Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (131 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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El emperador leyó la carta y vio que era de creencia, y como en todas las cosas fuese muy liviano y desconcertado, sin más mirar a otro consejo le dijo:

—Ahora me decid la creencia de esta carta delante de todos estos que aquí están, que no me podría más sufrir.

Don Guilán le dijo:

—Señor, pues así os place, así sea. El rey Lisuarte, mi señor, os hace saber cómo Salustanquidio y Brondajel de Roca y otros muchos caballeros con ellos llegaron en su reino, y de vuestra parte le demandaron a su hija Oriana para ser vuestra mujer, y él conociendo, vuestra virtud y grandeza, aunque esta princesa fuere su derecha heredera y la cosa del mundo que él y la reina su mujer más amasen, por os tomar por hijo y ganar vuestro amor, contra la voluntad de todos los de su reino se la dio con aquella compaña y atavíos que a la grandeza de vuestro estado y suyo convenía. Y que entrados en la mar fuera de los términos de su reino, salió Amadís de Gaula con otros muchos caballeros con otra flota, y desbaratados los vuestros y muertos muchos con el príncipe Salustanquidio, y presos Brondajel de Roca, y el arzobispo de Talancia, y el duque de Ancona, y otros muchos con ellos, fue Oriana tomada y todas sus dueñas y doncellas, y la reina Sardamira y todos los presos y despojo fueron llevados a la Ínsula Firme, donde la tienen. Y que desde allí le han enviado mensajeros con algunos conciertos, pero que los no ha querido oír hasta que vos, señor, a quien este hecho tanto toca, lo sepáis, y vea cómo lo sentís, haciéndole saber que si así como a él le parece que deben ser castigados, si os parece a vos que sea tan breve que el tiempo largo no haga la injuria mayor.

Cuando el emperador esto oyó fue muy espantado, y dijo con gran dolor de su corazón:

—¡Oh, cautivo emperador de Roma!, si tú esto no castigas, no te cumple sola una hora en este mundo de vivir —y tornó y dijo—: ¿Es cierto que Oriana es tomada y mi primo muerto?

—Cierto sin ninguna duda —dijo don Guilán—, que todo ha pasado como os he dicho.

—Pues ahora, caballero, os volved —dijo el emperador— y decid al rey vuestro señor que esta injuria y la venganza de ella yo tomo a mi cargo, y que él no entiende en otra cosa si no en mirar lo que yo haré, que si deudo con él yo quiero, no es para darle trabajo ni cuidado, sino para le vengar de quien enojo le hiciere.

—Señor —dijo don Guilán—, vos respondéis como gran señor que sois y caballero de gran esfuerzo, pero entiendo que lo habéis con tales hombres que bien será menester lo de allá con lo de acá. Y el rey mi señor hasta ahora está bien satisfecho de todos los que enojo le han hecho, y así lo estará de aquí en adelante. Y pues tan buen recaudo en vos, señor, halló, yo me partiré, y mandad poner en obra lo que cumple y muy presto, con tal aparejo como es menester para tomar venganza sin que el contrario se reciba.

Con esto se despidió don Guilán del emperador, y no muy contento, que como éste fuese un muy noble caballero y muy cuerdo y esforzado, y viese con tan poca autoridad y liviandad hablar aquel emperador, gran pesar en su corazón llevaba de ver al rey su señor en compañía de hombre tan desconcertado, donde no le podía venir si por muy gran dicha no fuese, sino toda mengua y deshonra. Y así se volvió por su camino llorando muchas veces la gran pérdida que el rey su señor, por su culpa, había hecho en perder a Amadís y a todo su linaje, y a otros muchos que tanto valían y por su causa estaban en su servicio y ahora le eran tan grandes enemigos.

Pues con mucho trabajo llegó a la Gran Bretaña y fue recibido del rey y de todos los de la corte. Y luego habló con el rey y le dijo todo lo que en el emperador hallado había, y cómo se aparejaba para venir con gran prisa, y con esto le dijo:

—Quiera Dios, señor, que del deudo de este hombre os venga honra, que así Dios me ayude muy poco contento vengo de su autoridad, y no puedo creer que gente que tal caudillo traiga haga cosa que buena sea.

El rey le dijo:

—Don Guilán, mucho soy alegre de veros venido y bueno y con salud, y teniendo yo a vos y a otros tales que me han de servir, solamente habremos menester la gente del emperador, que aunque él no la rija ni la guíe, vosotros bastáis para gobernar a él y a mí, y pues él así lo toma, menester es que acá nos halle con tal recaudo que viéndolo no tenga en tanto su poder como lo ahora tiene.

Así estuvo el rey aderezando todas las cosas que convenían con mucha diligencia, que bien sabía que sus contrarios no dejaban de llamar cuantas gentes podían haber, que él supo cómo el emperador de Constantinopla, y el rey de Bohemia, y el rey Perión y otros muchos llamaban sus gentes para las enviar a la Ínsula Firme, y por cierto tenía, según la bondad de Amadís y de todos aquellos caballeros que con él estaban, que viéndose con aquellos tan grandes poderes no se podrían sufrir de lo no buscar dentro en su reino. Y por esta causa nunca cesaba de buscar ayudas de todas las partes, pues veía que le serían menester, y también supo cómo el rey Arábigo y Barsinán, señor de Sansueña, y otros muchos con ellos, aderezaban gran armada, y no podían pensar adonde acudirían. Estando en esto llegó Brandoibás, y díjole cómo el rey Cildadán se aparejaba para cumplir su mandado, y que don Galvanes le suplicaba que le no mandase ser contra Amadís y Agrajes, su sobrino, y que si de esto contento no fuese, que él le dejaría libre y desembargada la Ínsula de Mongaza, como había quedado al tiempo que de él la recibió, que mientras él la tuviese fuese su vasallo, y cuando no lo quisiese ser que dejándole la ínsula quedase libre. El rey, como era muy cuerdo, aunque su necesidad fuese grande, bien vio que don Galvanes tenía razón, y envióle a decir que quedase, que aunque en aquella jornada no le sirviese, después vendría tiempo en que se pudiese enmendar. Pues dende a pocos días llegó Filispinel, del rey Gasquilán de Suesa, y dijo al rey cómo le había recibido muy bien, y que con gran voluntad le vendría ayudar y combatirse con Amadís, por cumplir lo que tanto deseaba. Sabido por el rey gran aparejo tenía, acordó de no dilatar y mandó llamar a su sobrino Giontes, y dijo:

—Sobrino, es menester que luego vayáis lo más presto que ser pudiere al Patín, emperador de Roma, y le digáis que yo estoy contento de lo que de su parte don Guilán me dijo, y que yo voy a la mi villa de Vindilisora, porque es cerca del puerto donde él ha de desembarcar, y que allí llegaré todas mis compañas y estaré en el campo en el real esperando su venida, que le ruego yo mucho que sea lo más presto que él pudiere, porque según su gran poder y el mío, si luego en el comienzo a nuestros contrarios sobramos de gentes, muchas ayudas les faltarán de las que vendrían poniendo dilación, y vos, sobrino, no os partáis de él hasta venir en su compaña, que vuestra ida le pondrá mayor gana y cuidado para su venida.

Giontes le dijo:

—Señor, por mi no quedará de ser cumplido lo que mandáis.

El rey se partió luego para Vindilisora y mandó llamar todas sus gentes. Y Giontes se metió a la mar en una fusta guarnida y aderezada de lo que para semejante viaje convenía, así de marineros como de viandas para ir a Roma.

Capítulo 105

Cómo Grasandor, hijo del rey de Bohemia, se encontró con Giontes y lo que le avino con él.

Dicho os habemos cómo Grasandor se partió de casa de su padre el rey de Bohemia en una fusta con veinte caballeros, para se ir a la Ínsula Firme. Pues navegando por la mar la ventura que le guió topóse una noche con Giontes, sobrino del rey Lisuarte, que con su mandado iba a Roma al emperador, como ya oísteis, y viéndose cerca los unos de los otros, Grasandor mandó a sus marineros que enderezasen contra aquella nao para la tomar, y Giontes, como no llevaba otra compaña sino la que necesaria era para el gobernar de la fusta, y algunos otros servidores, e iba en cosa que tanto cumplía al rey su señor, no pensó en al sino en se quitar de toda afrenta y cumplir su viaje según le era mandado, mas tanto no se pudo arredrar, que tomando no fuese y traído ante Grasandor así armado como estaba y preguntóle quién era y él le dijo que era un caballero del rey Lisuarte, que iba con su mandado al emperador de Roma, y que si él por cortesía le mandase soltar, y pudiese cumplir su camino que mucho se lo agradecería, pues que causa ni razón ninguna había para lo detener. Grasandor le dijo:

—Caballero, como quiera que yo espere de ser muy presto contra ese rey que decís en ayuda de Amadís de Gaula, y por esto no sea obligado a tratar bien a ninguno de los suyos, quiero usar con vos de toda mesura y dejaros ir, a tal partido que me digáis vuestro nombre, y el mandado que al emperador lleváis.

Giontes le dijo:

—Si por no deciros mi nombre y a lo que voy ganase más honra, y el rey mi señor fuese más servido, excusado sería preguntármelo, pues que sería en vano: pero porque mi embajada es pública y en decirla con quien yo soy cumplo más lo que debo, haré lo que me pedís, sabed que a mí llaman Giontes, y soy sobrino del rey Lisuarte, y el mensaje que llevo es traer al emperador con todo su poder lo más presto que pueda para que se junte con el rey mi tío; y vayan contra aquéllos que a la infanta Oriana tomaron en la mar, como entiendo que habéis sabido, porque cosa tan grande no se puede excusar de ser publicada en muchas partes. Ahora os he dicho lo que saber queréis; dejadme ir, si os pluguiere, mi camino.

Grasandor le dijo:

—Vos lo habéis dicho como, caballero. Yo os suelto que os vayáis do quisiereis, y venid presto con ese que decís que prestos hallaréis los que buscáis.

Así se fue Giontes su camino, y Grasandor mandó a uno de aquellos caballeros que con él iban que en una barca que allí llevaban, se tornase a su padre y le dijese aquellas nuevas, y que pues el hecho estaba en tal estado, que le pedía por merced se avisase cuando el emperador o su gente moviese para ir al rey Lisuarte, y que sin otro llamamiento que le fuese hecho, enviase toda su gente a la Ínsula Firme con el conde Galtines, porque lo suyo siendo lo primero en mucho más sería tenido. Y así se hizo, que este rey de Bohemia sabido por él esta nueva, luego mandó partir su flota con mucha gente y bien armada, como aquél que con mucha afición y amor estaba de acrecentar la honra y provecho de Amadís. Grasandor tiró por su mar adelante y sin ningún entrevalo llegó al puerto de la Ínsula Firme, y como algunos de los de la Ínsula Firme los vieron, dijéronlo a Amadís, y él mandó que fuesen a saber quién venía en la nao, y así se hizo, y cuando le dijeron que era Grasandor, hijo del rey de Bohemia, hubo muy gran placer, y cabalgó y fuese a la posada de don Cuadragante, y tomaron consigo a Agrajes y fuéronlo a recibir, y cuando llegaron al puerto ya era salido de la mar Grasandor y sus caballeros, y estaban todos a caballo, y cuando él vio venir a Amadís contra sí adelantóse de los suyos y fuelo a abrazar, y Amadís a él, y díjole:

—Mi señor Grasandor, vos seáis muy bien venido, y mucho placer he con vuestra vista.

—Mi buen señor —dijo él—, a Dios plega por la su merced que siempre conmigo placer hayáis, y que sea tan crecido como yo lo traigo en saber que el rey mi padre y yo os podamos pagar algo de aquella gran deuda en que nos dejasteis, y bien será que sepáis unas nuevas que en el camino por do vengo hallé y con tiempo pongáis el remedio que cumple.

Entonces les contó todo lo que de Giontes supo, así como ya oísteis que lo aprendió y cómo desde allí envió a su padre, para que en sabiendo que la gente del emperador movía que él sin otro llamamiento enviase luego toda su gente, en lo cual no pusiese duda alguna, sino que vendría antes que la de los contrarios, y que de allí perdiese cuidado del llamamiento, don Cuadragante dijo:

—Si todos nuestros amigos con tal voluntad nos ayudan como este señor, no temeremos mucho esta afrenta.

Así se fueron al castillo y Amadís llevó a su posada a Grasandor e hizo aposentar los suyos, y mandóles dar todo lo que hubiesen menester, y envió a todos aquellos señores que viniesen a ver a aquel príncipe tan honrado que les era venido, y así lo hicieron, que luego vinieron todos a la posada de Amadís así vestidos de paños de guerra muy preciados, como siempre en los lugares que algún reposo tenían lo habían acostumbrado; y cuando Grasandor les vio y tantos caballeros, y de quien su fama por todas partes del mundo tan sonada era, mucho fue maravillado y por muy honrado se tuvo en se ver en compañía de tales hombres. Todos llegaron con mucha cortesía a lo abrazar y él a ellos, y le mostraron mucho amor. Amadís les dijo:

—Buenos señores, bien será que sepáis lo que este caballero nos dijo de lo que del rey Lisuarte supo.

Entonces se lo contó todo como ya lo oísteis, y todos dijeron que sería bien que fuesen enviados otros mensajeros a llamar la gente que apercibida estaba, y así se hizo, y porque muy larga y enojosa sería esta escritura si por extenso se dijesen las cosas que en estos viajes pasaron, solamente os contaremos que llegados estos mensajeros a donde iban las gentes, por sus señores fueron llamados, y metidos en sus naos caminaron todos a la Ínsula Firme, cada uno con los que aquí se dirá:

El buen rey Perión trajo de los suyos, y de sus amigos, tres mil caballeros. El rey Tafinor de Bohemia envió con el conde Galtines mil y quinientos. Tantiles, mayordomo de la reina Briolanja, trajo mil y doscientos caballeros. Branfil, hermano de don Bruneo, trajo seiscientos caballeros. Landín, sobrino de don Cuadragante, trajo de Irlanda seiscientos caballeros. E] rey Ladasán de España envió a su hijo don Brián de Monjaste dos mil caballeros. Don Gandales trajo del rey Languines de Escocia, padre de Agrajes, mil y quinientos caballeros. La gente del emperador de Constantinopla que trajo Gastiles su sobrino, fueron ocho mil caballeros.

Todas estas gentes que la historia cuenta llegaron a la Ínsula Firme, y el primero que allí vino fue el rey Perión de Gaula, por la prisa que se dio y porque su tierra estaba más cerca que ninguna de las otras, y si él fue bien recibido de sus. hijos y de todos aquellos señores, no es necesario decirlo, y asimismo el gran placer que él con ellos hubo, y por él fue acordado que toda la gente de la Ínsula Firme saliesen con sus tiendas y aparejos a una vega que debajo de la cuesta del castillo estaba muy llana y muy hermosa, cercada de muchas arboledas, y en que había muchas fuentes, y así se hizo que desde allí adelante todos estaban en real en el campo, y así como la gente venía, así luego era allí aposentada. Y desde que todos fueron juntos, ¿quién os podría decir qué caballeros, qué caballos y armas allí eran? Por cierto podréis creer que en memoria de hombres no era, que gente tan escogida y tanta como aquélla fuese en ninguna sazón junta en ayuda de ningún príncipe como esta lo fue.

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