Antes de que los cuelguen (10 page)

Read Antes de que los cuelguen Online

Authors: Joe Abercrombie

BOOK: Antes de que los cuelguen
13.78Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Claro, claro —dijo Pielargo, que ya había emprendido la marcha por la calle semidesierta—. En fin, es una suerte para usted que tengamos a la dama Maljinn con nosotros. Sus dotes de conversadora son extremadamente limitadas, pero cuando se trata de heridas, caray, asistí a todo el procedimiento y no me duelen prendas de decirle que esa mujer es capaz de remendar una piel con la misma soltura y precisión con la que un zapatero remienda el cuero. ¡Vaya si es capaz! Maneja la aguja como si fuera la costurera de una reina. Un talento que puede sernos muy útil por estos pagos. No me sorprendería nada que tuviéramos que volver a necesitarlo antes de que concluya nuestro viaje.

—¿Es un viaje peligroso? —preguntó Logen, que seguía forcejeando para ponerse la zamarra.

—Pufff. El Norte siempre ha sido un lugar salvaje y sin ley, una tierra infestada de rencillas sangrientas y bandoleros sin escrúpulos. No hay hombre que no vaya armado hasta los dientes y que no esté dispuesto a matar a la mínima. La libertad de los forasteros que viajan por Gurkhul está al arbitrio del gobernador local y siempre se corre el riesgo de acabar convertido en esclavo. En las ciudades de Estiria uno sabe que se va a encontrar un matón o un faltrero en cada esquina; claro que para eso antes hay que haber franqueado sus puertas sin haber sido desplumado por las autoridades. En las aguas de las Mil Islas parece haber igual número de piratas que de mercaderes, mientras que en la remota Suljuk se teme y se desprecia tanto a los forasteros que, con tal de no tener que indicarles el camino, prefieren colgarles de los pies y rebanarles el pescuezo. El Círculo del Mundo está sembrado de peligros, mi querido amigo de nueve dedos, pero si todo esto le parece poca cosa y anhela peligros mayores, le recomiendo que visite el Viejo Imperio.

Logen tenía la sensación de que el Hermano Pielargo se lo estaba pasando en grande.

—¿Tan malo es?

—¡Peor aún, oh sí, mucho peor! Sobre todo si, en lugar de limitarse a hacer una breve visita, se tiene la intención de cruzarlo de un extremo a otro.

Logen torció el gesto.

—¿Y ésa es la idea?

—En efecto, como usted dice, ésa es la idea. Desde tiempos inmemoriales, el Viejo Imperio está sembrado de luchas intestinas. Lo que una vez fue una sola nación, con un único Emperador y unas leyes que hacían respetar un poderoso ejército y una leal administración, se fue disgregando con el paso de los años hasta convertirse en un potaje en constante ebullición formado por pequeños principados, repúblicas descabelladas, ciudades estado y minúsculos señoríos, a tal punto que hoy en día son muy pocos los que aceptan someterse a un líder si éste no hace pender una espada sobre sus cabezas. La frontera entre los impuestos y el latrocinio, entre la guerra justa y el asesinato a sangre fría, entre un derecho legítimo y la mera fantasía se ha vuelto tan borrosa que ha terminado por desaparecer. Apenas transcurre un año sin que un nuevo bandolero, sediento de poder, se proclame rey del mundo. Según tengo entendido, en cierta ocasión, hará unos cincuenta años, hubo más de dieciséis Emperadores a la vez.

—Hummm. Me sobran quince.

—Algunos dirían incluso que dieciséis, y jamás ha habido ninguno que sintiera simpatía por los forasteros. Puestos a ser asesinados, el Viejo Imperio es el lugar que ofrece a la víctima un abanico de posibilidades más amplio. Y ni siquiera es imprescindible morir a manos de otros hombres.

—¿Ah, no?

—¡Oh, no, ni mucho menos! La naturaleza también ha sembrado nuestro camino de pavorosos obstáculos, sobre todo ahora que el invierno se nos está echando encima. Al oeste de Calcis se extiende una inmensa llanura, un pastizal despejado de cientos y cientos de kilómetros. Es posible que en los Viejos Tiempos buena parte del territorio estuviera habitado, cultivado y surcado de caminos rectos y bien pavimentados. Pero ahora la mayoría de las poblaciones son silenciosas ruinas, la tierra es una paramera anegada por las tormentas y los caminos son sendas de piedras quebradas que atraen al viajero desprevenido a ciénagas sin fondo.

—Ciénagas —murmuró Logen sacudiendo lentamente la cabeza.

—Y cosas peores. El río Aos, el mayor curso fluvial del Círculo del Mundo, excava un valle profundo y serpenteante que atraviesa ese inmenso baldío. Tendremos que cruzarlo, pero sólo quedan dos puentes en pie, uno en Darmium, que es el que mejor nos vendría, y otro en Aostum, cien kilómetros más al oeste. Hay vados, pero el curso del Aos es raudo y caudaloso, y el valle es profundo y está lleno de peligros —Pielargo chasqueó la lengua—. Y luego están las Montañas Quebradas.

—¿Que son altas?

—Ni se lo imagina. Muy altas y muy peligrosas. Las llaman las Quebradas por sus vertiginosas pendientes, por sus abruptos despeñaderos, por sus profundas e inesperadas simas. Se dice que hay puertos, pero todos los mapas, si es que alguna vez los hubo, se perdieron hace mucho tiempo. Una vez que hayamos cruzado las montañas, nos embarcaremos...

—¿Pretende cruzar las montañas con un barco?

—Nuestro patrón me ha asegurado que puede conseguir uno al otro lado de las montañas, aunque no sé cómo se las arreglará, pues se trata de una tierra prácticamente ignota. Navegaremos rumbo al oeste, hacia la isla de Shabulyan, que, según se dice, se alza en medio del océano en los mismísimos confines del Mundo.

—¿Según se dice?

—Rumores es todo lo que se sabe de ella. Ni siquiera entre la ilustre orden de los Navegantes recuerdo haber oído a nadie que asegure haber estado allí, y eso que los hermanos de mi orden son famosos por sus... digamos que... pretensiones exageradas.

Logen, que ahora se arrepentía de no haberle preguntado antes a Bayaz por sus planes, se rascó pausadamente la cara.

—Parece que nos queda un largo camino por delante.

—Difícilmente cabría concebir un destino más remoto.

—¿Y qué hay ahí?

Pielargo se encogió de hombros.

—Eso tendrá que preguntárselo a nuestro patrón. Mi misión es encontrar rutas, no razones. Haga el favor de seguirme, maese Nuevededos, y no se entretenga, se lo ruego. Tenemos muchas cosas que hacer si queremos pasar por mercaderes.

—¿Por mercaderes?

—Ése es el plan de Bayaz. Los mercaderes suelen aventurarse a seguir la ruta del oeste que conduce de Calcis a Darmium, e incluso a veces llegan hasta Aostum. Siguen siendo grandes ciudades, y se encuentran prácticamente aisladas del resto del mundo. Los beneficios que se pueden obtener con las mercancías de lujo extranjeras, especias de Gurkhul, sedas de Suljuk, chagga del Norte, son astronómicos. ¡En un solo mes se puede llegar a triplicar la inversión que se ha hecho, si se sobrevive! Es bastante frecuente ver allí ese tipo de caravanas, siempre bien armadas y bien custodiadas, desde luego.

—¿Y qué pasa con esos saqueadores y bandoleros que infestan las llanuras? ¿No son mercaderes lo que buscan?

—Por supuesto —dijo Pielargo—. Me imagino que ese disfraz está destinado a protegernos de una amenaza distinta. Una amenaza dirigida específicamente contra nosotros.

—¿Contra nosotros? ¿Otra amenaza? ¿Hacen falta más? —pero Pielargo se había alejado ya y no podía oírle.

Había una parte de Calcis, al menos, donde la majestad del pasado no se había desvanecido del todo. El salón al que les condujeron sus guardias, o sus secuestradores, era verdaderamente magnífico.

Dos filas de columnas, altas como árboles y labradas con una piedra lisa de color verde entreverada con refulgentes vetas plateadas, flanqueaban la amplia cámara central. En lo alto, los techos estaban pintados de un intenso negro azulado, salpicado por una galaxia de estrellas relucientes con las constelaciones resaltadas por líneas doradas. El espacio que había delante de la puerta lo ocupaba un profundo estanque de aguas oscuras, en cuya superficie inmóvil se reflejaba todo cuanto había a su alrededor. La vaga imagen de otra cámara. La vaga imagen de otro cielo nocturno.

En una tarima que había al otro extremo de la sala, tumbado en un diván, se encontraba el Legado Imperial y, delante de él, una mesa repleta de manjares. Era un hombre enorme, rollizo y de rostro redondo. Sus dedos, cargados de anillos dorados, agarraban bocados escogidos y se los echaban a la boca, mientras sus ojos no se apartaban en ningún momento de sus dos huéspedes, o sus dos prisioneros.

—Soy Salamo Narba, Legado Imperial y gobernador de la ciudad de Calcis —hizo un movimiento con la boca y escupió un hueso de aceituna, que cayó ruidosamente en un cuenco—. ¿Es usted ese al que llaman el Primero de los Magos?

El Mago inclinó su monda cabeza. Narba alzó la copa que sostenía entre su grueso dedo índice y su grueso dedo pulgar, tomó un sorbo de vino y, sin dejar de mirarles, lo paladeó y luego se lo tragó.

—Bayaz.

—El mismo.

—Hummm. No se lo tome como una ofensa —el Legado cogió un tenedor minúsculo y extrajo una ostra de su concha—, pero su presencia en la ciudad me causa cierta inquietud. La situación política del Imperio es bastante... volátil —agarró la copa—. Más de lo habitual incluso —se echó otro sorbo, lo paladeó y se lo tragó—. Lo último que necesito es que llegue alguien que... altere este precario equilibrio.

—¿Más volátil de lo habitual? —inquirió Bayaz—. Tenía entendido que finalmente Sabarbus había logrado que se calmaran un poco las cosas.

—Las calmó durante un tiempo, bajo su bota —el Legado desgajó un puñado de uvas oscuras de un racimo y, recostándose en un almohadón, las dejó caer de una en una en su boca—. Pero Sabarbus... ha muerto. Veneno, al parecer. Sus hijos... Scario... y Goltus... se disputaron su legado... luego se declararon mutuamente la guerra. Una guerra excepcionalmente sangrienta, incluso para una tierra exhausta como ésta —y, acto seguido, escupió las pepitas sobre la mesa.

—Goltus se había hecho con el control de Darmium, la ciudad que hay en medio de la gran llanura. Para sitiarla, Scario recurrió a Cabrían, el principal general de su padre. Hace no mucho, después de cinco meses de asedio, agotadas ya las provisiones y perdida cualquier esperanza de recibir refuerzos... la ciudad se rindió —Narba dio un mordisco a una ciruela madura y el jugo de la fruta le chorreó por la barbilla.

—Vamos, que Scario está a punto de hacerse con la victoria.

—Hummm —el Legado se limpió la cara con la punta del dedo meñique y, con toda naturalidad, arrojó el resto de la fruta a la mesa—. Tan pronto como Cabrían tomó la ciudad, se apropió de todos sus tesoros, la entregó a un saqueo brutal a manos de la soldadesca, se instaló en el viejo palacio y se proclamó Emperador.

—Vaya. No parece que eso le afecte mucho.

—Mi corazón llora en silencio, pero todo esto lo tengo ya muy visto. Scario, Goltus y ahora Cabrían. Tres autoproclamados Emperadores se enzarzan en un combate a muerte y sus soldados asolan los campos mientras las pocas ciudades que han logrado preservar su independencia asisten horrorizadas al espectáculo y hacen lo que pueden para salir indemnes de la pesadilla.

Bayaz frunció el ceño.

—Me dispongo a viajar hacia el oeste. Tengo que cruzar el Aos, y Darmium es el puente más cercano.

El Legado hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Se dice que Cabrían, que siempre fue un excéntrico, ha perdido por completo la cabeza. Cuentan que ha asesinado a su esposa y se ha casado con sus tres hijas. Que se ha proclamado un dios viviente. Que ha sellado las puertas de la ciudad y se dedica a lanzar batidas en su interior en busca de brujas, demonios y traidores. Cada día aparecen nuevos cuerpos colgados de las horcas que ha hecho levantar por todos los rincones de la ciudad. Nadie puede entrar ni salir. Ésas son las noticias que llegan de Darmium.

Jezal se sintió bastante aliviado al oír decir a Bayaz:

—En tal caso tendrá que ser Aostum.

—Nadie volverá a cruzar jamás el río en Aostum. Huyendo de la venganza de los ejércitos de su hermano, Scario escapó por el puente y luego ordenó a sus ingenieros que lo derribaran.

—¿Lo destruyó?

—En efecto. Una de las maravillas de los Viejos Tiempos, una obra que había permanecido en pie durante dos mil años. No queda nada. Y, por si eso fuera poco, este año ha llovido mucho y el gran río fluye raudo y caudaloso. Los vados son infranqueables. Me temo que no podrá usted cruzar el Aos este año.

—Debo hacerlo.

—Pero no lo hará. Si quiere que le dé un consejo, yo que usted abandonaría el Imperio a su suerte y me iría por donde he venido. Aquí, en Calcis, siempre hemos procurado ir a nuestro aire, manteniéndonos neutrales y al margen de los desastres que se han abatido sucesivamente sobre el resto del país. Aquí aún nos aferramos a las tradiciones de nuestros antepasados —Narba se señaló a sí mismo—. La ciudad sigue gobernada por un Legado Imperial, como sucedía en los Viejos Tiempos, y no por un forajido, un cacique de tres al cuarto o un falso Emperador —y, agitando con flacidez una mano, señaló la suntuosa cámara—. Aquí hemos conseguido preservar contra viento y marea un vestigio de la gloria del pasado, y no estoy dispuesto a ponerlo en peligro. Su amigo Zacharus estuvo aquí hace menos de un mes.

—¿Aquí?

—Me dijo que Goltus era el Emperador legítimo y me exigió que le prestara mi apoyo. Le mandé que se fuera con viento fresco, como voy a hacer con usted. Nosotros en Calcis estamos satisfechos de ser como somos. No queremos saber nada de sus maquinaciones. Así que coja sus enredos y lárguese, Mago, le doy tres días para abandonar la ciudad.

Se produjo un prolongado silencio mientras se iba apagando el eco de las últimas palabras de Narba. Un momento eterno durante el cual todo el mundo pareció contener la respiración mientras el ceño de Bayaz se iba haciendo cada vez más pronunciado. Un silencio largo y expectante, aunque no del todo vacío. Estaba impregnado de miedo.

—¿Me ha confundido usted con otra persona? —gruñó Bayaz, y, de inmediato, Jezal sintió una apremiante necesidad de apartarse de su lado y ocultarse tras uno de los fastuosos pilares—. ¡Soy el Primero de los Magos! ¡El primer aprendiz del gran Juvens! —su furia era como una enorme piedra que comprimiera el pecho de Jezal, vaciándole de aire los pulmones, arrancándole toda la fuerza del cuerpo. Bayaz alzó uno de sus carnosos puños—. ¡Ésta es la mano que arrojó al vacío a Kanedias! ¡La mano que coronó a Harod! ¿Y se
atreve
a venirme con
amenazas
? ¿A esto le llama usted la gloria del pasado? ¿Una ciudad que vive encogida tras unas murallas ruinosas como un guerrero avejentado que se acurrucara dentro de la gigantesca armadura de su juventud?

Other books

The Dark Places by D. Martin
Bedeviled Angel by Annette Blair
The Best Mistake by Kate Watterson
A Fistful of Rain by Greg Rucka
The Camelot Spell by Laura Anne Gilman
Dream Catcher: A Memoir by Salinger, Margaret A.
This Is Not a Drill by Beck McDowell
Repo (The Henchmen MC Book 4) by Jessica Gadziala