Desafío (4 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Desafío
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Sacudo la cabeza y me retiro el pelo rubio detrás de las orejas. Siento las mejillas calientes y ruborizadas. Esta es la parte que me pone de los nervios, que me deja la cara roja y hecha una furia.

—Le pedí que se preguntara por qué demonios habría malgastado tanto tiempo y esfuerzo en ocultarle mis habilidades si solo me interesara llamar la atención; le supliqué que se concentrara en su estúpido argumento y que se diera cuenta de que no tenía ningún sentido… Pero se negó a ceder. En serio, ¡hasta me acusó de ser una farsante! —Cierro los ojos y frunzo el entrecejo mientras recuerdo ese momento con tanta claridad como si estuviera sucediendo ante mis ojos.

Sabine irrumpe en mi habitación la mañana después de la muerte de Roman, la mañana después de que todas mis esperanzas de estar con Damen o de conseguir el antídoto se esfumaran. No me concede tiempo para despertarme del todo, para lavarme la cara, para cepillarme los dientes y adecentarme un poco.

Presa de una furia justiciera, entrecierra sus ojos azules para observarme con detenimiento.

—¿No crees que me debes una explicación por lo de anoche, Ever?

Sacudo la cabeza y expulso la imagen de mi mente. Mi mirada se encuentra con la de Damen.

—Porque, según ella —le explico—, no existen «los poderes psíquicos, la percepción extrasensorial ni nada de eso». Según ella, nadie puede ver el futuro. Todo ese rollo no es más que una patraña que solo mantienen los sacacuartos sin escrúpulos, los charlatanes farsantes… ¡como yo! A su modo de ver, cometí un acto fraudulento desde el momento en que acepté dinero por leer el futuro. Y, por si no lo sabes, existen repercusiones legales para ese tipo de cosas que a ella le hizo muy feliz enumerarme. —Miro a Damen tan indignada y enojada como la primera vez que le conté la historia—. Así que anoche, cuando tuvo la desfachatez de volver a sacar el tema, le pregunté si podría recomendarme a algún abogado bueno, en vista de que iba a tener tantos problemas y todo eso. —Pongo los ojos en blanco al recordar lo mal que acabó la cosa.

Tironeo con nerviosismo del bajo de mi camiseta blanca de algodón mientras me coloco la botella abierta de elixir encima de la rodilla. Me digo que debo calmarme y dejarlo estar, que ya hemos hablado de esto un montón de veces y que solo consigo sentirme más herida cada vez.

Echo un vistazo por la ventanilla cuando Damen detiene el coche para permitir que una anciana, que lleva una tabla de surf en una mano y la correa de un labrador dorado en la otra, atraviese la carretera. El perro, con el gracioso meneo de la cola, el brillante pelaje dorado, los alegres ojos castaños y la bonita nariz rosada, se parece tanto a mi antiguo perro, Buttercup, que siento un vuelco en el corazón. Vuelvo a notar el acostumbrado aguijonazo en las entrañas que me recuerda todo lo que he perdido.

—¿Le recordaste que fue ella quien te presentó a Ava y que fue Ava quien te condujo sin quererlo al trabajo en Mystics & Moombeams? —me pregunta Damen, que consigue traerme de vuelta al presente cuando deja de pisar el freno para apretar el acelerador.

Asiento, a la vez que miro por el retrovisor de mi lado para ver el reflejo del perro, que cada vez se vuelve más pequeño.

—Se lo mencioné anoche, ¿y sabes lo que me dijo?

Lo miro y permito que la escena pase de mi mente a la suya.

Sabine está junto a la encimera de la cocina y tiene delante un montón de verdura para lavar y picar; yo, vestida con mi equipo de correr, lo único que quiero es salir de casa sin problemas, para variar. Pero todas nuestras pretensiones se van al traste cuando ella decide iniciar la decimoquinta ronda de su eterno combate contra mí.

—Dijo que era una broma. Una forma de animar la fiesta. Algo que solo tenía el propósito de entretener y que no había que tomarse en serio. —Elevo la vista hacia el techo del vehículo en un gesto exasperado.

Estoy a punto de decir más, ya que todavía no he terminado ni de lejos, pero Damen me mira y me interrumpe.

—Ever, si algo he aprendido en mis seiscientos años de vida es que la gente detesta los cambios casi tanto como el hecho de que alguien desafíe sus creencias. En serio. Mira lo que le ocurrió a mi pobre amigo Galileo. Fue condenado al ostracismo por tener la audacia de apoyar la teoría de Copérnico, que afirmaba que la Tierra no era el centro del universo. Al final lo juzgaron, lo declararon sospechoso de herejía y lo obligaron a retractarse; se pasó el resto de su vida en arresto domiciliario, a pesar de que, como todos sabemos, siempre tuvo razón. Así que, bien pensado, me parece que tú no has salido mal parada. —Se echa a reír y me suplica con la mirada que me anime y me ría también.

Pero todavía no puedo hacerlo. Quizá algún día todo esto me parezca gracioso, pero ese día se encuentra aún en un futuro lejano que no está a la vista.

—No creas —le digo al tiempo que pongo una mano sobre la suya y noto el velo de energía que vibra entre nosotros—. Intentó castigarme sin salir, pero no pienso consentirlo. En serio, me parece de lo más injusto tener que aceptar el mundo blanco y negro en el que ella ha elegido vivir y que no me dé ni la más mínima oportunidad de explicarme. Que se niegue incluso a considerar mi punto de vista. Sabine me ha catalogado sin más como una adolescente lunática e inadaptada que sufre inestabilidad emocional, y solo porque poseo capacidades que no encajan en su mente de miras estrechas. Y a veces eso me cabrea tanto que…

Me calmo un poco y aprieto los labios, sin saber muy bien si debería o no decir algo así en voz alta. Damen me mira, a la espera.

—A-veces-me-muero-de-ganas-de-que-pase-este-año-para-que-podamos-graduarnos-e-irnos-lejos-de-aquí-para-vivir-nuestras-vidas-y-acabar-con-esto. —Suelto la parrafada a tal velocidad que las palabras se mezclan y resulta casi imposible distinguirlas entre sí—. Me siento mal por decir esto, sobre todo después de lo que Sabine ha hecho por mí, pero lo cierto es que mi tía no sabe ni la mitad de lo que puedo hacer. Lo único que sabe es que poseo habilidades psíquicas, ¡eso es todo! ¿Te imaginas cómo reaccionaría si le contara la verdad, si le dijera que soy una inmortal con unos poderes físicos que ni se le podrían pasar por la cabeza? Como, por ejemplo, el poder de la manifestación; ah, sí, y no olvidemos el breve viaje en el tiempo que hice hace poco; por no mencionar que me gusta pasar el tiempo libre en una encantadora dimensión alternativa llamada Summerland, ¡donde mi novio inmortal y yo nos enrollamos disfrazados con los atuendos de nuestras antiguas vidas! ¿Te imaginas qué pasaría si le contara eso?

Damen me mira, y el brillo de sus ojos me provoca al instante un hormigueo cálido.

—Será mejor que no lo averigüemos, ¿eh? —me dice con una sonrisa.

Se detiene frente a un semáforo y me abraza. Sus labios me rozan la frente y la mejilla antes de bajar por el cuello, hasta que al final se unen a los míos.

Se aparta un instante antes de que se encienda la luz verde y me mira de reojo.

—¿Estás segura de que quieres pasar por esto?

Su tierna y oscura mirada se demora en mis ojos algo más de lo necesario. Me da tiempo de sobra para decir que no, que no estoy preparada ni de lejos, para pedirle que cambie de dirección y que me lleve a cualquier otro sitio. A un lugar más agradable, más hospitalario, más cálido. Una playa lejana, o quizá una escapada a Summerland.

Una pequeña parte de él desea que elija eso.

Damen ya ha terminado el instituto. Lo terminó hace siglos. Yo soy la única razón de que esté aquí. La única razón por la que se queda. Y ahora que estamos juntos, que nos hemos reunido por fin después de varios siglos de tormento en los que nos separaron una y otra vez, no le encuentra lógica a todo esto. Lo ve como una charada sin sentido.

En ocasiones yo tampoco le encuentro sentido, ya que resulta muy difícil aprender algo cuando se pueden adquirir todos los conocimientos necesarios leyendo la mente del profesor o colocando la mano sobre la cubierta del libro, pero estoy decidida a aguantar hasta el final.

Sobre todo porque es casi la única parte de mi extraña vida que todavía guarda cierta normalidad. Y sin importar lo mucho que se aburra Damen, sin importar cuántas veces me suplique que lo deje para que podamos empezar nuestra vida juntos, no pienso rendirme. No puedo hacerlo. Por alguna extraña razón, quiero que nos graduemos.

Quiero tener el diploma en la mano y lanzar el birrete al aire.

Y hoy vamos a dar el primer paso hacia ese fin.

Sonrío y asiento con la cabeza para animarlo a continuar. Veo una sombra de intranquilidad en su rostro y le devuelvo la mirada con más fuerza y aplomo. Enderezo los hombros, me recojo el pelo en una coleta baja, me aliso las arrugas del vestido y me preparo para la batalla que tengo por delante.

No sé muy bien qué debo esperar, ya que no puedo ver mi futuro con tanta claridad como veo el de los demás, pero hay algo de lo que estoy muy segura: Haven aún me culpa por la muerte de Roman.

Aún me culpa por todo lo que ha salido mal en su vida.

Y está decidida a cumplir su promesa de acabar conmigo.

—Créeme, estoy más que preparada.

Echo un vistazo por la ventanilla y examino la multitud en busca de mi antigua mejor amiga, consciente de que solo es cuestión de tiempo que haga su primer movimiento. Solo espero tener la oportunidad de esquivarlo antes de que alguna de las dos hagamos algo de lo que sin duda nos arrepentiremos.

Capítulo cuatro

N
o la veo hasta la hora del almuerzo.

Cuando todo el mundo la ve.

Sería imposible no hacerlo.

Haven es como un inesperado remolino de escarcha azul, como un escabroso carámbano de curvas marcadas, y resulta tan incitante, exótica e impactante como una ráfaga de viento invernal en un día de verano.

Hay un enjambre de alumnos a su alrededor… Los mismos alumnos que antes no le hacían ni caso.

Pero ahora resulta imposible no prestarle atención.

No hay manera de pasar por alto su belleza sobrenatural, su irresistible atractivo.

No es la Haven de antes. Es totalmente diferente. Se ha transformado.

Donde antes palidecía, ahora resplandece.

Antes causaba rechazo, ahora es como un imán.

Y lo que yo solía considerar su look gitanesco rocanrolero de cuero negro y encaje ha sido sustituido por una especie de glamour lánguido, hechizante y un poco morboso. Como si fuera la versión ártica de una oscura y afligida novia, va vestida con un largo y ceñido vestido con escote en V y mangas largas vaporosas. Varias capas de sedoso tejido azul arrastran por el suelo tras ella. Su cuello soporta el peso de numerosas joyas: una combinación de brillantes perlas tahitianas, zafiros bruñidos, enormes trozos de turquesa sin tallar y racimos de aguamarinas pulidas. Su cabello, una masa brillante y negra, cae en ondas gruesas hasta la cintura. El mechón platino que en su día le adornaba el flequillo está teñido ahora del mismo color cobalto oscuro de la laca de uñas, del perfilador de ojos y de la gema que brilla entre sus dos elegantes cejas arqueadas.

La antigua Haven jamás habría conseguido tener ese aspecto; las carcajadas de los demás la habrían hecho salir corriendo del instituto antes de que sonara el timbre.

Mascullo entre dientes cuando Damen se acerca a mí. Sus dedos aprietan mi mano en lo que pretende ser un gesto tranquilizador, pero lo cierto es que ambos estamos tan hechizados como todos los presentes. Somos incapaces de apartar la vista del brillo de su piel pálida, que parece resplandecer en medio de un mar azul y negro. El resultado es un aspecto extrañamente frágil y etéreo, como el de un moratón reciente, que oculta por completo la determinación que va por dentro.

—El amuleto —susurra Damen, que me mira a los ojos un instante antes de volver a observar a Haven—. No lo lleva puesto. Ha… desaparecido.

Clavo la vista en su cuello de inmediato para buscar el intrincado colgante de gemas, pero veo que Damen está en lo cierto. El amuleto que le regalé, el que tenía como objetivo mantenerla a salvo de cualquier daño (y también de mí) ya no está. Y sé que no es una casualidad, ni mucho menos. Es un mensaje para mí. Un mensaje que dice alto y claro: «No te necesito. Te he superado. Te he sobrepasado con creces».

Ahora que ha llegado a la cima del poder por cuenta propia, Haven ya no me teme.

Aunque su aura ya no es visible (no lo ha vuelto a ser desde la noche en la que le di a beber el elixir que la convirtió en un ser inmortal como yo), lo cierto es que no me hace falta verla para percibir lo que está pensando.

Para saber lo que siente en estos momentos.

Son el dolor por la muerte de Roman y la rabia que siente hacia mí lo que ha desencadenado todo este asunto. Haven se guía por una abrumadora sensación de furia y de pérdida, y ahora quiere vengarse de todos aquellos que alguna vez le hicieron daño.

Empezando por mí.

Damen deja de andar y me retiene a su lado con la intención de darme una última oportunidad para rendirme y marcharme, pero no voy a hacerlo. No puedo. Estoy decidida a dejar que sea ella quien haga el primer movimiento, pero en el momento en que lo haga, le recordaré quién manda aquí. Para eso he estado entrenando. Y si bien es posible que esté muy segura de sí misma, resulta que sé algo que ella desconoce: se siente fuerte, poderosa e invencible…, pero sus poderes ni siquiera pueden rozarme.

Damen me observa con preocupación, consciente de la penetrante mirada de odio que me dirige Haven. Sin embargo, respondo con un encogimiento de hombros y avanzo a su lado hasta nuestra mesa de siempre, la misma que ahora Haven debe considerar indigna de ella. Sé muy bien que esa mirada de odio no es más que el principio, de modo que será mejor que nos acostumbremos a ella si queremos terminar el año con vida.

—¿Estás bien? —Damen se inclina hacia mí con un brillo inquieto en los ojos y me pone la mano sobre la rodilla.

Asiento con la cabeza sin apartar la vista de Haven, porque sé que si se parece en algo a Roman, alargará todo lo posible este jueguecito del gato y el ratón a fin de endulzar la espera antes de intentar matarme.

—Porque sabes que estoy aquí. Siempre estaré aquí. Aunque este año no compartamos ninguna clase, gracias a ti, debo añadir —dice, moviendo la cabeza en un gesto exasperado—, quiero que sepas que no voy a irme a ninguna parte. No me marcharé, no me escabulliré, no haré novillos ni nada por el estilo. Pienso asistir a todas las clases aburridas que aparecen en mi maldito horario. Y eso significa que si me necesitas, solo tienes que llamarme y…

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