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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (17 page)

BOOK: Agentes del caos
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¡Esto parece ser lo que busco!, pensó al ver un botón sobre un panel en el marco de la puerta.

Duntov apretó el botón y la puerta comenzó a deslizarse pesadamente hacía arriba. Apuntó su pistola láser hacia la puerta, por las dudas…

Cuando la puerta quedó totalmente abierta pudo verse a un Custodio con los ojos entrecerrados en una mueca de dolor por la luz solar que lo enceguecía.

Duntov le disparó al vientre y luego a la cabeza mientras se desplomaba. Uno de los agentes movió otra perilla del lado de adentro de la puerta, y ésta se cerró detrás de ellos.

¡Entramos!, pensó Duntov, mientras esperaba que la cámara de presión compensara la atmósfera y la volviese a la normal terrestre. Abrió su visor y respiró hondo el aire fresco.

—Muy bien —dijo—. Proceda con la instalación, Rogers.

El hombre que llevaba la mochila se la quitó, sacó un enorme paquete de explosivo plástico adhesivo y lo colocó sobre la puerta interna de la cámara mientras otro de los hombres tomaba una pequeña espoleta de su mochila, la clavaba en el paquete de explosivo y la conectaba a un pequeño radiotransmisor. Duntov ya sabía que el explosivo podía ser detonado por ese transmisor, por el que tenían en la nave o por el que tenía el otro grupo. Además, cualquiera de los tres transmisores podía detonar las dos cargas.

—¡Todo listo! —dijo Rogers.

Duntov se sacó el transmisor de gran potencia de la espalda, lo paso en el suelo y sintonizó la Frecuencia Normal Interna del Ministerio de Custodia.

Habló a través del micrófono de su traje especial.

—¡Trampa de Ratones Uno a Trampa de Ratones Dos! ¡El Queso Uno está en posición!

Hubo un momento de silencio, y luego una voz distorsionada por la estática respondió:

—¡Trampa de Ratones Dos a Trampa de Ratones Uno! ¡El Queso Dos está en posición!

La segunda carga explosiva estaba puesta en la compuerta principal.

—Muy bien y terminado —dijo Duntov—. Estén atentos.

«Bien», musitó mientras encendía el transmisor auxiliar. «¡La Hegemonía atrapó su ratón y ahora nosotros tenemos el nuestro!».

Descolgó el micrófono del transmisor, lo encendió y comenzó a hablar.

—Por supuesto, podría hacerlo matar —dijo Vladimir Khustov a Boris Johnson—. Quizá finalmente lo haga. Pero si coopera, si se somete a un psicosondeo profundo, puede ser que lo perdonemos. Incluso es posible que se lo cure de su locura. Si podemos determinar la naturaleza exacta de la psicosis que produce individuos aberrantes como usted, puede ser posible establecer una correlación entre la enfermedad y ciertas características genéticas específicas. Prohibiendo la reproducción a aquellos Protegidos que tengan esas características, podremos eliminarlas de la raza…

Jack Torrence observaba todo el triste espectáculo con una mezcla de diversión despreciativa y desagrado. «Este es un aspecto de su persona que nunca pude comprender», pensó. «Khustov el pedante… Casi como Gorov, ahora. Khustov el fanático… ¿Creerá de veras en los disparates que dice? Es imposible, porque después de todo es lo suficientemente realista y hábil políticamente como para haber llegado a Coordinador y mantenerse en el sillón… hasta ahora. Un hombre así tiene que ser un pragmático, no puede creer en verdad en todas las tonterías que dice. Por supuesto, Vladimir tiene la mejor razón del mundo para querer preservar el orden de la Hegemonía: él está en el centro. Por mi parte estaría de acuerdo con cualquier sistema que me tuviera como centro, sin importarme los cambios que se produjeran. El sistema es para quien lo gobierna, y no a la inversa. Vladimir lo debe saber… ¿Cuál puede ser su motivo oculto para dar este espectáculo cansador? ¿Qué razón sensata hay para mantener vivo a Johnson? Vladimir Khustov: un fanático. Debe de haber alguna manera de usar eso en su contra…».

—¿No es suficiente ya, Vladimir? —dijo Torrence finalmente—. Esta farsa es una pérdida de tiempo. Eliminemos a Johnson y asunto terminado.

—Ya te he dicho que debemos estudiar a Johnson y a la gente como él para determinar…

—¡Bueno, basta! —dijo Torrence—. Primero te ablandas con la Hermandad, y ahora no quieres matar a Boris Johnson. ¿Debo recordarte que este hombre trató de asesinarnos a ambos no hace mucho tiempo? —Miró significativamente a los demás Consejeros—. ¿Debo recordarles, también, que intentó asesinarnos a todos? ¿Te estás volviendo blando, Vladimir? La Hegemonía no puede tener un Coordinador blando…

Estudió los rostros de los Consejeros al decir esta última frase. Hasta los Consejeros mansos de Khustov parecían preocupados, y con razón, ya que el hombre que su jefe quería mantener con vida acababa de atentar contra la de todos ellos. Solamente Gorov parecía estar interesado en los planes de Khustov para «estudiar» a Johnson, pero era tan idiota que estudiaría a un maniático mientras éste lo cortaba en pedazos con un cuchillo.

Khustov, por otro lado, parecía estar realmente enojado.

—Me estoy cansando un poco de tus comentarios, Jack —dijo—. Quiero recordar a todo el Consejo que mi plan ha funcionado a la perfección a cada paso. Lo que cuenta son los resultados, y ninguno puede negar que yo se los he proporcionado. El Vicecoordinador es muy bueno para hablar de balde… yo sería el último en negarlo. Pero resultados… Eso exige otro tipo de mentalidad. Hasta ahora he tenido razón, y creo que tenemos muy buenas razones para…

El intercomunicador comenzó a sonar. Con enojo, Khustov encendió la radio…

—Bueno, ¿qué paso ahora? —gruñó.

Una voz desconocida llenó la Sala del Consejo:

—Les habla un agente de la Hermandad de los Asesinos. Les habla un agente de la Hermandad de los Asesinos. Ambas compuertas de la bóveda ambiental están controladas en estos momentos por la Hermandad. Hemos puesto cargas explosivas muy potentes en ambas compuertas. Las cargas están conectadas a trampas cazabobos. Cualquier intento de retomar las compuertas resultará en su detonación inmediata. Tienen siete minutos para verificar esta situación. Al final de este lapso se les impartirán nuevas órdenes. Si dichas órdenes no son obedecidas o se realiza algún intento de tomar las compuertas, las cargas serán detonadas y las compuertas volarán en pedazos junta con las partes adyacentes de la bóveda. Esto expondrá a los habitantes de la bóveda al contacto con las condiciones atmosféricas de la superficie de Mercurio. La destrucción será total. A continuación procederán a verificar la situación y a aguardar nuevas órdenes. ¡Terminado!

Todos comenzaron a gritar al mismo tiempo en el momento en que la transmisión terminó.

—¿Qué?

—¡Esto es un truco!

—¡Enviemos a los Custodios a las compuertas!

—¡Sellemos las puertas de la Sala del Consejo! —gritó Torrence, y luego se dio cuenta de que no serviría de nada. Si se perforaba la bóveda, todo el sistema de control ambiental sería destruido por el calor terrible y los gases cáusticos. Podrían sobrevivir un poco más dentro de la Sala cerrada, pero solamente sería posponer el momento inevitable… Pero que..

Boris Johnson se estaba riendo.

—¿Cómo se sienten? —cacareó—. Atrapados dentro de su propia trampa. Los cazadores cazados. La…

—¡Diviértase mientras pueda! —gritó Torrence—. ¿Qué le hace pensar que la Hermandad está de su lado? Probablemente…

—¡Silencio! —rugió Khustov en medio del griterío. Los Consejeros, Torrence y hasta Johnson callaron—. No tenemos tiempo de gritarnos entre nosotros. Debemos actuar, y lo primero que hay que hacer es verificar la situación. Podría ser nada más que un truco tonto…

—Se dirigió al intercomunicador y dijo algunas frases en ruso.

—Sabes que algunos de nosotros no hablamos ruso —se quejó Torrence—. ¿Qué fue lo que…?

—Simplemente di instrucciones al Comandante de los Custodios para que intente establecer contacto con los hombres apostados en las compuertas —dijo Khustov—. En un instante sabremos si…

Una voz que hablaba excitadamente en ruso salió del intercomunicador, y Torrence no necesitó entender el idioma para interpretar el ceño cada vez más arrugado de Khustov, que golpeó su puño sobre la palma y comenzó a proferir juramentos en ambos idiomas.

—No es un truco —dijo Khustov—. Las radios de los trajes de los Custodios que estaban en las compuertas no contestan, los controles telemétricos de registro vital tampoco registran nada… Los Custodios deben de estar muertos. Tampoco responden los intercomunicadores ubicados dentro de las cámaras. ¡Lo hicieron de veras!

—Pero lo de las bombas podría ser un engaño —sugirió débilmente el Consejero Kuryakin—. Quizá debamos arriesgarnos y atacar las compuertas…

—Si capturaron las compuertas no hay ninguna razón para que nos estén engañando respecto de lo demás —dijo Khustov—. Ya habrá tiempo para medidas desesperadas cuando sepamos qué es lo que quieren…

Los Consejeros aguardaron en silencio; «como ganado en el matadero», pensó Torrence. Su mente trabajaba enloquecidamente, pero en lo único que podía pensar era en sus ganas de vivir. ¡Qué dementes eran estos de la Hermandad! ¿Qué podían hacer? ¿Qué salida había? ¡La cosa no podía terminar así… era imposible!

Finalmente, la voz de la Hermandad se dejó oír de nuevo por el intercomunicador:

—Han tenido tiempo más que suficiente para verificar la situación —dijo la voz—. Ya saben que deben seguir nuestras órdenes o morirán. Se les dará exactamente quince minutos para cumplir.

Hubo una pausa terrible, y la voz continuó:

—Sus órdenes son las siguientes: Boris Johnson será conducido hasta la compuerta de emergencia y entregado a la Hermandad de los Asesinos.

Hubo otra pausa durante la cual los Consejeros dieron un suspiro de alivio y el rostro de Johnson reveló la más absoluta confusión.

Jack Torrence por poco se echó a reír. «¡Vaya con esta Hermandad!», pensó. «Podrían matarnos a todos, pero sólo quieren a Johnson. Una victoria total se transforma en parcial. No es tan malo después de todo…».

La voz prosiguió hablando.

—El Consejero Constantin Gorov y el Coordinador Vladimir Khustov acompañarán a Johnson. Los tres deberán ser entregados en la compuerta de emergencia, y deben llegar solos hasta allí. Al menor atisbo de traición, la compuerta principal será volada de inmediato. Si se hace algún intento de perseguirnos cuando nos vayamos, los explosivos serán detonados por control remoto. Tienen quince minutos para cumplir a partir de mi indicación. Si los tres hombres no están en nuestras manos para ese entonces, ustedes estarán todos muertos. ¡Ya! Terminado.

Khustov se puso pálido.

—¡Mandaré a todos los Custodios que haya a las compuertas! —dijo—. Vamos a…

—¡Un momento! —cortó Torrence, recobrándose de su confusión. «La Hermandad quita, y la Hermandad da», pensó. «¡Bendita sea la Hermandad de los Asesinos!».

—No me parece que las vidas de todo este Consejo y de todos los habitantes de la bóveda sean tuyas para que dispongas de ellas según tu voluntad, Vladimir —dijo Torrence—. Este es un asunto sobre el cual debe decidir todo el Consejo. Exijo una votación. Yo digo que debemos aceptar las condiciones de la Hermandad. O morimos todos o perdemos a nuestro prisionero, a nuestro buen Consejero Gorov… y, por supuesto, a nuestro preciado Coordinador. Entregamos a dos de los nuestros como prisioneros o morimos todos. La elección es obvia. ¡Votemos!

Los Consejeros asintieron en silencio.

—¡No hay otra salida! —dijo Steiner.

—¡Tiene razón!

—No podemos resistir.

—¡Esperen, esperen! —gritó Khustov—. ¡No pueden hacerme esto! ¡No podemos aceptar amenazas! Tenemos que luchar para…

—Me temo que el Vicecoordinador tiene razón —interrumpió Gorov en un tono frío y tranquilo—. Si nos resistimos, todos moriremos, nosotros dos incluidos, Vladimir. Nosotros no tenemos nada que perder si aceptamos. Quizás no nos maten. Es absolutamente imposible predecir los actos de la Hermandad de los Asesinos. Nunca hacen lo que es obvio.

«¡Bueno, bueno!», pensó Torrence. «¡Este es un aliado inesperado! Gorov está loco como una cabra. Una máquina humana… Pero lo que dijo debería cerrar la discusión…».

—¡Votemos, caballeros! —dijo—. Los votos afirmativos, por favor.

—¡No pueden hacer eso! —gritó Khustov—. ¡Yo soy el Coordinador! ¡No pueden hacer eso!

Torrence sonrió ampliamente.

—Y nosotros somos el Consejo Hegemónico —digo—. Te elegimos y podemos…, decidir tu destino. Los que estén a favor de acatar el ultimátum que digan «sí», por favor.

—¡Sí! —respondieron siete voces en rápida sucesión.

—Sí… —dijo Constantin Gorov.

—¡Sí! —dijo Torrence sonriendo—. ¿Y por la negativa?

—¡No! —aulló Khustov—. ¡No! ¡No! ¡No!

—Nueve a uno por la afirmativa —dijo Torrence—. La moción queda aprobada.

Se puso de pie de un salto y se abalanzó sobre el intercomunicador.

—Custodios —ordenó, mientras Khustov lo miraba furioso y lleno de miedo—. Envíen un pelotón a la Sala del Consejo, de inmediato. Deben conducir a Boris Johnson, al Consejero Gorov y al… ex Coordinador Khustov a la compuerta de emergencia…

Se volvió hacía el Consejo.

—Creo que sería prudente relevar temporalmente a Vladimir de su cargo de Coordinador para que los Custodios no reciban órdenes contrarias —dijo—. Por supuesto, si Vladimir de algún modo… vuelve a nosotros, reasumiría su puesto. Pero en la emergencia actual creo que lo más correcto es que yo asuma el cargo de Coordinador Hegemónico en forma interina. Espero que no haya objeciones.

Ningún Consejero dijo palabra.

—Comandante —dijo Torrence por el intercomunicador—. Informe a todos los Custodios que los poderes del Coordinador Khustov han sido suspendidos por el Consejo Hegemónico. Infórmeles que el Consejero Torrence es ahora Coordinador Interino y que nadie puede revocar mis órdenes… en especial el Consejero Khustov.

Torrence estaba exultante mientras aguardaba la llegada de los Custodios. ¡Coordinador Interino! ¡Al fin! Y eso de «interino» sería fácil de eliminar una vez ausente Vladimir. Coordinador Hegemónico Jack Torrence… ¡Ah, qué bien sonaba! Habría cambios… ¡Y si la nave de la Hermandad fuera interceptada… hum! Quizá fuera mejor ordenar que la destruyesen ni bien la avistaran… ¡Vaya si habría cambios!

10

Es inútil buscar terreno firme sobre el cual pisar. Después de todo, la materia sólida del terreno no es sino una ilusión causado por una configuración energética particular, al igual que el pie que lo pisa. La materia es una ilusión, la solidez es una ilusión. Sólo el caos es real.

GREGOR MARKOWITZ,
La teoría de la entropía social
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