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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Calle de Magia (29 page)

BOOK: Calle de Magia
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—¿Quién? —preguntó Ceese.

—Mi marido —dijo Yolanda—. El que Will Shakespeare conocía como Oberón. O como a él le gusta considerarse, el Señor del Universo. —Se rió amargamente—. Era cruel, mi esposo. No como Puck, que es sólo juguetón. Dijo que estaba cansado de flirtear con la raza humana. Iba a ponerle fin y a empezar con algún otro tipo de criatura. Una que no continuara luchando contra él. Y yo no quise. Me gustan los humanos. Y a Puck no es tanto que le gustéis como que le agrada jugar con vosotros, pero pude persuadirlo para que me ayudara.

—¿Ayudarte a qué? —preguntó Ceese.

—A enterrar al viejo diablo en las profundidades de la tierra —contestó Yolanda—. Hicimos falta nosotros dos y un gran corro de hadas. Danzamos en Stonehenge y lo llamé por su nombre. Porque él me
dijo
su nombre, claro está.

—¿Y cuál es? —preguntó Mack rápidamente.

—Ni siquiera preguntes eso —dijo Yolanda—. Ése es su deseo, hablar a través de ti. Si dices su verdadero nombre, entonces puede salir. Eres su llave, ¿no lo ves? Todo el poder de estos cientos de humanos está almacenado en ti, excepto el que se escapa para hacer realidad sus alocados deseos. Has sido fuerte, puedo verlo. Lo has estado controlando, sin dejar que nada escape durante mucho tiempo. Pero ahora él quiere salir y lo conseguirá. Si pudiera conseguir que dijeras su nombre, entonces sería más fácil. Podría surgir de la tierra y nadie podría ya detenerlo. Sería como antaño, cuando nuestra especie llegó por primera vez a la tierra y todos teníamos la forma a la que él nunca ha renunciado. Lo primero que haría, Mack Street, sería tragarte entero, para que todo ese poder acumulado estuviera dentro de él.

—¿Y tú estás aquí para detenerlo? —preguntó Ceese.

—Yo no estoy aquí—dijo ella—. Eso es lo que Mack comprende y tú no. Estoy atrapada en un cristal, en un claro, guardada por una pantera, igual que Puck. Cuando encerramos a Oberón, cuando él estaba rebulléndose en el suelo en mitad del corro, cuando se hundía en la tierra y ésta lo tragaba para hacerlo cautivo y que no pudiera destruir a la raza humana, él todavía conservaba su poder sobre Puck. Una vez esclavo del rey de las hadas, nunca eres realmente libre. No es de fiar, el pobre Puck, porque está sujeto a la voluntad de mi esposo. Así que en el último momento, el viejo gusano nos arrancó la luz y la encerró en dos frascos y los colgó como si fueran linternas en un lugar remoto donde pensó que nunca lo encontraríamos.

Ella suspiró.

—Hemos tardado todos estos años. Casi cuatrocientos. Y, sin embargo, no podemos ir a donde nos retiene cautivos. Porque sólo podíamos controlar nuestros cuerpos en
este
mundo. Hasta que tú naciste, Mack, si quieres llamarlo así, todo lo que podíamos hacer eran pequeños trucos de magia. Doblegar a los humanos a nuestra voluntad. A Puck no le importaba: le divertía. Pero yo me cansé de usar cuerpos de repuesto y no me divertía atormentar a los otros que todavía tenían un dominio firme sobre los suyos. Nos quedamos por aquí, pero seguimos caminos distintos. Hasta que lo sentimos. El brote de poder. La oscuridad como un súbito estallido de regaliz. De anís. Supimos que él había encontrado un camino que le permitiría sacar parte de sí mismo al mundo. Puck te encontró primero... claro que pudo hacerlo, sigue atado a Oberón y ese lazo funciona en dos direcciones, Oberón no puede moverse sin que Puck lo sienta. Yo también tengo un lazo con él, pero sólo como esposa. Así que ya habías nacido cuando llegué. Habías nacido y estabas dentro de esa bolsa de plástico y te habían llevado al lugar por donde el viejo gusano alcanza este mundo.

—Es imposible que Mack sea algo maligno —dijo Ceese, sacando por fin algún sentido a lo que ella estaba diciendo.

—¿Un martillo es buen carpintero o malo? —preguntó Yolanda—. La respuesta es que no es carpintero, y lo bueno o lo malo del martillo depende de cómo lo utilice el carpintero.

—Él tampoco es una herramienta.

—Es una herramienta cuando Oberón dice que lo es. Lo usará cuando quiera.

—Él es el gusano de tu sueño —dijo Mack—. La babosa con alas. La que yo combato.

—No sé cómo de retorcido te llega ese sueño, Mack, pero cuando llegas al gusano, no es para combatirlo. Es para que te engulla. Es para llevarle el poder de esta gente. Para nutrirlo. Para volver a hacerlo poderoso.

—Ni hablar —dijo Mack—. No lo haré.

—No eres como Ceese. Creo que tal vez Ceese podría
decirle
que no. Pero tú no podrías negarte, igual que tu dedo no podría negarse a rascarte la nariz. Tal vez no te guste, pero no puedes decir que no.

—¿Estás diciendo que Mack no es realmente humano?

—Mack es lo que es. Cuando dejas suelta la magia en el mundo, se convierte en lo que se convierte. No sé qué herramienta fiable será. Y podéis contar con esto: Oberón no ha estado esperando todo este tiempo, sólo para que todo dependa de un cambiado que ha estado bajo la influencia diaria de un humano tan fuerte como tú, Cecil Tucker.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Mack—. ¿Qué se supone que tengo que hacer?

—No tienes que hacer nada —dijo Ceese—. ¿Crees que puedes
fiarte
de esta mujer? Va a lo suyo.

—Pues claro que sí —dijo Yolanda—. Pero da la casualidad de que lo que yo quiero, que es mantener a Oberón acorralado en el infierno, o como queráis llamarlo, hará que la vida sea mucho mejor para vosotros, los mortales. Sobre todo para los de este barrio, que ya han sido recolectados.

—¿Recolectados?

—Mack lleva aquí años recolectándolos —dijo Yolanda.

Mack pareció desconcertado.

—¿Ah, sí?

—Cada sueño que has visto de otra persona, ha hecho que su voluntad se ate a la tuya. ¿Qué crees que comerá Oberón, cuanto te trague? Tú no eres nada: sólo eres un pedazo de sí mismo. Lo que cuenta es lo que has recolectado para él. Ha estado trabajando en eso desde antes de que nacieras.

Mack se puso en pie de un salto.

—No. He estado controlando esos sueños. Después de lo que pasó con el diácono Landry y con Tamika Brown y... he estado manteniéndome apartado de esos sueños.

—Has estado deteniendo esos sueños —dijo Yolanda alegremente—. Como si les pusieras un tapón. Acorralándolos. Metiendo al genio dentro de la botella. Todos esos profundos y poderosos deseos, todos los anhelos de sus corazones, están encerrados dentro de ti, dispuestos para que Oberón empiece a usar toda esa magia.

—¿Y tu magia? ¿De dónde procede? —exigió saber Mack.

—Toda está encerrada en un cristal en el bosque.

—Y la de Puck está en la otra linterna. ¿Cómo es que él puede hacer cosas?

—Sólo tenemos suficiente poder para influir en los deseos de los mortales. Puck está usando
tu
poder, no el suyo. Y sólo porque
él
quiere que lo haga. —Se rió, pero la suya era una risa triste—. Si pudiera liberarme del cristal, verías lo que es el poder. Después de todo, lo derroté una vez. Mis sirvientes y yo lo hicimos.

—¿Y dónde están ahora?

—Débiles. Perdidos. Solos. Y casi todos en Inglaterra todavía. Tienen que esconderse. Yo extraigo poder de ellos, ellos extraen poder de mí. Pero alégrate: los sirvientes de él también están debilitados. Como Puck.

—Entonces Puck es un enemigo.

—Puck es... Puck. Me ama. Creía que eso lo sabías. Me ama, pero es esclavo de Oberón. Así que sólo puede ayudarme indirectamente. No puede desobedecer nada de lo que Oberón le ordene. Por eso no pudo decirte claramente quién soy yo, ni quién es él.

—Creía que sólo era una serpiente mentirosa.

—Bueno, lo es. Pero es una serpiente mentirosa que me ama, y una serpiente mentirosa que prefiere tener su poder atrapado en un cristal en un claro del bosque en el País de las Hadas que tener a Oberón suelto por el mundo, enviándolo a misiones crueles... sobre todo misiones para atormentarme.

—Y yo también soy esclavo de Oberón —dijo Mack.

—Bueno, no. Tú
eres parte
de él. Más bien como si fueras sus paperas. Pero más bonito.

Ceese se dio cuenta de que aquello destrozaba a Mack, sobre todo el hecho de que Yolanda parecía no advertir el daño que le hacían sus palabras. O tal vez no le importaban los sentimientos de los humanos.

—Mack, no tienes que creer esto.

—Pero es cierto —dijo Mack—. Es lo que he sentido todo el tiempo. Que nunca me pertenecía a mí mismo. Creía que os pertenecía... a ti, a Miz Smitcher, al barrio. Pero ahora sé que lo que he estado buscando todos estos años, toda mi vida... era a él. Era al resto de mí. El es quien conduce. El es quien me mete en la riada.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Ceese.

—Oh, ya se acostumbrará —dijo Yolanda.

—¿Acostumbrarse? ¿A descubrir que ni siquiera es real?

—Oh, es
real
—dijo Yolanda—. Tan real como se puede ser. Por eso intenté que mataras a Mack cuando era un bebé. Lo único de lo que no estaba segura era... cuando no lo mataste, cuando te resististe a mí, ¿fue por tu propia fuerza? ¿O porque el poder de Oberón te lo impidió? Si fue ese gusano, entonces significa que estaba vigilando más de cerca de lo que creí posible. Pero ahora estoy segura de que fuiste sólo tú. Estoy segura de que él sigue atado allí. Puede sentir el poder. Puede saborear los sueños. Puede encontrar los corazones oscuros y ansiosos de poder que lo están buscando. Pero en realidad no puede ver. Es como buscar ropa en el fondo del armario.

—¿Y entonces qué? —preguntó Ceese—. ¿Qué podemos hacer?

—Eso es lo que he venido a averiguar.

—Magnífico —dijo Mack—. Pero ¿para qué estoy aquí yo?

—Para que Oberón te utilice —dijo ella.

—Entonces todo estaría mejor si yo estuviera muerto.

—Esa es la cosa —dijo Yolanda—. Formas parte de él. Así que eres inmortal. No se te puede matar. Estamos atascados contigo aquí, Mack —sonrió—. Pero puedes llamarme Yo Yo si quieres.

Mack pareció enormemente agradecido. Pero sólo un momento. Luego puso los ojos en blanco y se desplomó en el suelo.

Ceese se arrodilló junto a él inmediatamente y le sujetó la cabeza.

—¿Qué le has hecho? —le preguntó a Yolanda.

—¿No has oído nada de lo que te he dicho? —respondió ella—. Todo ese poder acumulado en su interior... Oberón lo está utilizando. El chico despertará cuando haya terminado.

16

Predicador

Era el primer día de Word como predicador en City Haven, la congregación donde el reverendo Theodore Lee lo había aceptado como ayudante de pastor.

—Es un acto de fe, jovencito —dijo el reverendo Theo, como lo llamaba todo el mundo—. No en ti, sino en la habilidad de Dios para transformarte.

¿De qué en qué?, se preguntaba Word. Pero sonrió y no dijo nada. Tenía su título universitario, pero después de intentarlo en dos colegios ecuménicos había renunciado a aprender.

En el primero habían intentado convertirlo en experto en teología mientras le desaconsejaban creer en lo sobrenatural. Word sólo podía menear la cabeza ante su sofisticada religión, porque él sabía por experiencia que en Los Ángeles podían suceder cosas sobrenaturales. Entonces, ¿por qué no iba a creer que pudieran suceder en Palestina hacía dos mil años?

El segundo, sin embargo, era sólo molestamente torcido, plagado de todo tipo de ideologías sobre los temas políticos del momento. Los profesores no tenían ni idea de cómo funcionaban de verdad el bien y el mal en el mundo y ningún plan para detener el mal... no cuando el mal era capaz de obrar oscuros milagros como el nacimiento de Mack Street en el cuerpo de la madre de Word.

No hay nadie que pueda enseñarme excepto Dios, decidió Word. Y la única manera en que Dios me enseñará es si trabajo duro intentando servirlo.

Por eso eligió City Haven, que se encontraba entre dos locales de poca monta en un centro comercial venido a menos en un barrio donde ni siquiera los coreanos querían comprar y renovar. Los feligreses eran sobre todo mujeres, mayores además. Los niños eran a veces obligados a ir a la iglesia, pero pocos se quedaban cuando las bandas empezaban a reclutarlos. Las madres se morían de preocupación por sus hijos: los padres que no estaban muertos o en la cárcel o sin identificar solían formar parte de las malas influencias.

Y, sin embargo, eran mujeres esperanzadas, las cristianas que todavía tenían fe en que Dios podía atenderlas y salvar a sus hijos si rezaban lo suficiente pidiendo un milagro. Tras ellas, en las calles engañosamente soleadas de la ciudad, había miles de mujeres que no tenían ninguna esperanza, que veían a sus hijos yendo de cabeza a caminos oscuros y sabían que no podían detenerlos.

Word los sentía allí fuera, a los desesperanzados, y pensaba: sé que hay milagros. Milagros oscuros que he visto y milagros brillantes que espero. Os encontraré, tocaré vuestros corazones, os uniré en la fe para
exigir
que Dios haga algo con este lío. Y lo haré porque nadie está más enfadado con el mal que yo. La mayor parte de la gente ni siquiera cree que exista. Cuando dicen «malo» quieren decir «enfermo» o «desagradable». Cuando yo digo malo, quiero decir poder que usa cuerpos humanos como si fueran marionetas. El mal son los espíritus que poseyeron a la mujer que le habló mal a Jesús, y Jesús los expulsó de ella y los arrojó a los cerdos de Gadarene. Ése es el poder que necesitamos en este mundo, ahora mismo, para expulsar a los espíritus endemoniados y liberar a los hijos de Dios para que escuchen su dulce palabra y rediman sus almas de la desesperación.

No dejaré que sean como mi madre, que lo olvidó todo, ni como mi padre, que lo negó todo. Los despertaré.

El problema de toda aquella ceñuda determinación era que Word no era un gran orador. Y él lo sabía. Habiendo crecido en Baldwin Hills como hijo de un refinado catedrático, Word hablaba inglés con demasiada fluidez y claridad para ser creíble en la calle. Parecía un extranjero... pero no lo suficientemente extranjero para que lo tomaran por jamaicano o por un negro británico bien educado. Como dijo un niño pequeño cuando Word le preguntó dónde estaba la entrada de City Haven: «Habla como un blanco.» A lo cual Word sólo pudo sonreír y decir: «Nunca has conocido a un blanco que hable tan bien.»

Lo había intentado durante un tiempo, en el instituto. Alquilaba películas llenas de argot callejero, pero, cuanto más escuchaba, más se daba cuenta de que la mayoría de aquellos guiones estaban escritos por blancos que fingían. Podía fiarse de Spike Lee, pero cuando intentaba hablar como los personajes de las pelis de Spike Lee, le sonaba tan falso que incluso el propio Word se sentía disgustado. Lo mejor que podía hacer era volver a la versión falsa de Baldwin Hills y sabía que hablar así no le abriría ninguna puerta en los barrios de las bandas.

BOOK: Calle de Magia
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