DARTH VADER El señor oscuro (5 page)

BOOK: DARTH VADER El señor oscuro
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—¿Ha visto alguna vez correr a un Jedi, comandante? —preguntó un jefe de pelotón—. Calculo que ya estarán a unos diez klicks de distancia.

Munición se volvió hacia su encargado de comunicaciones.

—Contacta con el
Galante
. Informa al mando de que tenemos un problema y necesitamos todos los androides rastreadores y los destacamentos BARC que puedan enviarnos.

—Comandante —dijo el mismo jefe de pelotón—, a no ser que los separatistas participen en esta cacería, vamos a estar muy ocupados. ¿Hemos venido a controlar Murkhana o a los Jedi?

—No empeores las cosas intentando confundirlo, teniente —repuso Trepador con una sonrisa.

—Ruega por que no escapen —dijo Munición señalándolo con el dedo índice.

 

 

Shryne se sabía de memoria la ciudad de Murkhana.

—Por aquí... bajemos... Subamos —indicaba a medida que huían, empleando la velocidad que les proporcionaba la Fuerza para poner kilómetros entre ellos y su nuevo enemigo.

La ciudad estaba ahora abierta a los bombardeos, con los escudos de energía apagados y los aerosoles antiláser disipados. Dos destructores estelares flotaban sobre la bahía, pero las fuerzas de la República seguían conteniéndose. La mayor parte de la lucha seguía teniendo lugar alrededor de la plataforma de aterrizaje, que no en el campo hexagonal, puesto que tanto éste como los tres puentes que permanecían en pie eran esenciales para desplazar soldados y material a la ciudad. Shryne supuso que en cuanto tomaran la plataforma de aterrizaje, los separatistas volarían los demás puentes, aunque sólo fuera para retrasar la inevitable ocupación, mientras los residentes continuaban huyendo para salvar la vida.

En las calles, los tiroteos cambiaron de forma notable ahora que los soldados clon tenían nuevas prioridades. Mercenarios separatistas y androides de combate provocaban buena parte de la confusión. Shryne, Chatak y Starstone habían presenciado varios casos en que pelotones de clones abandonaban la lucha, presuntamente para continuar con la búsqueda de Jedi.

Cuando Shryne sintió que disponían de un momento de respiro, condujo a sus amigos hasta un edificio desierto y allí sacaron el comunicador de su cinturón.

—Los soldados han cambiado sus frecuencias para impedir que los oigamos —dijo.

—Eso no afecta al hecho de que conocemos sus métodos de búsqueda —dijo Chatak.

—Podemos evitarlos todo el tiempo que haga falta para aclarar esto. Y en el peor de los casos, tengo contactos en la ciudad que podrían ayudarnos a escapar.

—¿Qué vidas estamos protegiendo aquí? —preguntó Starstone con voz cortante—. ¿Las nuestras o las de los soldados? ¿Es que no fuimos nosotros quienes ordenamos que los clonaran?

Shryne y Chatak intercambiaron miradas secretas.

—No pienso empezar a matar soldados —dijo Shryne enfáticamente.

Chatak miró a su padawan.

—Para eso se crearon los androides de combate.

Starstone se mordisqueó el labio inferior.

—¿Qué habrá sido del Maestro Loorne y los demás?

Shryne se ajustó el comunicador.

—Sigue sin haber respuesta de ninguno de ellos. Y no porque estén interfiriendo la señal.

Buscó con la Fuerza, sabiendo que también lo estaba haciendo Chatak, pero ninguna reverberación atendió su llamada.

Los hombros de Chatak se hundieron.

—Los han matado.

Starstone suspiró y bajó la cabeza.

—Usa tu entrenamiento, padawan —dijo Chatak al punto—. Están con la Fuerza.

Están
muertos, pensó Shryne.

—¿Por qué se han vuelto contra nosotros? —preguntó Starstone, mirándolo.

—Munición sugirió que la orden venía de muy arriba.

—Eso sólo puede significar la oficina del Canciller Supremo —dijo Chatak.

Shryne negó con la cabeza.

—Eso no tiene sentido. Palpatine les debe la vida a Skywalker y al Maestro Kenobi.

—Entonces será un error de comunicación —intervino Starstone—. Puede que la Alianza Corporativa descifrara los códigos del Alto Mando y haya enviado órdenes falsas a los comandantes de nuestra compañía.

—En este momento, ésa sería la mejor de las posibles explicaciones —dijo Shryne—. Si nuestros comunicadores fueran lo bastante potentes para contactar con el Templo...

—Pero el Templo puede contactar con nosotros —dijo Starstone.

—Y todavía puede que lo haga —dijo Chatak.

—¿Y si Passel Argente ha hecho un trato con el Canciller Supremo para perdonar a Murkhana? —dijo Starstone.

Shryne la miró fijamente.

—¿Cuántas teorías más piensas ofrecernos? —repuso, con más dureza de la que pretendía.

—Perdón, Maestro.

—Paciencia, padawan —repuso Chatak, con voz consoladora.

Shryne devolvió el comunicador a su bolsillo.

—Tenemos que evitar los enfrentamientos con androides o mercenarios. Las heridas de sable láser son fáciles de identificar. No queremos dejar rastro.

Salieron del edificio y reanudaron su cuidadoso ascenso montaña arriba.

Mirasen donde mirasen, las calles estaban abarrotadas de soldados clon, androides de combate y masas de koorivares fugitivos. Antes de que pudieran recorrer un kilómetro, Shryne volvió a detenerlos.

—No llegaremos a ninguna parte con la rapidez necesaria. Si nos quitáramos las túnicas, podríamos mezclarnos mejor con la multitud.

Chatak lo miró dubitativa.

—¿Qué tienes en mente, Roan?

—Buscad un par de mercenarios y quitadles la ropa y las capuchas. —Miró por turnos a Chatak y a Starstone—. Si los soldados pueden cambiar de bando, nosotros también.

7

M
unición cerró el canal de comunicaciones del casco tras hablar con los comandantes que luchaban en Murkhana y se unió a Trepador en lo que era ahora la base de mando de los soldados. Los otros tres comandos estaban buscando a los Jedi escapados, pero Munición no quería perder de vista al jefe de escuadrón.

—El general Loorne y los dos Caballeros Jedi con los que llegó han sido emboscados y ejecutados —le dijo a Trepador—. Parece ser que ningún soldado del 22 tuvo problemas morales.

Trepador dejó pasar el comentario.

—¿Has informado de nuestros actos al Alto Mando?

Munición negó con la cabeza.

—Pero no creas que no lo haré. Como te dije antes, eso dependerá de si los podemos matar o no. Ahora mismo no quiero que tus actos proyecten una luz negativa sobre mi mando.

—¿Has sabido qué motivó la orden de ejecución?

Munición dedicó un momento a discutir consigo mismo lo que podía revelar o no.

—El mando central informa de que cuatro Maestros Jedi intentaron asesinar al Canciller Supremo Palpatine en sus aposentos de Coruscant. El motivo no está claro, pero parece ser que los Jedi pretendían desde el principio asumir el control de la República, y que provocaron esta guerra para alcanzar ese objetivo.

Trepador estaba desconcertado.

—¿Así que Palpatine formuló esa orden porque suponía que los Jedi podían llegar a intentar algo?

—No es raro tener un plan de emergencia, Trepador. Deberías saberlo mejor que nadie.

Trepador lo pensó atentamente.

—¿Cómo te sientes ante esto, comandante...? Ante lo que han hecho los Jedi, quiero decir.

Munición se tomó un momento para contestar.

—En lo que a mí se refiere, su traición sólo añade más enemigos a nuestra lista. Aparte de eso, no siento nada ni en un sentido ni en el otro.

Trepador estudió a Munición.

—Entre los soldados se dice que los Jedi tuvieron un papel importante en la creación del Gran Ejército. ¿Es que esperaban que nos pusiéramos de su parte una vez asumieran el control o habrían acabado volviéndose contra nosotros?

—No hay forma de saberlo.

—Sólo sabemos que actuaron demasiado pronto.

—En este mismo momento, soldados y Jedi luchan dentro del Templo de Coruscant. Se dice que han muerto a miles.

—Nunca he estado en Coruscant —dijo Trepador, rompiendo un breve silencio—. Lo más cerca que he estado de allí fue cuando me entrené en uno de los mundos interiores de ese sistema. ¿Has estado tú?

—Una vez. Antes de los Asedios del Borde Exterior.

—¿A quién preferiría servir, comandante...? ¿A Palpatine o a los Jedi?

—Eso está muy al margen del papel que se nos encomendó en nuestra creación. Cuando esta guerra se acabe, estaremos en una posición ventajosa. Hace doce horas ni se me habría ocurrido esto, pero ahora que los Jedi no están, sospecho que nos espera un ascenso.

Trepador miró al cielo.

—Oscurecerá pronto. Los equipos de búsqueda correrán más peligro de ser embocados por separatistas.

Munición se encogió de hombros.

—Hemos desplegado más de cien androides rastreadores. No será difícil encontrar a tres Jedi.

Trepador resopló con burla.

—Sabes tan bien como yo que son demasiado listos para que los cojan.

—Cierto. En estos momentos ya estarán vistiendo monos de piloto y armadura.

8

C
ome —dijo Shryne, entregando a la fuerza a una distraída Olee Starstone algunas de las raciones que había sacado de su cinturón—. No sabemos cuándo tendremos otra oportunidad de hacerlo.

Habían pasado varias horas desde que huyeron del lugar de la emboscada, atravesando toda la ciudad para llegar a ese almacén vacío cerca de las rampas que daban al puente norte de la plataforma de aterrizaje. Era medianoche y vestían el atuendo de tres mercenarios que cogieron por sorpresa junto a la Torre Argente.

—Puede llegar un momento en que debamos librarnos de nuestros comunicadores, transpondedores y sables láser —continuó Shryne—. Puede que la mejor forma de salir de Murkhana sea como prisioneros.

—¿Deberíamos usar la influencia de la Fuerza? —dijo Starstone.

—Eso podría funcionar con un par de soldados cada vez, pero no con todo un pelotón, y mucho menos con una compañía entera.

Chatak miró a su padawan con evidente intención.

—Sólo es cuestión de sobrevivir hasta que la República acabe victoriosa.

Shryne se llevó a la boca una ración cuando su transpondedor empezó a vibrar. Pescó el aparato de los hondos bolsillos de la túnica koorivar y lo miró silencioso.

—Podrían ser soldados que están interviniendo nuestras frecuencias —dijo Chatak.

Shryne estudió la pequeña pantalla del radiofaro.

—Es una transmisión codificada del Templo.

Chatak se apresuró a ponerse a su lado para mirar sobre su hombro.

—¿Puedes descifrarla?

—No es una simple 9-13 —dijo Shryne, refiriéndose al código empleado por los Jedi para localizarse unos a otros en caso de emergencia—. Espera un momento. —Cuando la transmisión empezó a repetirse, se volvió hacia Chatak con clara incredulidad—. El Sumo Consejo ordena a todos los Jedi que vuelvan a Coruscant.

Chatak estaba desconcertada.

—Sin explicaciones —añadió Shryne.

Chatak se levantó y empezó a caminar dando vueltas.

—¿Qué ha podido pasar?

Él lo pensó un momento.

—¿Un ataque a Coruscant por parte de Grievous?

—Quizá —dijo Chatak—. Pero eso no explica la deslealtad de los soldados clon.

—Igual ha habido una revuelta universal de soldados clon —sugirió Starstone—. Puede que los kaminoanos nos hayan traicionado, y que todos estos años fueran aliados del Conde Dooku. Podrían haber programado a los soldados para rebelarse en un momento determinado.

Shryne miraba fijamente a Chatak.

—¿Se calla alguna vez?

—No he conseguido encontrarle el interruptor de desconexión.

Shryne se desplazó hasta la ventana más cercana y contempló el cielo nocturno.

—Mañana por la mañana empezarán a llegar cazas republicanos a la plataforma de aterrizaje.

Chatak se unió a él ante la ventana.

—Entonces, se ha tomado Murkhana.

Shryne se volvió para mirarla.

—Tenemos que llegar a la plataforma. Los soldados tienen sus órdenes, y nosotros tenemos ahora las nuestras. Igual podemos volver a Coruscant si nos apoderamos de un transporte o de unos cazas.

 

 

Una luz explosiva brilló intermitentemente al otro lado de los ventanales del almacén durante toda la larga noche y la mañana, a medida que las fuerzas republicanas y separatistas luchaban por mar y por aire. La lucha por la plataforma de aterrizaje rugió hasta bien entrada la tarde. Pero finalmente, las fuerzas separatistas empezaron a retirarse por los dos puentes que aún quedaban intactos, dejando la defensa de la plataforma a cargo de androides araña, unidades de artillería y tanques.

Para cuando los Jedi consiguieron llegar al puente situado más al norte, la ancha avenida estaba tan atestada de mercenarios y demás luchadores separatistas huyendo que apenas pudieron avanzar contra la corriente. Un recorrido que debía haber requerido una hora necesitó más de tres, y el sol estaba bajo en el horizonte para cuando finalmente llegaron al final del puente.

Estaban a punto de entrar en la plataforma en sí cuando una sucesión de potentes explosiones acabó con los cien metros finales del recorrido, dividiendo al enorme hexágono en tres y arrojando a las revueltas aguas a centenares de soldados clon, mercenarios y androides separatistas.

Shryne sabía que los responsables de las explosiones eran separatistas. Y no pasaría mucho tiempo antes de que también detonaran cargas colocadas bajo el último puente. Pero, para entonces, ya no habría forma de detener el embate de la República.

Los mercenarios pasaban por su lado corriendo frenéticos, mientras él examinaba el bosque de pilones del puente que habían quedado expuestos por las explosiones, calculando la distancia que separaba a unos de otros y las posibilidades de realizar lo que tenían en mente.

—O saltamos hasta la plataforma o volvemos a la ciudad —dijo por fin. Miró a Starstone—. Tú decides.

Los ojos azules de la padawan brillaron y puso expresión decidida.

—No es problema, Maestro. Saltaremos.

Shryne casi sonrió.

—Bien. Pilón a pilón.

—Esperemos que no haya soldados clon mirando —repuso Chatak, rodeando con un brazo los hombros de su padawan.

Shryne hizo un gesto hacia su túnica y su capucha robadas.

—Sólo somos unos mercenarios muy ágiles.

Chatak fue delante, con Starstone pisándole los talones. Shryne esperó a que estuvieran a medio camino antes de seguirlas a su vez. Los primeros saltos resultaron sencillos, pero cuanto más cerca estaban de la plataforma, mayor era la distancia entre pilones, muchos de los cuales habían quedado con una superficie mellada. En el penúltimo salto estuvo a punto de perder el equilibrio, y en el último sus manos llegaron muy por delante de sus pies.

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