Tan segura estoy de que mi vida ha dado un cambio a peor que lloro por mi madre, por mi padre, y estiro los brazos hacia Jude. Quiero que me sujete, que me proteja, que impida que me lleven lejos. Tengo la certeza de que me están apartando de la única felicidad que he conocido para darme algo mucho peor. Estoy aterrorizada, sumida en un torbellino de agitación y miedo. Desconfío de este nuevo amo de voz dulce que me habla con susurros amables, que me trata con respeto y me mira con una adoración que no he conocido antes y que no considero real.
Me muestra con delicadeza mi nueva habitación, para mi sola, en mi propia ala de una casa mucho mayor y más hermosa de la que solía limpiar. Mis únicas tareas son dormir, comer, vestirme y soñar, sin la amenaza de tareas extenuantes ni de dolorosas palizas.
Mientras me señala las características de mis nuevos aposentos (con mi propio baño privado, una cama con dosel, un armario lleno de preciosos vestidos y un tocador lleno de las más lujosas cremas de importación, perfumes y brochas con mango plateado), me dice que me tome el tiempo que necesite, que la cena estará lista cuando yo esté preparada.
Nuestra primera comida juntos transcurre en el más absoluto silencio. Estoy sentada frente a él, ataviada con el vestido más elegante que he visto en toda mi vida. Estoy absorta en el suave tacto del tejido sobre mi cuerpo, en la forma en que reposa sobre mi piel perfumada, mientras picoteo de la comida y él da sorbos de su bebida roja. Tiene la mirada perdida y parece sumido en sus pensamientos, aunque me observa de reojo de vez en cuando, cuando cree que no me doy cuenta. Tiene el ceño fruncido, un rictus serio en la boca y una mirada penetrante y confusa que me dice que hay algo que le preocupa, que debe tomar una decisión.
Y aunque espero lo peor, nunca llega. Termino de cenar, le deseo buenas noches y regreso a un cuarto entibiado por una chimenea bien atendida y una cama con sábanas del algodón más fino.
Me despierto temprano a la mañana siguiente y corro hacia la ventana, justo a tiempo para ver cómo se aleja a caballo. Mis ojos lo siguen con desesperación. Estoy convencida de que todo se ha acabado, de que me ha traído aquí solo para dejarme en manos de alguien que me golpeará hasta la muerte solo para divertirse.
Sin embargo, estoy equivocada, porque él regresa esa misma tarde. Sonríe al saludarme, pero sus ojos revelan una trágica historia de derrota.
Le gustaría contarme la verdad, pero no quiere enfadarme ni asustarme más de lo que ya lo estoy, así que al final decide mantener en secreto las noticias, enterrar la horrible verdad que acaba de descubrir. En su opinión, si no llego a enterarme, no me hará daño.
Pero aunque nunca llegué a descubrir la verdad en esa vida, Shadowland me revela generosamente todo aquello que él me ocultó.
Me muestra lo que ocurrió cuando se marchó a caballo aquel día. Dónde fue, a quién vio, con quién habló. Toda la sórdida escena.
Regresó a la plantación con la intención de comprar a mi madre, a mi padre, a Jude y a todos los demás. Quería traerlos a la casa para que disfrutaran de la libertad, y ofreció una exorbitante suma de dinero, una cantidad desconocida incluso para los más ricos del lugar. Pero la rechazaron sin tomarse siquiera tiempo para pensárselo. Lo despacharon al instante. Estaban tan impacientes por librarse de él que enviaron a un capataz para que lo acompañara fuera de la propiedad.
Un capataz que, sin ningún género de dudas, no es en absoluto lo que aparenta.
Resulta evidente por su modo de moverse, por la manera en que se comporta. Muy seguro de sí mismo. Casi perfecto en todo.
Es un inmortal.
Pero no es de los buenos (no es como Damen). Es un renegado. Y esto ocurrió mucho antes de que Damen se enterara de que Roman seguía con vida, de que había fabricado su propio elixir y lo ofrecía libremente. Aun así, sé por la mirada preocupada de Damen que él también ha notado algo.
Como no quiere causar problemas, montar una escena ni hacer algo que ponga las cosas más difíciles a mi familia y a Jude, Damen se marcha. Percibe el miedo que me provoca estar a solas en la mansión y está impaciente por consolarme, aunque jura que volverá a la plantación más tarde, al cobijo de la noche, para liberarlos a todos.
No tiene forma de saber que entonces ya será demasiado tarde.
No tiene forma de saber lo que yo veo: que Roman acecha mientras el amo está ausente, hace lo que tiene que hacer y escapa sin que nadie lo vea.
No tiene forma de saber que provocó el incendio después de que él partiera, que ya era demasiado tarde para detenerlo, demasiado tarde para rescatar a nadie.
El resto de la historia se desarrolla tal y como él dijo: me lleva a Europa y se toma muchas molestias a fin de concederme el tiempo y el espacio necesarios para que aprenda a confiar en él. Para que aprenda a amarlo. Y al final encuentro una verdadera, aunque efímera, felicidad con él.
Hasta que Drina lo descubre y se deshace de mí.
Y, de repente, soy consciente de lo que debería haber sabido siempre.
Damen es el Elegido.
Siempre lo ha sido.
Siempre lo será.
Un hecho que queda aún más claro mientras revivo las escenas de mi vida actual.
Lo veo cuando encuentra mi cuerpo a un lado de la carretera, justo después del accidente. No solo soy un testigo, en realidad puedo sentir y experimentar la insufrible agonía que siente por haberme perdido de nuevo. Su dolor se convierte en mi dolor. La tremenda intensidad de su dolor me deja sin aliento mientras suplica ayuda. Mientras batalla con la decisión de convertirme o no en alguien como él.
También siento su sufrimiento el día que reúne el coraje suficiente para decirme lo que ha hecho y quién soy, el día que le grito, que lo rechazo, que le digo que se vaya, que me deje en paz y que no vuelva a dirigirme la palabra.
Experimento toda la fuerza de su confusión cuando cae bajo el hechizo de Roman. Su entumecimiento, la incapacidad para controlar sus actos, sus palabras. Todo ha sido cuidadosamente orquestado por Roman, que lo manipula para que sea cruel, para que me haga daño. Aunque yo ya lo había imaginado, aquí en Shadowland puedo sentirlo y sé, ahora mejor que nunca, que sin importar lo que hiciera o dijera, no era él mismo.
Se limitaba a seguir acciones programadas. Su mente y su cuerpo bailaban al son de Roman, pero su corazón, que se negaba a dejarse controlar, jamás se apartó del mío.
Incluso cuando me permitió elegir entre Jude y él, me amaba igual que siempre. Tanto que no tenía claro si podría soportar el dolor de perderme de nuevo; sin embargo, estaba convencido de que hacía lo correcto, lo más noble, y se había preparado para perderme si esa era mi elección.
Veo cómo pasa los días sin mí; noto que se siente perdido, solo y desgraciado. Lo acosan momentos del pasado, y está seguro de que se merece lo que le ocurre. Aunque lo abruma la alegría cuando regreso a su lado, por dentro no tiene claro que se lo merezca.
Siento cómo mantiene a raya el miedo cuando la magia negra se apoderó de mí… y también siento sus ganas de perdonarme todas las cosas que hice mientras estaba bajo su influencia.
Experimento su amor de una forma tan profunda e intensa que me siento abrumada. Abrumada al ver que no ha vacilado ni una sola vez con el paso de los siglos, ni siquiera este último año tan tumultuoso.
Abrumada al ver que no se ha cuestionado nunca lo que siente por mí, aunque yo sí que me haya cuestionado lo que siento por él.
Y, aunque lo he apartado de mí de vez en cuando, ahora me doy cuenta de algo en lo que no había caído: mi amor por él siempre ha sido fiel.
Tal vez haya flaqueado, lo haya criticado y me haya desviado del buen camino, pero esa confusión existía solo en mi cabeza.
Dentro de mí, mi corazón sabía la verdad.
Y ahora sé que Haven se equivocaba.
No en todos los casos una de las personas ama más que la otra.
Cuando dos personas están realmente destinadas a estar juntas, se aman por igual.
De manera diferente…, pero por igual.
Lo más irónico es que, ahora que lo comprendo por fin, ahora que sé la verdad sobre él y sobre mí, me veo obligada a pasar el resto de la eternidad suspendida en el abismo, reflexionando sobre todo lo que he perdido.
Envuelta en una capa eterna de oscuridad, desconectada de todo y de todos los que me rodean. Acosada por los errores pasados, que siempre me acompañarán, como una película eterna que se repite una y otra vez para mostrarme lo que podría haber sido si hubiera tomado otras decisiones.
Si hubiera seguido los dictados de mi corazón en vez de los de mi cabeza.
Hay algo que ha quedado muy claro: si bien es cierto que Jude y yo siempre hemos estado cerca, que siempre ha sido amable, cariñoso y generoso conmigo, Damen es mi única y verdadera alma gemela.
Abro la boca, desesperada por pronunciar su nombre, desesperada por sentirlo en los labios y la lengua, desesperada por llegar hasta él de algún modo.
Pero no se escucha nada.
Y, si se escucha, nadie puede oírme.
Esto es todo.
Mi eternidad.
Desconectada.
A oscuras.
Atormentada sin cesar por un pasado que no puedo cambiar.
Consciente de que Drina está cerca. Y también Roman. Cada uno atrapado en su propia versión del infierno, sin poder acercarse, sin un final a la vista.
Así pues, hago lo único que puedo hacer: cierro los ojos y me rindo, pensando que, al menos, ahora ya lo sé.
Al menos he encontrado la respuesta que busqué durante tanto tiempo.
En el abismo, con un susurro inaudible, mis labios se mueven sin cesar, con rapidez y en silencio. Pronuncian su nombre, lo llaman.
Aunque no sirva de nada.
Aunque sea inútil.
Aunque sea demasiado tarde.
E
l sonido de su voz flota hasta mí, a través de mí, a mi alrededor. Es un murmullo vago y distante que atraviesa océanos, continentes y galaxias para encontrarme.
Pero no puedo contestar. No puedo responder de ninguna forma. Es inútil. Irreal.
Un truco de la mente.
Una burla de Shadowland.
Nadie puede llegar hasta mí aquí.
Mi nombre suena como una súplica en sus labios.
—Ever, cariño, abre los ojos y mírame… por favor —me dice.
Palabras familiares que estoy segura de haber oído antes.
Y, al igual que en la ocasión anterior, me esfuerzo por obedecerlas.
Levanto poco a poco los párpados y lo descubro mirándome. Su frente se contrae con alivio mientras esos ojos oscuros se clavan en los míos.
Pero no es real. Se trata de alguna especie de truco. Shadowland es un lugar cruel y solitario, y no puedo permitirme el lujo de dejarme engañar.
Sus brazos me rodean y me acunan. Dejo que lo hagan, me hundo en sus profundidades porque, aunque no sean reales, me resultan demasiado agradables para resistirlos.
Lo intento una vez más, intento pronunciar su nombre, pero él me coloca los dedos sobre los labios y los aprieta con suavidad.
—No hables. No pasa nada —me susurra con suavidad—. Estás bien. Todo ha acabado.
Sin dejar de mirarlo, hago ademán de apartarme, ya que no estoy del todo convencida. En busca de alguna prueba, me llevo los dedos a la garganta para explorar el punto en el que me golpeó el puño de Haven.
Acabó conmigo.
Recuerdo que sentí mi muerte por segunda vez en esta vida.
Recuerdo que no se pareció en nada a la primera vez.
Recorro su rostro con la mirada y veo la preocupación que arruga su frente, el alivio que inunda sus ojos. Quiero que comprenda lo que ha ocurrido en realidad.
—Ella me mató —le digo—. A pesar de todas las prácticas y los entrenamientos, al final no fui rival para ella.
—No te mató —susurra—. De verdad, todavía estás aquí.
Me esfuerzo por incorporarme, pero él se limita a estrecharme con más fuerza. Así pues, contemplo la tienda y me fijo en los montones de cristales rotos, en las estanterías volcadas. Es la viva imagen de algún desastre, un terremoto, un tornado o una catástrofe brutal.
—Pero fui a Shadowland… Vi…
Cierro los ojos y trago saliva para deshacer el nudo que cierra mi garganta. Me quedo callada el tiempo suficiente para que él intervenga.
—Lo sé. Sentí tu desesperación. Pero aunque es probable que a ti te pareciera una eternidad (eso me pareció a mí cuando estuve en tu lugar), no pasó el tiempo necesario para que se rompiera el cordón plateado que une el alma al cuerpo. Y por eso pude traerte de vuelta.
Sin embargo, aunque habla con mucha confianza, aunque asiente y me mira a los ojos con una certeza absoluta, sé que se equivoca. Puede que mi cordón siga intacto, pero sé con seguridad que morí. Y solo hay una razón por la que estoy de vuelta.
Solo hay una razón por la que he vencido a mi chakra débil.
En el momento en que comprendí la verdad sobre mí, sobre nosotros… En el momento en que tomé la decisión correcta, me recuperé de algún modo.
—Ella me golpeó en mi talón de Aquiles, en el quinto chakra, y luego… lo vi todo. —Levanto la vista hacia él. Quiero que lo sepa, que me escuche de verdad—. Lo vi todo, hasta el último detalle de todas nuestras vidas. Incluyendo las cosas que tanto empeño pusiste en ocultarme.
Damen respira hondo y me mira con un millar de interrogantes, aunque hay uno en particular que se cierne sobre nosotros.
No pierdo el tiempo con respuestas. Le rodeo el cuello con los brazos y lo acerco a mí, vagamente consciente del velo de energía que separa nuestros labios, mientras mi mente se une con la suya para informarle de todo lo que vi. Para decirle que ahora lo entiendo.
Que he aceptado la verdad.
Que jamás volveré a dudar de él.
Nos quedamos así, apretados el uno contra el otro, convencidos de que acaba de ocurrir un milagro.
No solo he renacido. He despertado en todos los sentidos.
Me aparto un momento y le hago una pregunta con la mirada que él se apresura a responder.
—Noté tu angustia. Vine aquí en cuanto pude y me encontré la tienda destruida y a ti… muerta. Pero regresaste enseguida, aunque seguro que a ti te pareció una eternidad. Así funciona Shadowland.
—¿Y Jude? —Me da un vuelco el corazón cuando examino la sala y no logro encontrarlo por más que me esfuerzo.