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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (73 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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Ellos estando en esta sazón dijo Brandoibas, que era uno de los jueces:

—Mucho me pesa de Amadís, que le veo muy menguado de sus armas y de su escudo.

—Así me parece —dijo Grumedán—, de que gran pesar tengo.

—Señores —dijo Cuadragante—, yo tengo probado a Amadís, cuando con él me combatí por tan valiente y con tanto ardimiento, que siempre parece que la fuerza se le dobla y es el caballero de cuantos yo vi que mejor se sabe mantener y de más aliento, y véole ahora en toda su fuerza entera, lo que no es en Ardán Canileo, antes siempre enflaquece, y si algo daña a Amadís no es ál salvo la gran prisa que se da, que si se sufriese haría andar tras sí a su contrario y la su gran pesadumbre lo cansaría. Pero la su gran ardeza no le deja sosegar.

Oriana y Mabilia, que esto oyeron, mucho fueron consoladas. Mas Amadís, que a su señora viera quitar de la ventana y después allá no había mirado, pensó que por su duelo de él lo había hecho, fue con gran saña contra Ardán Canileo y apretó la espada en la mano e hirióle de toda su fuerza por encima del yelmo de tan fuerte golpe que le atordeció e hincó la una rodilla en el suelo, y como el golpe fue tan grande y el yelmo tan fuerte, quebrantó la espada en tres partes, así que la más pequeña le quedó en la mano. Entonces fue en él todo pavor de muerte, y así lo fueron todos los que miraban. Cuando esto Ardán Canileo vio, arredróse de él por el campo y tomó el escudo por las embrazaduras, y esgrimiente la espada dio una gran voz que todos lo oyeron, y dijo a Amadís:

—Ves aquí la tan buena espada que por tu mal ganaste. Cátala bien, que ésta es y con ella morirás —y luego dio grandes voces—: Salid, salid a la finiestra, señora Madasima, y veréis la hermosa venganza que yo os daré y cómo por mi proeza os he ganado en tal forma que ninguna otro tal amigo como vos tenéis tendrá.

Cuando esto oyó, Madasima fue muy triste y echóse ante los pies de la reina y pidióle merced que de él la defendiese, lo que con mucha razón se podía hacer, que Ardán, le prometira de matar o vencer a Amadís antes que por un hombre media lengua andada fuese, y si lo no hiciese que nunca le otorgase su amor, pues si aquel tiempo era pasado con más de cuatro horas que ella lo podría ver, y la reina dijo:

—Yo oigo lo que decís y haré lo que justo fuere.

Amadís, cuando así se vio las armas hechas pedazos y sin espada, vínole en mientes lo que Urganda le dijera, que daría la mitad del mundo siendo suyo porque la su espada fuese echada en un lago, y miró a las ventanas donde Oriana estaba, y viéndola de espaldas bien conoció que la su contraria fortuna de él lo causara. Y crecióle tan grande esfuerzo que puso en toda aventura su vida, queriendo más morir que dejar de hacer lo que podía, y fuese contra Ardán Canileo como si estuviese guisado de lo herir, y Ardán alzó la espada y atendiéndolo y como llegó quísole herir, mas Amadís hurtó el cuerpo e hízole perder el golpe y juntó tan presto con él, sin que el otro pudiese meter en medio la espada, y trabóle del brocal del escudo tan recio que se lo llevó del brazo, y hubiera dado con él en el suelo y desvióse de él y embrazó el escudo y tomó un pedazo de la una lanza que delante si halló con el hierro y tornó luego contra Ardán, bien cubierto de su escudo, y Ardán, que con gran saña estaba porque así el escudo perdiera, fue para él, y pensóle herir por cima del yelmo. Amadís alzó el escudo y recibió en él el golpe, y aunque muy fuerte era y de fino acero, entró la espada por el brocal bien tres dedos, y Amadís le hirió con el pedazo de la lanza en el brazo derecho, a par de la mano, que la mitad del hierro le metió por entre las cañas, e hízole perder la fuerza en tal guisa que no pudiendo sacar la espada la llevó a Amadís en el escudo, y si de esto fue muy alegre y contento, no es de preguntar ni de decir, así que entonces echó muy lueñe de sí el trozo de la lanza y sacó la espada del escudo, agradeciendo mucho a Dios aquella merced que le hizo.

Mabilia, que lo miraba, dio de las manos a Oriana e hízola volver por que viese a su amigo alcanzar aquella gran victoria sobre el peligro tan grande en que a la hora había estado. Pues Amadís se fue para Ardán Canileo, el cual fue luego enflaquecido en ver así su muerte, y pensando no hallar guarida ni remedio, quiso tomar el escudo a Amadís como él se lo había tomado, mas el otro, que cerca de sí lo vio, diole un golpe por cima del hombro izquierdo, en tal manera que le cortó las armas y gran parte de la carne y de los huesos, y como vio que había perdido la fuerza del brazo, desvióse por el campo con el gran miedo que a la espada tenía, mas Amadís andaba tras él y desde que lo vio cansado y desacordado trabóle por el yelmo tan reciamente que lo hizo a sus pies caer y llevó el yelmo en sus manos y fue luego sobre él de rodillas, y cortándole la cabeza puso gran alegría en todos, especial en el rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus, que muchas angustias y dolores habían pasado cuando vieron a Amadís en el estrecho que ya oísteis.

Esto así hecho, tomó Amadís la cabeza y echóla fuera del campo, y llevó arrastrando el cuerpo hasta una peña, que dio con él en la mar, y limpiando la espada de sangre la metió en la vaina y luego el rey le mandó dar un caballo, en que herido de muchas llagas y perdida mucha sangre, acompañado de muchos caballeros a su posada se fue, pero antes hizo sacar de las crueles prisiones al rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus y los llevó consigo, enviando al rey Arbán de Norgales a la reina Brisena, su tía, que se lo envió a demandar, en su cámara de él, teniendo aquél su leal amigo Angriote en uno fueron curados, Amadís de sus llagas, que mucho tenía, y Angriote de los azotes y otras heridas que en la prisión le dieron.

Allí fueron visitados con mucho amor de los caballeros y dueñas y doncellas de la corte, y Amadís de su cohermana Mabilia, que le traía aquella verdadera medicina con que su corazón pudiese enviar a los otros menores males, siendo él esforzado, la salud que para su reparo le convenía.

Capítulo 62

Cómo se hizo la batalla entre don Bruneo de Bonamar y Madamán el envidioso, hermano de la doncella desemejada, y del levantamiento que hicieron con envidia a estos caballeros amigos de Amadís, por lo cual, Amadís se despidió de la corte del rey Lisuarte.

Pasada esta batalla de Amadís y Ardán Canileo, como, ya oísteis, luego otro día, apareció ante el rey don Bruneo de Bonamar y con él muchos buenos caballeros, de quien amado y apreciado era, y halló allí a la doncella desemejada que estaba diciendo al rey que su hermano estaba aparejado para la batalla, que mandase venir a aquél con quien había de combatir, y comoquiera que la venganza hecha en él poca fuese, según el valor de aquel valiente Ardán Canileo, que pues más hacer no se podía con aquella enmienda pobre, serían algo consolados. Don Bruneo, dejando de responder a aquellas locas palabras, dijo que luego la batalla quería. Así que luego el uno y el otro fueron armados y metidos en el campo, cada uno acompañado de aquéllos que le bien querían aunque diferente fuese, o que con don Bruneo fueron muchos preciados caballeros y con Madamán el Envidioso, que así había nombre, tres caballeros de su compaña que las armas le llevaban y desde que los jueces los pusieron en aquellos lugares que para la batalla les convenía, ellos corrieron contra si los caballos al más ir que pudieron de los primeros encuentros, que las lanzas quebraron en piezas. Madamán fue fuera de la silla y don Bruneo llevó metido por el escudo una parte de la lanza, que se lo falsó, y le hizo una pequeña herida en el pecho, mas cuando tornó el caballo vio al otro con su espada en la mano a guisa de defender y díjole:

—Don Bruneo, si tu caballo perder no quieres, desciende de él o déjame cabalgar en el mío.

—Esto y lo que quisieres —dijo don Bruneo— aquello haré.

Madamán, creyendo que a pie mejor que a caballo se podría combatir según la grandeza de su cuerpo y la pequeñez del otro, díjole:

—Pues que en mí lo dejas, desciende y a pie hayamos la batalla.

Y don Bruneo se tiró afuera y descendió del caballo y comenzaron entre sí una brava batalla, así que en poco espacio de tiempo sus armas fueron en muchos lugares rotas, y sus carnes cortadas por donde mucha sangre les salía y los escudos deshechos en los brazos, sembrado el suelo de las rajas de ellos, y cuando así andaban en esta tan gran prisa que oís acaeció una extraña cosa, por donde parece que en las animalias hay conocimento de sus señores, que los caballos, que sueltos en el campo quedaron, juntándose el uno con el otro, comenzaron entre sí una pelea de bocados y pernadas con tanta porfía y enemistad que todos de ello eran mucho maravillados, y tanto duró que el caballo de Madamán no lo pudiendo ya sufrir, huyendo ante el otro, saltó con el gran miedo las cadenas de que el campo cerrado estaba, lo cual por buena señal tuvieron aquéllos que la victoria de la batalla a don Bruneo deseaban, y tornando meter mientes en la batalla de los caballos vieron cómo don Bruneo aquejaba a su enemigo de grandes y duros golpes, de forma que él se tiró afuera y dijo:

—Don Bruneo, ¿por qué te quejas? ¿El día no es asaz largo? Súfrete un poco y holguemos, que si miras a tus armas y la sangre que de tus llagas sale, bien te hará menester.

—Madamán —dijo don Bruneo—, si nuestra batalla fuese de otra cualidad y no con enemistad tan crecida, luego en mí hallarías toda cortesía y sufrimiento, mas según la gran soberbia que hasta aquí has tenido si en esto que pides viniese, sería causa que tu fama y valor fuese menoscabado, así que no por el bien que te yo haya, mas porque venciéndote alcance más gloria, no quiero dar lugar que tu flaqueza manifiesta sea y guarda que no te dejaré holgar.

Entonces se acometieron como de antes, mas no tardó mucho que don Bruneo, mostrando la gran fuerza y ardimiento de su corazón, no trajese ya a Madamán tan aquejado, que en otra cosa no entendía, sino en se defender y guardar de los golpes, los cuales no pudiendo ya sufrirse retrajo cuanto más pudo a la parte de la mar, pensando que allí entre algunas peñas defenderse podría, más viendo la hondura tan alta y tan espantable detúvose y llegó don Bruneo, que le seguía y tomólo tan cerca que no se pudo valer y diole del escudo y de las manos, empujándole tan recio que lo despeñó de tan alto que fue hecho piezas antes que al agua llegase. Entonces hincó las rodillas agradeciendo a Dios aquella tan gran merced que le hiciera.

Cuando Matalesa, la desemejada doncella esto vio, entró en el campo corriendo cuanto más podía y llegó a aquel gran despeñadero a gran afán y vio cómo las ondas de la mar traían a uno y otro cabo la sangre y la carne de su hermano, tomando la espada de su hermano, que allí se le cayera, dijo:

—Aquí, donde queda la sangre de mi tío Ardán Canileo y la de mi hermano, quiero que la mis quede, porque la mía ánima con la suyas allá donde estuvieren sea juntada.

E hiriéndose con la punta de la espada por el cuerpo se dejó caer atrás por aquel despeñadero, así que toda fue deshecha.

Esto así acabado, cabalgando don Bruneo en su caballo con mucho loor del rey y de todos los que allí estaban, acompañado de muchos de ellos se fue a la posada de Amadís, donde en un rico lecho cabe el suyo y el de Angriote, juntamente con ellos fue curado. Allí eran visitados así de caballeros como de dueñas y doncellas mucho a menudo por les dar descanso y placer, mas la reina Briolanja con acuerdo de Amadís, viendo que su mal se dilataría, tomando de él licencia se partió para su reino, pero antes quiso ver las maravillas de la Ínsula Firme y probarse en la cámara defendida, y llevó a Enil consigo, que todo se lo hiciese mostrar, y prometió a Oriana de le hacer saber todo lo que allá hallase y le aconteciese, lo cual se dirá adelante.

Y en esto que la historia proceder quiere, podréis ver a qué tan poco basta la fuerza del seso humano, cuando aquel alto Señor, aflojadas las riendas, alzada la mano, apartando su gracia, permite que el juicio del hombre en su libre poder quede, por donde os será manifiesto si los grandes estados, los altos señoríos pueden ganados y gobernados ser con la discreción y diligencia de los hombres mortales, o si faltando su divinal gracia la gran soberbia, la gran codicia, la muchedumbre de las armas gentes son bastantes para lo sostener.

Ya habéis oído cómo el rey Lisuarte, siendo infante, solamente poseyendo sus armas y caballo, con algunos pocos servidores, andando como caballero andante buscando las aventuras, llegando al reino de Dinamarca, la fortuna que así lo quiso de aquella infanta Brisena, hija de aquel rey que por su gran beldad y sobrada virtud muy preciada y demandada de muchos príncipes y grandes hombres era, y todos ellos desechando, este infante de ella muy amado fue, tomándole, entre todos ellos, por su marido. Ésta fue la primera buena ventura que hubo, que entre las terrenales por una de las mejores tenerse debe. Pues no contenta su dicha con esto, queriéndolo el poderoso Señor, fue sin heredero alguno Falangris, su hermano, rey de la Gran Bretaña, de esta presente vida partido, así que sin mucho entrevalo este desheredado infante, rey es hecho, no como los de su tiempo, que solamente con sus naturales, con sus reinos contentos eran, mas ganando y señoreando los ajenos, viniendo a su corte hijos de reyes, de grandes príncipes y duques, entre los cuales eran aquellos tres hermanos Amadís y don Galaor y don Florestán, con otros muchos de gran cuento, entre los emperadores y reyes del mundo la su gran claridad sobre todos ellos vista era, y si algo oscurecida fue con el- don que a la engañosa doncella prometió, que fue causa de ser en prisión de Arcalaus, más a esfuerzo de corazón que a mal recaudo atribuirse debe, porque en aquel tiempo el gran esfuerzo, el prez de las armas en los reyes, en los príncipes y señores grandes, señaladamente sobre los otros más bajos florecía. Así como en los griegos y troyanos en las historias antiguas se halla. Pues ¿qué diremos aún más de la grandeza de este poderoso rey? En su corte eran venidas las venturas extrañas que habiendo mucho tiempo por el mundo andado, no hallando quien cabo les diese, allí con gran gloria suya acabadas fueron, pues no es razón quedar en olvido el vencimiento de aquella dolorosa y espantable batalla que con Cildadán hubo, donde tantos gigantes tan fuertes y esquivos, tantos valientes caballeros de su sangre y otros de muy gran guisa y por el mundo muy nombrados por la gran virtud y esfuerzo de él y de los suyos muertos y destruidos fueron y luego a poco tiempo aquel esforzado y famoso Ardán Canileo, que por todas las tierras que anduvo nunca halló cuatro caballeros que campo le mantuviesen, en la corte de este rey por un caballero fue vencido y muerto.

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