Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto (3 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto
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Obi-Wan no necesitaba que una lección del Templo le dijera que debía prestar atención. Tenía todos los sentidos alerta. Su Maestro tenía razón. Algo iba muy mal en ese lugar. Hasta el último detalle de lo que había visto así se lo decía. Aquí actuaba la maldad.

El deslizador dorado dobló una esquina, casi atropellando a un niño que fue apartado frenéticamente por su madre. El aprendiz de Jedi miró incrédulo cómo se alejaba.

—Vamos, Obi-Wan —repuso el Caballero Jedi—. Vamos al mercado.

Cruzaron la calle hasta llegar a una gran plaza. Era un mercado al aire libre semejante a los que el joven había visto en Bandomeer y Coruscant. Se diferenciaba de ellos que si bien también había muchos puestos en él, no tenían nada a la venta. Apenas unas piezas metálicas inútiles o unos vegetales podridos.

Aun así, el mercado estaba abarrotado de gente yendo de un lado a otro. El muchacho no tenía ni idea de lo que podían estar comprando. Al otro lado de la plaza había un escaparate donde podía verse a un trabajador encendiendo su cartel luminoso. La palabra brilló roja: "Pan". De pronto, la masa de gente empezó a moverse y a empujar y a apresurarse hacia esa tienda. En pocos segundos se formó una cola que serpenteó por todo el perímetro de la plaza.

Los dos Jedi estuvieron a punto de separarse en medio de la confusión. Pero, entonces, una figura apareció de pronto junto a Qui-Gon.

—Me alegro de volver a ver a los Jedi —recalcó Piloto en tono placentero, como si estuviera hablando del buen tiempo—. Seguidme, por favor.

Capítulo 5

Qui-Gon desapareció tras Piloto. Su alumno les siguió, desconcertado, sin imaginar cómo había podido saber su Maestro que Piloto los encontraría o por qué se fiaba ahora de él para que les sirviera de guía.

El phindiano galopó entre serpenteantes callejas y estrechas calles laterales. Se movía con rapidez, mirando a menudo a derecha y a izquierda, o a los tejados de las casas, como si temiera que alguien les siguiera. El muchacho estuvo seguro de que habían pasado varias veces por el mismo sitio. Por fin, Piloto se detuvo ante un pequeño café con un escaparate tan salpicado de suciedad que Obi-Wan no conseguía atisbar el interior.

Piloto abrió la puerta y les hizo entrar. Los ojos del joven Kenobi necesitaron un momento para ajustarse al cambio de luz. Había unas cuantas halo-lámparas en las paredes, pero que apenas conseguían iluminar la penumbra. Media docena de mesas vacías estaban dispersas por el local. Una desvaída cortina verde colgaba de una puerta.

Piloto apartó la cortina y condujo a los Jedi por un pasillo, a través de una pequeña y abarrotada cocina hasta llegar a una sala más pequeña situada al fondo. Esa sala estaba vacía a excepción de un único cliente sentado dando la espalda a la pared, en el lado más alejado de la entrada.

El cliente se levantó y abrió sus largos brazos de phindiano.

—¡Obawan! —gritó.

¡Era Guerra, el amigo de Obi-Wan!

Los ojos anaranjados de Guerra se clavaron en Obi-Wan.

—¡Por fin has venido, amigo! ¡Cuánto me alegro de verte, y no es mentira!

—Yo también me alegro de verte, Guerra. Y me sorprende verte.

—¡Era una sorpresa, ja! Pero yo no he tenido nada que ver. ¡Qué va, es mentira! Creo que conoces a mi hermano Paxxi Derida.

Piloto les sonrió.

—Ha sido un honor haberos traído hasta aquí. Ha sido un buen viaje, ¿eh?

Qui-Gon enarcó una ceja y miró a su discípulo. Los dos alegres hermanos actuaban como si los Jedi hubieran aceptado una invitación para una visita amistosa, cuando en realidad les habían secuestrado, disparado y abandonado.

El Caballero Jedi se colocó en el centro de la habitación.

—Así que Piloto soltó deliberadamente ese combustible, ¿verdad?

—Llámame Paxxi, por favor, Jedi-Gon —repuso con amabilidad—. Claro que solté el combustible. No esperábamos que dijerais que sí a un viaje a Phindar.

—¿Tú sabías todo esto? —le preguntó Obi-Wan a Guerra.

—No, yo no estaba al tanto —respondió éste con gesto serio.

—¡Qué va, es mentira, hermano! —dijo Paxxi, clavándole un codo en las costillas.

—¡Es verdad, es mentira! —manifestó Guerra—. Yo iba en la nave, escondido en la bodega de carga. Al escapar de la plataforma minera, algunos querían llevarme de vuelta a las minas, pero yo sentía nostalgia de Phindar. ¡Así que aquí estoy!

—¿Y por qué te escondes? Eres nativo de Phindar, ¿por qué no te limitaste a aterrizar?

—Buena pregunta, muy inteligente, Obawan —dijo con seriedad Guerra—. En primer lugar, porque hay un bloqueo. Y, en segundo, porque los criminales no son bienvenidos, aunque sean nativos.

—¿Eres un criminal? —preguntó el muchacho sin poder creerlo.

—Oh, sí, pero muy poco importante.

—¡Qué va, hermano! ¡Han puesto precio a tu cabeza! —cloqueó Paxxi—. ¡Igual que a la mía! ¡Los androides asesinos tienen órdenes de disparar nada más vernos!

—¡Es verdad, hermano! ¡Vuelves a tener razón, por primera vez!

—¿Quién ha puesto precio a tu cabeza? —preguntó Qui-Gon. Obi-Wan pudo ver que los hermanos Derida le irritaban tanto como le divertían—. ¿Y por qué?

—Fue el Sindicato —contestó Guerra, dejando que su amistoso rostro se tiñera de gravedad—. Una gran organización criminal que tiene el control de Phindar. Las cosas están muy mal aquí, Jedi. Seguro que lo has notado, incluso en el breve tiempo que llevas aquí. Ha impuesto un bloqueo. Nadie puede irse, nadie puede aterrizar. Pero creímos que ni siquiera el Sindicato atacaría a dos Jedi en apuros. Que os dejarían aterrizar, cargar combustible y volver a despegar. Mi hermano y yo aprovecharíamos entonces para bajar y quedarnos en Phindar. ¡Era un plan muy sencillo! ¡Y muy inteligente! Pero, qué va. No pasó así...

—No, no pasó así —comentó Obi-Wan—. Primero fuimos atacados por androides asesinos, y ahora estamos atascados en Phindar sin manera de escapar.

—¡Ah, pero yo ya he pensado en eso! Es cierto, parece que estáis atascados aquí. Pero, aunque el principal espaciopuerto está controlado por el Sindicato, siempre hay maneras de sacar a la gente del planeta, si se tiene suficiente dinero.

—Somos Jedi —repuso impaciente el joven Kenobi—. No tenemos mucho dinero. Eso deberías pagarlo tú, ya que si estamos atrapados aquí es por tu culpa.

—¡Es verdad, Obawan! ¡Debemos pagar nosotros! ¿Has oído eso, Paxxi? —preguntó divertido Guerra.

Su hermano y él se agarraron por los hombros y rieron sonoramente el uno en la cara del otro. Cuando dejaron de reír, Guerra se enjugó las lágrimas de los ojos.

—Qué buen chiste, Obawan. Muy gracioso. No tenemos dinero. Pero no te preocupes, por favor. Tenemos una manera de
conseguir
dinero. Mucho dinero. Y podremos hacerlo con facilidad. Bueno, no con mucha facilidad... igual se necesita algo de ayuda de los Jedi.

—Ah. Por fin llegamos a la verdad —dijo Qui-Gon en tono alegre, clavando su penetrante mirada azulada en el phindiano—. ¿Por qué no nos dices cuál es el verdadero motivo por el que nos habéis traído aquí... y por qué quieres que nos quedemos?

Capítulo 6

Guerra sonrió a Qui-Gon. —Espera, amigo. Pareces insinuar que te engañamos, ¿eh? ¿Yo? ¿Engañar a mi amigo Obawan? ¿Cómo voy a hacer algo así?

Qui-Gon esperó.

—Oh, vaya, igual sí que lo hice. ¡Pero fue con un buen motivo!

—¿Cuál es ese motivo, Guerra? —preguntó Obi-Wan—. Y esta vez dinos toda la verdad.

—Yo siempre le digo toda la verdad a Obawan. No, que va. Pero ahora lo haré por vosotros, hombres Jedi de honor. ¿Por dónde podría empezar?

—¿Por qué no nos dices por qué hay una sentencia de muerte a tu nombre? —sugirió el Caballero Jedi—. Parece buen sitio por donde empezar.

—¡Cierto, lo es! Bueno, supongo que el Sindicato me considera un ladrón. Y también otros.

—¡No eres un ladrón, hermano! —le interrumpió Paxxi—. ¡Eres un luchador por la libertad que roba!

—Cierto; gracias, hermano. Eso es lo que soy. Igual que mi hermano. El Sindicato lo controla todo. Comida y materiales, y medicinas y combustible, todo lo que necesita un phindiano para sobrevivir. Por supuesto, en situaciones así, uno debe buscar otros sistemas, no controlados por el Sindicato, de comprar y vender cosas.

—Un mercado negro —sugirió Qui-Gon.

—Sí, eso es, puedes llamarlo así, mercado negro. Robamos un poco aquí, vendemos un poco allí. ¡Pero todo por el bien del pueblo!

—Y en beneficio propio —añadió el Jedi.

—Eso también, sí —repuso Paxxi—. ¿Acaso debemos sufrir más de lo que ya sufrimos? Pero eso al Sindicato no le gusta nada. Si robamos, debemos robar para ellos. Y nos negamos a eso.

—¿Por qué debemos usar nuestro talento para una banda de ladrones? —preguntó Guerra, golpeando la mesa—. Es cierto que nosotros también somos ladrones. ¡Pero somos ladrones honrados!

—¡Así es, hermano! Y no somos asesinos ni dictadores.

—¡Así es, hermano! Por eso debemos liberar a nuestro amado planeta de las garras de esos monstruos. El jefe del Sindicato es Baftu, un gángster sin conciencia. ¡Disfruta haciendo sufrir a la gente! —Sus ojos anaranjados se entristecieron—. Y siento decir que su ayudante Terra no es mucho mejor que él. Su corazón es negro y frío, pese a su belleza.

—Deben ser los phindianos que vimos en el deslizador dorado —dijo Obi-Wan.

—¿Llevaban túnicas doradas? Entonces son ellos.

Guerra y Paxxi intercambiaron una mirada de tristeza. Negaron con la cabeza, sin un atisbo de su alegría habitual.

—¿Qué pasa con la gente que vimos en la calle? —preguntó Qui-Gon—. La del rostro ausente.

Los hermanos intercambiaron otra mirada de tristeza, y Guerra profirió un suspiro.

—Los renovados —dijo con suavidad—. Es muy triste.

—Sí—admitió Paxxi.

—Es el control definitivo —se explicó Guerra—. ¿Sabéis lo que es un borrado de memoria?

—Se usa para reprogramar androides —comentó Obi-Wan—. Elimina todo rastro de su memoria y su entrenamiento para así poderlos reprogramar.

—Pues han desarrollado un aparato que puede hacerle eso a cualquier phindiano que consideren un enemigo o un agitador. Borran la memoria de una persona y después los llevan a otro mundo, a algún lugar terrible. La persona no tiene recuerdos de quién fue o de lo que puede hacer. Es un juego para los hombres del Sindicato, que apuestan por cuánto tiempo podrá sobrevivir. Una sonda androide los sigue continuamente, retransmitiendo holoimágenes de lo que sucede. La mayoría de ellos no sobrevive.

Qui-Gon estaba inexpresivo. Obi-Wan le había visto antes así, esa mirada revelaba lo profundamente ultrajado que se sentía su Maestro ante la injusticia y la crueldad cometidos.

—A algunos no se les envía fuera del planeta —dijo Paxxi en voz queda—. Y puede que eso sea aún más triste. Phindar está lleno de personas sin raíces que no recuerda a sus familias, a sus seres queridos, o las cosas que una vez pudieron hacer. Están indefensas. Phindar está llena de gente que se cruza por la calle con padres, esposas, hijos, sin reconocerlos.

—Como veis, el Sindicato no se detiene ante nada —continuó Guerra—. Y eso nos lleva a la manera en que podéis ayudarnos.

—Siempre que los sabios Jedi sean tan amables de hacerlo.

—Ya has visto los carteles en las tiendas y el mercado —prosiguió Guerra—. El Sindicato controla todos los suministros. Hacer que escasee algo es la manera que tiene de controlar a la gente, tal y como la renovación les permite controlarles la mente. No hay ninguna necesidad de racionar los suministros. Pero la gente no tiene tiempo de rebelarse cuando se pasa todo el día haciendo cola para poder alimentar a su familia. ¿Y puede hacer alguna vez suministros de sobra? Qué va. Los reparten con tanto cuidado que la gente debe volver al día siguiente para volver a hacer cola.

—El Sindicato tiene guardado en almacenes todo lo que se supone que escasea —repuso Paxxi—. Comida, suministros médicos, material de construcción, lo que se te ocurra. Y todo ello lo tienen oculto en grandes almacenes. Lo sabemos.

—Y una parte la tienen escondida en los hangares que tienen aquí, bajo su cuartel general en Laressa —dijo Guerra—. ¿Comprendes ahora nuestro plan? Si podemos sacar los suministros de ahí, podremos demostrar a la gente que el Sindicato les ha privado de comida y de suministros médicos. ¡El pueblo reaccionaría y se alzaría en una revuelta! Sólo necesitamos tu ayuda. En la plataforma minera pude ver cómo era el control mental de los Jedi. Obawan convenció a los guardias para que le dejaran entrar en el lugar. ¡Podéis hacer aquí lo mismo!

—Un momento —repuso Qui-Gon con frialdad—. En primer lugar, los Caballeros Jedi no son ladrones. En segundo lugar, ya tenemos una misión propia por cumplir. No estamos aquí para interferir en los problemas de otro planeta. Pero, aunque sólo sea por continuar conversando, ¿cómo pensáis sacar sin lucha todas esas mercancías del edificio? ¿Y por qué creéis que eso afectaría en algo a una organización criminal tan poderosa? Seguro que el Sindicato dispone de enormes sumas a su disposición. ¿Por qué iba a cambiar nada que le vaciáramos un almacén?

—¡Aja! Muy bien, Jedi-Gon. ¡Eres muy listo, tanto como Obawan! —exclamó Guerra, dando a Qui-Gon un codazo amistoso en el hombro—. Vamos a discutirlo. Lo primero es decirte que el almacén debe tener dos entradas. ¿Cómo, si no, iban a entrar y sacar las mercancías sin que les vieran? Así que sólo debemos entrar en el cuartel general, localizar la otra entrada ¡y el resto será cosa fácil! ¡Nos lo llevaremos todo!

—No tan fácil —comentó el Jedi.

—Pero vale la pena correr el riesgo, creo. Hay otra cosa que debo dejar clara... Paxxi y yo sabemos que, en el lugar donde tienen la comida, las medicinas y las armas, también hay una bóveda de seguridad. ¡Allí guardan el tesoro del Sindicato!

—Una bóveda —repitió Qui-Gon. Eso implica mucha seguridad.

—¡Sí! ¿Verdad? —concedió Guerra feliz—. ¡Pero Paxxi y yo tenemos la llave!

—¿Cómo conseguisteis una llave?

—¡Ja! ¡Pregunta cómo! —le dijo Guerra a Paxxi.

—¡Ja! —asintió éste—. ¡Es una larga historia!

—También tenemos una forma de entrar en el edificio. ¿Lo ves? Es fácil. ¿Qué? ¿Venís?

—A ver si me he enterado bien —interrumpió incrédulo el Caballero—. ¿Quieres que dos Jedi ayuden a dos ladrones comunes a robarle un tesoro a un montón de gángsteres?

Obi-Wan estaba callado. Estaba de acuerdo con su Maestro. No era una misión propia de un Jedi. Yoda no lo aprobaría nunca. Y se alegraba de que Qui-Gon hubiera manifestado esa objeción por muy bien que le cayese el phindiano.

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