Y también es entonces cuando reacciono algo más rápido de lo que ella pensaba.
Lanzo la botella a un lado y veo cómo aterriza sin problemas al otro lado de la habitación, fuera de su alcance. Y luego la ataco. Avanzo con tanta seguridad y rapidez que Haven no lo ve venir hasta que ya es demasiado tarde para reaccionar.
La aplasto contra la alfombra y le rodeo el cuello con los dedos. Noto el lío de collares que rodean su garganta y me doy cuenta de que aún no lleva puesto el amuleto.
Sin embargo, a pesar de que su rostro empieza a ponerse azul, a pesar de que le estoy cortando poco a poco el suministro de aire, Haven se echa a reír. Los espasmos de la risa aprietan su garganta contra la palma de mi mano y provocan un sonido tan grotesco, tan horrible, que siento la tentación de matarla por el simple hecho de ponerle fin.
Pero no puedo apresurarme. No puedo permitirme hacer algo así. No hasta que consiga lo que quiero, y si el precio son unas cuantas botellas de elixir, que así sea.
—¡Dame el puto elixir! —grita en cuanto aflojo la mano.
Se retuerce debajo de mí. Se mueve con frenesí, con violencia, y empuja de un lado a otro mientras intenta arañarme con sus afiladas y puntiagudas uñas azules.
Se debate como un animal rabioso.
Como una yonqui que ha pasado demasiado tiempo sin su chute.
Cuando me levanto, se arrastra por el suelo, agarra la botella, le quita el tapón y pega los labios al cristal con tanta fuerza y rapidez que se le rompen los dientes delanteros.
Pero le da igual. No le da la menor importancia. Sigue engullendo el líquido. Lo termina en cuestión de segundos y arroja la botella a un lado. Sus mejillas recuperan un poco de color, pero sus dientes todavía no se han regenerado, aunque parece que eso la trae al fresco.
Se lame los labios mientras me mira fijamente.
—Más —dice—. Y esta vez dame el bueno. El que me robaste. Tu elixir sabe a mierda.
—Pues eso no parece haberte detenido. —Encojo los hombros. No tengo ninguna intención de darle más hasta que consiga lo que quiero—. Puedes beberte todas las botellas que tengo, me da igual. Yo no soy una adicta como tú. —La recorro de arriba abajo con la mirada sin ocultarle lo mucho que me preocupa lo que veo—. Pero, para que lo sepas, yo no robé tu elixir. Fueron Misa y Marco.
Estudio su rostro y veo cómo cambia, cómo se transforma. Piensa en mis palabras y calcula las posibilidades de que haya algo de verdad en ellas.
—Y tú lo sabes porque… —Arruga la frente y apoya las manos en las caderas al tiempo que inclina la cabeza hacia un lado.
Mantengo su mirada, consciente de que debo decir algo de inmediato, aunque no sé qué. Si le digo que estuve allí y que lo vi, sabrá que buscaba otra cosa, algo a lo que quizá no le haya dado la debida importancia. Así que, en vez de eso, vuelvo a encoger los hombros y me obligo a permanecer tranquila.
—Porque yo no lo robé —aseguro con voz firme y relajada—. Y porque Damen tampoco lo hizo. Y porque esa no es ni de lejos la razón por la que sobreviví a tu ataque. Y porque es lo único que tiene sentido, si te paras a pensarlo.
Haven me mira con el ceño fruncido. Y eso es lo único que me hace falta para saber que no se lo ha tragado. Sigue convencida de que he sido yo.
—O… o quizá fuera Rafe —señalo. Me había olvidado de él—. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
Sin embargo, cuando vuelvo a mirarla me queda claro que no está funcionando. Aunque todo lo que acabo de decirle tiene sentido, no me está llevando a donde quiero llegar, a donde necesito llegar, y ahora que ha bebido el elixir está lo bastante despierta como para darse cuenta.
Se alisa la parte delantera del vestido con la mano llena de anillos y se quita algunos hilillos de la moqueta que se le han quedado pegados a la manga.
—No hay problema —dice—. Hablaré con ellos. Pero entretanto, ya que estamos aquí y todo eso, ¿qué te parece si me das todo el elixir que te queda?
J
usto cuando Haven está a punto de marcharse, con una sola botella de elixir apretada contra el pecho, Sabine entra por la puerta lateral.
Lleva el maletín en una mano y una bolsa con verduras en la otra. Mira a Haven de hito en hito.
—¿Haven? Hacía siglos que no te veía. Tienes un aspecto… —Hace una pausa y alza las cejas mientras la mira de arriba abajo.
Haven está mucho mejor que cuando llegó, pero todavía está lejos de tener un aspecto decente. Y para aquellos que no estén acostumbrados a su nuevo look… bueno, debe de parecer espeluznante.
Sin embargo, Haven se echa a reír y le dedica a Sabine una sonrisa amable de dientes rotos.
—No te preocupes. Créeme, a mi madre tampoco le gusta. Y esa es una de las muchas razones por las que voy a dejar de relacionarme con ella.
Sabine nos mira a ambas, a todas luces confundida por semejante comentario.
Pero Haven se apresura a explicarse.
—En realidad, voy a dejar de relacionarme con todos, tanto con mis padres como con mi hermano pequeño. Dejaría hasta al ama de llaves, si pudiera. —Se ríe, pero el sonido suena tan forzado, tan perturbador, que Sabine se pone en alerta de inmediato—. La historia es muy larga, así que te la resumiré: me he mudado y estoy a punto de conseguir la emancipación para no tener que aguantar más sus mierdas.
Sabine frunce el entrecejo y la mira con una expresión que he llegado a conocer muy bien. Una expresión que muestra su indignación y su desagrado.
Sin embargo, Haven es inmune. En todo caso, esa mirada parece animarla más. Su sonrisa se hace más amplia.
—Se niegan a aceptarme tal y como soy, así que he recogido mis cosas y les he dicho «Arrivederci!».
Sabine vuelve a mirarnos a ambas. Lo más seguro es que se pregunte si yo soy responsable de esto, si le he dicho a Haven lo que debe decir y cuándo. Está claro que esas palabras podrían aplicarse a su actitud conmigo, pero yo no he tenido nada que ver. Haven interpreta su propio monólogo.
—Bueno, estoy segura de que te echarán mucho de menos —comenta Sabine, recurriendo a su voz de abogada judicial.
Sin embargo, Haven no va a seguirle el juego; ese juego en el que todo el mundo actúa de manera educada y políticamente correcta, en el que todo el mundo finge que lo que acaba de decir no era en realidad lo que parecía. Ese juego en el que al final sale todo bien a pesar de las muchas posibilidades de lo contrario.
Tampoco piensa jugar al juego de padres y/o tutores en el que uno se esfuerza al máximo por mostrar sus mejores modales a fin de que los padres de sus amigos tengan buena opinión de él y lo inviten a volver.
Porque Haven y yo ya no somos amigas.
Y no podría importarle menos lo que Sabine piense de ella, ni si vuelve a invitarla a casa.
Así pues, se encoge de hombros y pone los ojos en blanco.
—¡Lo dudo mucho! —canturrea.
La expresión de Sabine se endurece al instante, y me fulmina con la mirada, como si yo fuese la responsable de esto. Como si mi silencio, el hecho de que no haya abierto la boca ni haya hecho nada para evitarlo, fuera algo así como una señal de aprobación.
Sin embargo, lo único que hago es esperar a que esto acabe. Esperar a que Haven cierre la boca, a que Sabine se rinda por fin y se vaya a la cocina a dejar las verduras, y yo pueda terminar de cerrar el trato que he hecho con Haven.
Pero, por desgracia, Haven está lejos de haber terminado. Está disfrutando con la tensión que ha creado y tiene ganas de añadir más.
—Aunque, claro, yo tampoco los echaré de menos, así que supongo que eso nos deja en tablas.
Sabine vuelve a mirarme, dispuesta a hablar, pero Haven agita la mano en el aire y pierde el control del elixir. Observa cómo cae, cómo el brillo del líquido rebota contra las paredes de la botella… hasta que al final extiende el brazo con indiferencia, y lo atrapa sin problemas antes de que se estrelle contra el suelo. Sus ojos resplandecen al ver la sorpresa de Sabine, que niega con la cabeza, convencida de que lo que acaba de ver no es posible, porque nadie puede moverse tan rápido.
—¡Huy! —Haven se echa a reír—. Bueno, no quería entretenerte. Solo vine a pillar un poco del elixir de Ever. —Sostiene la botella en alto y la inclina hacia los lados para hacer que el líquido brille antes de señalar la caja que llevo entre los brazos, la que contiene el resto de las botellas que guardo en casa.
—¿Que has venido a pillar su… qué? —Sabine entorna los párpados mientras se esfuerza por entenderlo.
Observa la botella con suspicacia y después me mira. Se pone de puntillas para ver el interior de la caja, preguntándose si ha pasado algo por alto. Deja el bolso en la mesa de la entrada y acepta la botella que Haven le ofrece alegremente.
Pero la cosa ya ha llegado demasiado lejos, y no pienso permitir que continúe.
No puedo permitir que Sabine coja el elixir.
No puedo permitir que Haven juegue conmigo de esta manera.
—No es nada —le digo mientras presiono la caja con fuerza contra el costado de Haven y le doy un empujón—. No es más que la bebida energética que me gusta.
Pero Sabine no se lo traga. Basta con echar un vistazo a su cara para saber que ha entrado en modo de alerta máxima. De pronto relaciona mi extraño comportamiento, mi renuencia a comer y todos los demás hábitos extraños e inexplicables, y da por hecho, con bastante acierto, que todo se debe a una única cosa.
Haven se echa a reír y empuja el elixir hacia ella. La provoca y se burla, animando a Sabine a que dé un sorbo para comprobar por sí misma lo bueno y refrescante que es… Le dice que da tanta «energía» que tu vida «cambia» con un solo trago.
Mi tía, hechizada por la intensidad de la mirada de Haven y por el brillo chispeante del elixir, está a punto de morder el anzuelo, pero al final Haven estalla en carcajadas y lo coloca fuera de su alcance.
Sabine hace un gesto negativo con la cabeza, endereza los hombros y recupera la compostura en un santiamén.
—Creo que deberías marcharte —dice con los dientes apretados—. Creo que deberías marcharte ahora mismo. Y, aunque siento mucho tener que decirlo, Haven, ya que es obvio que tienes muchos problemas y que necesitas ayuda con urgencia, no quiero volver a verte por aquí. —Extiende el brazo hacia la bolsa de verduras, la levanta de la mesa y se la apoya sobre la cadera mientras observa a Haven con detenimiento.
—Vale, no te preocupes. —Haven sonríe y se da la vuelta para irse—. No volverás a verme en mucho tiempo. No tengo ninguna necesidad de volver ahora que ya he conseguido lo que necesitaba.
Me sitúo tras ella en cuanto se acerca a la puerta. Tengo la intención de acabar con esto tan rápida y discretamente como pueda, antes de que los efectos calmantes del elixir desaparezcan y Haven empiece a descontrolarse de nuevo.
Pero cuando estoy a punto de cruzar el umbral, Sabine me agarra del brazo para detenerme. No piensa dejar que me marche, ahora no, y mucho menos con una amiga a la que acaba de desterrar.
Me mira con los ojos entornados mientras desliza los dedos hasta mi muñeca, donde los cierra con fuerza.
—¿Y dónde te crees que vas?
La miro a los ojos, y sé que no tengo más remedio que decirlo con la mayor calma y brevedad posible. Dejar claro que, tanto si le gusta como si no, no podrá evitar que lleve a cabo mi plan.
—Sabine… tengo que acompañar a Haven a un sitio. No tardaré mucho, y cuando vuelva podremos hablar todo lo que quieras. Pero ahora tengo que irme, de verdad.
—¡No irás a ninguna parte! —grita con voz estridente. Me aprieta tanto la muñeca que mi piel adquiere un furioso tono rojo. Pero se cura al instante, antes de que el cardenal tenga oportunidad de formarse—. ¿Es que no me has oído? No quiero que vuelvas a salir con esa chica. Creía que lo había dejado bien clarito.
Estoy a punto de liberarme de un tirón, de decirle que sí, que lo ha dejado bien clarito, pero no tengo oportunidad de hacerlo, porque Haven sonríe y me quita la caja de los brazos.
—No te preocupes, Ever. Quédate en casa con tu querida tía. Es obvio que está muy enfadada. Yo puedo llevar esto sin problemas.
La observo mientras se dirige al coche (el coche de Roman). Deja la caja en el asiento del acompañante antes de subirse y poner el motor en marcha. Se ríe como una histérica mientras se despide con un gesto de la mano y retrocede por el camino de entrada.
Los dedos de Sabine todavía me aferran con fuerza, todavía me impiden hacer lo que más necesito…, lo único que acabará con esta horrible maldición y me permitirá llevar una vida plena y feliz.
—¡Vete a tu habitación! —me grita. Tiene las mejillas rojas y los ojos en llamas. Su rostro está tan lleno de furia que me siento fatal por haber hecho que se ponga así.
Pero eso no es nada en comparación con lo que siento cuando doy un tirón para liberarme. Tiro tan fuerte y tan rápido que se le escapa la bolsa de comida. Las latas, las frutas y verduras, los cartones de huevos y los envases de queso fresco se esparcen por el suelo, dejando un rastro de grumos blancos, trozos de pulpa y yemas de huevo sobre la piedra pulida.
No es nada en comparación con el arrepentimiento que siento cuando la miro después de ver el desastre, deseando poder arreglarlo con la mente, borrarlo por completo, fingir que nunca ha ocurrido. Pero sé que eso solo conseguiría empeorar las cosas, así que le doy la espalda y salgo por la puerta.
Estoy desesperada por alcanzar a Haven, que ha aprovechado la oportunidad para renegar de nuestro trato. No tengo ni idea de por dónde empezar a buscarla, pero sé que debo empezar por algún sitio y que debo hacerlo ya.
—Lo siento, Sabine. De verdad —le digo a mi tía por encima del hombro—. Pero hay cosas que no comprendes… que no quieres comprender. Y resulta que esta es una de ellas.
E
cho a correr en cuanto pongo los pies en el porche. No quiero desperdiciar el tiempo que me llevaría ir al garaje, entrar en el coche, ponerlo en marcha, recorrer marcha atrás el camino de entrada, y todos los demás pasos de la rutina «normal» que con tanto esfuerzo he mantenido hasta ahora para tranquilizar a Sabine (aunque lo cierto es que mis actos han hecho cualquier cosa menos tranquilizarla); sin embargo, tampoco quiero manifestar un vehículo mientras ella siga vigilándome desde la ventana. Sé que eso solo me acarrearía un nuevo interrogatorio… un montón de preguntas que no tengo intención de responder.