es absorbida por el túnel de luz, y abandono por fin el mundo que me vio nacer, con la esperanza de que las nuevas generaciones lo conviertan en un hogar mejor para todos, algo que yo ya no podré ver, algo que no podré vivir.

Sin embargo, y a pesar de mi añoranza y mis buenos deseos, mi último pensamiento es, inevitablemente, para él.

Angelo…

Epílogo

L
A
luz de la mañana se derramaba sobre la cama creando una aureola blanca en torno a la cabeza de Gabriel. Los cabellos castaños del ángel, húmedos a causa del esfuerzo, cubrían la almohada como un suave manto. Estaba agotada, exhausta más bien, pero sonreía. Junto a ella, Astaroth la contemplaba con una expresión indescifrable.

Entre los dos había un pequeño bulto envuelto en una manta cálida y suave. Aún no había abierto los ojos al mundo que acababa de recibirla, pero ya manoteaba vigorosamente, ansiosa por explorarlo.

—Es una niña —susurró Gabriel, emocionada.

—Es tan pequeña —comentó Astaroth—. Tan frágil.

—Es tu primera hija humana —dijo el ángel—. Es natural que notes la diferencia.

El bebé bostezó. Ambos sonrieron.

—Me gustaría llamarla Caterina —dijo Gabriel.

—¿Caterina? —se extrañó Astaroth—. ¿Como la hija de Azazel?

—En su memoria, sí. En recuerdo de la primera hija del equilibrio. Además —añadió—, Azazel eligió muy bien el nombre. En el lenguaje humano al que pertenece, Caterina significa «de noble linaje».

—Muy bien, pues —aceptó el demonio tras unos instantes de reflexión—. La llamaremos Caterina.

Alargó el dedo índice para acariciar la carita de la pequeña. Ella arrugó la nariz y abrió un poco los ojos.

Aún era pronto para asegurarlo, pero a Astaroth le pareció que tenían un color peculiar.

Oro viejo, tal vez.

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