Como detectar mentiras en los niños (14 page)

Read Como detectar mentiras en los niños Online

Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

BOOK: Como detectar mentiras en los niños
6.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

No todos los que mienten tienen miedo de ser atrapados. Este temor suele ser más intenso cuando hay algo importante en juego, cuando las consecuencias de ser descubierto son graves. Incluso entonces, algunos mentirosos son más vulnerables al miedo. La reputación de la persona a quien se miente también influye en el miedo que pueda sentir el mentiroso. Los niños pequeños que creen en la afirmación omnipotente de sus padres cuando éstos dicen que siempre pueden detectar una mentira, sentirán más temor de ser descubiertos que los niños mayores que han aprendido que algunas veces pueden colar una mentira sin ser detectados.

En casi todas las investigaciones sobre el engaño realizadas con adultos o niños, los científicos han estudiado mentirijillas o mentiras triviales en las cuales no se corre un gran riesgo, antes que las importantes. En las mentiras no autorizadas, lo que está en juego es la confianza, y nadie quiere que no confíen en uno. Los experimentos que hemos analizado no arriesgaban la confianza porque probablemente los niños no iban a volver a ver jamás a las personas a quienes mentían.

EL PLACER DEL ENGAÑO

Existe un tercer juego de sentimientos que puede delatar una mentira. Yo lo llamo «el placer del engaño». Incluye la excitación que se siente al engañar a alguien, el enfrentarse al reto de «colar algo a alguien». Puede que exista una sensación de logro y regocijo, un sentimiento de poder y de haber conseguido algo. Lo puede experimentar un adulto que engaña al cónyuge o el niño que engaña a un padre. Sospecho que en la adolescencia este reto y ejercicio del poder puede ser un factor importante que motive a mentir. Incluso en edades menores los niños pueden pensar que la mentira es un juego del que pueden disfrutar. De hecho, muchos juegos tanto infantiles como adultos tienen que ver con la mentira. El póquer es un ejemplo perfecto. También lo es el juego infantil llamado «quién tiene el botón». La participación en estos juegos desarrolla y ejercita las habilidades necesarias para mentir
[22]
.

El placer del engaño, a su manera, también puede propiciar una confesión cuando el mentiroso quiere ganarse la admiración de alguien. A menudo se atrapa a los criminales porque no pueden resistirse a presumir sobre lo listos que fueron al cometer un delito determinado. Los niños se pueden ver tentados a compartir sus logros al contarle a un compañero con qué facilidad engañaron a papá o a mamá. Es posible que un niño experimente un menor placer por el engaño cuando miente a uno de los padres; es más interesante engañar a un amigo crédulo, en especial si hay otros compañeros que puedan disfrutar de la representación.

A Stephanie y Jason, dos chicos de cuarto curso, les gustaba tomar el pelo a otros niños, en especial a Steven, el «chico nuevo». Una vez, durante el recreo, Stephanie y Jason convencieron a Steven de que eran hermana y hermano. Le contaron que sus padres estaban divorciados y que al separarse la hija se fue a vivir con la madre y el hijo con el padre. Al ir adornando la mentira, se fue congregando un grupito de amigos (que sabían que Stephanie y Jason no eran familia) que disfrutaron de la representación. Cuando Jason exageró el relato añadiendo que su padre se había vuelto a casar —con la directora de la escuela—, la pareja ya no pudo reprimir la risa y estallaron en carcajadas.

PREPARACIÓN DE LA ESTRATEGIA

Las mentiras fracasan no solamente porque las señales emocionales —culpabilidad, miedo y placer por el engaño— delatan al mentiroso. También fracasan cuando el mentiroso no se prepara con antelación.

Las mentiras resultan más fáciles cuando el mentiroso sabe exactamente de antemano cuando él o ella tendrá que mentir. Ese conocimiento le da tiempo al mentiroso a inventarse una historia falsa pero creíble y a ensayarla. Supongamos que una chica piensa salir con un chico que sus padres le han dicho que no puede ver. Para asegurarse de no ser descubierta, necesita tiempo para preparar una coartada —como, por ejemplo, pasar la noche en casa de una amiga— y anticiparse a las preguntas que le puedan hacer al día siguiente. Necesita una explicación que suene razonable cuando su padre le diga que intentó ponerse en contacto con ella pero que nadie contestó en casa de su amiga. Cuando la persona se tiene que inventar una respuesta sobre la marcha suele dar pistas reveladoras.

Hace más pausas. Puede que esquive la mirada. La voz puede sonar más apagada. Estos detalles en sí no son señal de mentir; son señales de que se está pensando sobre la marcha. Si le pregunta a un adolescente: «¿Crees que Gorbachev seguirá gobernando?» es normal esperar ver señales de que está pensando, porque la mayoría de chicos no se han planteado esa cuestión. Pero si la pregunta es: «¿Dónde estabas anoche cuando llamé a casa de Sally? No respondió nadie», entonces las señales de estar pensando una respuesta probablemente indiquen una mentira, puesto que no debería necesitar tiempo para pensar —es decir, si estuviera diciendo la verdad.

El mentiroso se perfecciona con la práctica. Con cuanta más frecuencia mintamos, mejor lo haremos. En parte se debe a que descubrimos que podemos colar la mentira, y esa confianza creciente aminora el temor de ser atrapado. Si un niño ha aprendido que mamá siempre se traga un cierto tipo de mentira, tendrá menos miedo a que lo descubran. Las mentiras repetidas también hacen disminuir los sentimientos de culpa. La cuestión de si mentir está bien o mal suele aparecer la primera vez que uno tiene que decidir si miente o no. Entonces es cuando la culpa puede interferir con el éxito de la mentira. Pero después de la primera vez, mentir se vuelve cada vez más fácil en ocasiones sucesivas. A la segunda o tercera vez que contamos la misma mentira damos menor consideración a las repercusiones morales o a las posibles consecuencias negativas. Los abogados llaman a este patrón de ir deslizándose hacia actos más y más ilegales la «cuesta resbaladiza».

A veces las personas empiezan a creer en su mentira si la cuentan con suficiente frecuencia. El niño que infla su reputación con la historia que se inventa diciendo que miró directamente a los ojos del tipo duro y que así le ganó, puede olvidarse de que en realidad no ocurrió así después de la tercera o cuarta vez de explicarlo, igual que el pescador que empieza a creer en su propia trola sobre «el enorme pez que se le escapó». Tanto el pescador como el niño que presume pueden recordar los hechos reales si se les presiona, pero ello puede requerir un cierto esfuerzo. Esta capacidad para engañarse incluso a uno mismo tiene un aspecto beneficioso para el aspirante a mentiroso: cuando una persona cree en su propia mentira, cometerá menos errores al contarla. En cierta manera —al menos en su propia mente— está contando la verdad. Aunque no conozco ninguna investigación sobre el tema, supongo que los niños más pequeños se ven más influidos por este efecto.

El siguiente cuadro resume las variables que pueden hacer que el mentir resulte fácil o difícil:

Difícil mentir
Fácil mentir
Lo que está en juego es:
Mucho
Poco
Castigo si se descubre la mentira:
Si
No
Castigo si se descubre el acto que esconde la mentira:
Si
No
Se tiene experiencia colando esta mentira:
No
Si
La persona objeto de la mentira es crédula:
No
Si
Se respeta a la persona objeto de la mentira:
Si
No
Se comparten valores con la persona objeto de la mentira:
Si
No
La mentira es autorizada:
No
Si
La persona objeto de la mentira es dura o injusta:
No
Si
El reto que supone engañar a la persona objeto de la mentira:
Si
No
Otras personas a sabiendas son testigos del engaño:
Si
No
Se puede planificar con antelación la necesidad de mentir:
No
Si

DESARROLLANDO LAS APTITUDES PARA MENTIR

Muchas de las aptitudes que se desarrollan con la edad —las necesarias para que los niños sean cada vez más responsables de ellos mismos— también les permiten tener más éxito si deciden mentir. Se dice que Abraham Lincoln comentó que no tenía memoria suficiente como para poder mentir. Pero no todas las mentiras requieren una buena memoria. Las mentiras en las que no se dice gran cosa falsa —yo las llamo mentiras encubridoras— no dependen de la memoria. Ésta es una típica mentira encubridora que no precisa una gran memoria: cuando mamá le pregunta cómo le fue el día, no es necesario que Johnny diga que el director le castigó después de clase, y que le ha amenazado con expulsarle la próxima vez que le tire una pelotilla de papel mascado a la profesora. Johnny no ha dicho nada falso, ni es necesario que recuerde una complicada coartada.

Pero supongamos que mamá se había dado cuenta de que había vuelto a casa más tarde de lo normal y le pregunta por qué. Si Johnny esconde la verdad (que fue el director quien lo retuvo en la escuela) diciendo que fue a casa de su amigo Joe a jugar al ping-pong, deberá recordar esa historia y sus implicaciones. Al día siguiente, cuando su madre le pregunte si la hermana de Joe ya ha regresado a casa después de la universidad, Johnny no podrá decirle: «¿Cómo quieres que lo sepa?». Tiene que recordar que dijo haber estado ayer allí. La memoria mejora con la edad y, al igual que muchas otras aptitudes, al llegar a la adolescencia ya es tan buena como la de un adulto.

Para tener éxito con una mentira es preciso planificar más allá de sólo el próximo paso; se necesitan varios planes de emergencia.

Para el engaño no se necesitan tantas habilidades. El engaño solamente requiere imaginarse qué pasaría si nos preguntaran directamente por aquello que queremos encubrir. Puede que el engaño funcionara en el caso de Johnny, pero si Debra rompiera el jarrón favorito de su madre, no puede esperar que ésta no le pregunte si sabe qué ocurrió a su regreso a casa.

El contar una historia falsa requiere un gran esfuerzo por parte de la capacidad del mentiroso para pensar estratégicamente. Johnny debería tener unas cuantas cosas en cuenta si quiere que su historia del ping-pong resulte creíble. Antes tiene que haber mostrado un cierto interés en el ping-pong para que su madre pueda creerse que querría ir a casa de Joe a jugar. Después tiene que asegurarse de que Joe es alguien con quien suele pasar tiempo jugando. ¿Qué posibilidades existen de que su madre pueda haber pasado por la casa de Joe? ¿Podría hablar su madre con la madre de Joe por teléfono ese día o al cabo de poco tiempo? Sería mejor para él basar su falsa coartada en un amigo cuyos padres no conozcan a su madre. Si no puede contar algo así y ser creído, debería planificar una respuesta por si su madre dijera: «He hablado con la madre de Joe esta tarde y no me ha dicho que estuvieras ahí ayer». Podría estar preparado para contestar: «Bueno, es que nos cansamos de jugar al ping-pong y nos fuimos a la tienda a comprar una revista». Esta planificación sofisticada va madurando con la edad. Algunas personas no llegan a ser nunca muy buenas y en cambio otras exhiben ya una mentalidad de jugador de ajedrez a la edad de seis años. Pero para la mayoría de ellos, eso es algo que se va desarrollando a medida que crecen.

Un mentiroso con éxito tiene en cuenta la perspectiva de la persona objeto de la mentira. Poniéndose en el lugar de la otra persona, imaginando lo que resultará creíble o sospechoso a esa persona, el mentiroso puede sopesar el impacto de su propia conducta sobre el objetivo y afinar y ajustar su acción según sea necesario. Johnny debería darse cuenta de que si dice que se detuvo en la biblioteca a sacar unos libros, su madre puede sospechar porque sabe que él no suele ir a la biblioteca. Johnny también podría descartar esa estrategia si recuerda que a su madre le interesan mucho los libros y que le podría preguntar cuáles retiró. Los preescolares no son muy buenos en este tipo de estrategia porque a una edad temprana no se dan cuenta de que existe más de una perspectiva —la suya— acerca de un acontecimiento. Creen que todo el mundo piensa como ellos. Al ir acercándose a la adolescencia, los niños son mucho más capaces de ponerse en el lugar de otra persona.

Para mentir bien, el niño tiene que desarrollar también habilidades lingüísticas, utilizando palabras para referirse a cosas que en realidad no están presentes. Los niños deben poder modificar su discurso —desde el vocabulario hasta la inflexión, la velocidad y el contenido del discurso— para adecuarse a la situación, en especial sintonizar con lo que están contando a la persona objeto de la mentira. Estas habilidades de lenguaje se desarrollan muy pronto, a veces incluso a los cuatro años, aunque a esa edad distan mucho de ser perfectas
[23]
.

El mentiroso que tiene éxito sabe hablar bien, es capaz de pensar con rapidez e inventarse explicaciones plausibles cuando le pillan con la guardia baja. Aunque Johnny no hubiera preparado una respuesta a las preguntas de su madre, debería poder improvisar una explicación rápidamente. Aunque algunas personas están muy versadas en pensar rápidamente sobre la marcha y producir sin problema una respuesta creíble, los niños pequeños no saben hacerlo. Pero eso también va mejorando con la edad.

La mentira habilidosa requiere un control emocional. Un buen mentiroso es capaz de fingir emociones que él o ella no siente, ofrecer un tono de voz y un aspecto calmado, interesado, complacido o cualquier otro sentimiento que precise la mentira en concreto. Igualmente importante, el mentiroso debe poder esconder las señales de emociones que pudieran delatarle. Puede que Johnny esté enfadado con el director de la escuela, porque crea que la ha tomado con él por castigarle. Puede tener miedo de ser descubierto, porque sabe que sus padres le reñirán mucho por haberse metido en líos en la escuela y por haberles mentido. Quizá se sienta culpable por mentir a sus padres, o estimulado por el reto que supone tener éxito con esa mentira. Cualquiera de esas emociones deberá ser ocultada, y tendrá que ponerse una máscara que encaje con su historia. Algunas de mis propias investigaciones con niños descubrieron que esta capacidad de controlar la expresión, al igual que muchas otras aptitudes, mejora con la edad, y en la adolescencia ya se alcanza el mismo nivel de competencia que en la edad adulta
[24]
.

Other books

Claudia's Big Break by Lisa Heidke
Summer Seaside Wedding by Abigail Gordon
Thief! by Malorie Blackman
Amity & Sorrow by Peggy Riley
Box Girl by Lilibet Snellings
Heaven's Bones by Samantha Henderson
The Last King of Brighton by Peter Guttridge
Come In and Cover Me by Gin Phillips
The Deepest Cut by Templeton, J. A.
Neighborhood Watch by Andrew Neiderman