Asesinato en el Comité Central (28 page)

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Authors: Manuel Vázquez Montalbán

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Asesinato en el Comité Central
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Carmela se puso al volante y no hablaron hasta llegar a Madrid.

—Al diablo el sueño. ¡No he comido nada! ¡Estoy en ayunas!

—Si te presentas en un restaurante con esos chorretes de sangre, la armas.

—Y tú tienes las mejillas rojas.

—Yo me pongo maquillaje y ya está.

—¿Vamos a cenar a El Amparo? Nueva Cocina Vasca. ¿No te dice nada el nombre?

—¿Bacalao a la vizcaína y todo eso?

—Por favor, no sigas. Si no estás deshecha te propongo ir a cenar y después bailar.

—¡Oh! ¡John! ¡Querido! ¡Ésta puede ser nuestra noche!

—De momento llévame al hotel. Me ducho. Me quito las llagas de encima y como nuevo.

—No tardes —le dijo Carmela cuando Carvalho saltó del coche.

No, tranquilizó Carvalho con la mano. Pidió la llave de perfil para no enseñar las huellas de la lucha y se precipitó hacia el ascensor.

—¡Señor Carvalho, un momento, por favor!

El conserje le tendía un sobre en el que destacaba el reclamo urgente escrito por una mano nerviosa. Andando y desandando, Carvalho rasgó el sobre:

Estimado señor Carvalho:

He repasado mentalmente cuanto hemos hablado y vivido en estos últimos días y he llegado a la conclusión de que el verdadero responsable de todo lo ocurrido he sido yo. Mi ceguera ante los hechos y ante las personas que los han protagonizado es la gran causante de la muerte de Fernando, de los graves daños que esa muerte puede causar en mi partido y en el proceso democrático español. Asumo la responsabilidad de la confianza que habíamos otorgado a X para llegar adonde ha llegado y hacer lo que ha hecho. En él creí ver encamadas las mejores virtudes de un buen revolucionario y tal vez lo único que vi fue mi propia imagen reflejada en un espejo propicio.

He pasado por momentos personales y colectivos muy dolorosos. Ninguno como éste. Me siento rodeado por el fracaso. Yo mismo soy fracaso. Siento que he recorrido un largo camino para nada y quiero personalizar para que conste que el fracaso me pertenece exclusivamente y no afecta al partido ni a su política. Casi cincuenta años de militancia dan un mayor realce a mi angustia ante lo que tengo en estos momentos entre las manos. Tal vez uno de mis defectos, uno de nuestros defectos, sea la prepotencia, el confiar ciegamente en la lógica de los hechos y su análisis, sin distanciarnos lo suficiente, cayendo en una alienación militante que puede atrofiar el sentimiento de la realidad. Escojo palabras que no me suenen a lo que siempre me suenan mis palabras y descubro la pobreza de mi vocabulario cuando quiero salir de un lenguaje «interno», no sé si me explico y cuánto desearía en cambio explicarme. La historia nos ha impedido la normalidad y para bien y para mal siempre hemos sido excepcionales: nacimos como una alternativa al revisionismo socialdemócrata, tuvimos que apechugar inmediatamente con la lucha contra el fascismo, pasamos a ser un movimiento oculto ferozmente perseguido condicionado por la represión nacional y por la bipolarización de la política mundial, hemos salido a la legalidad proclamando la libertad como un instrumento revolucionario pero lastrados culturalmente por una historia de excepcionalidades y supervivencias. Tal vez habría que hacer una tabla rasa y dar sentido al futuro del movimiento comunista más allá de las coartadas de las promociones educadas en la resistencia y en la autorrepresión y no en asumir un proceso de construcción del socialismo en libertad, con las armas de las libertades y de la energía histórica de las masas. Los dioses han muerto pero los sacerdotes hemos quedado. Nosotros respondemos sacerdotalmente al sacerdocio agresivo de la contrarrevolución a la defensiva y tal vez no es manera de responder, tal vez la única manera de responder es perder nuestro sacerdocio, dejar en evidencia los sacerdocios ajenos. Miro a mi alrededor y me doy cuenta, con angustia, que no sólo no hemos caminado por ese camino, sino que nos hemos aplicado en reproducirnos sacerdotalmente en nuestros herederos, herederos sin coartada épica ni ética que acabarán creyendo que el socialismo es el resultado de ocho horas diarias de trabajo bien hecho aunque mal pagado y ese mal pagado es una coartada mientras no se tiene el poder, coartada que ha desaparecido entre los sacerdotes de los países socialistas donde el poder conlleva privilegios materiales. Afortunadamente el socialismo queda como proceso y como objetivo emancipatorio de los hombres y los errores de los partidos como el nuestro son errores instrumentales que no invalidan el sentido progresivo de la historia, el sentido progresivo de la emancipación humana contra todas las limitaciones. Ese sentido se salva en cada militante anónimo capaz de comprender el sentido colectivo de la lucha y de la larga marcha y sacrificar parte de su libertad individual luchando por la libertad colectiva y si es preciso sacrificando su vida por una historia más justa. Hay que purificar el egoísmo para comprender, para ser consciente de los males derivados del egoísmo primario, bestial o del egoísmo racionalizado de la cultura y la civilización capitalistas.

Teniendo tan claro el objetivo, tan obvio el sujeto, ¿qué nos impide replantear el método y el instrumento? Una cultura, una falsa conciencia de nosotros mismos como colectivo, una falsa conciencia conservadora, conservadora metodológica e instrumentalmente. Cuanto le digo no es fruto de la depresión total que me embarga, sino de muchas reflexiones y conversaciones, a veces sostenidas con el mismo Garrido, consciente como yo de que nos movíamos empujados por la lengua del glaciar de nuestras acumulaciones históricas, pero incapaz, tanto él como yo, de provocar el escándalo de una revolución cultural interna iniciada en la rotura de las estatuas y en la cremación de las reliquias.

Y ahora me encuentro frente a frente del cadáver de Fernando, asesinado por mi ahijado y me siento como un viejo estúpido, fracasado, vacío, al que sólo le queda dar el paso de embalsamar el cadáver y remendar el partido, para que se salven las imágenes. No quiero ser dueño de esta elección, de esta falsa elección y quisiera darle una significación ejemplar al acto de autodestruirme. Le debo esta explicación porque al fin y al cabo a usted recurrimos para que nos diera la absolución y yo asumo que esa absolución es imposible. Incluso en la instrumentalización que la contrarrevolución ha hecho y hará de todo lo ocurrido se beneficia de nuestra propia dramaturgia y espero que mi mutis, al menos, provoque un respetuoso silencio.

Salud.

JOSÉ SANTOS PACHECO

Madrid, 12 de octubre de 1980.

48

Carvalho se metió la carta en el bolsillo. De pronto se sorprendió caminando hacia el ascensor, luego hacia la puerta de la calle, nuevamente hacia el ascensor. Volvió a leer un fragmento de la carta elegido al albur: «Hay que purificar el egoísmo para comprender, para ser consciente de los males derivados del egoísmo primario, bestial o del egoísmo racionalizado de la cultura y de la civilización capitalistas.» Excelente frase, pero difícil de pronunciar para un moribundo por muchos pulmones que tenga, se planteó Carvalho en lucha contra una incredulidad a la defensiva. Se vio a sí mismo en la acera y a Carmela dentro del coche, en la esquina, haciéndole gestos, expresando su sorpresa ante su indecisión. Caminó automáticamente hacia el coche. ¿Quién soy yo para impedirle el papel de chivo expiatorio?

—¿Dónde vive Santos?

—Su familia vive en Legazpi. Pero él conserva un piso personal.

—¿Dónde?

—Es un secreto. Lo sabe muy poca gente.

—Tú lo sabes.

—Sí.

—Vamos allí.

—No. Me han de autorizar.

Carvalho dio la vuelta al coche y se sentó junto a Carmela. Le tendió la carta y le señaló dos o tres fragmentos. Carmela arrancó. Empezó a sollozar al llegar al tercer semáforo.

49

—Estar está.

La portera no había abandonado el original aire de sospecha con el que había acogido a la extraña, acelerada pareja que le preguntó si el señor Santos estaba en su piso. La mujer asintió y les dejó subir sólo cuando Carmela le enseñó el carnet del partido.

—Hay tanto facha por ahí suelto.

Carvalho y Carmela casi quemaron la resistencia del timbre y nadie les contestó. De nuevo estaban ante la portera recalcitrante, recelosa ante aquella incongruencia.

—Estar está.

—Pues si está y no nos contesta es que algo ha pasado. ¿Tiene usted una llave?

Estudió la mujer los rostros de Carmela y Carvalho. Parecía convencida ante el de Carmela, pero no ante el de Carvalho.

—¿Usted también es del partido?

—Este señor es muy importante y ha venido de fuera para ver a Santos.

Enarcó las cejas, suspiró rendida, se metió en la portería y volvió con un puñado de llaves en las manos. Mientras subían los escalones entablados, la mujer buscaba la llave del apartamento de Santos y comentaba como para sí:

—Treinta años que le conozco, ya son años y nunca ha pasado una cosa así. Ventura, porque yo sigo llamándole Ventura, tiene siempre el mismo carácter, llueva o haga sol. Ya es difícil una cosa así, sobre todo en un hombre, porque donde hay un hombre hay un lunático y no exagero.

La portera tomó posesión del rellano, valoró todos los ingredientes de la puerta y pulsó el timbre con la limpieza, seguridad y familiaridad de una experta que además era de la tribu. Contemplaba a Carvalho y Carmela como diciéndoles: A mí sí que me contesta. Y a ella tampoco le contestó. Se enfrentó a la puerta enervada por una súbita sospecha, rasgó el agujero de la cerradura con la intromisión certera de la llave y ante los tres expedicionarios apareció un recibidor sin nada que les recibiera y un pasillo más oscurecido que iluminado por una desnuda bombilla encendida.

—Señor Ventura, ¿está usted ahí? (Es que durante veinticinco años para mí se llamó Ventura y Ventura sigue siendo.) Señor Ventura, ¿está usted ahí?

Allí estaba. Semidormido en un sillón de mimbre, sobre un fondo dé estanterías de pino sin barnizar llenas de libros.

—Se ha dormido.

Carvalho empujó a la portera para llegar cuanto antes a Santos, le tomó el pulso, le abrió un párpado.

—Café. Todo el que puedas hacer. O mejor dicho, el café hágalo usted. Tú llama a un médico del partido si puede venir inmediatamente, si no, llama a una ambulancia.

La portera repitió los gestos de Carvalho. Tomó el pulso. Levantó un párpado. Miraba al hombre y a la mujer con la boca abierta.

—¿Una embolia?

—Café. Usted haga café o se muere.

—¡Jesús!

Tomó posición de corredor negro norteamericano recordman de cien metros libres y salió enseñando las suelas de goma de sus zapatillas afelpadas. Carvalho echó hacia atrás la cabeza de Santos, le abrió la boca, metió dos dedos hasta el galillo y se produjo una reacción nerviosa en el durmiente, como si tosiera desde el estómago.

Insistió Carvalho con la mano llena de saliva y una primera arcada se materializó en una baba espesa y blanca que se desparramó por la barbilla blanquinegra, mal afeitada, de Santos. Venció el cuerpo hacia adelante. Las arcadas se sucedían, como si un émbolo interno fuera acercando a los labios el mal oscuro del sueño de la muerte.

—Café.

Estaba demasiado caliente. Carvalho lo rebajó con agua, desgajó la contraportada de cartoné de un libro sobre el teatro de Maiakovski y construyó un embudo que introdujo en la boca jadeante de Santos.

—Aguante el embudo.

La portera aguantó el embudo con una mano, con la otra acarició los cabellos blancos del durmiente. Carvalho dejó caer un chorro de café sobre el embudo y la cabeza de Santos empezó a decir no, como si rechazara el brebaje, pero Carvalho insistía y Santos se volcó hacia adelante escupiendo café y una leche blanca que salía entre asfixias, como los estampidos de una cañería obstruida.

—Pobrecito. Parece un suplicio chino.

La portera acusaba a Carvalho de crueldad porque el detective volvía a meter el embudo en la boca de un Santos convulso, sollozante, balbuciente, babeante y de nuevo el vómito se convirtió en un incontrolado intento de rotura del propio cuerpo. Más tarde, los ojos cansados de Carvalho velaron el fondo donde un joven médico atendía a Santos y acogían con fastidio los intentos de Carmela de racionalizar la situación. Avisar al partido. ¿Para qué? Avisar a su familia. ¿Para qué?

—¿Cómo para qué, para qué…?

—Este hombre ha intentado suicidarse sin pedirle permiso al partido ni a su familia. No lo conviertas en un tema del orden del día del próximo Comité Central o en un reproche de presunta viuda. Además se enterarían todos los periódicos.

El argumento de los periódicos fue convincente. Carmela asintió y volvió junto al médico.

—Yo no asumo la responsabilidad si no le llevamos a un hospital. Reacciona bien pero puede haber complicaciones.

—No podemos asumir el escándalo político.

Oponía Carmela mientras Carvalho miraba a Santos. Qué te importa a ti ahora un escándalo político. Sería injusto que te sacaran en las páginas de la Historia en calzoncillos. Preferible que te saquen con tu traje de presidiario, con tus disfraces de conspirador, con tu armadura de mármol. Los ojos de Santos eran dos rasguños lagrimeantes. Su cuerpo yacía sobre una cama de metal llena de desconchados, una silla al lado de la cabecera, libros por el suelo sobre papeles de periódico, una ventana a un patio interior. Lo más parecido a una celda. Lo demás era un pasillo hacia el norte de una cocina mellada en sus azulejos blancos, fogones de hierro de las llamadas «cocinas económicas», carbón de piedra, carboneras blancas con las pantorrillas tiznadas pesando el carbón por arrobas. Y hacia el sur un cuarto de baño limpio entregado a la conspiración del óxido, óxido en el espejo, en los goznes de la tapa de la taza, en la ducha, en el calentador eléctrico de capacidad mínima. Un comedor sala con una mesa de pino en el centro, tres, cuatro sillas de pino y enea, estanterías, libros, Lenin, Lukács, Stalin,
Storia del Partito Comunista Italiano
de Paolo Spriano,
Escritos políticos
de Togliatti, El
comunismo
de Bujarin,
Scritti politici
de Rosa Luxemburg,
Stalin
de Isaac Deutscher,
Anti-Dühring, La formación histórica de la clase obrera
de Thompson,
Carlos Marx
de Mehring,
Historia del pensamiento socialista
de Colé,
Manual de Economía
de la Academia de Ciencias de la URSS,
La alternativa comunista
de Berlinguer,
El derecho a la pereza
de Lafargue,
Teoría de los cuatro movimientos
de Fourier,
Rebeldes primitivos
de Hobsbawm,
El marxismo
de Lichstein, cuatro o cinco Lefebvres, tres o cuatro Garaudys,
La confesión
de London, obras escogidas de Mao,
Memoires d'un révolutionnaire
de Serge,
Carta a los comunistas españoles
de Arrabal,
Autobiografía de Federico Sánchez
de Semprún,
Obras completas
de Maiakovski,
Así se templó el acero
de Ostrovski,
Saggi sul materialismo storico
de Labriola,
Para conocer a Lenin
de Fernández Buey,
Historia del movimiento obrero europeo
de Abendroth,
Humanismo marxista
de Fromm y otros,
Socialism
o de Ramsey McDonald,
Obras escogidas
de Gramsci,
La revolución soviética
de Carr,
Obras completas
de Balzac,
Crítica del gusto
de Galvano della Volpe,
La Mina
de López Salinas,
Central Eléctrica
de López Pacheco,
Veinte años de poesía española
de José María Castellet,
Escritos sobre Heine
de Manuel Sacristán,
Rousseau y Marx
de Galvano della Volpe,
Estudios socialistas
de Jean Jaurès,
Socialisme et culture
, de Jean Kanappa,
La crisis del movimiento comunista
de Fernando Claudín,
Eros y civilización
de Marcuse,
Historia del PCUS, Trotski d
e Deutscher,
Correspondencia secreta de Stalin con Churchill, Los procesos de Moscú
de Broué, ¿
Qué es socialismo
? de Norberto Bobbio,
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